Re: Adventistas regreso de Cristo en el 2012 “Velad, porque ¡ya voy!” por Ernie Knoll
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14 de agosto de 2007
Ellos también hacen adoración entre semana si la luna está en cierta fase y lo llaman el sábado. Esto es además del séptimo día sábado. Miro a mi ángel que me tiene de la mano derecha y le digo, “No entiendo.” Él me dice, “Observa otra vez con atención. Vuelvo a mirar y veo ángeles sentados con estas personas. Sus mantos son muy oscuros. Sus rostros se ven desdichados y destrozados de la guerra. Obligan a la gente a creer lo que ellos quieren que crean. Observo como los hermanos y hermanas estudian equivocadamente, creyendo cosas que ya no tienen que creer.
Me volteo y veo que hacia un lado hay un grupo grande de hombres. Trabajan arduamente para cincelar el número 2012 en un inmenso bloque de granito. Cuando terminan, derriten y vierten sobre los números oro que han comprado. Entonces se arrodillan alrededor de ese bloque para orar, dando gracias porque se les ha mostrado el año cuando Jesús retornará. El ángel se dirige hacia mí y me dice, “Consultar Mateo 24:36.” [“Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”] El ángel continúa diciendo que el del gran disfraz está colocando trampas para todos, pero el ojo y oído perspicaces de aquéllos que han puesto sus corazones en la mano de Dios discernirán cuando el maligno los hace adorar leyes viejas y paganas—cosas que fueron abolidas cuando Jesús fue clavado en la cruz y murió.
Todavía asiendo de mi mano, el ángel dijo, “Tenemos que irnos.” Nos volteamos y me encuentro en el pasillo. Noto que los caballos ya no están. Me detengo y le pido al ángel que me diga su nombre. Me contesta, “Puedes llamarme ‘El Heraldo’ (me lo deletreó), pero quién yo soy no es importante. El Gran Árbitro (también me deletreó esto) es el único nombre que debiéramos querer conocer y de quién debiéramos querer hablar.
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14 de agosto de 2007
En mi sueño recorro un pasillo largo. El piso es plano, pero le parte superior es redonda. Aunque no hay luces, el pasillo está bien iluminado. Detrás de mí oigo el ruido de cascos. Me doy vuelta y veo un ángel sobre un caballo blanco que cabalga aprisa. Junto a él hay otro caballo blanco que cabalga a la misma velocidad. El ángel se detiene rápidamente junto a mí, se desmonta del lado izquierdo del caballo, da la vuelta por el frente y se apresura hacia mí. Cuando sonríe noto sus hoyuelos y lo reconozco como el ángel del sueño anterior. Me llama por mi nombre celestial) el nombre que sólo conozco en mis sueños). Me dice, “Debes montar, porque hay mucho que decirte y mostrarte. Tenemos que viajar lejos, hay mucho que ver, y el Gran Intercesor me ha dado instrucciones detalladas que debo cumplir.” Da la vuelta por el frente del caballo, salta del lado izquierdo, y se aferra del crinado. Yo hago lo mismo.
Los caballos comienzan un trote lento que se torna en galope, y entonces en una carrera a toda velocidad. Aunque yo he montado a caballo, esto es distinto. Este caballo no sube y baja, sino parece ir en forma recta y serena. Me doy cuenta que estamos atravesando el pasillo a una velocidad muy grande. Tras un viaje que me parece muy corto, los caballos se detienen. Aunque no tengo cómo medirla, sé que acabamos de viajar una distancia muy grande. Nuevamente el ángel se desmonta del lado izquierdo y yo hago lo mismo. Me dice, “Tus oraciones y preguntas han sido oídas, como lo son todas las oraciones. Es hora que los que estudian el tiempo comprendan lo que están haciendo.” Todavía estamos en el pasillo. El ángel se voltea y pide mi mano derecha. Se la extiendo y él me dice, “Tengo mucho que mostrarte y enseñarte.”
Nos dirigimos hacia el lado del pasillo y comenzamos a caminar. En ese instante se me ocurre que vamos a chocar contra la pared del pasillo. Atravesamos la pared, pero no hay puerta. Entramos a un salón donde somos observadores. El ángel me dice, “Lo que te voy a mostrar ahora se refiere a algo sobre lo cual has estado orando y pidiendo instrucción.”
Veo a mucha gente sentada en un cuarto con mesas. Me dice, “Éstos son hermanos y hermanas de tu iglesia, pero no son de la misma fe.” Noto que alrededor del cuello algunos llevan como si fuera una toalla larga con flecos y nudos amarrados en las puntas. Al arrodillarse para orar, se cubren la cabeza con esa tela. Muchos llevan una pequeña tela redonda en la cabeza. Sobre las mesas veo muchos objetos inanimados. A la vista hay trompetas orientadas en varias direcciones. Noto rollos de escritura con palabras subrayadas y palabras que ellos han añadido a los rollos. Veo algo que sólo puedo describir como cornucopias llenas de distintas clases de alimentos.
14 de agosto de 2007
Ellos también hacen adoración entre semana si la luna está en cierta fase y lo llaman el sábado. Esto es además del séptimo día sábado. Miro a mi ángel que me tiene de la mano derecha y le digo, “No entiendo.” Él me dice, “Observa otra vez con atención. Vuelvo a mirar y veo ángeles sentados con estas personas. Sus mantos son muy oscuros. Sus rostros se ven desdichados y destrozados de la guerra. Obligan a la gente a creer lo que ellos quieren que crean. Observo como los hermanos y hermanas estudian equivocadamente, creyendo cosas que ya no tienen que creer.
Me volteo y veo que hacia un lado hay un grupo grande de hombres. Trabajan arduamente para cincelar el número 2012 en un inmenso bloque de granito. Cuando terminan, derriten y vierten sobre los números oro que han comprado. Entonces se arrodillan alrededor de ese bloque para orar, dando gracias porque se les ha mostrado el año cuando Jesús retornará. El ángel se dirige hacia mí y me dice, “Consultar Mateo 24:36.” [“Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.”] El ángel continúa diciendo que el del gran disfraz está colocando trampas para todos, pero el ojo y oído perspicaces de aquéllos que han puesto sus corazones en la mano de Dios discernirán cuando el maligno los hace adorar leyes viejas y paganas—cosas que fueron abolidas cuando Jesús fue clavado en la cruz y murió.
Todavía asiendo de mi mano, el ángel dijo, “Tenemos que irnos.” Nos volteamos y me encuentro en el pasillo. Noto que los caballos ya no están. Me detengo y le pido al ángel que me diga su nombre. Me contesta, “Puedes llamarme ‘El Heraldo’ (me lo deletreó), pero quién yo soy no es importante. El Gran Árbitro (también me deletreó esto) es el único nombre que debiéramos querer conocer y de quién debiéramos querer hablar.