En la época del Antiguo Testamento la (existencia de la) Iglesia no fue revelada: Ro. 16:25-26; Ef. 3:3-9. La primera mención que se hace en las Escrituras a la Iglesia (cristiana), es en Mateo 16:18 y 18:17. Son dos alusiones, sin entrar en detalles.
Al apóstol Pablo le fue revelado el conocimiento sobre la Iglesia, y él lo desarrolla en sus epístolas (Ef. 3:3-9; Gá. 1:11- 2:10)
Siempre que aparece la palabra “santos” o “justos” en las Escrituras, no quiere decir “cristianos” (miembros de la Iglesia de Cristo). Así, en todo el A.T. aparecen muchas veces, y ni una sola siquiera se refiere a la Iglesia.
Por supuesto, en el libro de Daniel tampoco. La expresión “los santos del Altísimo” que aparece en su cap. 7 se refiere, como el contexto de todo el libro (y de todo el Antiguo Testamento) indica, a los “fieles del remanente escatológico de Israel” (Ro. 11:25, etc.).
No hay una sola palabra en el libro de Daniel (o de todo el A.T.) que sea dirigida a la Iglesia, o que hable de ella. En aquellos días, ésta era “un misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora” (Ro. 16:25-26).
“Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres…misterio escondido desde los siglos en Dios” (Ef. 3: 5, 9).
Lo que sí hay en el A.T. son figuras, veladuras, sombras que apuntan hacia la realidad de la Iglesia. Pero nunca se habla de ella de manera manifiesta.
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1ª Tesalonicenses:
Los tesalonicenses esperaban siempre al Señor; esta venida era su permanente y próxima esperanza en su vida diaria. Constantemente esperaban que Él les llevara consigo. Habían sido convertidos para esperar al Hijo de Dios desde el cielo. Y, por falta de instrucción, les parecía que los santos recientemente fallecidos no estarían con ellos para ser arrebatados.
El apóstol aclara este punto y distingue entre la venida de Cristo para recoger a los Suyos y
Su día, que es un
día de juicio para el mundo. Exhorta a los tesalonicenses a no afligirse a causa de los que habían muerto en Cristo, como lo hacen los que no tienen esperanza acerca de los muertos. Y la razón que da para no afligirse así es una prueba conmovedora de la estrecha conexión de toda la vida espiritual del hijo de Dios con la expectación del retorno personal de Cristo para introducirle en la gloria celestial.
2ª Tesalonicenses:
El “día del Señor” es la venida del Señor en juicio, pero no para hacer sufrir a los Suyos sino para castigar a los malos. Por lo tanto, la persecución que soportaban no podía señalar el día del Señor. ¿Era ese
Su día?
Cuando Dios asuma el juicio del mundo dispondrá la tribulación para aquellos que hayan perturbado a los Suyos y éstos tendrán reposo y estarán en paz. El Señor vendrá para ser glorificado en Sus santos [a causa de Sus santos, que vendrán glorificados, con Él] y admirado en todos cuantos hayan creído en Él. Y, por tanto, en los tesalonicenses, prueba incontrastable de que no debían tomar su condición de perseguidos como demostración de que el día del Señor había llegado. Con respecto a ellos mismos, los tesalonicenses quedaban así enteramente liberados de la confusión por la cual el Enemigo procuraba hacerles vacilar; y el apóstol podía tratar la cuestión de este error con corazones que, en cuanto a su propia condición, estaban liberados y tranquilos.
Manifestación del hombre de pecado:
Ahora que el apóstol ha colocado sus almas sobre el terreno de la verdad, aborda el tema del error y señala lo que había dado ocasión para sus observaciones.
Al contestar a este error y guardarles de los engañosos esfuerzos de los seductores, Pablo pone aquí todo en su sitio al apelar a las preciosas verdades de las que ya había hablado. La reunión de los santos con Cristo en al aire era una demostración de la imposibilidad de que el día del Señor ya hubiese llegado.
Además, Pablo formula a este respecto dos consideraciones: 1. El día aún no podía haber llegado, ya que los cristianos aún no estaban reunidos con el Señor, y ellos debían venir con Él; 2.El Inicuo que debía ser juzgado todavía no había aparecido, de manera que el juicio aún no podía ejecutarse. El apóstol ya había instruido a los tesalonicenses con respecto a este Inicuo cuando había estado en Tesalónica, y en la epístola anterior les había enseñado lo referente al arrebatamiento de la Iglesia.
Para que el Señor venga como juez, la iniquidad tiene que haber llegado al colmo y haberse manifestado la abierta oposición contra Dios. Pero la verdad tiene otro lado aún más precioso: los santos deben estar en la misma posición que Cristo, estar reunidos con Él antes de que Él pueda manifestarse en gloria a los de afuera.
La reunión con Cristo antes de que Él sea manifestado era una verdad conocida por los tesalonicenses; ella no es
revelada aquí, sino que es usada como argumento. El Señor Jesús debe venir, pero es imposible que esté en la gloria sin Su Iglesia. El rey, ciertamente, castigaría a Sus súbditos rebeldes, pero, antes de hacerlo, llevaría consigo a aquellos que Le habían sido fieles en medio de los infieles, para volver a traerles consigo y honrarles públicamente en medio de los rebeldes.
Y aquí el apóstol habla solamente del arrebatamiento mismo y conjura a los tesalonicenses, merced a esa verdad, a no dejar que sus pensamientos fuesen conturbados como si el día ya hubiera llegado. ¡Cuán cierta debía ser para los cristianos esta verdad, para que el apóstol apelase a ella como cosa conocida sobre la cual podía apoyarse el corazón!
La relación de la Iglesia con Cristo, la necesidad de poseer la misma posición que Él, hacía que la idea de que el día ya había llegado fuese pura locura.
Habrá un público abandono de la fe:
En segundo lugar, un hecho ya conocido es afirmado, a saber, que la apostasía debe verificarse previamente y, a continuación, ser revelado el hombre de pecado. ¡Solemne verdad! Cada suceso tiene su lugar. Largo tiempo han sido mantenidas las formas y el nombre del cristianismo y los cristianos verdaderos han sido ignorados; pero finalmente debe haber un público abandono de la fe –una apostasía- y los verdaderos cristianos tendrán su verdadero lugar en el cielo.
Pero, además de esto, debe erigirse un personaje que responderá plenamente, en el pecado, al carácter del hombre sin Dios. Es el hombre de pecado, quien hace su propia voluntad; no es sino el Adán plenamente desarrollado, pues, incitado por el Enemigo, se opone a Dios; su conducta es una abierta enemistad contra Dios; se erige por encima de todo lo que lleva el nombre de Dios y asume el lugar de Dios en
Su templo.
De modo que hay apostasía, esto es, abandono abiertamente declarado del cristianismo en general y un individuo que resume en su propia persona, en cuanto al principio de iniquidad, la oposición contra Dios.
Se notará que el carácter del Inicuo es aquí religioso, o más bien antirreligioso y que no se habla de un poder secular del mundo, cualquiera sea su iniquidad. El hombre de pecado asume un carácter religioso. Se presenta a sí mismo como Dios en el
templo de Dios. Observar que aquí todo ocurre en la tierra. El Inicuo no pretende ser un Dios de la fe. Se manifiesta como un dios para la tierra. La profesión del cristianismo ha sido abandonada. El pecado, luego, caracteriza a un individuo, un hombre que colma la medida de la apostasía de la naturaleza humana y que, como hombre, proclama su independencia de Dios.
El principio del pecado en el hombre es su propia voluntad. Surge del rechazamiento del cristianismo. A este respecto, también el mal ha llegado al colmo.
Este hombre de pecado se erige por encima de Dios y, sentándose como Dios en el templo de Dios, desafía al Dios de Israel. Este último rasgo nos proporciona el carácter formal de este personaje. Está en conflicto con Dios al colocarse públicamente en esta posición de Dios, presentándose a sí mismo como Dios en el templo de Dios.
El Dios de Israel ejercerá Su justicia sobre él. Todo es rechazado: cristianismo, judaísmo, religión natural; el hombre se ubica en la tierra, se erige por encima de todo, en oposición a Dios y, en particular, se arroga (pues el hombre precisa un dios, necesita algo que adorar) el sitio y los honores de Dios, y del Dios de Israel.
En 1 Juan 2 hallamos el doble carácter del Anticristo respecto al cristianismo y al judaísmo. Niega al Padre y al Hijo, rechazando por ende al cristianismo; niega que Jesús es el Cristo, lo que es la incredulidad judía. Su poder es obra de Satanás, como lo encontramos aquí. Como hombre se erige en Dios, de manera que su impiedad se manifiesta de todas maneras. Puesto que la cuestión concierne sobre todo a la tierra, Aquel que le juzga es el Dios de la tierra, Quien al mismo tiempo es el Hombre venido del cielo.