La confusión letal de organización humana con organismo divino.
Institución religiosa con Iglesia bíblica.
Tradición religiosa con la revelación del NT.
El consumismo religioso convierte la fe en un mercado:
Productos espirituales: sermones, eventos, rituales, diseñados para satisfacer gustos.
Clientes: creyentes tratados como consumidores que “eligen” lo que más les agrada.
Competencia: iglesias vistas como marcas que deben atraer más público.
Esto contradice la esencia del evangelio, que llama a la negación del yo y a la obediencia a Cristo, no a la búsqueda de comodidad o entretenimiento.
Cuando el Señor le respondió a Pedro que sobre su Sacrificio Expiatorio edificaría su Iglesia (1Cor.3:11); no estaba pensando en fábricas de productos religiosos.
Mateo 18:20 nos enseña a vivir bajo la autoridad exclusiva de Cristo.
Nosotros nos guiamos por la Palabra revelada, no por el pago de misas o compras de amuletos artesanales como el crucifijo, la estampita de la virgen o las medallitas en oro que ofrecen estas fábricas religiosas al servicio del consumidor.
La Iglesia es un cuerpo vivo, no una empresa comercial.
Su misión es formar discípulos, no consumidores.
Cuando la Iglesia se somete a Cristo:
Se evita el consumismo religioso, porque no se trata de satisfacer gustos, sino de obedecer al Señor.
Se mantiene la pureza doctrinal, porque la Palabra es la norma.
Se vive la unidad verdadera, porque todos se sujetan a la misma Cabeza.
Las Instituciones religiosas tienden a adjudicarse "autoridad" poder de decidir, como si fueran árbitros de la verdad, pisoteando de esta manera abominable el precio que pagó el Señor por nuestras almas (1P.1:18-20).
Nosotros, los redimidos por la sangre de Cristo, reconocemos que la única autoridad final es Cristo, por medio de su Palabra y que la asamblea se somete a Él, y no al revés.
Institución religiosa con Iglesia bíblica.
Tradición religiosa con la revelación del NT.
Y esa asamblea (ekklēsia) tiene la autoridad final para decidir que le fue adjudicada por el propio Señor, la Cabeza.
El consumismo religioso convierte la fe en un mercado:
Productos espirituales: sermones, eventos, rituales, diseñados para satisfacer gustos.
Clientes: creyentes tratados como consumidores que “eligen” lo que más les agrada.
Competencia: iglesias vistas como marcas que deben atraer más público.
Esto contradice la esencia del evangelio, que llama a la negación del yo y a la obediencia a Cristo, no a la búsqueda de comodidad o entretenimiento.
Cuando el Señor le respondió a Pedro que sobre su Sacrificio Expiatorio edificaría su Iglesia (1Cor.3:11); no estaba pensando en fábricas de productos religiosos.
Mateo 18:20 nos enseña a vivir bajo la autoridad exclusiva de Cristo.
Nosotros nos guiamos por la Palabra revelada, no por el pago de misas o compras de amuletos artesanales como el crucifijo, la estampita de la virgen o las medallitas en oro que ofrecen estas fábricas religiosas al servicio del consumidor.
La Iglesia es un cuerpo vivo, no una empresa comercial.
Su misión es formar discípulos, no consumidores.
Cuando la Iglesia se somete a Cristo:
Se evita el consumismo religioso, porque no se trata de satisfacer gustos, sino de obedecer al Señor.
Se mantiene la pureza doctrinal, porque la Palabra es la norma.
Se vive la unidad verdadera, porque todos se sujetan a la misma Cabeza.
Las Instituciones religiosas tienden a adjudicarse "autoridad" poder de decidir, como si fueran árbitros de la verdad, pisoteando de esta manera abominable el precio que pagó el Señor por nuestras almas (1P.1:18-20).
Nosotros, los redimidos por la sangre de Cristo, reconocemos que la única autoridad final es Cristo, por medio de su Palabra y que la asamblea se somete a Él, y no al revés.