Testimonio de un ex sacerdote jesuíta llamado José Rico, extraído del libro “Lejos de Roma, cerca de Dios” de editorial Portavoz, pag. 127 y 128
Cristo expió Él solo nuestros pecados
Mi fe y mi sacerdocio católicos estaban cerca de un irremediable naufragio. Quería hacer algún esfuerzo supremo por salvarlos. ¿No sería
esto una tentación diabólica como otros casos de los que había oído? Escribí un libro llamado El Sacerdote y la Hostia, el que, aunque no fue publicado, tenía la aprobación oficial de la diócesis. Fui a la Epístola a Hebreos para obtener inspiración para escribir el libro, y no encontré allí el sacerdocio católico que buscaba. El único sacerdote del que hablaba la epístola era Jesucristo, que "en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26). Luego leí en Hebreos 10:17,19 la imposibilidad de hacer otro sacrificio por el pecado. ¿Cómo es desde los púlpitos católico romanos se predica que la misa es la renovación sin sangre del sacrificio mismo de la Cruz si esta epístola enseña que es imposible repetir lo que hizo Cristo de una vez para siempre?
¿Y de qué vale un sacrificio sin sangre si el mismo autor enseña que "sin derramamiento de sangre no se hace remisión"(Hebreos 9:22)? Por ese motivo dice que, habiendo logrado la redención eterna, el Eterno Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto ascendió a las alturas desde donde ahora
intercede por nosotros en la presencia de Dios (Hebreos 1:3, 7:25).
Cuando terminé de estudiar la Epístola a los Hebreos sentí que una mano omnipotente e invisible me despojaba de mis vestiduras y mi carácter sacerdotal. El único sacerdocio que había encontrado era el que traba San Pedro, "vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pedro 2:5). Es lo mismo a que se refiere Hebreos: "Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (Hebreos 13:15).
Vi también la inutilidad y falsedad del purgatorio ya que el mismo autor dice tácitamente que Jesucristo es nuestro purgatorio, al ofrecer Su vida en la Cruz, “ habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). Si Cristo purga nuestros pecados, ¿cómo es que almas que son salvas ahora tienen que ir al purgatorio para ser purificadas? ¿Qué clase de purgatorio tienen los católicos que no se menciona una sola vez en la Biblia?
Después de esto solamente faltaba la oportunidad para alcanzar la que con tanta claridad se veía a la distancia. Dios intervino poniéndome en contacto con un joven pastor cuya inteligencia natural se combinaba con un profundo amor por Dios y un extraordinario conocimiento de las Escrituras. Era el director del Instituto Bíblico Indio de La Paz, Samuel Josué Smith. Este era mi primer verdadero contacto un hereje. Su conversación iluminó mi mente, despejó mis dudas, y confortó mi corazón hasta el punto de infundirle valor.
Jesús es el único camino
Al día siguiente repetí la visita y hacia el final, Samuel Josué dijo: "¿Qué
le impide aceptar a Cristo como su único y suficiente Salvador?" Sentí que mi corazón se derretía con una ráfaga celestial que me embargó de emoción, mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. No necesitaba nada más: Lo acepté con plena convicción.
Cristo se convirtió en mi «único» Salvador, porque ningún otro ha muerto en la Cruz por mí. También se convirtió en mi «suficiente» Salvador porque su sangre es todopoderosa para lavar mis pecados y borrarlos de mi alma. De qué manera miserable habían fracasado los ritos y ceremonias y las tradiciones humanas del romanismo en limpiar el alma para Dios. Fue recién entonces que comprendí a qué se refería Jesús cuando dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene Padre, sino por mí»( Juan 14:6). Pedí perdón por haber vagado años por caminos equivocados, y me decidí a caminar por ese Camino que es Cristo Jesús.
Desde ese momento me supe una nueva criatura en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17). Comprendí al mismo tiempo que Dios me había justificado y quitado la enorme carga de mi corazón que hasta ese momento me había agobiado sin misericordia. Sí, había “pasado de muerte a vida”
Todavía tuve que continuar durante dos meses mis actividades normales en el romanismo. Era necesario que evaluara todos los antes de tomar un paso definitivo. Esos meses fueron los más oscuros de mi vida, pero Dios finalmente rompió las ataduras que me habían tenido prisionero tanto tiempo. Una luminosa tarde llegué a la Iglesia Evangélica de Miraflores, La Paz. En seguida me quité la sotana. Me vestí con ropas civiles, me senté a tomar una taza de té y entré en una sencilla conversación espiritual con los hermanos, sintiendo como si los hubiera conocido desde siempre.
De esta forma cayó la cortina que puso fin a la tragedia que había vivido durante mis diecinueve largos años de sacerdocio.
"Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, qu es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39)
Cristo expió Él solo nuestros pecados
Mi fe y mi sacerdocio católicos estaban cerca de un irremediable naufragio. Quería hacer algún esfuerzo supremo por salvarlos. ¿No sería
esto una tentación diabólica como otros casos de los que había oído? Escribí un libro llamado El Sacerdote y la Hostia, el que, aunque no fue publicado, tenía la aprobación oficial de la diócesis. Fui a la Epístola a Hebreos para obtener inspiración para escribir el libro, y no encontré allí el sacerdocio católico que buscaba. El único sacerdote del que hablaba la epístola era Jesucristo, que "en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26). Luego leí en Hebreos 10:17,19 la imposibilidad de hacer otro sacrificio por el pecado. ¿Cómo es desde los púlpitos católico romanos se predica que la misa es la renovación sin sangre del sacrificio mismo de la Cruz si esta epístola enseña que es imposible repetir lo que hizo Cristo de una vez para siempre?
¿Y de qué vale un sacrificio sin sangre si el mismo autor enseña que "sin derramamiento de sangre no se hace remisión"(Hebreos 9:22)? Por ese motivo dice que, habiendo logrado la redención eterna, el Eterno Sumo Sacerdote del Nuevo Pacto ascendió a las alturas desde donde ahora
intercede por nosotros en la presencia de Dios (Hebreos 1:3, 7:25).
Cuando terminé de estudiar la Epístola a los Hebreos sentí que una mano omnipotente e invisible me despojaba de mis vestiduras y mi carácter sacerdotal. El único sacerdocio que había encontrado era el que traba San Pedro, "vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo" (1 Pedro 2:5). Es lo mismo a que se refiere Hebreos: "Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (Hebreos 13:15).
Vi también la inutilidad y falsedad del purgatorio ya que el mismo autor dice tácitamente que Jesucristo es nuestro purgatorio, al ofrecer Su vida en la Cruz, “ habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3). Si Cristo purga nuestros pecados, ¿cómo es que almas que son salvas ahora tienen que ir al purgatorio para ser purificadas? ¿Qué clase de purgatorio tienen los católicos que no se menciona una sola vez en la Biblia?
Después de esto solamente faltaba la oportunidad para alcanzar la que con tanta claridad se veía a la distancia. Dios intervino poniéndome en contacto con un joven pastor cuya inteligencia natural se combinaba con un profundo amor por Dios y un extraordinario conocimiento de las Escrituras. Era el director del Instituto Bíblico Indio de La Paz, Samuel Josué Smith. Este era mi primer verdadero contacto un hereje. Su conversación iluminó mi mente, despejó mis dudas, y confortó mi corazón hasta el punto de infundirle valor.
Jesús es el único camino
Al día siguiente repetí la visita y hacia el final, Samuel Josué dijo: "¿Qué
le impide aceptar a Cristo como su único y suficiente Salvador?" Sentí que mi corazón se derretía con una ráfaga celestial que me embargó de emoción, mientras las lágrimas me rodaban por las mejillas. No necesitaba nada más: Lo acepté con plena convicción.
Cristo se convirtió en mi «único» Salvador, porque ningún otro ha muerto en la Cruz por mí. También se convirtió en mi «suficiente» Salvador porque su sangre es todopoderosa para lavar mis pecados y borrarlos de mi alma. De qué manera miserable habían fracasado los ritos y ceremonias y las tradiciones humanas del romanismo en limpiar el alma para Dios. Fue recién entonces que comprendí a qué se refería Jesús cuando dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene Padre, sino por mí»( Juan 14:6). Pedí perdón por haber vagado años por caminos equivocados, y me decidí a caminar por ese Camino que es Cristo Jesús.
Desde ese momento me supe una nueva criatura en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17). Comprendí al mismo tiempo que Dios me había justificado y quitado la enorme carga de mi corazón que hasta ese momento me había agobiado sin misericordia. Sí, había “pasado de muerte a vida”
Todavía tuve que continuar durante dos meses mis actividades normales en el romanismo. Era necesario que evaluara todos los antes de tomar un paso definitivo. Esos meses fueron los más oscuros de mi vida, pero Dios finalmente rompió las ataduras que me habían tenido prisionero tanto tiempo. Una luminosa tarde llegué a la Iglesia Evangélica de Miraflores, La Paz. En seguida me quité la sotana. Me vestí con ropas civiles, me senté a tomar una taza de té y entré en una sencilla conversación espiritual con los hermanos, sintiendo como si los hubiera conocido desde siempre.
De esta forma cayó la cortina que puso fin a la tragedia que había vivido durante mis diecinueve largos años de sacerdocio.
"Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, qu es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39)