Publicado en la Razón
Continúa la pobreza en el mundo
José Barea
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) acaba de publicar un informe, en el que pone de manifiesto que más de 1.400 millones de trabajadores (el 50 por ciento de los que tienen empleo) ganan menos de dos dólares diarios, y realizan actividades que no les permite escapar de la pobreza, como lo demuestra el hecho de que en el último decenio dicha cifra permanece prácticamente inalterable. De ellos, 550 millones (el 40 por ciento) viven con menos de un dólar al día, por tanto por debajo del umbral de la pobreza.
En el Informe Anual de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se pone de manifiesto que más de 5 millones de niños mueren cada año en el mundo por el hambre, que afecta a 850 millones de personas, con un hecho singular: que el hambre aparece ya inclusive en los países industrializados, en los que 9 millones de personas pasan hambre, dándose la paradoja de que el nivel de renta por habitante en dichos países continúa creciendo, y simultáneamente se producen mayores focos de pobreza. Tal situación debería producir vergüenza a los países desarrollados.
La situación de pobreza y hambre que ponen de manifiesto los dos informes que hemos citado se completa con el reciente informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en el que se señala que de los 2.200 millones de niños que hay en el mundo, más de 1.000 carecen de uno o más servicios básicos necesarios para sobrevivir, crecer y desarrollarse. La pobreza, el sida y los conflictos armados constituyen la peor amenaza para la infancia. Las consecuencias de tales hechos son que: más de 640 millones de niños viven en hogares con suelo de barro o en una situación de hacinamiento; más de 120 millones no reciben instrucción primaria; la esperanza de vida de un niño nacido en el mundo desarrollado es de más de 80 años, en los países subdesarrollados alrededor de 30 años, uno de cada siete niños están sin atenciones de salud, el 45 por ciento de los 8,6 millones de personas que murieron en conflictos armados eran niños, y la tasa de mortalidad infantil es 20 veces superior a la del mundo desarrollado.
Esta aterradora situación no ha impedido que el gasto militar mundial en el pasado año haya sido de 956 mil millones de dólares, que aproximadamente es el coste estimado para alcanzar en 2015 los objetivos del Desarrollo del Milenio, por el que más de 100 países se comprometieron a reducir en un 50 por ciento la pobreza mundial; sin embargo no se cuenta con los fondos necesarios que tendrían que aportar los países desarrollados. Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas, ha dicho: «La pobreza niega a los niños y a las niñas su dignidad, pone en peligro sus vidas y limita su potencial. Los conflictos y la violencia les impiden disfrutar de una vida familiar segura, y traicionan su confianza y su esperanza. El sida mata a sus progenitores, a sus maestros, a sus doctores y a sus enfermeros, y también les mata a ellos. La amenaza que pesa sobre muchos niños y niñas compromete nuestro futuro colectivo».
Para la reciente Premio Nobel de la Paz, Wangari Maathai (Kenia), degradación ambiental y pobreza van juntas, existiendo un nexo entre dicha degradación, la falta de agua potable, y el mal gobierno. Para ella, sin espacios democráticos es imposible proteger el medio ambiente y solucionar las necesidades de las comunidades. La pobreza es un problema multidimensional: falta de recursos, de información, de oportunidades, de poder y de movilidad.
Para solucionar los problemas que he ido exponiendo, es fundamental tener un inventario de las necesidades a cubrir, sería la primera medida a tomar. Creo que la ignorancia es la principal causa de la pobreza de las poblaciones del tercer mundo, por tanto, un programa de alfabetización sería el instrumento más idóneo para que se dieran cuenta de cómo se encuentran y de cómo salir de la pobreza. La falta de atención sanitaria constituye un factor determinante de la mortalidad que azota a dichas poblaciones. La Educación y la Sanidad son servicios básicos que la Convención sobre los Derechos del Niño estableció hace ya quince años para que la infancia dejase de estar amenazada, pero como hemos señalado no se ha conseguido. Quizás de ello tienen la culpa los países desarrollados del mundo. La mayor parte no han cumplido el compromiso de aportar el 0,7 por ciento de su PIB para hacer frente a dichas necesidades. Sin la ayuda de los países ricos a los del Tercer Mundo, no podrán salir nunca del círculo de la pobreza.
Una vía para salir del subdesarrollo es la adopción de programas a gran escala, para promover la agricultura y el desarrollo rural, pero ello requiere que Europa y Estados Unidos modifiquen sus actuales políticas agrarias, enormemente proteccionistas. La apertura de sus fronteras a los productos agrarios procedentes de países en vías de desarrollo o subdesarrollados y la eliminación de subvenciones a las exportaciones agrarias de Europa y Estados Unidos sería una fórmula muy eficaz para hacer viable la senda del desarrollo a los países pobres. La colaboración de los agentes de la economía social en la promoción de la agricultura y el desarrollo local la consideramos como el instrumento más eficiente. En un Seminario celebrado hace unas semanas en Madrid, organizado por la Fundación Iberoamericana de Economía Social, de la que soy presidente, financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, al que asistieron 50 profesores, investigadores y empresarios de la Economía Social, tanto de España como de países iberoamericanos, se abordó el tema de la Economía Social como factor de desarrollo en Iberoamérica y las políticas públicas orientadas a tal finalidad. Pero toda actividad empresarial, por pequeña que sea, requiere capital, habiendo surgido los microcréditos como una de las herramientas de ayuda al desarrollo, que en 2003 sacó del círculo de la pobreza a más de 80 millones de familias, concediendo pequeños préstamos sin avales.
José Barea es catedrático emérito de la UAM
Continúa la pobreza en el mundo
José Barea
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) acaba de publicar un informe, en el que pone de manifiesto que más de 1.400 millones de trabajadores (el 50 por ciento de los que tienen empleo) ganan menos de dos dólares diarios, y realizan actividades que no les permite escapar de la pobreza, como lo demuestra el hecho de que en el último decenio dicha cifra permanece prácticamente inalterable. De ellos, 550 millones (el 40 por ciento) viven con menos de un dólar al día, por tanto por debajo del umbral de la pobreza.
En el Informe Anual de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) se pone de manifiesto que más de 5 millones de niños mueren cada año en el mundo por el hambre, que afecta a 850 millones de personas, con un hecho singular: que el hambre aparece ya inclusive en los países industrializados, en los que 9 millones de personas pasan hambre, dándose la paradoja de que el nivel de renta por habitante en dichos países continúa creciendo, y simultáneamente se producen mayores focos de pobreza. Tal situación debería producir vergüenza a los países desarrollados.
La situación de pobreza y hambre que ponen de manifiesto los dos informes que hemos citado se completa con el reciente informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), en el que se señala que de los 2.200 millones de niños que hay en el mundo, más de 1.000 carecen de uno o más servicios básicos necesarios para sobrevivir, crecer y desarrollarse. La pobreza, el sida y los conflictos armados constituyen la peor amenaza para la infancia. Las consecuencias de tales hechos son que: más de 640 millones de niños viven en hogares con suelo de barro o en una situación de hacinamiento; más de 120 millones no reciben instrucción primaria; la esperanza de vida de un niño nacido en el mundo desarrollado es de más de 80 años, en los países subdesarrollados alrededor de 30 años, uno de cada siete niños están sin atenciones de salud, el 45 por ciento de los 8,6 millones de personas que murieron en conflictos armados eran niños, y la tasa de mortalidad infantil es 20 veces superior a la del mundo desarrollado.
Esta aterradora situación no ha impedido que el gasto militar mundial en el pasado año haya sido de 956 mil millones de dólares, que aproximadamente es el coste estimado para alcanzar en 2015 los objetivos del Desarrollo del Milenio, por el que más de 100 países se comprometieron a reducir en un 50 por ciento la pobreza mundial; sin embargo no se cuenta con los fondos necesarios que tendrían que aportar los países desarrollados. Kofi Annan, secretario general de Naciones Unidas, ha dicho: «La pobreza niega a los niños y a las niñas su dignidad, pone en peligro sus vidas y limita su potencial. Los conflictos y la violencia les impiden disfrutar de una vida familiar segura, y traicionan su confianza y su esperanza. El sida mata a sus progenitores, a sus maestros, a sus doctores y a sus enfermeros, y también les mata a ellos. La amenaza que pesa sobre muchos niños y niñas compromete nuestro futuro colectivo».
Para la reciente Premio Nobel de la Paz, Wangari Maathai (Kenia), degradación ambiental y pobreza van juntas, existiendo un nexo entre dicha degradación, la falta de agua potable, y el mal gobierno. Para ella, sin espacios democráticos es imposible proteger el medio ambiente y solucionar las necesidades de las comunidades. La pobreza es un problema multidimensional: falta de recursos, de información, de oportunidades, de poder y de movilidad.
Para solucionar los problemas que he ido exponiendo, es fundamental tener un inventario de las necesidades a cubrir, sería la primera medida a tomar. Creo que la ignorancia es la principal causa de la pobreza de las poblaciones del tercer mundo, por tanto, un programa de alfabetización sería el instrumento más idóneo para que se dieran cuenta de cómo se encuentran y de cómo salir de la pobreza. La falta de atención sanitaria constituye un factor determinante de la mortalidad que azota a dichas poblaciones. La Educación y la Sanidad son servicios básicos que la Convención sobre los Derechos del Niño estableció hace ya quince años para que la infancia dejase de estar amenazada, pero como hemos señalado no se ha conseguido. Quizás de ello tienen la culpa los países desarrollados del mundo. La mayor parte no han cumplido el compromiso de aportar el 0,7 por ciento de su PIB para hacer frente a dichas necesidades. Sin la ayuda de los países ricos a los del Tercer Mundo, no podrán salir nunca del círculo de la pobreza.
Una vía para salir del subdesarrollo es la adopción de programas a gran escala, para promover la agricultura y el desarrollo rural, pero ello requiere que Europa y Estados Unidos modifiquen sus actuales políticas agrarias, enormemente proteccionistas. La apertura de sus fronteras a los productos agrarios procedentes de países en vías de desarrollo o subdesarrollados y la eliminación de subvenciones a las exportaciones agrarias de Europa y Estados Unidos sería una fórmula muy eficaz para hacer viable la senda del desarrollo a los países pobres. La colaboración de los agentes de la economía social en la promoción de la agricultura y el desarrollo local la consideramos como el instrumento más eficiente. En un Seminario celebrado hace unas semanas en Madrid, organizado por la Fundación Iberoamericana de Economía Social, de la que soy presidente, financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, al que asistieron 50 profesores, investigadores y empresarios de la Economía Social, tanto de España como de países iberoamericanos, se abordó el tema de la Economía Social como factor de desarrollo en Iberoamérica y las políticas públicas orientadas a tal finalidad. Pero toda actividad empresarial, por pequeña que sea, requiere capital, habiendo surgido los microcréditos como una de las herramientas de ayuda al desarrollo, que en 2003 sacó del círculo de la pobreza a más de 80 millones de familias, concediendo pequeños préstamos sin avales.
José Barea es catedrático emérito de la UAM