Hermano Jetonius: Unas palabras que me llegaron atraves de la internet. Son para considerar respecto este tema.
De un capítulo del Tomo I de la obra "Textos
Eucarísticos Primitivos" de Jesús Solano publicada en la BAC.
SAN JUSTINO († c.165)
Oriundo de una familia griega pagana, nació en Flavia Neapolis (hoy Nabulus), la antigua Siquem y luego Sicar de los tiempos bíblicos en Samaria de Palestina. Buscó apasionadamente la verdad en los sistemas
filosóficos de los estoicos, de los peripatéticos, de los pitagóricos
y, sobre todo, de los platónicos, pero la halló sólo en la doctrina
de Cristo. Con su manto de filósofo recorrió tierras enseñando la
verdad y fundó en Roma una escuela. Aquí murió, mártir de su fe
cristiana, hacia el año 165, siéndole cortada la cabeza junto con
otros varios fieles. Es considerado como el mayor apologeta del siglo II.
La `Apología primera´, dedicada al emperador Antonio Pío, al Senado y
al pueblo romano fue escrita en Roma hacia el año 153. En una primera
parte apologética rechaza las acusaciones hechas contra los
cristianos y expone luego sus doctrinas y su culto. En este último
apartado trata del bautismo y a continuación de la Eucaristía. Sobre
las calumnias acerca de la Eucaristía refiere San Justino en su `Apología segunda´ y en el `Diálogo con el judío Trifón´ que entre
otras cosas se calumniaba a los cristianos de deleitarse en comer carnes humanas y en embriagarse de sangre. Un testimonio indirecto de la primer acusación puede verse tal vez en la `Apología primera´. Fue
ésta, con todo, una acusación que no raramente se hizo en estos
primeros siglos a varias sectas.
La importancia de los tres capítulos eucarísticos mencionados es
capital para la liturgia, pues es la primera descripción detallada de
la celebración eucarística, descripción hecha además por una persona
culta que escribía en Roma y había conocido muy diversas comunidades
cristianas; pero juntamente tienen estos capítulos una significación
altísima para el dogma eucarístico. Además de que la Eucaristía celebrada por la Iglesia expresamente la refieren al mandato de Jesús
en la última cena, aparece en estas palabras de San Justino un presidente de la reunión de los fieles, que era el que consagraba el
pan y el vino mezclado con agua, y al cual asistían diáconos para distribuir la comunión entre los presentes y llevarla a los ausentes, y aparecen participando de la Eucaristía solo los fieles bautizados y
que vivan según las enseñanzas de Jesucristo.
El alimento de pan y vino aguado "se llama Eucaristía" dice con toda
sencillez San Justino, testigo irrecusable de una evolución semántica decisiva. Este alimento no es uno de tantos, sino que realmente es "carne y sangre de aquel Jesús hecho carne". Tan realmente es la
Eucaristía la carne de Jesucristo como es real la carne que el Señor
tomó en su encarnación y como es real la carne de nosotros que se alimenta de la Eucaristía. Nótese lo cómodo que hubiera sido para San Justino dar un sentido simbólico a la Eucaristía, con lo cual hubiera
desvanecido las calumnias que tan perfectamente sabía él que se
hallaban esparcidas entre los paganos. Sin embargo, dirigiéndose al
emperador y al Senado y al mundo gentil profesa con absoluta claridad
el realismo de la carne y sangre de Jesucristo que son alimento de
los cristianos.
Para explicar la posibilidad de la fe de los cristianos en que la Eucaristía no era un alimento ordinario, sino la carne de Cristo,
acude San Justino a la fuerza omnipotente del Verbo. Este término "Verbo" (logos) reviste muy diversos matices bajo la pluma
del santo Apologeta. Al Verbo, fuerza divina, atribuye San Jerónimo la obra de la encarnación, como se lo atribuirán otros escritores de los primeros siglos. Y al verbo o palabra de oración (las palabras de
la consagración eucarística), que tiene su origen en Cristo y trae su
fuerza de Cristo, atribuye San Justino el que la Eucaristía sea la carne y la sangre del mismo Salvador.
Respecto a la conversión eucarística, San Justino con toda claridad excluye, por de pronto, la permanencia del pan junto con la carne del Señor. El paralelismo de ideas y de frases le llevaba a decir que así
como Jesucristo tuvo carne y sangre, así el alimento eucarístico ES
la carne y la sangre de Jesús. Esta expresión no sólo excluye la permanencia del pan, sino que en su sentido obvio indica el cambio,
la conversión del pan en la carne del Señor; ya no es pan sino que ha
cambiado en la carne de Jesús. Lo confirma el empleo que inventa San Justino para la palabra "dar gracias" (euvcaristein): hasta él había tenido sentido intransitivo; él la usa en forma pasiva: "alimento
eucaristizado", que al pie de la letra traduciríamos: alimento hecho
acción de gracias, hecho eucaristía. Esta pasiva tan dura inventada
por San Justino, unida al cambio de construcción que acabamos de
señalar, acentúa la nota de un cambio obrado en el alimento ordinario, en virtud del cual cambio el pan es ahora carne de Cristo.
Otra idea de gran trascendencia aparece en estos capítulos. Existe
todavía un paralelismo más. Jesucristo, nuestro Salvador, tomó carne
y sangre "para nuestra salvación"; de la Eucaristía, carne y sangre
de Cristo, se alimenta nuestra carne y sangre "con arreglo a nuestra
transformación". Se refiere aquí San Justino a que la Eucaristía transforma nuestros cuerpos, haciéndolos inmortales, en cuanto que la Eucaristía les hará resucitar en el último día; pensamiento al que
nos hemos referido hablando de San Ignacio y que volverá a aparecer
con fuerza inimitable en San Ireneo, para irse repitiendo a lo largo
de la tradición patrística. Ni falta en esta primera descripción de
la Eucaristía la unión entre los divinos misterios y el ejercicio de
la caridad desinteresada a favor de los hermanos necesitados. El `Diálogo con el judío Trifón´, algo posterior a la `Apología
primera´, contiene en forma literaria un diálogo sostenido por San Justino con un judío culto de su época, tal vez el rabino Tarfón, que vivió en tiempo del levantamiento de Bar-Kochba (132-135). La primera
parte refuta los prejuicios judíos sobre la ley mosaica, la cual está
ya abrogada por la ley de Cristo, el Mesías prometido. La segunda parte habla de Jesucristo, Dios-Hombre y Redentor. La tercera muestra en la Iglesia al verdadero Israel de las promesas divinas.
El c. 41 pertenece a la primera parte, y en él se contiene la expresión más clara de San Justino acerca de la Eucaristía como
sacrificio, pues no sólo dice que estaba figurada en la oblación por
la lepra, sino que decididamente aplica la profecía de Malaquías sobre la abrogación de los demás sacrificios y la venida de un
sacrificio puro a la Eucaristía, a la cual designa con el mismo nombre técnico se sacrificio, con que había designado los antiguos sacrificios judíos.
El c.70, en la segunda parte, aplica a la Eucaristía un texto del profeta Isaías, y es lo más probable ver en la expresión ajvrton
poiein (hacer el pan) con su contexto, teniendo en cuenta los otros
capítulos citados del mismo Diálogo, un equivalente de "ofrecer en
sacrificio el pan". No solamente esta expresión tiene ese sentido en
otros Padres sino que en ese sentido la habían empleado el propio San Justino unos capítulos antes hablando también de la Eucaristía, a saber, en el comienzo del c.41, cuyo sentido sacrifical acabamos de
declarar.
En los c.116 y 117 insiste en la Eucaristía como el verdadero sacrificio profetizado por Malaquías, que ofrecen a Dios los
cristianos, "la verdadera raza sacerdotal de Dios", gracias a nuestro "sacerdote" Jesucristo. En este contexto afirma que "también los cristianos han recibido por tradición el hacer solamente estos
sacrificios [oraciones y acciones de gracias]" (c.117). No se sigue
de estas palabras necesariamente que niegue la realidad sacrifical
del pan y vino eucarísticos como materia del sacrificio; puede
únicamente querer hacer resaltar el carácter espiritual del sacrificio cristiano, en contraposición a la materialización de los
sacrificios que habían tenido lugar entre el pueblo judío, y de la que el mismo Yahveh se había quejado con expresiones tan absolutas
que parecían querer decir que Dios quería sólo la limpieza de vida y
no aquellos sacrificios de animales, los cuales, sin embargo, continuaba Él exigiendo de su pueblo (véase, p.e, Amos 5,21-24; Os
6,6; Mic 6,7s; Jer 7,21ss; Is 1,11-17).
Pero lo que prueba que de hecho San Justino no limitó la materia del
sacrificio a algo puramente espiritual como serían las oraciones y acciones de gracias, es la reflexión siguiente. El pan y el vino
hecho cuerpo y sangre de Cristo no sólo eran para San Justino por excelencia "eucaristía", es decir, acción de gracias, sino que ahí
mismo hemos advertido como él fue el inventor de una forma pasiva, gramaticalmente durísima, para hablar de ese alimento como de
algo "eucaristizado", "hecho acción de gracias". Ante tales datos, no
sólo hemos de decir que San Justino no disocia de la materia el sacrificio acepto a Dios el pan y el vino consagrados, sino que su pensamiento ni siquiera prescinde de estos elementos corporales; es
más, para él, la materia por antonomasia del sacrificio era precisamente esa "acción de gracias" por excelencia, la cual, según
él mismo, es el cuerpo y la sangre de Jesús. Así se explica que, al hablar en este c.117 de "oraciones y acciones de gracias",
explícitamente nombre "aun la conmemoración que hacen [los cristianos] con su alimento seco y líquido".
atte. tejano
De un capítulo del Tomo I de la obra "Textos
Eucarísticos Primitivos" de Jesús Solano publicada en la BAC.
SAN JUSTINO († c.165)
Oriundo de una familia griega pagana, nació en Flavia Neapolis (hoy Nabulus), la antigua Siquem y luego Sicar de los tiempos bíblicos en Samaria de Palestina. Buscó apasionadamente la verdad en los sistemas
filosóficos de los estoicos, de los peripatéticos, de los pitagóricos
y, sobre todo, de los platónicos, pero la halló sólo en la doctrina
de Cristo. Con su manto de filósofo recorrió tierras enseñando la
verdad y fundó en Roma una escuela. Aquí murió, mártir de su fe
cristiana, hacia el año 165, siéndole cortada la cabeza junto con
otros varios fieles. Es considerado como el mayor apologeta del siglo II.
La `Apología primera´, dedicada al emperador Antonio Pío, al Senado y
al pueblo romano fue escrita en Roma hacia el año 153. En una primera
parte apologética rechaza las acusaciones hechas contra los
cristianos y expone luego sus doctrinas y su culto. En este último
apartado trata del bautismo y a continuación de la Eucaristía. Sobre
las calumnias acerca de la Eucaristía refiere San Justino en su `Apología segunda´ y en el `Diálogo con el judío Trifón´ que entre
otras cosas se calumniaba a los cristianos de deleitarse en comer carnes humanas y en embriagarse de sangre. Un testimonio indirecto de la primer acusación puede verse tal vez en la `Apología primera´. Fue
ésta, con todo, una acusación que no raramente se hizo en estos
primeros siglos a varias sectas.
La importancia de los tres capítulos eucarísticos mencionados es
capital para la liturgia, pues es la primera descripción detallada de
la celebración eucarística, descripción hecha además por una persona
culta que escribía en Roma y había conocido muy diversas comunidades
cristianas; pero juntamente tienen estos capítulos una significación
altísima para el dogma eucarístico. Además de que la Eucaristía celebrada por la Iglesia expresamente la refieren al mandato de Jesús
en la última cena, aparece en estas palabras de San Justino un presidente de la reunión de los fieles, que era el que consagraba el
pan y el vino mezclado con agua, y al cual asistían diáconos para distribuir la comunión entre los presentes y llevarla a los ausentes, y aparecen participando de la Eucaristía solo los fieles bautizados y
que vivan según las enseñanzas de Jesucristo.
El alimento de pan y vino aguado "se llama Eucaristía" dice con toda
sencillez San Justino, testigo irrecusable de una evolución semántica decisiva. Este alimento no es uno de tantos, sino que realmente es "carne y sangre de aquel Jesús hecho carne". Tan realmente es la
Eucaristía la carne de Jesucristo como es real la carne que el Señor
tomó en su encarnación y como es real la carne de nosotros que se alimenta de la Eucaristía. Nótese lo cómodo que hubiera sido para San Justino dar un sentido simbólico a la Eucaristía, con lo cual hubiera
desvanecido las calumnias que tan perfectamente sabía él que se
hallaban esparcidas entre los paganos. Sin embargo, dirigiéndose al
emperador y al Senado y al mundo gentil profesa con absoluta claridad
el realismo de la carne y sangre de Jesucristo que son alimento de
los cristianos.
Para explicar la posibilidad de la fe de los cristianos en que la Eucaristía no era un alimento ordinario, sino la carne de Cristo,
acude San Justino a la fuerza omnipotente del Verbo. Este término "Verbo" (logos) reviste muy diversos matices bajo la pluma
del santo Apologeta. Al Verbo, fuerza divina, atribuye San Jerónimo la obra de la encarnación, como se lo atribuirán otros escritores de los primeros siglos. Y al verbo o palabra de oración (las palabras de
la consagración eucarística), que tiene su origen en Cristo y trae su
fuerza de Cristo, atribuye San Justino el que la Eucaristía sea la carne y la sangre del mismo Salvador.
Respecto a la conversión eucarística, San Justino con toda claridad excluye, por de pronto, la permanencia del pan junto con la carne del Señor. El paralelismo de ideas y de frases le llevaba a decir que así
como Jesucristo tuvo carne y sangre, así el alimento eucarístico ES
la carne y la sangre de Jesús. Esta expresión no sólo excluye la permanencia del pan, sino que en su sentido obvio indica el cambio,
la conversión del pan en la carne del Señor; ya no es pan sino que ha
cambiado en la carne de Jesús. Lo confirma el empleo que inventa San Justino para la palabra "dar gracias" (euvcaristein): hasta él había tenido sentido intransitivo; él la usa en forma pasiva: "alimento
eucaristizado", que al pie de la letra traduciríamos: alimento hecho
acción de gracias, hecho eucaristía. Esta pasiva tan dura inventada
por San Justino, unida al cambio de construcción que acabamos de
señalar, acentúa la nota de un cambio obrado en el alimento ordinario, en virtud del cual cambio el pan es ahora carne de Cristo.
Otra idea de gran trascendencia aparece en estos capítulos. Existe
todavía un paralelismo más. Jesucristo, nuestro Salvador, tomó carne
y sangre "para nuestra salvación"; de la Eucaristía, carne y sangre
de Cristo, se alimenta nuestra carne y sangre "con arreglo a nuestra
transformación". Se refiere aquí San Justino a que la Eucaristía transforma nuestros cuerpos, haciéndolos inmortales, en cuanto que la Eucaristía les hará resucitar en el último día; pensamiento al que
nos hemos referido hablando de San Ignacio y que volverá a aparecer
con fuerza inimitable en San Ireneo, para irse repitiendo a lo largo
de la tradición patrística. Ni falta en esta primera descripción de
la Eucaristía la unión entre los divinos misterios y el ejercicio de
la caridad desinteresada a favor de los hermanos necesitados. El `Diálogo con el judío Trifón´, algo posterior a la `Apología
primera´, contiene en forma literaria un diálogo sostenido por San Justino con un judío culto de su época, tal vez el rabino Tarfón, que vivió en tiempo del levantamiento de Bar-Kochba (132-135). La primera
parte refuta los prejuicios judíos sobre la ley mosaica, la cual está
ya abrogada por la ley de Cristo, el Mesías prometido. La segunda parte habla de Jesucristo, Dios-Hombre y Redentor. La tercera muestra en la Iglesia al verdadero Israel de las promesas divinas.
El c. 41 pertenece a la primera parte, y en él se contiene la expresión más clara de San Justino acerca de la Eucaristía como
sacrificio, pues no sólo dice que estaba figurada en la oblación por
la lepra, sino que decididamente aplica la profecía de Malaquías sobre la abrogación de los demás sacrificios y la venida de un
sacrificio puro a la Eucaristía, a la cual designa con el mismo nombre técnico se sacrificio, con que había designado los antiguos sacrificios judíos.
El c.70, en la segunda parte, aplica a la Eucaristía un texto del profeta Isaías, y es lo más probable ver en la expresión ajvrton
poiein (hacer el pan) con su contexto, teniendo en cuenta los otros
capítulos citados del mismo Diálogo, un equivalente de "ofrecer en
sacrificio el pan". No solamente esta expresión tiene ese sentido en
otros Padres sino que en ese sentido la habían empleado el propio San Justino unos capítulos antes hablando también de la Eucaristía, a saber, en el comienzo del c.41, cuyo sentido sacrifical acabamos de
declarar.
En los c.116 y 117 insiste en la Eucaristía como el verdadero sacrificio profetizado por Malaquías, que ofrecen a Dios los
cristianos, "la verdadera raza sacerdotal de Dios", gracias a nuestro "sacerdote" Jesucristo. En este contexto afirma que "también los cristianos han recibido por tradición el hacer solamente estos
sacrificios [oraciones y acciones de gracias]" (c.117). No se sigue
de estas palabras necesariamente que niegue la realidad sacrifical
del pan y vino eucarísticos como materia del sacrificio; puede
únicamente querer hacer resaltar el carácter espiritual del sacrificio cristiano, en contraposición a la materialización de los
sacrificios que habían tenido lugar entre el pueblo judío, y de la que el mismo Yahveh se había quejado con expresiones tan absolutas
que parecían querer decir que Dios quería sólo la limpieza de vida y
no aquellos sacrificios de animales, los cuales, sin embargo, continuaba Él exigiendo de su pueblo (véase, p.e, Amos 5,21-24; Os
6,6; Mic 6,7s; Jer 7,21ss; Is 1,11-17).
Pero lo que prueba que de hecho San Justino no limitó la materia del
sacrificio a algo puramente espiritual como serían las oraciones y acciones de gracias, es la reflexión siguiente. El pan y el vino
hecho cuerpo y sangre de Cristo no sólo eran para San Justino por excelencia "eucaristía", es decir, acción de gracias, sino que ahí
mismo hemos advertido como él fue el inventor de una forma pasiva, gramaticalmente durísima, para hablar de ese alimento como de
algo "eucaristizado", "hecho acción de gracias". Ante tales datos, no
sólo hemos de decir que San Justino no disocia de la materia el sacrificio acepto a Dios el pan y el vino consagrados, sino que su pensamiento ni siquiera prescinde de estos elementos corporales; es
más, para él, la materia por antonomasia del sacrificio era precisamente esa "acción de gracias" por excelencia, la cual, según
él mismo, es el cuerpo y la sangre de Jesús. Así se explica que, al hablar en este c.117 de "oraciones y acciones de gracias",
explícitamente nombre "aun la conmemoración que hacen [los cristianos] con su alimento seco y líquido".
atte. tejano