Aquí está, viene ya, tan feliz,
Con sus flechas de amor para ti,
Tal vez también para mí.
Es igual pues al final
A todos tiene que tocar
Y las flechas se reparten
Pues Cupido viene y va.
No. No se trata de que me suceda aquello de que a la vejez viruela, y me haya entrado repentinamente un vuelco romántico para que me ponga a tararear feliz la popular canción de Karina de mis años adolescentes.
Sustituyan a Cupido por López Aguilar, el Ministro socialista de Justicia, a sus flechas por millones de Euros, y a los receptores de la flechas por los jerifaltes de organismos y denominaciones protestantes y tal vez entiendan, ahora sí, que en lugar de un ataque de romanticismo, este padeciendo una crisis de acidez.
Hace años que los autodesignados mandamases y otros figurones del protestantismo patrio tenían puestos los ojos en los millones del presupuesto público, porque los fieles no les daban lo que requerían para sus megalómanos proyectos, estructuras y cargos.
De ahí sus continuas notas de protesta contra el gobierno anterior porque no les recibía, contra el alcalde de Madrid, por la misma razón. Realmente estaban rabiosos. Sabían que con las cuotas que percibe, por ejemplo la FEREDE, apenas se puede pagar el alquiler, un sueldo de medio pelo para un “profesional liberado” y a una secretaria. Llegar a materializar la visión de Cardona y demás acólitos de convertir a la FEREDE en la Conferencia Episcopal de los protestantes, solo podía pasar por el acceso a los dineros públicos de los españoles.
Por un momento, me he traspapelado en mis pensamientos imaginando una escena en la que aparece repentinamente Cupido anunciando su llegada con su aljaba llena de flechas, dispuestas para hacer blanco en las ansiosas solteronas protestantes y culminar la ilusión de sus vidas. Nada más oírlo, las Cenicientas maduras se han puesto a acicalarse con las mejores galas y peinados para la inminente reunión con el príncipe de sus anhelos. Alberga proyectos de grandeza, de llegar a ser princesa, de vivir en el lujo y de gastar a manos llenas, porque los príncipes nunca se relacionan con los paupérrimos proyectos de la plebe.
Cenicienta sueña con vivir en una gran mansión en la Capital del Reino, con muchas estancias, todas llenas de servidores. (En realidad se trata de una sede multiusos en Madrid, equipada con todos los servicios para albergar a más de 1000 personas, biblioteca, museo, oficinas para los consejeros de las distintas áreas, todos ellos liberados, con secretaria, ordenador, videoconferencia y coche, con la que desarrollar el proyecto de acabar con la idiosincrasia de independencia protestante y sus valores, sustituyéndola por un organigrama vertical de gobierno y decisión).
Cenicienta quiere contentar a todas sus amigas y si finalmente se casa con el Príncipe, le va a pedir una partida para rehabilitar todas sus casas y dejarlas confortables. Le dirá al príncipe que sus amigas tienen una legítima deuda histórica que debe ser saldada, y que por lo tanto ¿qué es un poco de dinero ante una cuestión tal de justicia? Sabe que así todas sus amigas irán a su boda, y ninguna la criticará diciendo de ella que es una vulgar trepa de clase.
Cenicienta es una joven pobre, pero cree que tiene una gran conciencia social, que si no la ha ejercitado en demasía se debe a que no tenía posibilidades, pero ahora con el dinero del príncipe, que viene de los impuestos de su pueblo, va a ser la princesa más generosa de cuantas en la actualidad viven. Eso sí, ya sabe que tendrá que destinar una parte del presupuesto para pagar a sus secretarios y auxiliares en la materia, y también tendrá que dar fiestas y recepciones para los ricos a fin de estimularlos a la caridad, con cargo al propio presupuesto. Es lo que hacen todas las princesas que hacen caridad, ¿por qué ella va a ser diferente?
Será famosa durante los próximos meses. El momento de su esplendor ha llegado. Se ve apareciendo en los titulares de los periódicos más importantes, que hasta ahora la habían ignorado completamente. También aparecerá en los telediarios. Sobre todo en los de la televisión del Príncipe, donde la llamarán Alteza y harán programas especiales.
Al saber que el Príncipe había puesto sus ojos en ella, Cenicienta su puso ante el espejo ensayando sonrisas, palabras y gestos para los momentos públicos. Estaba instalada en estos pensamientos y quehaceres, cuando irrumpió en la instancia su mejor amigo, un joven burdo del pueblo, quien al verla con la mirada perdida ante el espejo sujetando con una mano el traje nuevo delante de la ropa de faena doméstica, entendió lo que pasaba y se puso a reír burlonamente. El chico era un buen amigo y sentía un verdadero cariño por Cenicienta, pero tenía el impertinente defecto de decir bruscamente lo que pensaba, y sus comentarios casi nunca gustaban a la doncella. Al verle, ella se temía y con razón que volviendo por sus fueros traería algún comentario desagradable, de modo que se rompió el momento mágico de dicha mental que gozaba la joven.
- Pero Cenicienta, si a ti no te queda bien ni esa ropa, ni esos gestos. ¿Tú no ves que no estás hecha para eso?
- ¿Por qué no? Otras mujeres se ponen esta ropa y todo el mundo las admira.
- Chica, porque tú eres admirable por ti misma y no necesitas disfrazarte como las otras. Se tú misma.
- Bueno. Viniendo de ti eso parece un cumplido… ¿Pero qué tiene de malo que yo quiera ser princesa y vestirme con costosos vestidos y rodearme de la corte?
- Porque, o dejas de ser tú, y te convertirás en otra cosa, ó parecerás una mona vestida de seda, algo que no te pega.
- Pero yo sé que el Príncipe se ha fijado en mí y me pretende. ¿No puedo yo ser princesa?
- Mira Cenicienta. El Príncipe te va a utilizar y luego te dejará, como ha hecho antes con otras. Eso sí, te dejará una buena renta. Si es eso lo que quieres…
- Bueno. Estoy bastante cansada de ser pobre. Y me gustaría cumplir algunos sueños.
- Cenicienta si se cumple lo que estás pensando te vas acabar pareciendo a una vieja viuda que vive en la ciudad y para no pensar en lo que se convirtió su vida, se pasa el tiempo celebrando fiestas y presumiendo de lo rica que es, pero realmente no engaña a nadie. Todo el mundo sabe que está muerta por dentro y que no tiene consuelo ni esperanza. Entérate de su triste historia y tal vez aprendas algo. Se llama Laodicea.
- Siempre tienes un comentario desagradable y eres un aguafiestas.
- ¿Sabes que a Cristo lo vendieron por treinta miserables monedas de plata y que solo valieron para comprar un cementerio? Vas a perder tu lozanía, tu imaginación, tus ideales de siempre, incluso la consideración que todos te tenemos en el pueblo de que eres una mujer virtuosa, feliz y vital, y te vas a entregar a un príncipe que se encaprichó ahora de ti, pero que no te será fiel. Piensa que cuando tengas esa posición social que sueñas, ya no lo podrás abandonar porque no sabrás ni podrás vivir como ahora vives.
- ¿Por qué no puedo conservar mis principios y mis ideales?
- Porque esos ideales no son los del mundo del que quieres formar parte.
- ¿Tú crees?
- Verás. Al principio el príncipe te llenará de requiebros, muchos de ellos son falsos, pero complacerán tus oídos. Te dirá cosas bonitas, como que tienes los ojos más hermosos que jamás ha visto, pero no te olvides que ya se lo ha dicho antes a otras, y después otras más. Alabará lo esbelta que eres, y hará como que no se entera de que has aumentado tu estatura con unos altísimos tacones… El príncipe tiene mucha experiencia en tratar con jovencitas como tú y medios para deslumbrarte con sus riquezas, y su trato exquisito. Pero cuando pase un tiempo, y no demasiado, te darás cuenta que tendrás que perdonarle infidelidades, tendrás que disimular sus despropósitos y justificar sus políticas de gobierno ó hacer como que no te enteras. ¿Es esa la vida que quieres llevar y el precio que estás dispuesta a pagar? ¿Estás dispuesta a ponerle precio a tu pudor y a tus principios? No te olvides. Piensa en la viuda Laodicea de la que te hablé.
Me desperté sin saber lo que hará Cenicienta, pero me temo lo peor. Lleva años esperando este momento y no desistirá porque un amigo aguafiestas le diga cuatro cosas. La historia de mi Cenicienta es la del Protestantismo español. Para llegar a este punto, el gobierno ha hecho como que se cree las cifras mentirosas de protestantes que les cuentan los protestantes, que incluyen a cualquier turista noreuropeo, inmigrantes hispanos y a todos los jubilados alemanes e ingleses que viven en España, pero no le importa. Ya nos han halagado diciendo que los protestantes “somos la segunda religión en España” (cuando en la realidad somos menos que los socios del Barça). Pero saben, porque son sagaces, que a la larga, su política ayudará para que se instale una masa de vividores del presupuesto, que ante el riesgo de perderlo en algún momento, serán sus más fieles aliados para cuanta tropelía legal anticristiana quieran instaurar. ¿Aborto libre? Los protestantes callados. ¿Bodas homosexuales? Mudos como piedras. ¿Enseñanza sexual libertaria en las aulas? Silentes como tumbas. ¿Destrucción del modelo familiar? Justificaciones que dicen que no es para tanto. ¿Eutanasia? ¿clonación? ¿manipulación genética?
Conocen bien a los figurones que se han autoinstalado en la cúpula del protestantismo, algunos de ellos incluso los tienen dentro del partido. Conocen su ética de amplias tragaderas, y su lealtad política inquebrantable para cooperar con cuanta manipulación, eslogan o silencio sean necesarios para alcanzar sus objetivos. Me temo que dentro de muy poco tiempo podremos ver que el gran logro de la FEREDE y sus promotores habrá sido el de dilapidar el prestigio del pueblo evangélico, dejando claro que con cuatro duros pueden comprar a líderes protestantes y llevarlos a donde quieran.
Hasta que límites nos están llevando en descrédito y desvergüenza, para que una tribuna pública a la que la fidelidad del pasado nos habíamos hecho acreedores por derecho histórico y sufrimientos, se la cedamos, incluso al romanismo patrio, y que sea el arzobispo de Toledo, el Sr. Cañizares, quien aparezca públicamente oponiéndose al matrimonio homosexual y diciendo «que no nos amedrenten con la amenaza de que nos puedan quitar las alforjas; la Iglesia no sabe vivir vendiéndose por riquezas».
¿Y nosotros que nunca tuvimos ningunas estamos callados por la ambición irrefrenable de cuatro sujetos? ¡Que vergüenza y que desgracia!
Pablo Blanco
Con sus flechas de amor para ti,
Tal vez también para mí.
Es igual pues al final
A todos tiene que tocar
Y las flechas se reparten
Pues Cupido viene y va.
No. No se trata de que me suceda aquello de que a la vejez viruela, y me haya entrado repentinamente un vuelco romántico para que me ponga a tararear feliz la popular canción de Karina de mis años adolescentes.
Sustituyan a Cupido por López Aguilar, el Ministro socialista de Justicia, a sus flechas por millones de Euros, y a los receptores de la flechas por los jerifaltes de organismos y denominaciones protestantes y tal vez entiendan, ahora sí, que en lugar de un ataque de romanticismo, este padeciendo una crisis de acidez.
Hace años que los autodesignados mandamases y otros figurones del protestantismo patrio tenían puestos los ojos en los millones del presupuesto público, porque los fieles no les daban lo que requerían para sus megalómanos proyectos, estructuras y cargos.
De ahí sus continuas notas de protesta contra el gobierno anterior porque no les recibía, contra el alcalde de Madrid, por la misma razón. Realmente estaban rabiosos. Sabían que con las cuotas que percibe, por ejemplo la FEREDE, apenas se puede pagar el alquiler, un sueldo de medio pelo para un “profesional liberado” y a una secretaria. Llegar a materializar la visión de Cardona y demás acólitos de convertir a la FEREDE en la Conferencia Episcopal de los protestantes, solo podía pasar por el acceso a los dineros públicos de los españoles.
Por un momento, me he traspapelado en mis pensamientos imaginando una escena en la que aparece repentinamente Cupido anunciando su llegada con su aljaba llena de flechas, dispuestas para hacer blanco en las ansiosas solteronas protestantes y culminar la ilusión de sus vidas. Nada más oírlo, las Cenicientas maduras se han puesto a acicalarse con las mejores galas y peinados para la inminente reunión con el príncipe de sus anhelos. Alberga proyectos de grandeza, de llegar a ser princesa, de vivir en el lujo y de gastar a manos llenas, porque los príncipes nunca se relacionan con los paupérrimos proyectos de la plebe.
Cenicienta sueña con vivir en una gran mansión en la Capital del Reino, con muchas estancias, todas llenas de servidores. (En realidad se trata de una sede multiusos en Madrid, equipada con todos los servicios para albergar a más de 1000 personas, biblioteca, museo, oficinas para los consejeros de las distintas áreas, todos ellos liberados, con secretaria, ordenador, videoconferencia y coche, con la que desarrollar el proyecto de acabar con la idiosincrasia de independencia protestante y sus valores, sustituyéndola por un organigrama vertical de gobierno y decisión).
Cenicienta quiere contentar a todas sus amigas y si finalmente se casa con el Príncipe, le va a pedir una partida para rehabilitar todas sus casas y dejarlas confortables. Le dirá al príncipe que sus amigas tienen una legítima deuda histórica que debe ser saldada, y que por lo tanto ¿qué es un poco de dinero ante una cuestión tal de justicia? Sabe que así todas sus amigas irán a su boda, y ninguna la criticará diciendo de ella que es una vulgar trepa de clase.
Cenicienta es una joven pobre, pero cree que tiene una gran conciencia social, que si no la ha ejercitado en demasía se debe a que no tenía posibilidades, pero ahora con el dinero del príncipe, que viene de los impuestos de su pueblo, va a ser la princesa más generosa de cuantas en la actualidad viven. Eso sí, ya sabe que tendrá que destinar una parte del presupuesto para pagar a sus secretarios y auxiliares en la materia, y también tendrá que dar fiestas y recepciones para los ricos a fin de estimularlos a la caridad, con cargo al propio presupuesto. Es lo que hacen todas las princesas que hacen caridad, ¿por qué ella va a ser diferente?
Será famosa durante los próximos meses. El momento de su esplendor ha llegado. Se ve apareciendo en los titulares de los periódicos más importantes, que hasta ahora la habían ignorado completamente. También aparecerá en los telediarios. Sobre todo en los de la televisión del Príncipe, donde la llamarán Alteza y harán programas especiales.
Al saber que el Príncipe había puesto sus ojos en ella, Cenicienta su puso ante el espejo ensayando sonrisas, palabras y gestos para los momentos públicos. Estaba instalada en estos pensamientos y quehaceres, cuando irrumpió en la instancia su mejor amigo, un joven burdo del pueblo, quien al verla con la mirada perdida ante el espejo sujetando con una mano el traje nuevo delante de la ropa de faena doméstica, entendió lo que pasaba y se puso a reír burlonamente. El chico era un buen amigo y sentía un verdadero cariño por Cenicienta, pero tenía el impertinente defecto de decir bruscamente lo que pensaba, y sus comentarios casi nunca gustaban a la doncella. Al verle, ella se temía y con razón que volviendo por sus fueros traería algún comentario desagradable, de modo que se rompió el momento mágico de dicha mental que gozaba la joven.
- Pero Cenicienta, si a ti no te queda bien ni esa ropa, ni esos gestos. ¿Tú no ves que no estás hecha para eso?
- ¿Por qué no? Otras mujeres se ponen esta ropa y todo el mundo las admira.
- Chica, porque tú eres admirable por ti misma y no necesitas disfrazarte como las otras. Se tú misma.
- Bueno. Viniendo de ti eso parece un cumplido… ¿Pero qué tiene de malo que yo quiera ser princesa y vestirme con costosos vestidos y rodearme de la corte?
- Porque, o dejas de ser tú, y te convertirás en otra cosa, ó parecerás una mona vestida de seda, algo que no te pega.
- Pero yo sé que el Príncipe se ha fijado en mí y me pretende. ¿No puedo yo ser princesa?
- Mira Cenicienta. El Príncipe te va a utilizar y luego te dejará, como ha hecho antes con otras. Eso sí, te dejará una buena renta. Si es eso lo que quieres…
- Bueno. Estoy bastante cansada de ser pobre. Y me gustaría cumplir algunos sueños.
- Cenicienta si se cumple lo que estás pensando te vas acabar pareciendo a una vieja viuda que vive en la ciudad y para no pensar en lo que se convirtió su vida, se pasa el tiempo celebrando fiestas y presumiendo de lo rica que es, pero realmente no engaña a nadie. Todo el mundo sabe que está muerta por dentro y que no tiene consuelo ni esperanza. Entérate de su triste historia y tal vez aprendas algo. Se llama Laodicea.
- Siempre tienes un comentario desagradable y eres un aguafiestas.
- ¿Sabes que a Cristo lo vendieron por treinta miserables monedas de plata y que solo valieron para comprar un cementerio? Vas a perder tu lozanía, tu imaginación, tus ideales de siempre, incluso la consideración que todos te tenemos en el pueblo de que eres una mujer virtuosa, feliz y vital, y te vas a entregar a un príncipe que se encaprichó ahora de ti, pero que no te será fiel. Piensa que cuando tengas esa posición social que sueñas, ya no lo podrás abandonar porque no sabrás ni podrás vivir como ahora vives.
- ¿Por qué no puedo conservar mis principios y mis ideales?
- Porque esos ideales no son los del mundo del que quieres formar parte.
- ¿Tú crees?
- Verás. Al principio el príncipe te llenará de requiebros, muchos de ellos son falsos, pero complacerán tus oídos. Te dirá cosas bonitas, como que tienes los ojos más hermosos que jamás ha visto, pero no te olvides que ya se lo ha dicho antes a otras, y después otras más. Alabará lo esbelta que eres, y hará como que no se entera de que has aumentado tu estatura con unos altísimos tacones… El príncipe tiene mucha experiencia en tratar con jovencitas como tú y medios para deslumbrarte con sus riquezas, y su trato exquisito. Pero cuando pase un tiempo, y no demasiado, te darás cuenta que tendrás que perdonarle infidelidades, tendrás que disimular sus despropósitos y justificar sus políticas de gobierno ó hacer como que no te enteras. ¿Es esa la vida que quieres llevar y el precio que estás dispuesta a pagar? ¿Estás dispuesta a ponerle precio a tu pudor y a tus principios? No te olvides. Piensa en la viuda Laodicea de la que te hablé.
Me desperté sin saber lo que hará Cenicienta, pero me temo lo peor. Lleva años esperando este momento y no desistirá porque un amigo aguafiestas le diga cuatro cosas. La historia de mi Cenicienta es la del Protestantismo español. Para llegar a este punto, el gobierno ha hecho como que se cree las cifras mentirosas de protestantes que les cuentan los protestantes, que incluyen a cualquier turista noreuropeo, inmigrantes hispanos y a todos los jubilados alemanes e ingleses que viven en España, pero no le importa. Ya nos han halagado diciendo que los protestantes “somos la segunda religión en España” (cuando en la realidad somos menos que los socios del Barça). Pero saben, porque son sagaces, que a la larga, su política ayudará para que se instale una masa de vividores del presupuesto, que ante el riesgo de perderlo en algún momento, serán sus más fieles aliados para cuanta tropelía legal anticristiana quieran instaurar. ¿Aborto libre? Los protestantes callados. ¿Bodas homosexuales? Mudos como piedras. ¿Enseñanza sexual libertaria en las aulas? Silentes como tumbas. ¿Destrucción del modelo familiar? Justificaciones que dicen que no es para tanto. ¿Eutanasia? ¿clonación? ¿manipulación genética?
Conocen bien a los figurones que se han autoinstalado en la cúpula del protestantismo, algunos de ellos incluso los tienen dentro del partido. Conocen su ética de amplias tragaderas, y su lealtad política inquebrantable para cooperar con cuanta manipulación, eslogan o silencio sean necesarios para alcanzar sus objetivos. Me temo que dentro de muy poco tiempo podremos ver que el gran logro de la FEREDE y sus promotores habrá sido el de dilapidar el prestigio del pueblo evangélico, dejando claro que con cuatro duros pueden comprar a líderes protestantes y llevarlos a donde quieran.
Hasta que límites nos están llevando en descrédito y desvergüenza, para que una tribuna pública a la que la fidelidad del pasado nos habíamos hecho acreedores por derecho histórico y sufrimientos, se la cedamos, incluso al romanismo patrio, y que sea el arzobispo de Toledo, el Sr. Cañizares, quien aparezca públicamente oponiéndose al matrimonio homosexual y diciendo «que no nos amedrenten con la amenaza de que nos puedan quitar las alforjas; la Iglesia no sabe vivir vendiéndose por riquezas».
¿Y nosotros que nunca tuvimos ningunas estamos callados por la ambición irrefrenable de cuatro sujetos? ¡Que vergüenza y que desgracia!
Pablo Blanco