Un favor les pido, yo, el prisionero por el Señor:
Que vivan a la altura del llamamiento que han recibido; sean de los más pacientes y conllévense unos a otros con amor. Esfuércense por mantener la unidad que crea el Espíritu.
Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una es también la esperanza, que les abrió su llamamiento; un Señor, una fe, un bautismo; un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos. Pero cada uno hemos recibido el don en la medida que el Mesías nos lo dio.
Fue él quien dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, con el fin de equipar a los consagrados para la tarea del servicio, para construir el cuerpo del Mesías, hasta que todos sin excepción alcancemos la unidad que es fruto de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, la edad adulta, el desarrollo que corresponde al complemento del Mesías.
Así ya no seremos niños, sacudidos y a la deriva por cualquier ventolera de doctrina, a disposición de individuos tramposos, consumados en las argucias del error.
En vez de eso, siendo auténticos en el amor, crezcamos en todo aspecto hacia aquel que es la cabeza, Cristo.
De él viene que el cuerpo entero, compacto y trabado por todas las junturas que lo alimentan, con la actividad peculiar de cada una de sus partes, vaya creciendo como cuerpo, construyéndose él mismo por el amor.
(Carta a los Efesios, 4: 1-7;11-16)
La insistente exhortación, súplica y llamada a la unidad. El símbolo del cuerpo, sencillo de entender en el contexto de la función interna de la iglesia, se torna complejo cuando tiene que ver con el ecumenismo, si éste debe de entenderse como la unidad en la diversidad de las diferentes expresiones religiosas.
¿Cómo la diversidad es un instrumento de unidad?.
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