¿Por qué te gusta mentir? La Iglesia NUNCA prohibió "tener la Biblia", tampoco prohibió leerla. Esa es una gran mentira que les encanta propagar y demuestra el carácter de la pseuro-reforma protestante que no es otra cosa que un carnaval de sectas que no se ponen de acuerdo.
NO CONOCES LA HISTORIA DE TU SISTEMA RELIGIOSO CATÓLICO ROMANO, CUYO DIOS ES EL DIABLO
Aunque la Inquisición, el invento más monstruoso del hombre, se le atribuye a Ugo lino da Segni, alias Gregorio IX, en última instancia también se le debe, como tantos otros horrores, a su tío Inocencio III, que fue quien mandó a la Occitania a Domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos (los primeros esbirros papales organizados en una orden), a predicar y a someterle por las buenas a los albigenses.
Cuando este español cerril fracasó se desencadenó la cruzada contra los albigenses.
Pues bien, la Inquisición nació para continuar la quema de herejes iniciada durante esa cruzada en el Languedoc.
Luego pasó a quemar brujas, judíos, mahometanos, protestantes y cuantos se negaran a prestarle obediencia ciega al tirano ensotanado de Roma.
Gregorio IX, el sobrino del asesino y a su vez asesino, instituyó el engendro como un tribunal independiente de los obispos y las cortes diocesanas y lo puso en manos de los dominicos, que sólo respondían ante él.
Decretó formalmente la pena de muerte para los herejes (que de hecho ya se venía aplicando desde hacía décadas) y el viejo principio jurídico del derecho romano y del germánico de que un acusado es inocente mientras no se pruebe que es culpable lo invirtió: es culpable mientras no pruebe que es inocente.
Nunca para la Inquisición hubo inocentes; la presunción de inocencia atentaba contra su razón de ser.
Lo que tenían que decidir los inquisidores no era la culpabilidad o la inculpabilidad del indiciado, sino el grado de culpabilidad.
De ese Gregorio IX decía el emperador Federico II que era "un fariseo sentado en la silla de la pestilencia y
ungido con el óleo de la iniquidad".
¿Y qué papa no lo es?
Con su frase Federico acababa de inventar la "Gregorimia", nueva figura de retórica en que el individuo vale por la
especie.
Dotados por Gregorio IX de su novedoso principio jurídico del inocente culpable, y del más variado instrumental de tortura y misericordia que para salvar almas les permitía asfixiar, quebrar huesos y quemar vivo al prójimo, aunque sin derramar sangre, los secuaces de Domingo de Guzmán se entregaron entonces a su obra pía de mentir, calumniar, torturar, expropiar, robar y matar que los mantuvo ocupados cinco siglos.
Domini caneslos llamaban: "perros del Señor".
De testa rapada, orejas alertas, ojos vigilantes, belfos lujuriosos, dientes filudos y las patas al aire enfundadas en sandalias de las
que se asoman dedos sarmentosos y con garras, los Do-mini canes visten hábito blanco con mantón y capuchón negros, y llevan por cinturón un burdo lazo o soga que también les puede servir, en caso de apuro, para ahorcar.
De la ingle les cuelga un pene y del cinturón un rosario; el pene no los deja vivir, el rosario los entretiene.
Las pinturas antiguas nos los representan enarbolando un crucifijo con rostros de enajenados.
¡Qué va!
Son mansos como el tigre de Bengala.
Pero ay, no es fácil verlos, quedan pocos, son especie en extinción.
En la lucha por la supervivencia sus feroces competidores los jesuitas (a los que en años recientes se han venido a sumar los nuevos grandes cazadores de herencias del Opus Dei) los han venido exterminando. La selección natural, que es implacable como la Inquisición, no perdona.
Procedían así: llegaban a una ciudad o pueblo y publicaban un bando dando un período de gracia (digamos una semana) para que los herejes del lugar confesaran voluntariamente a cambio de un castigo benigno. Y se sentaban en sus culos a esperar. A veces no llegaba ni uno, pero otras veces, como en Tolón, se presentaban diez mil, y entonces los pobres notarios al servicio de los Domini canes no se daban abasto con tanto hereje confesando.
¿Pero qué confesaban?
William Tyndale fue quemado en la hoguera por traducir la biblia, siendo un sacerdote católico.
Otro fue:
John Wycliffe, que deseaba poner a disposición del hombre común el mensaje puro de la Palabra de Dios, condenó al clero por sus excesos y conducta inmoral. Antes de morir en 1384, inició la traducción de la Biblia del latín al inglés de su época.
El concilio hizo un último gesto de condena e insulto a John Wycliffe al decretar
que sus huesos debían ser exhumados en Inglaterra y quemados. Esta directiva fue tan repugnante que no se llevó a cabo hasta 1428, a petición del papa.
Como siempre, esa feroz oposición no apagó el celo de otros amantes de la verdad. Más bien, aumentó su determinación de publicar la Palabra de Dios.
En esa época de brillantez del demonismo católico romano, en los hogares donde se hallase una biblia, significaba una sentencia de muerte.