Re: COMO PUEDE DIOS PREDESTINAR SI AL FINAL SE PERDERA?.
Bendiciones en Cristo.
Mis afectos en Cristo, OSO, Kimeradrummer y Julio Velasquez.
OSO:
Dices: "
Dios no quiere que nadie, absolutamente nadie se pierda sino que todos procedamos al arrepentimiento, Jesús es la luz que ilumina a todo hombre no a uno si y a otros no, Dios no hace ascepción de personas, el Cordero de Dios Cristo Jesús quita el pecado del mundo no de unos si y otros no, solo que correponde al hombre creer o no, arrpentirse o no, tener o al menos pedir fe o no y finalmente apostatar de la fe o no.". Creo que todos aquí estamos de acuerdo en la universalidad de la redención que Cristo logró para todos y cada uno de los hombre. Puede que Kimeradrummer, que dice estar de acuerdo con Calvino, sea uno de los que cree en la redención-limitada para sólo algunos, pero independientemente de eso, creo que todos estamos de acuerdo en que aunque Cristo murió por todos no todos reciben los beneficios de la pasión de Cristo, no a todos les son aplicados los beneficios de esa Pasión.
Si uno se pregunta por qué un hombre acepta a Cristo y se salva la respuesta es clara y sencilla: porque Dios lo predestinó para eso y Dios proveyó de todos y cada uno de los medios para que así fuera; no solo los medios necesarios y suficientes sino medios eficaces e infalibles. Así sería, y a uno de los que Él predestinó absolutamente nada ni nadie podría arrebatarlo de su mano.
Ahora, a la pregunta de por qué un hombre rechaza a Cristo y se condena la respuesta es igual de clara y sencilla: ese ha sido castigado y condenado por Dios por causa y culpa de la impenitencia de él mismo. Dios le negó la gracia de la perseverancia final (con la cual se hubiese salvado infaliblemente) como castigo a sus pecados anteriores.
Ahora bien ¿por qué predestina Dios al uno y no al otro? Esa es la pregunta que no tiene respuesta. Es completamente imposible dar una respuesta a esta pregunta. Ninguna inteligencia creada puede conciliar la voluntad salvífica de Dios, su misericordia y su justicia. No hay manera de hacerlo. Es por esto que todo el discurso de San Pablo desde Romanos nueve (9) hasta el capítulo once (11) termina con un santo asombro y humilde anonadamiento ante el misterio divino. Esa es la actitud que debe tener todo cristiano y lo que a mí, y a todos los que creemos en la predestinación nos sorprende, es cómo la gente osa tan fácilmente poner el destino final del hombre en sus manos y no en las de Dios, y es difícil encontrar cosa más irreverente y blasfema que esa. Todo se reduce a una sola cosa: Dios es determinado por el hombre o es Dios quien determina. No hay escapatoria: o usted cree que Dios lo determina todo o usted cree que es usted quien determina lo que Dios va a hacer, así de absurdo e irreverente.
No es del hombre de quien depende creer y arrepentirse, hasta el hecho de que
quiera creer y
quiera arrepentirse ya son regalos de Dios y más aun el mismo acto de creer y el acto del arrepentimiento no son actos que él hace al margen de Dios sino actos que Dios posibilita, capacita, logra y efectúa en el hombre a través del libre albedrío de éste. La soberanía y majestuosidad de Dios se revela en que Él logra esto en el hombre sin violentarlo, sin pasarse por alto ni anular su albedrío sino haciendo Él que el albedrío humano, ahora elevado y hecho nuevo, quiera y se aplique a lo que Dios le ha regalado sin ningún mérito previo suyo.
"No que por nosotros mismos seamos capaces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios," (2 Corintios 3, 5)
Esta doctrina no debe darle motivos a nadie para desesperarse, muy al contrario, como ella es Evangelio, saborearla es de las cosas más dulce que hay en la Revelación.
Así aconsejaba Jacques B. Bossuet (para algunos el mejor predicador católico de todos los tiempos) en el siglo XVII a los cristianos:
El hombre orgulloso teme que a menos que él retenga su salvación en sus propias manos, ésta le parecerá algo muy inseguro; pero en esto se engaña a sí mismo. ¿Puedo encontrar alguna seguridad en mí mismo? Oh Dios mío! siento mi voluntad escaparse de mí a cada momento, y aún si Tú quisieras concederme ser el único amo de mi propio destino, yo rehusaría a un poder tan peligroso para mi debilidad. Que no sea dicho que esta doctrina de la gracia y la predilección traerán las almas piadosas a la desesperación. ¿Cómo puede alguien imaginarse que me dará mayor seguridad arrojándome de nuevo sobre mí mismo, al entregarme a mi propia inconstancia? No, mi Dios, no tendré nada de esto. Yo no puedo encontrar seguridad excepto en abandonarme a mí mismo a Ti. Y esta seguridad es mayor cuando yo reflexiono en que esos en quienes Tú inspiras esta cofianza, ese completo abandono de uno mismo en Ti, reciben en esta suave incitación el sello más alto de tu amorosa bondad que pueda ser tenido aquí en la tierra.
En el Amor de Jesús.
Gabaon.