LA JUSTIFICACIÓN POR OBRAS, OTRO ERROR DEL CATOLICISMO ROMANO
LA TENTACIÓN DEL CURA SERGIO "VENCIDA" POR MEDIO DE LA MUTILACIÓN
Mateo 5:27-30
ILUSTRACIÓN
—Óigame, ayúdeme. No sé lo que me pasa. ¡Ay, Ay!
—Se desabrochó el vestido, dejando los senos al aire, y extendió los brazos desnudos hasta los codos
—. ¡Ay, ay!
El cura Sergio permanecía en su cuartucho rezando.
Acabadas las oraciones vespertinas, se quedó de pie, inmóvil, fija la mirada en la punta de la nariz, componiendo una prudente oración y repitiendo con toda el alma:
«Señor mío Jesucristo. Hijo de Dios, ten compasión de mí».
Pero lo oía todo.
Oyó el roce de la seda cuando ella se quitó el vestido, oyó las pisadas de los desnudos pies por el suelo, la oyó frotarse las piernas.
Se sintió débil y comprendió que podía caer en cualquier momento.
Por esto no dejaba de rezar.
Experimentaba algo semejante a lo que debía experimentar el héroe legendario obligado a caminar sin volver los ojos a su alrededor.
Sergio notaba, sentía que el peligro y perdición estaban ahí, encima, en torno, y que solo podía salvarse si no contemplaba a aquella mujer ni un instante.
Pero de pronto se apoderó de él el deseo de verla.
En aquel mismo momento dijo ella:
—Escúcheme, esto es inhumano. Puedo morirme.
«Sí, iré, como aquel otro cura, que puso una mano sobre la mujer del pecado y la otra sobre una parrilla al rojo vivo. Pero no tengo parrilla».
Miró a su alrededor.
Vio el candil.
Puso el dedo en la llama y frunció el ceño, dispuesto a resistir.
Por unos momentos le pareció que no sentía ningún dolor, pero de repente, sin tener aún conciencia de sí lo que sentía era dolor y cuál era su intensidad, hizo una mueca y retiró la mano sacudiéndola
«No, no lo resisto».
Mientras la “tentación” reclamaba su atención en alta voz:
—¡Por Dios! ¡Oh, socórrame! ¡Me muero, oh! «¿Debo, pues, condenarme? No puede ser».
—Ahora la atenderé —dijo, y abrió la puerta de su cuartucho, pasó por delante de ella sin mirarla, entró en el pequeño zaguán donde cortaba la leña y buscó a tientas el tajo sobre el que hacía las astillas y el hacha que tenía apoyada al muro.
—Ahora mismo —repitió, y agarrando el hacha con la mano derecha puso un dedo de la izquierda sobre el tajo, levantó la herramienta y de un golpe se lo cortó, más abajo de la segunda articulación.
El trozo de dedo cortado saltó más fácilmente que las astillas del mismo grosor, rodó por el tajo y cayó al suelo produciendo un sordo ruido.
El cura Sergio oyó este ruido antes de percibir el dolor.
Pero no había tenido tiempo aún de sorprenderse de que no le doliera, cuando sintió como una mordedura intensísima y notó que por el dedo cercenado le salía la tibia sangre.
Envolvió rápidamente el dedo herido con el borde de su hábito y, apretándolo a la cadera, volvió sobre sus pasos.
Se detuvo ante la mujer, y bajando la vista preguntó quedamente:
—¿Qué quiere usted?
Al ver aquel pálido rostro, con un leve temblor en la mejilla izquierda, la mujer se sintió de pronto avergonzada.
Saltó del camastro, agarró el abrigo y se lo echó encima, envolviéndose en él.
—Me sentía mal… me he resfriado… yo… Padre Sergio… yo…
El cura Sergio levantó los ojos, que le brillaban con dulce y alborozado resplandor, y dijo:
—Dulce hermana, ¿Por qué has querido perder tu alma inmortal?
Las tentaciones son propias del mundo, pero ¡ay de aquel que las provoca!… Reza para que Dios te perdone.
Ella le escuchó y se le quedó mirando.
De pronto notó el ruido de un líquido que caía gota a gota.
Se fijó y vio que la sangre fluía de la mano del cura Sergio y bajaba por un costado de sus hábitos.
—¿Qué se ha hecho en la mano?
Recordó el ruido que acababa de oír, tomó el candil y penetró en el zaguán.
En el suelo vio el dedo ensangrentado.
Más pálida todavía que él, volvió a la reducida estancia y quiso decirle algo; pero el cura Sergio entró silenciosamente en el cuartucho del fondo y cerró la puerta.
—Perdóneme —dijo la mujer—. ¿Cómo podré alcanzar el perdón de mi pecado?
—Vete.
—Déjeme que le vende la herida.
—Vete de aquí.
Se vistió apresuradamente, sin decir palabra.
Arrebujada en su abrigo, se sentó esperando la llegada de sus amigos.
A lo lejos se oyeron unos cascabeles.
—Padre Sergio, perdóneme.
—Vete. Te perdonará Dios.
—Padre Sergio, cambiaré de vida. No me abandone.
—Vete.
—Perdóneme y concédame su bendición.
—En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo —se le oyó al otro lado del tabique—. Vete.
La mujer prorrumpió en sollozos y salió de la casa del cura Sergio.
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CONCLUSIÓN
Mat 5:27 Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.
Mat 5:28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.
La ley establecía la pena de muerte para quién cometiera adulterio:
Lev 20:10 Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.
Deu 22:22 Si fuere sorprendido alguno acostado con una mujer casada con marido, ambos morirán, el hombre que se acostó con la mujer, y la mujer también; así quitarás el mal de Israel.
Deu 22:23 Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella;
Deu 22:24 entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti.
Bajo este sistema jurídico, solo la ofensa consumada debía ser castigada, a pesar de que el décimo mandamiento prohibía la codicia de la esposa del prójimo (así como de todas sus posesiones. Éxodo 20:17).
Estando ya presente Cristo, el Legislador (Gén.49:10), hizo público el fruto de la lujuria, la codicia, hasta dentro de la conciencia del judío, leemos:
"Pero yo os digo… ya adulteró con ella en el corazón"
En este sentido, la pornografía de hoy en día, como un acto deliberado y a escondidas, posee el mismo peso del adulterio consumado.
Los judíos tropezaron en Cristo por su externalismo religioso, pues pensaban que la mera observancia externa de la ley era la forma de ser justificados ante Dios.
¿Hizo lo correcto el cura Sergio de la ilustración al cortarse un dedo?
Estas palabras del Señor:
Mat 5:29 Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
Mat 5:30 Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
No significan que el Señor está llamando a la auto-mutilación o al ascetismo en estas palabras.
El Creador nunca exigirá que Su criatura se mutile el cuerpo que ha recibido de Sí mismo y que en Cristo debe ser Templo del Espíritu Santo (1Co 6:19).
No debemos introducir fuego extraño a este Templo, los apetitos de la carne lo son.
Incluso si alguien se arrancara ambos ojos, la lujuria aún permanecería en su corazón.
Esto mismo le ocurrió al cura Sergio, a pesar de haberse mutilado, la inclinación al mal permanece.
Más bien, el Señor aquí extiende la enseñanza a la cuestión del autoexamen, de la prueba, si estamos verdaderamente en la fe; andando como es digno del Señor.
Y sí asociamos el auto examen de la Cena del Señor:
1Co_11:28 Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa.
Este solemne memorial nos invita a procurar, durante la semana, a prepararnos espiritualmente para este precioso momento y así, evitar participar indignamente de los símbolos.
De modo que respecto a esta pregunta:
¿Hizo lo correcto el cura Sergio de la ilustración al cortarse un dedo?
Lo que hizo el cura Sergio, es una “justificación” por obras, donde se desconoce por completo, que quién nos justifica es Cristo (2Cor.5:21), quién nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.
Que el Señor prospere su Palabra.
