Originalmente enviado por: nefitalamanita
Es de imaginarse entonces, estimada amiga Maripaz, que las palabras de este señor Grau (?) que Ud. COPIO, para variar..., son el reflejo de su propia forma de pensar y creer en cuanto al tema, y por lo tanto, este es su argumento para decirnos QUE LOS APOSTOLES (EL GRUPO DE LOS 12)"...no pueden tener sucesores...", o sea QUE HOY EN DIA ESTE GRUPO NO PUEDE EXISTIR COMO TAL...
Pues bien aclarada su posición, estimada Maripaz, a través del pensamiento de OTROS, permítaseme analizar y poner al descubierto las debilidades de tal forma de pensar...
Las palabras del maestro Jose Grau, ampliamente conocido en todo el mundo evangélico y del que tengo el placer de conocer personalmente y haber recibido clases suyas, me parecen mucho más estudiadas y elaboradas que cualquier argumento que nos traiga aquí de cualquier sectario. No en vano, José Grau es autor de decenas de libros y es muy reconocido.
Con respecto a los apostoles, veamos lo que nos dice uno de los diccionarios bíblicos que poseo:
APÓSTOL
El término gr. apostolos aparece más de ochenta veces en el NT, principalmente en los escritos de Lucas y Pablo. Deriva de un verbo muy común, apostelloµ, enviar, pero en el gr. no cristiano, después de Herodoto en el ss. V a.C., se registran pocos casos de su uso con el significado de “persona enviada” y en general significa “flota” o quizás ocasionalmente “almirante” . El sentido de “enviado, mensajero” puede haber perdurado en el lenguaje popular; por lo menos casos aislados en la LXX y Josefo sugieren que este significado se aceptaba en círculos judíos. Sólo con el advenimiento de la literatura cristiana, sin embargo, adquirió importancia. En el NT se lo aplica a Jesús como el enviado de Dios (He. 3.1), a los enviados por Dios a predicar a Israel (Lc. 11.49), y a los que fueron enviados por las iglesias (2 Co. 8.23; Fil 2.25); pero por encima de todo, se lo aplica en forma absoluta al grupo de hombres que mantuvo la suprema dignidad en la iglesia primitiva. Como apostelloµ parece significar con frecuencia “enviar con un propósito determinado”, a diferencia del neutro pempoµ (excepto en los escritos joaninos, en los que ambos términos son sinónimos), la fuerza de apostolos probablemente sea “alguien que es comisionado” (por Cristo, se entiende).
Se cuestiona el que apostolos represente en el NT un término judío de fuerza técnica similar. Rengstorf, en particular, ha expuesto la teoría de que refleja la voz judía sûaµléÆah\, un representante acreditado con autoridad religiosa, al que se le confiaban mensajes y dinero, y que estaba facultado para actuar en nombre de la autoridad (para esta idea, cf. Hch. 9.2); además, Gregory Dix y otras han aplicado ideas y expresiones relacionadas con el concepto de sûaµléÆah\ (p. ej. “el sûaµliah\ de un hombre es como si fuera él mismo”) al apostolado y, finalmente, al episcopado moderno. Un procedimiento de este tipo está lleno de peligros, especialmente porque no hay claras indicaciones de que se usara el vocablo sûaµléÆah\ en este sentido hasta épocas posapostólicas. En realidad, apostolos bien puede ser más primitivo como término técnico, y sería más seguro buscar su significado en el apostelloµ y tomando como base los contextos en que aparece en el NT.
a. El origen del apostolado
Resulta esencial para la comprensión de todos los evangelios tal como los hemos recibido la elección por Jesús de un grupo de doce hombres tomados de un grupo mayor de sus seguidores, cuyo propósito era el de estar con él, predicar, y tener la autoridad necesaria para curar y exorcizar (Mr. 3.14s). La única ocasión en que Marcos emplea la palabra “apóstol” es en oportunidad del exitoso regreso de los Doce de una misión de curación y predicación (Mr. 6.30; cf. Mt. 10.2ss). Generalmente se lo toma como un uso no técnico (e. d. “los enviados en esta misión determinada”), pero es poco probable que Marcos lo hubiera podido utilizar sin que evocara otras asociaciones. Esta misión preparatoria es una reproducción en miniatura de lo que en el futuro les tocaría en el mundo más amplio. De esta preparación preliminar indudablemente regresan como verdaderos “apóstoles”. No hay nada incongruente, en consecuencia, en que Lucas (que habla de los “apóstoles” en 9.10; 17.5; 22.14; 24.10) declare que Jesús mismo (6.13) les confirió el título (ya en gr. [?]).
b. Las funciones del apostolado
La primera especificación de Marcos en cuanto a la elección de los Doce es que “estuviesen con él” (Mr. 3.14). No es accidental que el punto divisorio del Evangelio de Marcos haya sido la confesión apostólica del mesianismo de Jesús (Mr. 8.29), o que Mateo agregase a esto el dicho de la “Roca” acerca de la confesión apostólica (Mt. 16.18s; * Pedro). La función primaria de los apóstoles era la de testificar de Cristo, y su testimonio estaba basado en años de conocimiento íntimo, experiencias adquiridas duramente, e intensa preparación.
Este es un complemento de su ampliamente reconocida función de testificar sobre la resurrección (cf., p. ej., Hch. 1.22; 2.32; 3.15; 13.31); porque la significación especial de la resurrección está, no en el hecho en sí, sino en su demostración, en el cumplimiento de la profecía, de la identidad del Jesús que fue muerto (cf. Hch. 2.24ss, 36; 3.26; Ro. 1.4). El haber sido testigos de la resurrección de Cristo los convirtió en testigos eficaces de su persona, y él mismo los comisiona para que sean sus testigos en todo el mundo (Hch. 1.8).
Esa misma comisión introduce un factor de profunda importancia para el apostolado: la venida del Espíritu. Es curioso que este hecho haya sido tratado más completamente en Jn. 14–17, evangelio que no utiliza el término “apóstol” para nada. Este es el gran discurso por el que se comisiona a los Doce (apostelloµ y pempoµ se utilizan sin discriminación); la comisión que reciben de Jesús es tan real como la que él recibió de Dios (cf. Jn. 20.21); deben dar testimonio sobre la base de su larga relación con Jesús, mas el Espíritu da testimonio de él (Jn. 15.26–27). Él les recordará las palabras de Jesús (Jn. 14.26), y los guiará a toda la verdad (promesa que a menudo se ha pervertido al extenderse su referencia primaria más allá de los apóstoles) y les hará ver la era que vendrá (de la iglesia) y la gloria de Cristo (Jn. 16.13–15). En el cuarto evangelio tenemos algunos ejemplos de este procedimiento, en los que la significación de las palabras o acciones se recuerda solamente después de la “glorificación” de Cristo (Jn. 2.22; 12.16; cf. 7.39). Vale decir que el testimonio de los apóstoles con respecto a Cristo no quedó librado a sus impresiones o recuerdos, sino a la guía del Espíritu Santo, de quien también es dicho testimonio: hecho de importancia en la valoración del testimonio apostólico que registran los evangelios.
Por ello los apóstoles constituyen la norma en cuanto a doctrina y comunión en la iglesia del NT (Hch. 2.42; cf. 1 Jn. 2.19). En sus propios días se los consideraba “columnas” (Gá. 2.9; cf. C. K. Barrett en Stadia Pualina, 1953, pp. 1ss), que quizás debamos trad. como “postes indicadores”. La iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Ef. 2.20; probablemente se refiere al testimonio del AT, pero para el caso vale tamb. si se refiere a los profetas cristianos). Los apóstoles son los asesores en el juicio mesiánico (Mt. 19.28), y sus nombres están grabados en las piedras angulares de la ciudad santa (Ap. 21.14).
La doctrina apostólica, sin embargo, que tiene su origen en el Espíritu Santo, constituye el testimonio compartido de los apóstoles, y no un privilegio de algún individuo en particular. (Para la predicación, tamb. en forma común a todos, cf. C. H. Dodd, The Apostolic Preaching and its Developments, 1936; para el uso del AT en forma común, C. H. Dodd, According to the Scriptures, 1952.) Podía darse el caso, se deduce, de que el principal apóstol traicionase un principio fundamental que él mismo ya hubiera aceptado, y que fuese corregido por un colega (Gá. 2.11ss).
Los autores de los evangelios sinópticos, como ya hemos notado, consideran el episodio de Mr. 6.7ss y par. como una representación en miniatura de la misión apostólica, y se incluían las tareas de curar y exorcizar, tanto como la de predicar. La facultad de curar, y otros dones espectaculares, como la profecía y las lenguas, reciben corroboración abundante en la iglesia apostólica, y están relacionados, como el testimonio apostólico, con la dispensación especial del Espíritu Santo; pero, extrañamente, faltan totalmente en la iglesia del ss. II; los escritores de la época hablan de ellos como cosas del pasado, o sea de la era apostólica, justamente (cf. J. S. McEwan, SJT 7, 1954, pp. 133ss; B. B. Warfield, Miracles Yesterday and Today, 1953). Incluso en el NT no vemos señales de la manifestación de estos dones, excepto en los casos en que intervienen los apóstoles. Aun cuando haya habido previamente una fe genuina, es únicamente en presencia de los apóstoles que se manifiestan estos dones del Espíritu Santo (Hch. 8.14ss; 19.6; los contextos indican que se trata de fenómenos visuales y auditivos).
Por contraste, el NT tiene menos que decir que lo que podríamos esperar en cuanto a los apóstoles como dirigentes de la iglesia. Constituyen el criterio de prueba de la doctrina, son los proveedores de la auténtica *tradición acerca de Cristo: delegados apostólicos visitan las congregaciones que reflejan nuevas orientaciones para la iglesia (Hch. 8.14ss; 11.22ss). Pero los Doce no nombraron a los siete; el concilio de Jerusalén (que fue tan decisivo) estaba formado por un gran número de ancianos, además de los apóstoles (Hch. 15.6; cf. 12, 22); y dos apóstoles colaboraron con los “profetas y maestros” de la iglesia de Antioquía (Hch. 13.1). La administración o gobierno de la iglesia dependía de un don distintivo (1 Co. 12.28), normalmente ejercido por ancianos locales; los apóstoles eran, en virtud de su mandato, elementos móviles. Tampoco ocupaban un lugar prominente en la administración de los sacramentos (cf. 1 Co. 1.14). La identidad de funciones que algunos ven entre el apóstol y el obispo del ss. II (cf. K. E. Kirk en The Apostolic Ministry, pp. 10) de ninguna manera resulta obvia.
c. Requisitos
Resulta evidente que el requisito esencial de un apóstol es el llamamiento divino, la comisión dada por Cristo. En el caso de los Doce, esta les fue encargada durante su ministerio terrenal. Pero no es menos evidente este sentido de la comisión divina en el caso de Matías: Dios ya ha elegido al apóstol (Hch. 1.24), aun cuando todavía no se conoce su elección. No se menciona ningún acto de imposición de manos. Se supone que el apóstol será alguien que haya sido discípulo de Jesús desde la época del bautismo de Juan (el “principio del evangelio”) hasta la ascensión. Sera alguien que tenga conocimiento del curso completo que siguieron el ministerio y la obra de Jesús (Hch. 1.21–22). Y, naturalmente, debe ser específicamente testigo de la resurrección.
Pablo insiste igualmente en que fue comisionado directamente por Cristo (Ro. 1.1; 1 Co. 1.1; Gá. 1.1, 15ss). De ningún modo deriva su autoridad de los otros apóstoles; al igual que Matías, fue aceptado por ellos, no nombrado por ellos. No llenaba las condiciones de Hch. 1.21s, pero la experiencia en el camino a Damasco fue resultado de una de las apariciones vinculadas con la resurrección (cf. 1 Co. 15.8), y por ello podía afirmar que había “visto al Señor (1 Co. 9.1); por lo tanto era testigo de la resurrección. Tenía conciencia de que su pasado –como enemigo y perseguidor más bien que como discípulo– era diferente del de los otros apóstoles, pero se cuenta a sí mismo como uno de ellos y los relaciona con su propio evangelio (1 Co. 15.8–11).
d. El número de apóstoles
“Los Doce” es la designación normal de los apóstoles en los evangelios, y Pablo lo utiliza en 1 Co. 15.5. El acierto del simbolismo es evidente, y reaparece en lugares tales como Ap. 21.14. El episodio de Matías está relacionado con la necesidad de rehacer el número de los Doce. Pero también resulta igualmente clara la seguridad que tiene Pablo en cuanto a su propio apostolado. Además, hay instancias en el NT en las que, prima facie, otros, fuera de los Doce, también parecen haber recibido este título. Jacobo, el hermano del Señor, aparece como tal en Gá. 1.19; 2.9, y, aunque no había sido discípulo (cf. Jn. 7.5), fue objeto de una aparición privada y personal posterior a la resurrección (1 Co. 15.7). A Bernabé se le llama apóstol en Hch. 14.4, 14, y Pablo lo incluye en una discusión que niega diferencia cualitativa alguna entre su propio apostolado y el de los Doce (1 Co. 9.1–6). A *Andrónico y Junias, por otra parte desconocidos, probablemente se les llama apóstoles en Ro. 16.7, y Pablo, siempre cuidadoso con el uso de los pronombres personales, posiblemente llama así a Silas en 1 Ts. 2.6. Evidentemente los enemigos de Pablo en Corinto pretendían ser “apóstoles de Cristo” (2 Co. 11.13).
Por otra parte, algunos argumentan insistentemente que el título debe limitarse a Pablo y los Doce (cf., p. ej., Geldenhuys, pp. 71ss). Esto significaría darle un valor secundario (“mensajeros acreditados de la iglesia”) al término “apóstoles” en Hch. 14.14 y Ro. 16.7, y explicar de otra manera el lenguaje de Pablo con respecto a Jacobo y Bernabé. Algunos han echado mano a recursos aun más desesperados, y sugieren que Jacobo reemplazó a Jacobo hijo de Zebedeo de la misma manera en que Matías reemplazó a Judas, o que, obrando con exceso de premura, Matías fue colocado erróneamente en el lugar que Dios había destinado a Pablo. El NT no ofrece ni la más remota insinuación de tales ideas. Cualquiera sea la explicación, parecería que lo mejor es aceptar que al principio hubo apóstoles fuera de los Doce. El propio apostolado de Pablo contradice cualquier teoría más restrictiva, de modo que habría lugar al lado de él para otros que pueden haber sido llamados por Dios a su servicio. Podríamos ver un indicio de esto en la distinción entre “los Doce” y “todos los apóstoles” en 1 Co. 15.5, 7. Pero todo sugiere que el apóstol debía ser testigo de la resurrección, y la aparición a Pablo después de la resurrección fue evidentemente excepcional. El que, como han sugerido escritores antiguos, algunos de los que posteriormente fueron llamados “apóstoles” hayan pertenecido a los setenta que envió a predicar nuestro Señor (Lc. 10.1ss), es otro asunto. Queda fuera de toda duda la significación especial de los Doce para el establecimiento inicial de la iglesia.
e. Canonicidad y continuidad
Implícito en el apostolado está la comisión de ser testigos, mediante palabras y señales, del Cristo resucitado y de su obra consumada. Este testimonio, basado en la experiencia única del Cristo encarnado, y dirigido por una dispensación especial del Espíritu Santo, proporciona la auténtica interpretación de Cristo, y desde entonces ha sido determinante para la iglesia universal. Por su misma naturaleza dicho ministerio no podía repetirse ni trasmitirse, así como no podrían trasmitirse las experiencias históricas subyacentes a los que nunca habían conocido al Señor encarnado, o no fueran objeto de una aparición posterior a su resurrección. Los orígenes del ministerio cristiano y la cuestión de la sucesión en la iglesia de Jerusalén escapan al cometido de este artículo; pero, si bien el NT nos muestra que los apóstoles se ocupaban de que existiese un ministerio local, no hay indicios de la trasmisión de las funciones característicamente apostólicas a ningún integrante de dicho ministerio.
Tampoco era necesaria tal trasmisión. El testimonio apostólico se mantuvo en la obra perdurable de los apóstoles, y en lo que adquirió carácter nonnativo para las épocas posteriores, o sea su forma escrita en el NT (véase Geldenhuys, pp. 100ss; O. Cullmann, “The Tradition”, en The Early Church, 1956). No se ha hecho sentir la necesidad de una renovación de esta función, ni de sus dones especiales. Se trataba de una función vinculada con la colocación de los fundamentos, y desde entonces la historia de la iglesia constituye a superestructura. (* Obispo; * Tradición )
Bibliografía.K. Rahner, Sacramentum mundi, t(t). I, 1972; H. Fries, Conceptos fundamentales de la teología, t(t). I, 1966; D. Muller, “Apóstol”, °DTNT, t(t). I, pp. 139–146.
K. H. Rengstorf, TDNT 1, pp. 398–447; J. B. Lightfoot, Galatians, pp. 92ss; K. Lake en BC, 5, pp. 37ss; K. E. Kirk (eds.), The Apostolic Ministry², 1957, esp. los ensayos 1 y 3; A. Ehrhardt, The Apostolic Succession, 1953 (véase el cap(s). 1 para una mordaz crítica de Kirk) ; J. N. Geldenhuys, Supreme Authority, 1953; W. Schneemelcher, etc., “Apostle and Apostolic”, en New Testament Apocrypha, eds. E. Hennecke, W. Schneemelcher, R. McL. Wilson, 1, 1965, pp. 25–87; C. K. Barrett, The Signs of an Apostle, 1970; R. Schnackenburg, “Apostles before and during Paul’s time”, en Apostolic History and the Gospel, eds. W. W. Gasque y R. P. Martin, 1970, pp. 287–303; W. Schmithals, The Office of Apostle in the Early Church, 1971; J. A. Kirk, “Apostleship since Rengstorf: Towards a Synthesis”, NTS 21, 1974–5, pp. 249–264; D. Müller, C. Brown, NIDNTT 1, pp. 126–137.
A.F.W.
Douglas, J. D., Nuevo Diccionario Biblico Certeza, (Barcelona, Buenos Aires, La Paz, Quito: Ediciones Certeza) 2000, c1982.