Re: El Genocidio de Ruanda 6 de Abril de 1994: La Iglesia Asesina 3ra parte!
http://iglesia.libertaddigital.com/articulo.php/1276233217
SOBRE EL GENOCIDIO DE RUANDA
Disparando a perros
No es una obra maestra, ni tiene detrás a ninguna de las majors de Hollywood, no es una superproducción ni tiene efectos especiales más allá de los convencionales. Pero guarda en su seno tanta autenticidad, tanta verdad, que supera todas sus posibles carencias para llevarla al selecto ámbito de las películas inolvidables.
Disparando a perros es una aproximación veraz a unos acontecimientos que conocieron indirectamente los productores del film. Producida por la BBC y dirigida por Michael Caton-Jones, recrea los sucesos acaecidos en una Escuela Técnica Oficial cercana a Kigali. Dentro de sus amplios recintos estaba también la sede de la misión del sacerdote bosnio Vjeko Curic, que en el film aparece como el Padre Christopher (John Hurt). Allí también se estableció un cuartel de los Cascos Azules de Naciones Unidas, que protegían a la comunidad religiosa y a los alumnos internos de la Escuela. La tragedia empieza cuando unos centenares de tutsis, atenazados por el pánico al extremismo hutu, solicitan refugiarse en los terrenos de la Escuela.
Sin tenerlo previsto, y sin recursos suficientes, aquel recinto se convierte en una "reserva" de tutsis, rodeada de cientos de hutus armados con sus machetes. Armados y sedientos de sangre mientras esperan el día en que los Cascos Azules se retiren. Porque los hutus saben que ese día llegará. La película nos cuenta los cinco días de abril que van desde el asesinato del presidente de Ruanda hasta la retirada de los Cascos Azules de esa Escuela.
El título de Disparando a perros no es metafórico. Alude a una decisión del capitán Charles Delon de los Cascos Azules de disparar contra unos perros que hurgan entre cadáveres y que pueden transmitir infecciones a la población. Esa decisión, aparentemente inocua, es sin embargo decisiva en el discurso crítico del film, por razones que preferimos no desvelar.
El Padre Christopher es lo más interesante del film: él constituye el referente moral de cuantos le rodean, y su autoridad nace de su fe y de su entrega incondicional. Él nunca cae en tentaciones revanchistas, y su trabajo se centra en la catequesis, en hablar del amor de Dios y en explicar el sentido de la Eucaristía y de la Semana Santa. Y lo hace porque entiende que el sentido último de aquello que explica está muy relacionado con lo que todos viven a su alrededor.
Otro personaje es Joe (Hugh Dancy), un joven voluntario de una ONG, que en el film representa en cierto modo el punto de vista del espectador occidental. Por otra parte, el capitán belga Charles Delon de los Cascos Azules (Dominique Horwitz) encarna la posición de Naciones Unidas ante el conflicto, una posición absentista que deja mucho que desear. Hay un cuarto personaje interesante, la joven alumna tutsi Marie (Clare-Hope Ashitey), que representa la esperanza de los ruandeses puesta en los europeos, esperanza que casi todos frustrarán, excepto el Padre Christopher. Por último están los reporteros de la BBC, que encarnan la perspectiva de los productores del film, y que son los encargados de que la opinión pública occidental conozca el genocidio y pueda experimentar una cierta mala conciencia.
El origen del guión de David Wolstencroft está en las experiencias ruandesas de David Belton, productor del film, y que conoció bien al padre Vjeko Curic, que le salvó la vida protegiéndolo de los hutus. Él era un reportero de la BBC que en 1994 viajó a Ruanda a cubrir la guerra. El sacerdote le acompañó y le protegió en numerosas ocasiones, y gracias a él muchos supieron de los horrores de aquel genocidio. Cuando tiempo después, en Washington, Belton supo del asesinato del padre Curic, decidió escribir el argumento junto al documentalista Richard Alwyn y producir la película.
En conclusión: una película tan dura como imprescindible, un testimonio de fe martirial oportuna y necesaria.
http://www.aceprensa.com/art.cgi?articulo=7937
El gobierno tutsi mantiene una actitud hostil hacia la Iglesia católica
Monseñor Augustin Misago, de cincuenta y seis años y obispo de Gikongoro (Ruanda), puede ser condenado a muerte en el juicio al que ha sido sometido en Kigali acusado de complicidad en las masacres de tutsis en 1994. Los cargos que se le imputan, desde que fuera arrestado el pasado 14 de abril, son "genocidio y crímenes contra la humanidad, no asistencia a personas en peligro, incitación al asesinato y complicidad en el genocidio". El año pasado dos sacerdotes fueron condenados a la pena capital en Ruanda por este motivo.
El gobierno ruandés, formado por tutsis, refuerza con esta causa judicial su enconada postura contra la Iglesia católica. Joaquín Navarro-Valls, portavoz de la Santa Sede, condenó en su día la detención de Misago de modo contundente: "es un acto de extrema gravedad que hiere no sólo a la Iglesia de Ruanda, sino a toda la Iglesia católica". Los obispos de Ruanda intercedieron en favor de Mons. Misago. El episcopado de Tanzania denunció que las autoridades intentan "descargar toda la vergüenza sobre la Iglesia católica, local y universal". En términos similares se manifestó el Episcopado de Burundi, bajo la firma de monseñor Ntamwana, que perdió a quince familiares en las masacres de tutsis y hutus. Al mismo tiempo, el gobierno pretende, desde hace dos años, convertir un cierto número de templos en mausoleos del genocidio donde se conservasen los restos mortales de las víctimas, a lo que la Iglesia se ha negado.
En una línea cercana a la del gobierno ruandés, se encuentran órganos de información que desean la retirada de los misioneros y aspiran a la creación de una Iglesia nacional. Esta postura de ribetes ultranacionalistas intenta reducir la influencia de la Iglesia en uno de los países con mayor porcentaje de población católica. En este clima de hostilidad, se han producido ocho asesinatos de religiosos desde 1998. La diócesis de monseñor Misago, Gikongoro, ha experimentado un descenso en el número de fieles (del 46% al 28% de la población), debido a las masacres de la guerra, la emigración, la pobreza y la campaña hostil hacia la Iglesia.
Las acusaciones a las que se enfrenta monseñor Augustin Misago han tenido siempre réplica documentada por parte del mismo obispo, que rebate punto por punto todos los cargos que le imputan. En su memorial de defensa (cfr. agencia Fides, 23-IV-99), explica que en abril de 1994, en medio de una violencia incontenible y el caos de la guerra, el obispo, con la ayuda de Cáritas, intentó dar refugio a la población civil amenazada. Rebate especialmente la acusación de complicidad en el asesinato de treinta chicas tutsis en la escuela de Kibeho, donde el alumnado era de ambas etnias y las amenazas e infiltraciones de milicias se sucedían día tras día. Mons. Misago detalla las precauciones que se tomaron para salvar sus vidas, hasta que un cambio de las fuerzas de seguridad, dependientes de las autoridades, permitió la matanza de las estudiantes tutsis.
http://www.aceprensa.com/art.cgi?articulo=1486
Un obispo de Ruanda absuelto de los cargos de genocidio
El fiscal había pedido la pena de muerte contra Mons. Misago
Desde el principio del largo juicio se vio que la acusación se basaba en débiles pruebas. Después de cinco años de las masacres de los tutsis, no se había hecho ningún cargo contra Mons. Misago; las primeras acusaciones se produjeron dos días antes de su detención. La acusación no contaba con ningún testimonio de primera mano; solo se basada en rumores y testimonios de terceros, entre los que se incluían artículos de periódicos. El arresto de Mons. Misago, de etnia hutu, había sido precedido de una campaña de la prensa oficial contra la presencia de la Iglesia en la zona de los Grandes Lagos.
La defensa del obispo rebatió punto por punto los hechos concretos que se le imputaban. Pudo demostrar que cuando empezaron las matanzas en su diócesis, él estaba ausente, por lo que no hubiera podido participar en "las reuniones de planificación del genocidio". Respecto a la acusación de haber tolerado asesinatos de personas que se refugiaron en iglesias y colegios católicos, en el juicio quedó claro que cuando se produjeron los hechos, Mons. Misago se encontraba precisamente gestionando ante las autoridades locales medidas de protección para los refugiados.
Ninguno de los 24 testigos de la acusación pudo establecer una relación entre el prelado y un acto de violencia. El obispo fue acusado de la muerte de 10 jóvenes que él mismo llevó al hospital de Kigeme, pero durante el juicio apareció uno de los supuestos muertos y declaró que debía la vida al obispo, quien intercedió por los jóvenes masacrados por la milicia.
Tras la sentencia, Mons. Misago ha quedado en libertad y ha anunciado su deseo de ir a Roma para agradecer personalmente a la Santa Sede su cercanía durante su encarcelamiento.
El juicio contra Mons. Misago ha ido acompañado de la publicación de una serie de artículos en la prensa gubernamental contra la Iglesia católica. L'Osservatore Romano respondió acusando al gobierno de orquestar una "campaña de calumnias".