
Sólo vemos una interpretación viable: significa la negación de la misma Idea de Dios.
El ateísmo esencial (que no necesita mayores especificaciones, porque éstas las reservamos para los casos del ateísmo esencial parcial, que sólo son ateísmos esenciales por relación a los teólogos que reconocen a esos atributos negados como integrantes del constitutivo formal de Dios) es la negación de la idea misma de Dios. El ateísmo esencial, en el sentido dicho del ateísmo esencial total, no niega propiamente a Dios, niega la idea misma de Dios, y con ello, por supuesto, niega el mismo argumento ontológico. Descartes o Leibniz, como es bien sabido, ya lo supusieron, al obligarse a anteponer a su argumento la "demostración" de que existía la idea de Dios, es decir, en la teoría de Leibniz, la demostración de que la idea de Dios era posible. Pero el ateísmo esencial impugna las pretendidas demostraciones de Descartes, Leibniz y otros muchos en la actualidad, de esta idea, y concluye que no tenemos idea de Dios clara y distinta, sino tan confusa que habría que considerarla como un mosaico de ideas incompatibles (si, por ejemplo, se considera incompatible la omnipotencia y la omnisciencia de Dios: si Dios es omnisciente, ¿cómo pudo tolerar, si fuera omnipotente, el Holocausto?), así como un mosaico de estas ideas con imágenes antropomórficas o zoomórficas ("inteligente", "bondadoso", "arbitrario", "anciano"). La llamada "Idea de Dios", en su sentido ontológico, sería en realidad una pseudoidea, o una "PARAIDEA" ( a la manera como el llamado concepto de "decaedro regular" es en realidad un pseudoconcepto o un paraconcepto, es decir, para decirlo gramaticalmente, un término contrasentido).
Desde la perspectiva del ateísmo esencial, en la que por supuesto nosotros nos situamos, las preguntas habituales "¿existe Dios o no existe?", o bien "¿cómo puede ud demostrar que Dios no existe?", quedan dinamitadas en su mismo planteamiento, y con ello su condición capciosa. En efecto, cuando la pregunta se formula atendiendo a la existencia "¿existe Dios?" se está muchas veces presuponiendo su esencia - o si se quiere, el sujeto gramatical, y no el predicado - (si la existencia se toma como predicado gramatical en la proposición "Dios es existente"). Y, esto supuesto, es obvio que no es posible la inexistencia de Dios, sobre todo teniendo en cuenta que su existencia es su misma esencia; y dicho esto sin detenernos en sus consecuencias, principalmente en ésta: que quien niega la esencia de Dios está negando también la existencia, precisamente en virtud del mismo argumento ontológico que los teístas utilizan.
Cuando nos referimos a sujetos gramaticales (distintos de Dios), por ejemplo, a un planeta desconocido o a una bolsa de petróleo que suponemos enterrada en un determinado valle, o al monstruo del lago Ness, la pregunta por la existencia presupone obviamente la esencia, es decir, el concepto de planeta, de bolsa de petróleo o de monstruo lacustre. En estos casos, y cuando la prueba de la inexistencia no pueda llevarse a cabo de modo contundente, siempre quedará la duda de su existencia posible, siempre que esa esencia no sea contradictoria, como contradictorio es, por ejemplo, el "concepto de decaedro regular". Yo puedo afirmar con toda seguridad que el decaedro regular no ha existido nunca, ni existe, ni puede existir (porque es contradictorio, al no cumplir la fórmula de Euler). Precisamente porque no es una esencia, porque no existe el concepto de decaedro regular, sino sólo el nombre de un mosaico de conceptos e imágenes geométricas agrupadas en una totalidad imposible.
El ateísmo esencial sostiene que la idea de Dios es una pseudoidea, o una paraidea, una idea compleja inconsistente, del estilo del concepto de decaedro regular. Y por ello se resiste a aceptar las preguntas antedichas. Porque lo que el ateo esencial está negando no es la existencia de Dios, sino la idea de Dios de la Teología Natural (que por supuesto no puede confundirse con la esencia o existencia de una divinidad óntica finita, como pueda serlo Zeus, Odín, Apolo, o acaso el monstruo del lago Ness).
La llamada idea de Dios, propia de la teología natural metafísica y preambular es una idea límite (o una confluencia de ideas límite) que conduce a una paraidea de tipo general, pero que adquiere una interesantísima condición especial de IDEA AUREOLAR cuando se involucra con la teología dogmática de las religiones terciarias, y singularmente con la TEOLOGÍA DOGMÁTICA DEL CRISTIANISMO TRINITARIO. Las ideas aureolares no son propiamente ideas ya constituidas o "per-fectas", sino ideas "in-fectas" (ideas haciéndose, en devenir), porque requieren suponer dados, como integrantes de unicidad ciertos elementos o componentes situados en su futuro, pero de tal forma que estas ideas no podrían constituirse como tales, dado que estos elementos o componentes de referencia, dados en el futuro (relativo a la propia idea), se supone que fomran parte esencial del constitutivo de la idea misma que está haciéndose en el presente, a la que acompañan como aureola (a la manera como acompaña la aureola a la cabeza del santo, que dejaría de serlo, en la pintura, en el momento en el cual esa aureola fuese borrada).
En la teología dogmática trinitaria, en efecto, cabe advertir esta concepción aureolar de la idea de Dios en los dos planos, profundamente involucrados, que tal idea implica, y en los cuales esta idea despliega su curso: el "plano de lo eterno" y el "plano de lo temporal" o histórico. Dos cursos que algunas teologías trinitarias heréticas, como la de Sabelio (un discípulo de Noeto), que actuó en Roma a principios del siglo iii), presentaron como aspectos de un mismo curso, instaurando de este modo una concepción ternaria de las edades de la Historia universal cuyos ecos se dejan oír en los siglos posteriores, en la teoría de las tres edades de la historia de Joaquin de Fiore, Lessing, Hegel o Comte, por no hablar de la concepción nazi del Tercer Reich. La visión trinitaria de Dios del catolicismo manifiesta de este modo todo su alcance en la concepción de la política y de la historia, y marca las diferencias con el arrianismo y con el islamismo, que precisamente por visión unitarista (aristotélica) de la idea de Dios mantienen una desconexión prácticamente absoluta entre Dios y la historia.
En el plano de la eternidad la idea de Dios aureolar es la idea de un Padre eterno, Primera persona de la Santísima Trinidad que, sin embargo "engendra" eternamente, "no hace" al Hijo, la Segunda persona, mientras que de ambas procede (al menos en la teología católica) el Espíritu Santo, la Tercera persona. El Dios trinitario, en su pericóresis, es una idea aureolar, y según ella Dios Padre es Dios, sin duda, desde la eternidad, pero en la medida en la cual el Espíritu Santo que va a proceder del Hijo esté ya de algún modo presente en el Padre antes de que el Hijo mismo haya sido engendrado (no hecho).
En su curso temporal (histórico) la idea trinitaria de Dios nos ofrece la Segunda Persona en la figura de Cristo. La idea de Dios del cristianismo, como religión terciaria, se organiza en efecto en torno a la figura de Cristo, como Segunda persona de la Santísima Trinidad. Una figura que arrastra la idea ontológica de la teología preambular, que es la que mantiene la unidad y unicidad de la idea religiosa de Dios que se ha revelado precisamente como Santísima Trinidad. Un Dios trinitario (ontológico) que envuelve, como un aura, a la persona divina de Cristo que, en cuanto Dios, comienza siendo un Dios óntico (una divinidad óntica, tantas veces comparada con la que es propia de los theoi andres, u hombres adivinos del helenismo tardío, como pudieron serlo Alejandro de Abonutico, Apolonio de Tiana o Peregrino Proteo). Pero un Dios óntico en la medida en la cual su personalidad divina permanezca envuelta (aureolada) por la Santísima Trinidad, como segunda persona encarnada en Cristo. Y si Cristo vino a la Tierra con su propio cuerpo en un tiempo histórico ya pasado (pero que está presente "en cuerpo", en el Corpus Christi, en la actualidad), deberá volver de nuevo. Porque Cristo, en cuanto Dios, no es sólo una figura divina del pasado, si, al mismo tiempo, no es también el Cristo que va a volver a la Tierra en el futuro, en una segunda venida acompañado de las Personas del Padre y del Espíritu Santo.
Y es esta segunda venida, aunque situada en el futuro, la que debe considerarse dogmáticamente como realmente ya dada con toda seguridad, para que en el presente y en el pasado la Persona de Cristo que vino por primera vez pueda considerarse divina.
La segunda venida del futuro, que anuncia el fin del Mundo, es así la plataforma en la cual será preciso asentarse si se quiere ver el alcance de la primera venida y de su presencia en la actualidad. El futuro ha de suponerse real, en cuanto futuro, para que el presente adquiera su forma religiosa propia.
O, para decirlo a contrario: en el momento mismo en que a Cristo se le conciba sin su aureola trinitaria, como va ocurriendo cada vez más en la actualidad, la figura de Cristo perderá su divinidad, su aureola trinitaria constitutiva, y se reducirá a su condición de persona solamente humana, santa sin duda, pero "demasiado humana", pasto del arte de Norman Jewison (Jesucristo Superstar) o de Scorsese (La última tentación de Cristo) y de tantos otros...