Veamos ahora lo que señala Gálatas.
"Esto, pues, digo: La Ley que vino 430 años después, no abroga el pacto previamente confirmado por Dios, para invalidar la promesa.
Porque si la herencia dependiera de la Ley, ya no la concedió a Abrahán mediante la promesa." Gálatas 3:17,18.
A Abrahán se le predicó el evangelio de la salvación para el mundo. Lo creyó, y recibió la bendición de la justicia. Todos los que creen son benditos con el creyente Abrahán. Todos "los que son de la fe, esos son hijos de Abrahán". "Las promesas fueron hechas a Abrahán y a su Descendiente". "Si la herencia dependiera de la Ley, ya no la concedió a Abrahán mediante la promesa". La promesa que se nos hace es la misma que se le hizo a él: la promesa de una herencia en la que participamos como hijos suyos.
"Y a su Descendiente"
No se trata de un simple juego de palabras, sino de un asunto vital. El tema controvertido es el medio de salvación: ¿Es la salvación (1) solamente por Cristo?, (2) por alguna otra cosa?, o bien (3) por Cristo y alguien más, o alguna cosa más? Muchos suponen que han de salvarse a sí mismos haciéndose buenos. Muchos otros creen que Cristo es una ayuda valiosa, un buen Asistente a sus esfuerzos. Otros aún, le darán gustosos el primer lugar, pero no el único lugar. Ven en ellos mismos a unos buenos segundos. El que hace la obra es el Señor, y ellos. Pero el texto estudiado excluye todas esas pretensiones vanas. "No dice: 'Y a sus descendientes'", sino "A tu Descendiente". No a muchos, sino a Uno, "que es Cristo".
No hay dos linajes
Podemos contrastar la descendencia espiritual de Abrahán con su descendencia carnal. "Espiritual" es lo opuesto a "carnal", y los hijos carnales, a menos que sean también hijos espirituales, no tienen parte alguna en la herencia espiritual. Para los hombres que vivimos en el cuerpo, en este mundo, no es ninguna imposibilidad el ser enteramente espirituales. Tales hemos de ser, o en caso contrario no seremos hijos de Abrahán. "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Rom. 8:8). "La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1 Cor. 15:50). Hay una sola línea de descendientes espirituales de Abrahán; sólo una clase de verdaderos descendientes espirituales: "los que son de la fe", los que, al recibir a Cristo por la fe, reciben potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:12).
Muchas promesas en Uno
Si bien el Descendiente es singular, las promesas son plurales. No hay nada que Dios tenga para dar a hombre alguno, que no prometiese ya a Abrahán. Todas las promesas de Dios son transferidas a Cristo, en quien creyó Abrahán. "Todas las promesas de Dios son 'sí' en él. Por eso decimos 'amén' en él, para gloria de Dios" (2 Cor. 1:20).
La herencia prometida
En Gálatas 3:15 al 18 se ve claramente que lo prometido, y la suma de todas las promesas, es una herencia. Dice el versículo 16 que la ley, que vino cuatrocientos treinta años después que la promesa fuese dada y confirmada, no puede anular a ésta última. "Si la herencia dependiera de la Ley, ya no la concedió a Abrahán mediante la promesa". Puede saberse cuál es la promesa, al relacionar el versículo precedente con éste otro: "No fue por la Ley, como Abrahán y sus descendientes recibieron la promesa de que serían herederos del mundo, sino por la justicia que viene por la fe" (Rom. 4:13). Aunque "los cielos y la tierra de ahora son... guardados para el fuego del día del juicio, y de la destrucción de los hombres impíos", en ese día en que "los cielos serán encendidos y deshechos, y los elementos se fundirán abrasados por el fuego"; no obstante, nosotros, "según su promesa, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habita la justicia" (2 Ped. 3:7, 12 y 13). Es la patria celestial que esperaron también Abrahán, Isaac y Jacob.
Una herencia libre de maldición
"Cristo nos redimió de la maldición... para que por la fe recibamos la promesa del Espíritu". Esa promesa del Espíritu hemos visto que es la posesión de la tierra renovada, es decir, redimida de la maldición. Porque "la misma creación será librada de la esclavitud de la corrupción, para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom. 8:21). La tierra, recién salida de las manos del Creador, nueva, fresca y perfecta en todo respecto, le fue entregada al hombre en posesión (Gén. 1:27, 28 y 31). El hombre pecó, trayendo así la maldición. Cristo tomó sobre sí la plenitud de la maldición, tanto la del hombre como la de toda la creación. Redime a la tierra de la maldición, a fin de que pueda ser la eterna posesión que Dios dispuso originalmente que fuera; y redime asimismo al hombre de la maldición a fin de capacitarlo para poseer una herencia tal. Ese es el resumen del evangelio. "El don gratuito de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rom. 6:23). Ese don de la vida eterna está incluido en la promesa de la herencia, ya que Dios prometió a Abrahán y su simiente la tierra "en herencia eterna" (Gén. 17:8). Se trata de una herencia de justicia, puesto que la promesa de que Abrahán sería heredero del mundo fue mediante la justicia que viene por la fe. La justicia, la vida eterna, y un lugar en donde vivir eternamente, los tres están incluidos en la promesa, y constituyen todo lo que cabe desear o recibir. Redimir al hombre, sin darle un lugar en donde vivir, sería una obra inconclusa. Las dos acciones son partes de un todo. El poder por el que somos redimidos es el poder de la creación, aquel por el que los cielos y la tierra serán renovados. Cuando todo sea cumplido, "ya no habrá maldición alguna" (Apoc. 22:3).
Los pactos de la promesa
El pacto y la promesa de Dios son una y la misma cosa. Se ve claramente en Gálatas 3:17, donde Pablo manifiesta que anular el pacto dejaría sin efecto la promesa. En Génesis 17 leemos que hizo un pacto con Abrahán para darle la tierra de Canaán como posesión eterna (vers. 8). Gálatas 3:18 dice que Dios se la dio mediante la promesa. Los pactos de Dios con el hombre no pueden ser otra cosa que promesas al hombre: "¿Quién le dio a él primero, para que sea recompensado? Porque todas las cosas son de él, por él y para él" (Rom. 11:35 y 36).
Después del diluvio, Dios hizo un pacto con todo ser viviente de la tierra: aves, animales, y toda bestia. Ninguno de ellos prometió nada a cambio (Gén. 9:9-16). Simplemente recibieron el favor de manos de Dios. Eso es todo cuanto podemos hacer: recibir. Dios nos promete todo aquello que necesitamos, y más de lo que podemos pedir o imaginar, como un don. Nosotros nos damos a Él; es decir, no le damos nada. Y Él se nos da a nosotros; es decir, nos lo da todo. Lo que complica el asunto es que, incluso aunque el hombre esté dispuesto reconocer al Señor en todo, se empeña en negociar con Él. Quiere elevarse hasta un plano de semejanza con Dios, y efectuar una transacción de igual a igual con Él. Pero todo el que pretenda tener tratos con Dios, lo ha de hacer en los términos que Él establece, es decir, sobre la base de que no tenemos nada, y de que no somos nada. Y de que Él lo tiene todo, lo es todo, y es quien lo da todo.
El pacto, ratificado
El pacto (es decir, la promesa divina de dar al hombre toda la tierra renovada, tras haberla rescatado de la maldición), fue "previamente confirmado por Dios". Cristo es el garante del nuevo pacto, del pacto eterno, "porque todas las promesas de Dios son sí en él. "Por eso decimos 'amén' en él, para gloria de Dios" (2 Cor. 1:20). La herencia es nuestra en Jesucristo (1 Ped. 1:3 y 4), ya que el Espíritu Santo es las primicias de la herencia, y la posesión del Espíritu Santo es Cristo mismo, morando en el corazón por la fe. Dios bendijo a Abrahán, diciendo: "Por medio de ti serán benditas todas las naciones", y eso se cumple en Cristo, a quien Dios envió para que nos bendijese, para que cada uno se convierta de su maldad (Hech. 3:25 y 26).
Fue el juramento de Dios lo que ratificó el pacto establecido con Abrahán. Esa promesa y ese juramento hechos a Abrahán son el fundamento de nuestra esperanza, nuestro "fortísimo consuelo" (Heb. 6:18). Son "una segura y firme ancla" (vers. 19), porque el juramento establece a Cristo como la garantía, la seguridad, y Cristo "está siempre vivo" (Heb. 7:25). "Sostiene todas las cosas con su poderosa Palabra" (Heb. 1:3). "Todas las cosas subsisten en él" (Col. 1:17). "Por eso, cuando Dios quiso mostrar a los herederos de la promesa, la inmutabilidad de su propósito, interpuso un juramento" (Heb. 6:17). En él radica nuestro consuelo y esperanza de escapar y guardarnos del pecado. Cristo puso como garantía su propia existencia, y con ella la de todo el universo, para nuestra salvación. ¿Puedes imaginar un fundamento más firme para nuestra esperanza, que el de su poderosa Palabra?
La ley no puede anular la promesa
A medida que avanzamos hay que recordar que el pacto y la promesa son una y la misma cosa, y que incluyen la tierra, la tierra nueva que se ha de dar a Abrahán y a sus hijos. Es también necesario recordar que, puesto que solamente la justicia puede morar en los nuevos cielos y tierra, la promesa incluye el hacer justos a todos los que creen. Eso se efectúa en Cristo, en quien halla confirmación la promesa. "Un pacto, aunque sea de hombre, una vez ratificado, nadie lo anula ni le añade"; ¡cuánto menos tratándose del pacto de Dios!
Por lo tanto, puesto que se nos ha dado seguridad de la justicia eterna mediante el "pacto" hecho con Abrahán, que fue confirmado en Cristo por el juramento de Dios, es imposible que la ley proclamada cuatrocientos treinta años más tarde pudiese introducir ningún elemento nuevo. A Abrahán le fue dada la herencia mediante la promesa. Pero si cuatrocientos treinta años después viniese a resultar que ahora había que conseguir la herencia de alguna otra forma, eso dejaría sin efecto la promesa, y el pacto quedaría anulado. Pero eso implicaría la disolución del gobierno de Dios y el final de su existencia, puesto que Él puso su misma existencia como prenda o garantía de que daría a Abrahán y a su simiente la herencia, y la justicia requerida para poseerla. "Porque no fue por la Ley, como Abrahán y sus descendientes recibieron la promesa de que serían herederos del mundo, sino por la justicia que viene por la fe" (Rom. 4:13). El evangelio fue tan pleno y completo en los días de Abrahán, como siempre lo haya sido o pueda llegar a serlo. Tras el juramento de Dios a Abrahán, no es posible hacer adición o cambio alguno a sus provisiones o condiciones. No es posible restarle nada a la forma en la que entonces existía, y nada puede ser requerido de hombre alguno, que no lo fuese igualmente de Abrahán.
Verso19. "Entonces, ¿para qué sirve la Ley? Fue dada por causa de las transgresiones, hasta que viniera el Descendiente, a quien se refiere la promesa. La Ley fue promulgada por ángeles, por medio de un mediador."
"¿Para qué sirve la Ley?". El apóstol Pablo hace esta pregunta a fin de poder mostrar de la forma más enfática el papel de la ley en el evangelio. La pregunta es muy lógica. Puesto que la herencia viene enteramente por la promesa, y un "pacto" que ha sido confirmado no puede ser alterado (no se le puede añadir ni quitar nada), ¿cuál fue el objeto de enviar la ley cuatrocientos treinta años después?, "¿para qué sirve la ley?", ¿qué hace aquí?, ¿qué papel desempeña?
"Fue dada por causa de las transgresiones". Hay que entender con claridad que la promulgación de la ley en Sinaí no fue el principio de su existencia. Existía en los días de Abrahán, y éste la obedeció (Gén. 26:5). Existía antes de ser pronunciada en el Sinaí (ver Éx. 16:1-4, 27 y 28). Fue "dada", en el sentido de que en el Sinaí se la proclamó de forma explícita, in extenso.
"Por causa de las transgresiones". "La Ley vino para que se agrandara el pecado" (Rom. 5:20). En otras palabras, "para que por el Mandamiento se viera la malignidad del pecado" (Rom. 7:13). Fue promulgada bajo las circunstancias de la más terrible majestad, como una advertencia a los hijos de Israel de que mediante su incredulidad estaban en peligro de perder la herencia prometida. A diferencia de Abrahán, no creyeron al Señor, y "todo lo que no procede de la fe, es pecado" (Rom. 14:23). Pero la herencia había sido prometida "por la justicia que viene por la fe" (Rom. 4:13). Por lo tanto, los judíos incrédulos no podían recibirla.
Así pues, la ley les fue dada para convencerlos de que carecían de la justicia necesaria para poseer la herencia. Si bien la justicia no vienepor la ley, ha de estar "respaldada [atestiguada: N.T. Interl.] por la Ley" (Rom. 3:21). Resumiendo, se les dio la ley para que viesen que no tenían fe, y que por lo tanto, no eran verdaderos hijos de Abrahán, y estaban en camino de perder la herencia. Dios habría puesto su ley en los corazones de ellos tal como había hecho ya con Abrahán, en caso de que hubiesen creído como él. Pero dado que habían dejado de creer, y sin embargo mantenían aún la pretensión de ser herederos de la promesa, era necesario mostrarles de la forma más contundente que la incredulidad es pecado. La ley fue dada por causa de las transgresiones, o -lo que es lo mismo- a causa de la incredulidad del pueblo.
La confianza propia es pecado
El pueblo de Israel estaba lleno de confianza propia y de incredulidad hacia Dios, como demostraron en su murmuración contra la dirección divina, y por su seguridad de poder realizar todo lo que Dios requería, de poder cumplir sus promesas. Manifestaban el mismo espíritu que sus descendientes, quienes preguntaron: "¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?" (Juan 6:28). Ignoraban de tal modo la justicia de Dios, que pensaban que podían establecer la suya propia a modo de equivalente (Rom. 10:3). A menos que vieran su pecado, de nada iba a valerles la promesa. De ahí la necesidad de presentarles la ley.
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.