Saludos, amigos y hermanos que concurren a este foro.
Me hallo triste por ver que este foro de debates se ha convertido en un polvorín en el que unos y otros se tiran bombas de odio y chismes.
En primer lugar, pido perdón al Señor por mi trato injusto y duro hacia quienes se merecían respeto.
Pido perdón a quienes, aún no teniendo talento para debatir, los traté con desmedida rudeza.
Pido perdón a quienes se han sentido ofendidos por ser brusco -e incluso vulgar- para con otros. Esta es la forma en que no se debe tratar a los demás.
Estoy HARTO de leer día tras día y semana tras semana los mismos temas insulsos y poco útiles; las estúpidas provocaciones en las cuales me arrastré, atropellé a otros, ofendí a quienes no merecían ser maltratados, demostrando que poco amor cristiano hay en mí, dando victorias al diablo. Tal actitud ha sido motivo de tristeza, ha ahuyentado a los buenos debatidores, y ha ofendido a Cristo, quien nos enseña a saber ser mansos, y a enojarnos sin pecar.
Si, por ayudar a la mejora de los temas, debo disminuir mi participación, eso puedo hacerlo. No espero que los provocadores tomen conciencia y sigan una conducta sensata y decente para con quienes no son de su misma opinión, pero al menos espero que puedan comprender una cosa bien importante: la Escritura no se hizo para burlarse de otros ni para levantar el ego -muy alicaído en algunos-, sino para aprender justicia, misericordia y fidelidad, que son las cosas más importantes en las creencias de cada uno. Quien no haya comprendido ésto, muy seguramente seguirá con esa perniciosa y estúpida forma de tratar a otros. Los buenos debatidores, amén de tener todas las razones que Dios, en Su palabra les ha dado, saben aún poner en su lugar a los bufones con humor elegante, inclusive con albures exquisitos que muestran ingenio e inteligencia. Pero, ¿que hay de los enturbiadores? Solo ruido. No tienen la más remota idea de lo que es tener una Biblia en sus tullidas manos.
Nuevamente me reitero: pido perdón a los compañeros del foro por haber sido rudo y hasta vulgar en mi trato para con quienes -aún sin haber razón- no debían ser agraviados. ¡Que Dios nos perdone por nuestra falta de amor!