Enviado por Usoz 25-11-2000
Querido Jetonius:
1. Confío en que sus aportaciones patrísticas nos animen a todos a leer a los Padres de la Iglesia. Bien es cierto que, por las razones que sean, los miembros evangélicos del Foro no van a encontrar demasiados libros de los Santos Padres en las librerías evangélicas, al menos en las españolas, pero no importa: los pueden hallar en la Red y si no, en las librerías católicas o en las generalistas.
(Jetonius) Usted sabe bien que, aunque suscribo con firmeza el principio de Sola Scriptura, me parecen muy importantes y siempre dignas al menos de seria consideración las enseñanzas de los escritores cristianos primitivos. En efecto, si se busca puede encontrarse mucho en la red. CLIE ha publicado “Los Padres Apostólicos” (versión de Lightfoot) así como la Historia de la Iglesia de Eusebio y, claro, hay mucho más material publicado por diversas editoriales como BAC, que puede hallarse en diversas bibliotecas y en librerías.
(Usoz)
2. En realidad, no creo que ningún cristiano, católico o protestante, discuta la “autoridad suprema de las Escrituras”: éstas son Palabra de Dios; por tanto, no cabe ninguna duda acerca de su suprema autoridad.
(Jetonius) Me parece que peca usted de ingenuo, y esto por dos razones. La primera es que en el romanismo la supremacía es oficialmente compartida con la tradición apostólica. Ambas, Escritura y Tradición Apostólica, son puestas a un mismo nivel. La segunda es que en la práctica, la Iglesia de Roma ha definido dogmáticamente doctrinas que por cierto carecen de apoyo escritural. La mejor forma de ver cómo funciona y hasta que punto se toma en serio un principio es verlo aplicado en la práctica. Y en este terreno, la autoridad suprema de la Biblia en la Iglesia de Roma es letra muerta. Si las Escrituras apoyan sus enseñanzas, perfecto; de lo contrario, tanto peor para ellas.
(Usoz)
2. Lo que se discute es si, como afirman los herederos de la Reforma del s. XVI, las Escrituras constituyen la única fuente de la revelación o si ésta, la divina revelación, tiene dos fuentes: una escrita: la Sagrada Escritura y otra hablada: la Tradición cristiana, como sostienen los católicos. O, para simplificar, cuál de los dos lemas es el correcto: el protestante “Sola Scriptura” o el católico “Solum Verbum Dei”.
(Jetonius) Hasta donde sé, la Iglesia de Roma no admite teóricamente como fuente de revelación , a los efectos de su enseñanza magisterial, sino dos fuentes, como ya lo señalé. La primera es la Biblia, y la segunda la tradición apostólica , no cristiana en general como usted afirma. Es decir, que a los efectos de la revelación normativa, Solum Verbum Dei es la suma de las Escrituras y la Tradición Apostólica.
“Aceptación de los Libros Sagrados y de las tradiciones de los Apóstoles
El sacrosanto, ecuménico y univeral Concilio de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, bajo la presidencia de los tres mismos Legados de la Sede Apostólica, poniéndose perpetuamente ante sus mismos ojos que, quitados los errores, se conserve en la Iglesia la pureza misma del Evangelio que, prometido antes por obra de los profetas en las escrituras Santas, promulgó primero por su propia boca nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, y mandó luego que fuera predicado por ministerio de sus Apóstoles a toda criatura [Mt. 28,19s; Mc 16,15] como fuente de toda saludable verdad y de toda disciplina de costumbres; y viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del Espíritu Santo; siguiendo los ejemplos de los Padres ortodoxos, con igual afecto de piedad e igual reverencia recibe y venera todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, como quiera que un solo Dios es autor de ambos, y también las tradiciones mismas que pertenecen ora a la fe ora a las costumbres, como oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo dictadas y por continua sucesión conservadas en la Iglesia Católica.”
Concilio de Trento, Sesión IV del 8 de abril de 1546 (Denzinger 783; negritas añadidas).
Esta doctrina comenzó a enseñarse con claridad, por influencia de Cirilo de Alejandría, en el II Concilio de Constantinopla de 553, es decir, algunos siglos después de la época apostólica. Se reafirmó en el II de Nicea (787) y en el IV de Constantinopla (869). Se enseña en el Símbolo de León IX (1053) y en una carta de Gregorio IX , entre otros documentos papales. El Concilio de Trento ratificó la doctrina en la Sesión IV citada más arriba (8 de abril de 1546), en el I Vaticano (1870) y recientemente en el II Vaticano, que concluye que “se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.” (Const. Dogm. Dei Verbum, II,9).
Entre los Errores de los Modernistas acerca de la Iglesia, la revelación, Cristo y los sacramentos condenados en el decreto del Santo Oficio Lamentabili del 3 de julio de 1907, siendo papa Pío X, está el siguiente:
“21. La revelación que constituye el objeto de la fe católica, no quedó completa con los Apóstoles.”
Creo que no es necesario abundar más para admitir que la Iglesia Católica Apostólica Romana profesa obtener todas sus enseñanzas de las Escrituras y de la Tradición Apostólica. De modo que, cuando se definió, por ejemplo, la Inmaculada Concepción de María, el católico debe aceptar que tal dogma de fe está revelado en alguna de estas fuentes o en ambas.
Sin embargo, debe hacerlo exclusivamente sobre la autoridad del Magisterio.
Uno puede buscar hasta el cansancio en los escritos de los primeros siglos de la Iglesia, sin hallar jamás que esta doctrina haya sido enseñada por un Padre, o en un concilio, o alguien se refiera a ella como una tradición apostólica. De hecho, como usted debe saber, cuando la doctrina surgió allá por el siglo XII desató gran controversia –señaladamente se opusieron a ella nada menos que el marianísimo Bernardo de Claraval, Pedro Lombardo, Alejandro de Hales, Alberto Magno y el Doctor Angelicus Tomás de Aquino. El primero se opuso a la celebración de la fiesta de la “inmaculada concepción” hacia 1140 precisamente por considerarla una novedad infundada.
En la Constitución Grave nimis tan tardíamente como el 4 de setiembre de 1483, Sixto IV escribía a propósito de la controversia entre franciscanos por-inmaculada y dominicos “anti”, acerca de los que condenaban como herejía esta doctrina:
“Nos, por autoridad apostólica, ... reprobamos y condenamos tales afirmaciones como falsas, erróneas y totalmente ajenas a la verdad ... [pero se reprende también a los que] se atrevieren a afirmar que quienes mantienen la opinión contraria, a saber, que la gloriosa Virgen María fue concebida con pecado original, incurren en crimen de herejía o pecado mortal como quiera que aún no está decidido por la Iglesia Romana y la Sede Apostólica...”
(Denzinger # 735, negritas añadidas).
Esta declaración de fines del siglo XV es harto sorprendente, proviniendo de Sixto IV, franciscano él mismo, y nada menos que quien autorizó en 1476 la famosa fiesta que Bernardo había considerado una novedad. Sin embargo, en 1489 Sixto IV no estaba seguro de tal doctrina.
A pesar del vacío completo de declaraciones escriturales y de tradiciones confiables, Pío IX definió el nuevo dogma, sin que mediase ninguna nueva revelación. Es notable que en el extracto que aparece en Denzinger de la Bula Ineffabilis Deus donde aparece la solemne definición, no se cita ni un texto bíblico, ni ningún Padre antiguo.
Me he extendido en este ejemplo en particular porque demuestra acabadamente cómo funciona el establecimiento de las doctrinas en la Iglesia de Roma. Tal como lo resume magistralmente George Salmon, cuyo clásico La infalibilidad de la Iglesia está disponible en español (Terrassa:CLIE):
“Es muy engañoso, por tanto representar al catolicismo como basado en una tradición confiable. No se nos permite aplicar una prueba histórica a su enseñanza; por el contrario, la enseñanza de la Iglesia en el día presente es hecha la prueba de las tradiciones. Si cualesquiera dichos de antiguos escritores se traen a colación, coo contraviniendo aquella enseñanza, son puestos de lado como falsas tradiciones ...
La apelación a la tradición por los católicos romanos no significa más que esto: que hay doctrinas enseñadas por la Iglesia de Roma las cuales, debe reconocerse, no pueden hallarse en la Escritura, y las cuales no está dispuesta a reconocer que las inventó o a simular que le fueron dadas a conocer como una nueva revelación. Lo que queda, entonces, es que debe de haberlas recibido por tradición. Pero la falta de base de esta pretensión se evidencia cuando vamos a buscar el testimonio de la antigüedad con respecto a cada una de las doctrinas peculiares del romanismo. Pues la tradición es algo que debe de tornarse más pura cuanto más hacia atrás la seguimos.”
(The infallibility of the Church, p. 132, 133).
(Usoz)
4. Hechas estas consideraciones preliminares, fijémonos en los textos que ha tenido Vd. la paciencia de transcribir. Créame si le digo que los he leído con sumo interés buscando hallar, entre ellos, los que pudieran indicar que ya los Santos Padres se adherían al lema reformado de “Sola Scriptura”, pues, como fácilmente comprenderá, ninguna objeción pueden plantear ni a católicos ni a protestantes citas como la que, por vía de ejemplo, transcribo, que es una de las seleccionadas por Vd., de San Justino, mártir:
Comentario:
Él dijo haber visto una escalera, y la Escritura ha declarado que Dios se erguía sobre ella. Pero que éste no era el Padre, lo hemos demostrado por las Escrituras… Y que la roca simbólicamente proclamaba a Cristo, lo hemos demostrado también por muchas Escrituras…
(Jetonius) No cabe duda de que la Iglesia de Roma recurre con muchísimo gusto a las Escrituras en todas aquellas doctrinas en donde la prueba bíblica es sólida o al menos puede construirse un caso plausible. El problema ha surgido cuando ha decidido establecer dogmáticamente doctrinas que no se enseñan en la Biblia.
5. Pues bien, tras leer todo su mensaje, sólo he encontrado los siguientes:
Comentario:
San Gregorio de Nisa )
“No nos está permitido afirmar lo que nos plazca. La Sagrada Escritura es, para nosotros, la norma y la medida de todos los dogmas. Aprobamos solamente aquello que podemos armonizar con la intención de estos escritos”.
San Jerónimo
“Es una arrogancia criminal añadir algo a las Escrituras; lo que está escrito, créelo; lo que no está escrito, no lo busques”.
San Agustín de Hipona
“Pues entre las cosas claramente dispuestas en las Escrituras se hallarán todos los asuntos que conciernen a la fe y las costumbres”.
San Juan Crisóstomo
“Las cosas que se inventan bajo el nombre de la tradición apostólica, sin la autoridad de las Escrituras, son castigadas por el estoque de Dios”.
6. En realidad, ninguno de ellos contradice la posición católica, pues, como concederá Vd., es claro para los católicos que “no nos está permitido afirmar lo que nos plazca” y que la relación entre la Escritura y la Tradición debe ser de armonía. Convendrá Vd. conmigo en que un católico tampoco tiene nada que objetar a las afirmaciones de que “es una arrogancia criminal añadir algo a las Escrituras”, de que “entre las cosas claramente dispuestas en las Escrituras se hallarán todos los asuntos que conciernen a la fe y las costumbres” o de que “las cosas que se inventan bajo el nombre de la tradición apostólica, sin la autoridad de las Escrituras, son castigadas por el estoque de Dios”.
(Jetonius) Me dispensará si no lo felicito por su retorno al catolicismo romano. Desde luego, ninguna declaración oficial del Magisterio afirma que les esté permitido decir lo que le plazca, o que haya inventado cosas bajo el nombre de la tradición apostólica. Sin embargo, esto es precisamente lo que ha hecho una y otra vez. Tal el caso de la inmaculada concepción, del culto a las imágenes, de la confesión auricular, de la validez de la comunión en una especie, del purgatorio, de la infalibilidad pontificia...
Por lo demás, la declaración de Jerónimo en el sentido de que es una arrogancia criminal el añadir a las Escrituras se aplica de maravillas a la doctrina de una segunda fuente de revelación paralela a la Biblia.
7. Pero, por si no fuera así, o por si le quedara alguna duda, a Vd. o a cualquier otro lector, me ha parecido de interés transcribir los siguientes pasajes, que son también de los autores mencionados y que ponen de manifiesto, en mi opinión, con toda claridad, cuál era su convicción acerca de las fuentes de la revelación (la traducción es mía):
San Gregorio de Nisa )
“… debemos guardar para siempre, firme e inalterada la tradición que recibimos por sucesión de los padres…” (Que no hay tres Dioses).
(Jetonius) Esta declaración es muy interesante. Gregorio trata de responder la pregunta de si la existencia de tres Personas en la divinidad implica que hay tres dioses. Dice que primero que estaría bien si hallásemos algo que resolviese la incertidumbre, y prosigue:
“por otra parte, aun si nuestro razonamiento no estuviese a la altura del problema, debemos guardar para siempre, firme e inamovible, la tradición que recibimos por sucesión de los padres, y buscar del Señor la razón que es la abogada de nuestra fe: y si ésta fuese hallada por cualquiera de aquellos dotados con gracia, debemos agradecer a Aquel que otorgó la gracia; pero de lo contrario, sostendremos de todos modos, en aquellos puntos que han sido determinados, nuestra fe inmutablemente. “
Cabe notar en primer lugar que Gregorio no sostiene en absoluto que la tradición sea una fuente de revelación como hoy quiere Roma; en todo caso, sostiene, sí, que la comprensión de la revelación propia de los padres es algo a lo cual hay que aferrarse en caso de incertidumbre. En lo que a mí concierne, nada tengo contra este principio de atenerse al consenso tradicional en asuntos que no pueden resolverse de otro modo. Pero hay que notar cuidadosamente que este es lo que podríamos llamar el plan B de Gregorio. El plan A es tratar de resolver el aparente dilema. Y esto es precisamente lo que pasa a hacer en este tratado, en el cual notablemente recurre a exclusivamente a dos armas: la razón y las Escrituras.
En todo el escrito no hallé siquiera una referencia a una tradición oral o a la autoridad de ningún autor cristiano primitivo. En cambio, pude leer lo siguiente:
“Por tanto debemos confesar un Dios, según el testimonio de la Escritura:«Escucha Israel, el Señor tu Dios es uno”, aunque el nombre de Divinidad abarque la Santa Trinidad...”
“Nosotros, por otra parte, siguiendo la sugerencia de la Escritura, hemos aprendido que la naturaleza es innombrable e inefable, y decimos que todo término sea inventado por la costumbre [o autoridad] de los hombres, o transmitido a nosotros por las Escrituras, es de cierto explicativo de nuestras concepciones de la naturaleza divina, pero no incluye la significación de la naturaleza misma.”
“suponemos que ... Aquel que es nuestro theotês o quien nos observa, por el uso acostumbrado y por la instrucción de las Escrituras, es llamado theos o Dios.”
“Pues la Escritura atribuye el acto de ver igualmente al Padre, Hijo y Espíritu Santo [siguen citas de Salmo 84:9; Mateo 9:4; Hechos 5:3]”
“Cuando inquirimos, pues, de dónde este buen don vino a nosotros, hallamos por la guía de las Escrituras que fue del Padre, Hijo y Espíritu Santo.”
“Pues como cuando aprendemos acerca del Dios del universo, de las palabras de la Escritura, que el juzga toda la tierra [Rom 3:6], decimos que Él es el juez de todas las cosas a través del Hijo; y de nuevo, cuando oímos que el Padre no juzga a nadie [Juan 5:22] , no pensamos que la Escritura se contradice...”
“mientras que el Apóstol dice, que el uno y mismo Espíritu reparte sus buenos dones a cada hombre diversamente [1 Cor 12:11]...”
“Y como al Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen [1 Tim 4:10], se refiere el Apóstol como uno, y nadie de esta frase arguye ora que el Hijo no salva a quienes creen, ora que la salvación es dada a quienes la reciben sin la intervención del Espíritu; sino que Dios que es sobre todo es el Salvador de todos, mientras que el Hijo obra la salvación por medio de la gracia del Espíritu, y a pesar de ellos no son por esta causa llamados en la Escritura tres Salvadores...”
“Ciertamente sería una larga tarea establecer en detalle de las Escrituras aquellas construcciones que son inexactamente expresadas , para probar la afirmación que he hecho; donde, empero, hay un riesgo de lesión a cualquier parte de la verdad, ya no hallamos en las frases escriturales ningún uso indiscriminado o indiferente de las palabras. Por esta razón la Escritura admite llamar a “hombres” en plural ... Pero la palabra Dios la emplea deliberadamente sólo en singular ... Esta es la causa por la que dice “el Señor tu Dios es uno».”
“San Jerónimo
“Te agradezco tu recuerdo en relación con los cánones de la Iglesia. En verdad, “a quien el Señor ama, le castiga, y azota a todo hijo que recibe”. Aún te aseguraría que no tengo mayor pretensión que la de mantener los derechos de Cristo, que guardar las líneas trazadas por los padres, y recordar siempre la fe de Roma; esa fe que es alabada por los labios de un apóstol, y que la iglesia alejandrina se precia de compartir” (A Teófilo, Epístola 63:2).
(Jetonius) Esta carta, dirigida al “beatísimo papa Teófilo”, obispo de Alejandría, tiene como trasfondo la controversia acerca de los escritos de Orígenes de Alejandría iniciada por Epifanio de Salamina (Chipre). Jerónimo, habiendo sido antes un convencido origenista, tomó partido con Epifanio contra Juan de Jerusalén y Rufino de Aquileya. El obispo de Alejandría, que en su momento había intentado mediar en la controversia, dejó de contestar varias cartas de Jerónimo; y cuando lo hizo, le escribió aconsejándole que se sometiera a los cánones de la Iglesia. De ahí el irónico agradecimiento de Jerónimo. Lo que el traductor de la Vulgata afirma aquí es su ortodoxia. No aclara mucho su alusión a Roma, pero dado que en esta ciudad corrían vientos desfavorables al origenismo (condenado por Anastasio en 400), la entiendo como una alusión a la necesidad de mantener la ortodoxia. En efecto, la carta prosigue:
“Muchas personas religiosas están disgustadas de que seas tan paciente en relación con aquella chocante herejía, y que te supongas capaz por tal indulgencia de enmendar a quienes están atacando lo vital de la Iglesia. Ellos creen que, mientras aguardas la penitencia de unos pocos, tu acción está promoviendo la osadía de hombres abandonados y haciendo más fuerte su partido.”
Noto finalmente que de hecho, Jerónimo no apela aquí a la Tradición Apostólica como fuente de revelación, que supongo era lo que la cita se proponía demostrar.
Como lo he hecho notar en otras ocasiones, sostener el principio de Sola Scriptura no implica negarle a la Iglesia como cuerpo de Cristo la autoridad que rectamente debe tener; simplemente pone esa autoridad en subordinación a las Escrituras:
“Sola Scriptura significa:
1. Que la Biblia es la única regla infalible de la fe (doctrina) y la práctica (costumbres)
2. Que la enseñanza de la Biblia es suficiente para que las personas acepten a Jesucristo como Señor y Salvador, y haciendo lo que ella dice, alcancen la vida eterna.
Corolarios:
1. La Iglesia de Jesucristo no necesita revelaciones que no se hallen explícitamente o por lógica y clara implicación en la Biblia.
2. No hay otra regla infalible de fe fuera de las Escrituras.
Por otra parte, Sola Scriptura NO significa:
1. Que la Biblia contenga absolutamente todo lo que Dios ha dicho y hecho.
2. Que la Palabra de Dios no se haya transmitido oralmente en muchas ocasiones y situaciones históricas.
3. Que la Iglesia carezca de autoridad para interpretar, enseñar y defender la Palabra de Dios.
4. Que toda tradición no escrita deba ser rechazada a priori y a fortiori.
Los cristianos evangélicos creemos que la Iglesia es columna y fundamento de la verdad, que debe tener maestros piadosos y conocedores de las Escrituras, y que muchas tradiciones son expresiones válidas de la fe cristiana. Aceptamos las expresiones normativas de los Credos de los primeros concilios ecuménicos, y tomamos seriamente las enseñanzas de los Padres, así como de los muchos y muy buenos maestros, doctores y comentaristas que Dios le ha dado a la Iglesia a lo largo de los siglos. No creemos que la Escritura sea de interpretación privada (libre interpretación), pero sí sostenemos el principio del Libre Examen.”
San Agustín de Hipona
“Pero esas razones que yo he dado aquí, las he recogido bien de la autoridad de la iglesia, de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, o del testimonio de las divinas Escrituras, o de la naturaleza misma de números y de similitudes. Ninguna persona sobria decidirá contra la razón, ningún Cristiano contra las Escrituras, ninguna persona pacífica contra la iglesia” (De la Trinidad, 4, 6:10).
(Jetonius) Si usted ha leído el tratado, verá que el ilustre obispo apela fundamentalmente a las Escrituras y a la razón. Es cierto que, en una curiosa maniobra numerológica, alude a la tradición en 4:5 (9):
“Y no sin razón es el número seis entendido como puesto por un año en la construcción del cuerpo del Señor, como un número de lo cual Él dijo que levantaría en tres días el templo destruido por los judíos. Pues ellos dijeron «Cuarenta y seis años estuvo este templo en construcción» [Juan 2:20]. Y seis veces cuarenta y seis hacen doscientos setenta y seis. Y este número de días completa nueve meses y seis días, los cuales son contados, como si fuesen 10 meses para el parto de las mujeres; no porque todos vengan el sexto días después del noveno mes, sino porque la perfección misma del cuerpo del Señor se estima que fue producida en otros tantos días hasta el nacimiento, como la autoridad de la iglesia sostiene basada en la tradición de los ancianos. Pues se cree que fue concebido el 25 de marzo, día en el cual también sufrió; de modo que el vientre de la virgen, en el cual fue concebido, donde ninguno de los mortales fue engendrado, corresponde a la nueva tumba donde fue sepultado, donde ningún hombre fue depositado [Juan 19:41s], ni antes ni después. Pero Él nació según la tradición, el 25 de diciembre. Si, entonces, cuentas desde aquel día hasta éste hallas doscientos setenta y seis días que es cuarenta y seis veces seis. Y en este número de años el templo fue construido, porque en tal número de seis el cuerpo del Señor fue perfeccionado; el cual siendo destruido por el sufrimiento de la muerte, Él resucitó nuevamente en el tercer día. Pues «Él hablaba del templo de Su cuerpo»[Juan 2:19-21], como es declarado por el clarísimo y sólido testimonio del Evangelio; donde dijo, «Porque como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra»[Mateo 12:40].”
Conviene tomar nota de que pocos estudiosos actuales, católicos o protestantes, considerarían probable la fecha del 25 de diciembre como la del nacimiento de Cristo. La primera mención conocida de la celebración de la Natividad en ese día data de 336, es decir, menos de dos décadas antes del nacimiento de Agustín. Aparece en el calendario filocano, que refleja la práctica romana, probablemente impuesta para oponerse a la celebración del festival pagano del Sol Invicto. En otras tradiciones, el natalicio de Cristo se recordaba en otros días.
Como puede observarse, Agustín emplea abundantemente las Escrituras (en este breve párrafo citado, hay cuatro citas bíblicas) y ocasionalmente, en asuntos periféricos, a la tradición. Y curiosamente, la «tradición de los ancianos» (al menos tuvo el buen sentido de no atribuírsela a los Apóstoles) es casi seguramente errónea. Esto ilustra el hecho de que cuando por una u otra causa los Padres pretenden llenar la falta de datos bíblicos mediante las tradiciones, con frecuencia yerran.
San Juan Crisóstomo
“Así que, hermanos, estad firmes y conservad las doctrinas que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra” (2 Tesalonicenses 2:15 LBLA). Por lo tanto, es manifiesto que no entregaron todas las cosas por Epístola, sino muchas también no escritas, y en igual manera tanto la una como la otra son merecedoras de crédito. En consecuencia, dejadnos considerar la tradición de la Iglesia también merecedora de crédito. Es una tradición, no busquéis más allá” (Sobre la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, Homilía 4:2).
(Jetonius) De entre los tres textos que trajo a colación, este es el único que enseña la existencia de enseñanzas apostólicas conservadas por tradición oral. En este caso, sin embargo, parece que el Crisóstomo incurre al menos en una inconsistencia con respecto a la declaración por mí citada, donde juzga severamente las tradiciones carentes de apoyo bíblico. Por lo demás, “digna de crédito” parece una expresión de menor peso que canónica, normativa u obligatoria.
Que los Padres valoraron la tradición nadie lo duda. A mi me parece que todos los cristianos debiéramos asimismo apreciarla en su justo valor para aprender tanto de sus aciertos como de sus errores. Sin embargo, en tanto que la autoridad de las Escrituras es proclamada una y otra vez unánimemente por los Padres, no existe en absoluto un consenso similar en cuanto a una tradición que, proveniente de los Apóstoles, tuviese carácter normativo. En otras palabras, la Iglesia de Roma no puede en absoluto demostrar que su dogma de las dos fuentes de revelación fue la doctrina de la Iglesia Católica antigua, creída siempre y en todas partes.
Y esto nos trae al siguiente problema generado por el dogma católico romano, que asimismo he hecho notar más de una vez y para el que jamás he recibido una respuesta consistente:
1. La Iglesia de Roma establece que las Escrituras y la Tradición Apostólica transmitida inicialmente en forma oral son ambas fuentes de revelación que justifican la expresión inclusiva Solum Verbum Dei[i/] en lugar de Sola Scriptura. Debe recordarse una vez más que para Roma, como para la mayoría de los protestantes, la revelación normativa concluyó con los Apóstoles.
2. El canon de la Escritura, es decir, la delimitación de lo que es y lo que no es Escritura, fue reconocido a través de un proceso histórico que produjo un consenso virtualmente unánime hacia fines del siglo IV para el Nuevo Testamento y los libros protocanónicos del Antiguo.
3. En el siglo XVI el Concilio de Trento sostuvo contra los Reformadores la doctrina de las dos fuentes de revelación, que ha sido reafirmada hasta nuestros días.
4. Este concilio delimitó claramente el canon bíblico mediante la enumeración de los libros que a su entender componían el Antiguo y el Nuevo Testamento.
5. Sin embargo, ni los obispos de Trento, ni nadie antes que ellos, delimitaron y definieron cuáles eran precisamente las enseñanzas que, transmitidas oralmente por los Apóstoles, se han conservado en la Iglesia hasta nuestros días.
6. En otras palabras, hasta donde tengo noticias, el contenido y los límites de la presunta tradición oral Apostólica jamás ha sido delimitado por aquellos que afirman dogmáticamente su existencia.
7. Por tanto, es absolutamente imposible someter a una prueba histórica, como sí podemos hacerlo con las Escrituras, la indefinida Tradición Apostólica.
8. Concluyo en que la pretensión romana de poseer una fuente de revelación adicional además de las Escrituras, la cual sin embargo no ha podido o querido definir, es una ficción destinada a permitir nuevas doctrinas desconocidas a la Biblia.
Es por estas razones que Solum Verbum Dei queda en la práctica reducida a Sola Scriptura. En los siglos transcurridos desde Trento, los romanistas no han podido demostrar lo contrario.
8. Como colofón, no queda sino concluir que los pasajes por Vd. seleccionados en modo alguno abonan la tesis protestante, mientras que los que preceden son algunos, de entre los muchos, que confirman la postura católica.
Dios le bendiga.
Suyo, en Cristo,
USOZ
><>
Sola Gratia
Solus Christus
Solum Verbum Dei
Soli Deo Gloria
(Jetonius) Es evidente que es diferente nuestra apreciación del significado y las implicaciones de los textos. Para mí es clarísimo que en los Padres la autoridad de las Escrituras es indisputada y axiomática, en tanto que no lo es la existencia de un cuerpo de enseñanzas apostólicas orales que marchase pari passu con las Escrituras, que debiese aceptarse obligatoriamente y que por tanto tuviese carácter igualmente normativo
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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¡Sola Gracia,
Sola Fe,
Solo Cristo,
Sola Biblia,
Sólo a Dios la Gloria!