Dios EXISTE!
Dios EXISTE!
Fortalezcamos nuestra confianza en la justicia de Dios ***
La muerte del cónyuge, de uno de los padres, de un hijo o de un querido hermano cristiano constituye una buena oportunidad para demostrar nuestra confianza en la justicia de Jehová. Aunque suframos una grave pérdida personal, podemos tener la confianza de que Jehová no es injusto. Podemos confiar en que todo el que consiga la vida eterna, ya sea como superviviente o mediante la resurrección, será feliz. El salmista dice en cuanto a Dios: “Estás abriendo tu mano y satisfaciendo el deseo de toda cosa viviente. Jehová es justo en todos sus caminos, y leal en todas sus obras. Jehová está cerca de todos los que lo invocan, de todos los que lo invocan en apego a la verdad. Ejecutará el deseo de los que le temen, y oirá su clamor por ayuda, y los salvará” (Salmo 145:16-19).
Busquemos el consuelo de Jehová ***
Mientras estuvo en la Tierra, Jesús también trajo refrigerio a la gente al liberar a los que estaban poseídos por demonios, curar toda suerte de enfermedad y resucitar a seres queridos que habían muerto. Es cierto que los beneficios de estos milagros fueron de carácter temporal, pues los favorecidos con el tiempo envejecieron y murieron. No obstante, Jesús señaló de ese modo a las futuras bendiciones permanentes que derramará sobre toda la humanidad. Pronto, como un poderoso Rey celestial, hará mucho más que expulsar a los demonios. Los abismará con su líder, Satanás, en un estado de inactividad. Luego comenzará el glorioso Reinado de Mil Años de Cristo. (Lucas 8:30, 31; Revelación 20:1, 2, 6.)
La condición de los muertos
No es necesario conjeturar sobre este asunto. La sencilla verdad bíblica es que los muertos están “dormidos”, inconscientes, sin ningún tipo de sentimiento ni conocimiento. Esta verdad no se formula en la Biblia de un modo complejo, difícil de entender. Reflexione en estos textos bíblicos de fácil comprensión: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto [...]. Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder, porque no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol, el lugar adonde vas”. (Eclesiastés 9:5, 10.) “No cifren su confianza en nobles, ni en el hijo del hombre terrestre, a quien no pertenece salvación alguna. Sale su espíritu, él vuelve a su suelo; en ese día de veras perecen sus pensamientos.” (Salmo 146:3, 4.)
Es comprensible, pues, que Jesucristo se refiriera a la muerte como un sueño. El apóstol Juan recoge una conversación que tuvo lugar entre Jesús y sus discípulos: “Les dijo: ‘Nuestro amigo Lázaro está descansando, pero yo me voy allá para despertarlo del sueño’. Por lo tanto los discípulos le dijeron: ‘Señor, si está descansando, recobrará la salud’. Sin embargo, Jesús había hablado de la muerte de aquel. Pero ellos se imaginaban que él estaba hablando de descansar en el sueño. Entonces, por lo tanto, Jesús les dijo francamente: ‘Lázaro ha muerto’”. (Juan 11:11-14.)
Muere toda la persona
La muerte humana afecta a la persona total, no solo al cuerpo. Según las inequívocas declaraciones bíblicas, hemos de concluir que el hombre no posee un alma inmortal que sobreviva a la muerte del cuerpo. Las Escrituras indican con claridad que el alma puede morir. “¡Miren! Todas las almas... a mí me pertenecen. Como el alma del padre, así igualmente el alma del hijo... a mí me pertenecen. El alma que peca... ella misma morirá.” (Ezequiel 18:4.) En ningún lugar se mencionan los términos “inmortal” o “inmortalidad” como característica inherente del hombre.
La New Catholic Encyclopedia suministra esta interesante información de fondo sobre las palabras hebrea y griega que se traducen “alma” en la Biblia: “La palabra para ‘alma’ en el AT [Antiguo Testamento] es nepe_s; en el NT [Nuevo Testamento] [psy·kjé] [...]. Nepe_s viene de una raíz original que probablemente significa respirar, y, por lo tanto, [...] como la respiración distingue a los vivos de los muertos, nepe_s llegó a significar la vida, el ser, o simplemente la vida individual. [...] No hay dicotomía [división en dos partes] del cuerpo y el alma en el AT. El israelita veía las cosas de modo concreto, en su totalidad, y, por tanto, consideraba a los hombres como personas y no como seres compuestos. El término nepe_s, aunque se traduce por nuestra palabra alma, jamás significa alma en el sentido de algo separado del cuerpo o de la persona individual. [...] El término [psy·kjé] es el vocablo del NT que corresponde con nepe_s. Puede significar el principio de la vida, la vida misma, o el ser vivo”.
De modo que puede verse que al momento de morir, la persona que anteriormente estaba viva, es decir, el alma viviente, deja de existir. El cuerpo vuelve al “polvo”, a los elementos de la tierra, ya por descomposición gradual en la sepultura o de modo inmediato por incineración. Jehová le dijo a Adán: “Polvo eres y a polvo volverás”. (Génesis 3:19.) Entonces, ¿cómo es posible la vida después de la muerte? Gracias a que Dios conserva en su memoria a la persona que ha muerto. Jehová tiene el poder y la capacidad milagrosos de crear seres humanos, así que no debe sorprender que pueda guardar en su memoria el historial de una persona. En efecto, la posibilidad de volver a vivir depende exclusivamente de Dios.
Vida después de la muerte: cómo, dónde y cuándo ***
Solo Dios puede dar vida. Cuando creó al hombre en Edén y sopló en sus narices “el aliento de vida”, no solo llenó de aire los pulmones de Adán, sino que hizo que la fuerza de vida vitalizara todas las células de su organismo. (Génesis 2:7.) Debido a que esta fuerza de vida puede pasarse de padres a hijos mediante la concepción y el nacimiento, la vida humana puede atribuirse apropiadamente a Dios aunque, por supuesto, se reciba de los padres.
Sin duda, la resurrección de los muertos será un tiempo de felicidad sin límites en el caso de los que resuciten para vivir en el cielo. Pero la dicha no termina allí, pues también se ha prometido una resurrección para vivir aquí mismo en la Tierra. Los que resuciten se unirán a un número ilimitado de personas que sobrevivirán al fin de este sistema inicuo. Después de ver al número pequeño de los resucitados para vivir en el cielo, al apóstol Juan se le dio una visión de “una gran muchedumbre, que ningún hombre podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas”. ¡Qué tiempo tan feliz será ese, cuando millones de personas, tal vez miles de millones, regresen a la vida aquí en la Tierra! (Revelación 7:9, 16, 17.)
La verdadera esperanza para los muertos
Si no existe el alma inmortal, ¿cuál es la verdadera esperanza para los muertos? Es, por supuesto, la resurrección, una doctrina bíblica fundamental y una promesa divina en verdad maravillosa. Jesús ofreció la esperanza de la resurrección cuando le dijo a su amiga Marta: “Yo soy la resurrección y la vida. El que ejerce fe en mí, aunque muera, llegará a vivir” (Juan 11:25). Creer en Jesús significa creer en la resurrección, no en un alma inmortal.
Jesús había hablado de la resurrección con anterioridad cuando dijo a algunos judíos: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán” (Juan 5:28, 29). Lo que dice aquí Jesús es muy diferente de la enseñanza de un alma inmortal que sobrevive a la muerte del cuerpo y va directamente al cielo. Es una futura ‘salida’ de personas que han estado en el sepulcro, en muchos casos por cientos o incluso miles de años. Son almas muertas que vuelven a vivir. ¿Imposible? No para el Dios “que vivifica a los muertos y llama las cosas que no son como si fueran” (Romanos 4:17). Los escépticos quizá se burlen de la idea de hombres que vuelven de entre los muertos, pero esta idea armoniza perfectamente con el hecho de que “Dios es amor” y “remunerador de los que le buscan solícitamente” (1 Juan 4:16; Hebreos 11:6).
Pues, ¿cómo podría recompensar Dios a los que han sido ‘fieles hasta la muerte’ si no les devolviera la vida? (Revelación 2:10.) La resurrección también hace posible que Dios cumpla con lo que el apóstol Juan escribió: “Con este propósito el Hijo de Dios fue manifestado, a saber, para desbaratar las obras del Diablo” (1 Juan 3:8). En el jardín de Edén, Satanás se convirtió en el asesino de toda la especie humana cuando indujo a nuestros primeros padres al pecado que les ocasionó la muerte (Génesis 3:1-6; Juan 8:44). Jesús empezó a desbaratar las obras de Satanás cuando entregó su vida perfecta como un rescate correspondiente que abría el camino para que se liberara a la humanidad de la esclavitud heredada al pecado, legado de la desobediencia voluntaria de Adán (Romanos 5:18). La resurrección de los que mueren por causa del pecado de Adán será otra manera de desbaratar las obras del Diablo.