Re: ¿El bautismo es un sacramento?
La administración del bautismo abarca la palabra sacramental y el acto de derramar agua o, respectivamente, de introducir y sumergir en el agua. ¿Por qué se añade algo nuevo al elemento positivista del agua, indudablemente central, puesto que el mismo Jesús fue bautizado con agua? Una mirada atenta descubre que esta bi-unidad de palabra y materia es característica de la liturgia cristiana, más aún, de la estructura misma de la relación del cristiano con Dios. Entra aquí, por un lado, la inclusión del cosmos, de la materia: la fe cristiana no conoce ninguna separación absoluta entre espíritu y materia, entre Dios y la materia. La separación, profundamente marcada en la conciencia moderna a través de Descartes, entre res extensa y res cogitans no se da, bajo esta forma, allí donde se cree que el mundo entero es creación. La introducción del cosmos, de la materia, en la relación con Dios, es, pues, una confesión del Dios creador, del mundo como creación, de la unidad de toda la realidad, contemplada desde el Creator spiritus. Aquí aparece también el lazo de unión entre la fe cristiana y las religiones de los pueblos que, en cuanto cósmicas, buscan a Dios en los elementos del mundo y han recorrido un largo camino siguiendo sus huellas. Al mismo tiempo, es expresión de la esperanza en la transformación del cosmos.
Todo ello debería ayudarnos a comprender de nuevo la significación fundamental del sacramento. A pesar del redescubrimiento del cuerpo, a pesar de la glorificación de la materia, seguimos, hasta ahora, profundamente marcados por la división cartesiana de la realidad: no queremos introducir a la materia en nuestras relaciones con Dios. La tenemos por incapaz de convertirse en expresión de la relación con Dios o en el medio al menos a través del cual Dios nos alcanza. Hoy como antes, intentamos reducir la religión tan sólo al ámbito del espíritu y de la conciencia y llegamos hasta el punto de atribuir a Dios sólo la mitad de la realidad, incurriendo así en un craso materialismo, que no acierta a percibir en la materia ninguna capacidad de transformación.
En el sacramento, por el contrario, materia y palabra se aúnan, y esto es cabalmente lo que constituye su singularidad. Si el signo material expresa la unidad de la creación y la inclusión del cosmos en la religión, la palabra, por su parte, significa la inserción del cosmos en la historia. En Israel nunca hubo meros signos cósmicos, por ejemplo una danza cósmica sin palabras o una ofrenda natural muda, al modo de las que presentan muchas de las llamadas religiones naturales. Al signo o señal se le añade siempre la instrucción, la palabra, que inserta al signo en la historia de la alianza de Israel con su Dios. La relación con Dios no surge simplemente del cosmos y de sus símbolos permanentes, sino de una historia común, en la que Dios reunió a unos hombres y se convirtió en su camino. La palabra en el sacramento expresa el carácter histórico de la fe. La fe no llega hasta el hombre en cuanto yo aislado, sino que le recibe en el seno de la comunidad de los que creyeron antes que él y le presentaron a Dios como una realidad dada de su historia. Al mismo tiempo, la historicidad de la fe muestra su carácter comunitario y su sobretensión temporal en el hecho de que puede unificar el ayer, el hoy y el mañana en la confianza en un mismo Dios. Y así, puede también decirse que la palabra introduce en nuestra relación con Dios el factor tiempo, del mismo modo que el elemento material introduce el espacio cósmico. Y, con el tiempo, introduce también a otros hombres, que en esta palabra expresan y reciben en común su fe, la cercanía de Dios. También aquí, la estructura sacramental corrige una actitud típica de los tiempos modernos: con la misma prontitud con que propendemos a reducir la religión a lo meramente espiritual, la recluimos también en lo individual. Nos gustaría descubrir a Dios por nosotros mismos, hemos alzado contradicciones entre tradición y razón, entre tradición y verdad que, al final, resultan fatales. El hombre sin tradiciones, sin la conexión de una historia viva y viviente, es un ser desarraigado y busca una autonomía en contradicción con su naturaleza.
Resumamos: El sacramento, como forma básica de la liturgia cristiana, abarca palabra y materia, es decir, da a la religión una dimensión cósmica y una dimensión histórica, nos asigna el cosmos y la historia como lugar de nuestro encuentro con Dios. En este hecho se fundamenta la afirmación de que la fe cristiana no suprime las antiguas formas y etapas religiosas, sino que las asume en sí, las purifica y hace que adquieran su plena eficacia. La doble estructura de palabra y elemento material del sacramento, que le adviene del Antiguo Testamento, de su fe en la creación y en la historia, recibe su profundización última y su fundamentación definitiva en la cristología, en la Palabra que se hizo carne, en el Redentor que es, al mismo tiempo, mediador de la creación. Y así, la materialidad y la historicidad de la liturgia sacramental es también siempre, a la vez, una confesión cristológica: una referencia al Dios que no ha vacilado en hacerse carne y ha llevado así, sobre su corazón, en la miseria histórica de una vida humana terrena, la carga y la esperanza de la historia como carga y esperanza del cosmos.