No dudo de la transcendencia que haya podido tener la teología de San Pablo en la ruptura de los lazos existentes entre la primitiva secta judeo-cristiana y la Sinagoga. Pero el despegue del cristianismo como religión oficial a partir del siglo IV en el mismo corazón del Imperio Romano hay que concebirlo e interpretarlo desde otra perspectiva. No creo que a estas alturas importe mucho que Cristo no hubiera fundado Iglesia alguna. Lo importante a destacar sería, en el presente caso, que la Iglesia cristiana, al constituirse en potencia autónoma creadora de sus propias fuentes y de sus propios cánones institucionales, dió un paso decisivo. El cristianismo llegó al monopolio religioso, entre otras causas, por su labor de síntesis sincrética del conjunto de las religiones orientales practicadas en ese momento bajo el Imperio Romano. Al articular dicha síntesis se negó sus orígenes mismos como tal cristianismo descendiente del judaísmo. El llamado Jesús de la Historia se desvanece totalmente a la luz de la nueva Iglesia. Incluso el mismo Cristo de la fe paulino cae también tocado de muerte. El Cristo al que se le rinde culto en las Iglesias es descendiente (por vía ilegítima o de préstamo cultural) de Apolo, Atis y Mitra, es la encarnación y la síntesis de las divinidades mistéricas orientales a las que se les rindió culto bajo el Imperio Romano de la época de la consolidación del cristianismo. El error de definición en este caso es patente, el cristianismo perdió su ascendente judaico, cortó radicalmente el cordón umbilical que le unió a él.
. Es preciso re-definir y por tanto clasificar al cristianismo como una religión mistérica oriental. En tal sentido, sus fuentes no tienen porqué ser los textos bíblicos sino los cultos, formas e instituciones de aquellas religiones orientales con las que convivió durante sus primeros siglos de existencia. La posición que acabó adquiriendo la nueva iglesia como fuente de mediación directa con la deidad, creadora de normas y cánones, vinculantes en el orden de prelación de fuentes incluso sobre sus textos sagrados, sus Evangelios. Dicho título, que le ha sido concedido en calidad de cabeza visible de Cristo en la Tierra, la sitúa en una difícil tesitura a la hora de compaginar la legitimidad de sus textos judaico-cristianos (con su correspondiente baño de helenismo) con su estructura, funcionamiento y praxis mistérica. La articulación de la síntesis se llevará a cabo por vía de la hermenéutica interpretativa papal y clerical; un difícil punto de equilibrio de un origen institucional y mítico nominal (los Evangelios judaico-helenísticos) y sus elementos propiamente constituyentes adquiridos del entorno mistérico. El endógamo judaísmo no se encontraba en condiciones de facilitar los rudimentos imprescindibles a una nueva religión de conversión y de iniciación (el intento emprendido en este sentido por Filón de Alejandría pudo ser un hecho anecdótico). Los llamados sacramentos, auténticos rituales de iniciación mistérica, proceden, difusamente, de las distintas prácticas religiosas colaterales al cristianismo. El cristianismo suplió la circuncisión por el bautismo (un ritual prestado de las abluciones mistéricas isíacas y del taurobolio mitraico), y parece ser que instituyó la eucaristía posiblemente influida de la comunión del cuerpo y la sangre del toro sagrado de los mitraistas, tomó prestado igualmente otro ritual de iniciación o sacramento, la confirmación, también del mitraísmo, donde a los iniciados bautizados se les atribuía la condición de soldados (miles) tras pasar por una ceremonia iniciática consistente en marcarles un símbolo en la frente con hierro incandescente (el cristianismo sustituye la marca con los santos óleos) incorporó, del mismo modo, la penitencia y la expiación de los sacrificios mistéricos, aunque en este punto sigue también la tradición judía del sacrificio.
La historia es siempre contingente y caprichosa. ¿Y si los Mayas o los Aztecas hubieran desembarcado en la Europa del año mil, a la inversa que Colón? Hoy podríamos estar adorando a Kukulcan, a Quetzacoatl o a Uitzilipotchli y los arqueólogos buscarían vestigios históricos de los distintos cultos locales indígenas a Thor, Zeus, Jesús, Marduk, etc.
. Es preciso re-definir y por tanto clasificar al cristianismo como una religión mistérica oriental. En tal sentido, sus fuentes no tienen porqué ser los textos bíblicos sino los cultos, formas e instituciones de aquellas religiones orientales con las que convivió durante sus primeros siglos de existencia. La posición que acabó adquiriendo la nueva iglesia como fuente de mediación directa con la deidad, creadora de normas y cánones, vinculantes en el orden de prelación de fuentes incluso sobre sus textos sagrados, sus Evangelios. Dicho título, que le ha sido concedido en calidad de cabeza visible de Cristo en la Tierra, la sitúa en una difícil tesitura a la hora de compaginar la legitimidad de sus textos judaico-cristianos (con su correspondiente baño de helenismo) con su estructura, funcionamiento y praxis mistérica. La articulación de la síntesis se llevará a cabo por vía de la hermenéutica interpretativa papal y clerical; un difícil punto de equilibrio de un origen institucional y mítico nominal (los Evangelios judaico-helenísticos) y sus elementos propiamente constituyentes adquiridos del entorno mistérico. El endógamo judaísmo no se encontraba en condiciones de facilitar los rudimentos imprescindibles a una nueva religión de conversión y de iniciación (el intento emprendido en este sentido por Filón de Alejandría pudo ser un hecho anecdótico). Los llamados sacramentos, auténticos rituales de iniciación mistérica, proceden, difusamente, de las distintas prácticas religiosas colaterales al cristianismo. El cristianismo suplió la circuncisión por el bautismo (un ritual prestado de las abluciones mistéricas isíacas y del taurobolio mitraico), y parece ser que instituyó la eucaristía posiblemente influida de la comunión del cuerpo y la sangre del toro sagrado de los mitraistas, tomó prestado igualmente otro ritual de iniciación o sacramento, la confirmación, también del mitraísmo, donde a los iniciados bautizados se les atribuía la condición de soldados (miles) tras pasar por una ceremonia iniciática consistente en marcarles un símbolo en la frente con hierro incandescente (el cristianismo sustituye la marca con los santos óleos) incorporó, del mismo modo, la penitencia y la expiación de los sacrificios mistéricos, aunque en este punto sigue también la tradición judía del sacrificio.
La historia es siempre contingente y caprichosa. ¿Y si los Mayas o los Aztecas hubieran desembarcado en la Europa del año mil, a la inversa que Colón? Hoy podríamos estar adorando a Kukulcan, a Quetzacoatl o a Uitzilipotchli y los arqueólogos buscarían vestigios históricos de los distintos cultos locales indígenas a Thor, Zeus, Jesús, Marduk, etc.