Este hallazgo ha dejado atónitos a los científicos y plantea serias preguntas sobre la historia oculta de la humanidad.
Los hombres gigantes de otras épocas no deben sorprender a los creyentes en Cristo.
Pues la misma biblia da testimonio de su existencia.
Así mismo que una foto de una sonda espacial nos haga ver la pequeñez de la tierra y sus habitantes, tampoco nos sorprende, mucho menos cuando asimilamos la pequeñez del ser humano, vano insecto de una hora, ante la magnificencia de la gloria y el poder de Cristo a través de la infinitud del Cosmos.
Pero a muchos religiosos se les queda fijada la imagen de un hombre moribundo, agonizante, a quien le colocan una alcancía de metal, en el estrado de sus pies, implorando lástima y el patrocinio de sus devotos, como si el Creador del Cosmos necesitase de la colaboración y la lástima de un insecto fugaz.
Esa es la apostasía que genera la religión de los hombres.
Y muchos ni siquiera se dan cuenta.