Re: NOSOTROS DEJAMOS LA IGLESIA ADVENTISTA DEL 7MO. DIA
Estimado Manuel5. Saludos cordiales.
Lamento echar por tierra tus argumentos. Hay muchos chascos mencionados en la Palabra de Dios; ya te mencioné el de los viajeros de Emaus, ahora continuó con el de Juan el Bautista (primo de Jesús).
Los discípulos de Juan acudieron a Jesús con la interrogación: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?"
“cuando Juan manda este recado a Jesús a través de sus discípulos, estaba ya en la cárcel. ¿Sería un momento de crisis y de oscuridad, en la que su fe flaquea? ¿Sería su tristeza y desamparo, al estar encarcelado, la que le llevaría a dudar? ¿O tal vez le llegarían al lugar de su prisión críticas, malas lenguas, comentarios negativos y malévolamente manipulados acerca de Jesús? ¿O, finalmente, quiso Juan enviar a sus discípulos a Jesús con esa pregunta para que el mismo Señor diera testimonio público acerca de su propia Persona?!
Como los discípulos del Salvador, Juan el Bautista no comprendía la naturaleza del reino de Cristo. Esperaba que Jesús ocupase el trono de David; y como pasaba el tiempo y el Salvador no asumía la autoridad real, Juan quedaba perplejo y perturbado. Había declarado a la gente que a fin de que el camino estuviese preparado delante del Señor, la profecía de Isaías debía cumplirse; las montañas y colinas debían ser allanadas, lo torcido enderezado y los lugares escabrosos alisados. Había esperado que las alturas del orgullo y el poder humano fuesen derribadas. Había señalado al Mesías como Aquel cuyo aventador estaba en su mano, y que limpiaría cabalmente su era, que recogería el trigo en su alfolí y quemaría el tamo con fuego inextinguible. Como el profeta Elías, en cuyo espíritu y poder había venido a Israel, esperaba que el Señor se revelase como Dios que contesta por fuego.
Perturbaba a Juan el ver que por amor a él sus propios discípulos albergaban incredulidad para con Jesús. ¿Habría sido vana su obra para ellos? ¿Habría sido él infiel en su misión, y habría de ser separado de ella? Si el Libertador prometido había aparecido, y Juan había sido hallado fiel a su misión, ¿no derribaría Jesús el poder del opresor, dejando en libertad a su heraldo?
Pero el Bautista no renunció a su fe en Cristo. El recuerdo de la voz del cielo y de la paloma que había descendido sobre él, la inmaculada pureza de Jesús, el poder del Espíritu Santo que había descansado sobre Juan cuando estuvo en la presencia del Salvador, y el testimonio de las escrituras proféticas, todo atestiguaba que Jesús de Nazaret era el Prometido.
Juan no quería discutir sus dudas y ansiedades con sus compañeros. Resolvió mandar un mensaje de averiguación a Jesús. Lo confió a dos de sus discípulos. esperando que una entrevista con el Salvador confirmaría su fe, e impartiría seguridad a sus hermanos. Anhelaba alguna palabra de Cristo, pronunciada directamente para él.
Los discípulos acudieron a Jesús con la interrogación: "¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?"
¡Cuán poco tiempo había transcurrido desde que el Bautista había proclamado, señalando a Jesús: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." "Este es el que ha de venir tras mí, el cual es antes de mí." Y ahora pregunta: "¿Eres tú aquel que había de venir?" Era una intensa amargura y desilusión para la naturaleza humana. Si Juan, el precursor fiel, no discernía la misión de Cristo, ¿qué podía esperarse de la multitud egoísta?
El Salvador no respondió inmediatamente a la pregunta de los discípulos. Mientras ellos estaban allí de pie, extrañados por su silencio, los enfermos y afligidos acudían a él para ser sanados. Los ciegos se abrían paso a tientas a través de la muchedumbre; los aquejados de todas clases de enfermedades, algunos abriéndose paso por su cuenta, otros llevados por sus amigos, se agolpaban ávidamente en la presencia de Jesús. La voz del poderoso Médico penetraba en los oídos de los sordos. Una palabra, un toque de su mano, abría los ojos ciegos para que contemplasen la luz del día, las escenas de la naturaleza, los rostros de sus amigos y la faz del Libertador. Jesús reprendía a la enfermedad y desterraba la fiebre. Su voz alcanzaba los oídos de los moribundos, quienes se levantaban llenos de salud y vigor. Los endemoniados paralíticos obedecían su palabra, su locura los abandonaba, y le adoraban. Mientras sanaba sus enfermedades, enseñaba a la gente. Los pobres campesinos y trabajadores, a quienes rehuían los rabinos como inmundos, se reunían cerca de él, y él les hablaba palabras de vida eterna.
Así iba transcurriendo el día, viéndolo y oyéndolo todo los discípulos de Juan. Por fin, Jesús los llamó a sí y los invitó a ir y contar a Juan lo que habían presenciado, añadiendo: "Bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí." La evidencia de su divinidad se veía en su adaptación a las necesidades de la humanidad doliente. Su gloria se revelaba en su condescendencia con nuestro bajo estado.
Los discípulos llevaron el mensaje, y bastó. Juan recordó la profecía concerniente al Mesías: "Me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos abertura de la cárcel; a promulgar año de la buena voluntad de Jehová." Las palabras de Cristo no sólo le declaraban el Mesías, sino que demostraban de qué manera había de establecerse su reino. A Juan fue revelada la misma verdad que fuera presentada a Elías en el desierto, cuando sintió "un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová: mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto: mas Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego: mas Jehová no estaba en el fuego." Y después del fuego, Dios habló al profeta mediante una queda vocecita. Así había de hacer Jesús su obra, no con el fragor de las armas y el derrocamiento de tronos y reinos, sino hablando a los corazones de los hombres por una vida de misericordia y sacrificio.
El principio que rigió la vida abnegada del Bautista era también el que regía el reino del Mesías. Juan sabía muy bien cuán ajeno era todo esto a los principios y esperanzas de los dirigentes de Israel. Lo que para él era evidencia convincente de la divinidad de Cristo, no sería evidencia para ellos, pues esperaban a un Mesías que no había sido prometido. Juan vio que la misión del Salvador no podía granjear de ellos sino odio y condenación. El, que era el precursor, estaba tan sólo bebiendo de la copa que Cristo mismo debía agotar hasta las heces.
Las palabras del Salvador: "Bienaventurado es el que no fuere escandalizado en mí," eran una suave reprensión para Juan. Y no dejó de percibirla. Comprendiendo más claramente ahora la naturaleza de la misión de Cristo, se entregó a Dios para la vida o la muerte, según sirviese mejor a los intereses de la causa que amaba.
Después que los mensajeros se hubieron alejado, Jesús habló a la gente acerca de Juan. El corazón del Salvador sentía profunda simpatía por el testigo fiel ahora sepultado en la mazmorra de Herodes. No quería que la gente dedujese que Dios había abandonado a Juan, o que su fe había faltado en el día de la prueba. "¿Qué salisteis a ver al desierto?"--dijo.-- "¿Una caña que es meneada del viento?"
Los altos juncos que crecían al lado del Jordán, inclinándose al empuje de la brisa, eran adecuados símbolos de los rabinos que se habían erigido en críticos y jueces de la misión del Bautista. Eran agitados a uno y otro lado por los vientos de la opinión popular. No querían humillarse para recibir el mensaje escrutador del Bautista, y sin embargo, por temor a la gente, no se atrevían a oponerse abiertamente a su obra. Pero el mensajero de Dios no tenía tal espíritu pusilánime. Las multitudes que se reunían alrededor de Cristo habían presenciado las obras de Juan. Le habían oído reprender intrépidamente el pecado. A los fariseos que se creían justos, a los sacerdotales saduceos, al rey Herodes y su corte, príncipes y soldados, publicanos y campesinos, Juan había hablado con igual llaneza. No era una caña temblorosa, agitada por los vientos de la alabanza o el prejuicio humanos. Era en la cárcel el mismo en su lealtad a Dios y celo por la justicia, que cuando predicaba el mensaje de Dios en el desierto. Era tan firme como una roca en su fidelidad a los buenos principios.
Jesús continuó: "Mas ¿qué salisteis a ver? ¿un hombre cubierto de delicados vestidos? He aquí, los que traen vestidos delicados, en las casas de los reyes están." Juan había sido llamado a reprender los pecados y excesos de su tiempo, y su sencilla vestimenta y vida abnegada estaban en armonía con el carácter de su misión. Los ricos atavíos y los lujos de esta vida no son la porción de los siervos de Dios, sino de aquellos que viven "en las casas de los reyes," los gobernantes de este mundo, a quienes pertenecen su poder y sus riquezas. Jesús deseaba dirigir la atención al contraste que había entre la vestimenta de Juan y la que llevaban los sacerdotes y gobernantes. Estos se ataviaban con ricos mantos y costosos ornamentos. Amaban la ostentación y esperaban deslumbrar a la gente, para alcanzar mayor consideración. Ansiaban más granjearse la admiración de los hombres, que obtener la pureza del corazón que les ganaría la aprobación de Dios. Así revelaban que no reconocían a Dios, sino al reino de este mundo.
"Mas, ¿qué --dijo Jesús,-- salisteis a ver? ¿un profeta? También os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, que aparejará tu camino delante de ti.
"De cierto os digo, que no se levantó entre los que nacen de mujeres otro mayor que Juan el Bautista." En el anuncio hecho a Zacarías antes del nacimiento de Juan, el ángel había declarado: "Será grande delante de Dios." En la estima del cielo, ¿qué constituye la grandeza? No lo que el mundo tiene por tal; ni la riqueza, la jerarquía, el linaje noble, o las dotes intelectuales, consideradas en sí mismas. Si la grandeza intelectual, fuera de cualquier consideración superior, es digna de honor, entonces debemos rendir homenaje a Satanás, cuyo poder intelectual no ha sido nunca igualado por hombre alguno. Pero si el don está pervertido para servir al yo, cuanto mayor sea, mayor maldición resulta. Lo que Dios aprecia es el valor moral. El amor y la pureza son los atributos que más estima. Juan era grande a la vista del Señor cuando, delante de los mensajeros del Sanedrín, delante de la gente y de sus propios discípulos, no buscó honra para sí mismo sino que a todos indicó a Jesús como el Prometido. Su abnegado gozo en el ministerio de Cristo presenta el más alto tipo de nobleza que se haya revelado en el hombre.
El testimonio dado acerca de él después de su muerte, por aquellos que le oyeron testificar acerca de Jesús, fue: "Juan, a la verdad, ninguna señal hizo; mas todo lo que Juan dijo de éste, era verdad." No le fue dado a Juan hacer bajar fuego del cielo, ni resucitar muertos, como Elías lo había hecho, ni manejar la vara del poder en el nombre de Dios como Moisés. Fue enviado a pregonar el advenimiento del Salvador, y a invitar a la gente a prepararse para su venida. Tan fielmente cumplió su misión, que al recordar la gente lo que había enseñado acerca de Jesús, podía decir: "Todo lo que Juan dijo de éste, era verdad." Cada discípulo del Maestro está llamado a dar semejante testimonio de Cristo.
El chasco que Juan tenía, fue respondido por nuestro Salvador: ““Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11: 5).
De la misma manera, los milleritas estaban esperando el regreso del Señor en 1844, cuando este no se produjo como lo habían estudiado.
Era el propósito de Dios despertar al pueblo, y probarlo, y allí ellos decidieron. Miles fueron llevados a abrazar la verdad predicada por William Miller, y se levantaron siervos de Dios en el espíritu y el poder de Elías para proclamar el mensaje.
Muchos pastores del rebaño, que profesaban amar a Jesús, dijeron que no se oponían a la predicación de la venida de Cristo, pero objetaron que se fijara una fecha específica
Pero estos pastores se interpusieron entre la verdad y el pueblo, y predicaron cosas agradables para alejarles de la verdad. Muchos ministros no quisieron aceptar este mensaje salvador ellos mismos, y estorbaron a los que querían recibirlo
El pueblo de Dios sufrió el chasco (el Gran chasco), el 22 de octubre de 1844.
¡La profecía se cumplio!
"Y él dijo: Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado" Daniel 8:14
Hoy nos resulta difícil comprender el significado de "sacerdote", y especialmente el de "sumo sacerdote". Incluye muchos "oficios" en los que Jesús está implicado: Él es el Consolador, el Maestro, el Líder, y lo mejor de todo: es el Médico, no sólo de nuestros cuerpos, sino también de todo nuestro ser. Es por eso que leemos en Hebreos 4:15: "No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado". "Por eso puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25).
¡Cristo es nuestro Gran Sumo Sacerdote!
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.