El Canon bíblico del AT según Jesucristo

Re: El Canon bíblico del AT según Jesucristo

Demos el toque erudito. Supongo que será útil para aquellos que deseen investigar sin prejuicios.





2. El canon en la diáspora judeo-helenística


La Biblia griega, transmitida en el cristianismo, se diferencia de la Biblia rabínica por el número y orden de los libros, así como por el texto de cada uno. La Biblia griega añade varios libros (Tobías, Judit, Macabeos, etc.) e introduce nuevos capítulos en algunos libros ("añadidos" a Daniel, Jeremías, Job, etc.).

En contra de lo que se pensó durante largo tiempo, no existió nunca un verdadero «canon alejandrino» de lengua griega que pudiera ser considerado como un canon paralelo al «palestina» de lengua hebrea (Sundberg; d. pp. 169 y 284).

La teoría tradicional sobre la existencia de un «canon alejandrino», que supuestamente incluía más libros que el canon palestina, se basaba, entre otros datos, en el hecho de que los códices de los LXX contenían varios de los libros apócrifos. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que los grandes códices del siglo v tenían una extensión muy superior a la de los códices de siglos anteriores. Son por otra parte todos ellos de origen cristiano, pues a partir del siglo II d.C. los judíos dejaron de utilizar la versión de los LXX, que sustituyeron por otras versiones judías. Los códices griegos reflejan en definitiva la situación de los siglos IV y V, que no es comparable en modo alguno con la de siglos anteriores.
Es frecuente suponer que Filón y los judíos helenistas no compartían el parecer de los rabinos de Palestina, según el cual el espíritu de profecía había cesado hacía siglos. Los judeo-helenistas tendían más bien a considerar que una literatura más vasta que la acotada por los fariseos gozaba también del privilegio de la inspiración profética. Sin embargo, aun cuando ello fuera así, no cabe extraer la conclusión de que el judaísmo helenista disponía de un canon más amplio que el del judaísmo rabínico. De hecho las obras de Filón no citan ni una sola vez los libros apócrifos, lo cual invalida toda hipótesis sobre la existencia de un canon helenístico. Por otra parte, sería bien extraño que un libro como el primero de los Macabeos, que insiste en que la profecía había cesado hacía tiempo (4,46; 9,27; 14,41), pudiera formar parte de un supuesto canon helenístico, cuya existencia se apoya precisamente en la afirmación de que la profecía no ha cesado todavía, en una época incluso posterior.

La teoría del canon alejandrino tenía otros dos soportes, que se han
venido igualmente a tierra. El primero era que el judaísmo helenístico y el judaísmo palestina eran realidades distintas y distantes. El segundo era que los libros apócrifos fueron compuestos en su mayoría en lengua
griega y en suelo egipcio.

Lo cierto es que Ben Sira y 1 Macabeos proceden de Palestina y
muchos de los apócrifos son traducciones de originales hebreos o arameos de Palestina, con la excepción de los otros tres libros de los Macabeos y, en parte también, del libro de la Sabiduría. Por otra parte, el prólogo del libro de Ben Sira, escrito en Egipto, hace mención por tres veces de la división tripartita del canon y no existe testimonio alguno que permita establecer la afirmación de que alguno de los apócrifos tenía cabida en alguna de las tres divisiones establecidas.
En conclusión, el judaísmo de la diáspora helenística no se diferenciaba del palestina en lo tocante a la extensión del canon, aunque pudiera tener enorme estima hacia los libros escritos en griego, al modo como los esenios de Palestina tenían también en gran estima otros li¬bros escritos en hebreo o arameo. La rivalidad entre fariseos, saduceos y esenios, que estalló en los años del sumo sacerdocio de Jonatán Macabeo (152-142 a.c.), debería haber tenido repercusiones en la extensión del canon de libros aceptados por unos y por otros. Sin embargo, el hecho es que todos ellos coincidían en reconocer un canon, que en líneas generales había quedado establecido ya poco antes del estallido de la rivalidad entre ellos (Beckwith, d. p. 181).
No se ha de olvidar, sin embargo, que el judaísmo anterior al año 70 se caracterizaba por un enorme pluralismo. Algunos círculos fariseos no aplicaban con rigidez el principio de que la cadena de sucesión profética había quedado rota en la época persa, lo que en principio dejaba fuera del canon al libro de Ben Sira. Si en el judaísmo de la diáspora griega un Filón puede ser testigo de un judaísmo conservador y muy centrado en la Torá, otros ambientes pietistas de la misma diáspora estaban muy predispuestos a considerar canónicos algunos escritos como, por ejemplo, los «añadidos» a los libros de Daniel y Ester. A comienzos del siglo 1 d.C. el libro de la Sabiduría vino a incrementar el número de pseudo¬epígrafos atribuidos a Salomón, llegando más tarde a formar parte de los linros de la Biblia griega. Estos grupos, al igual que en la comunidad de Qumrán, no mostraban preocupación alguna por cerrar definitivamen¬te el canon de libros bíblicos. La Biblia griega cristiana no hace más que reflejar esta situación imperante antes del año 70, en la que no cabe hablar de la existencia de un canon cerrado (Sundberg).
Así pues, la discusión actual en torno al canon del AT se mueve entre el reconocimiento de que el canon fariseo estaba ya muy consolidado a mediados del siglo II a.C. (Beckwith, quien sugiere que los cristianos cambiaron una práctica judía ya muy establecida; d. p. 186) y el supuesto de que, al comienzo de la era cristiana, tanto en Palestina como en Alejandría, el canon no conocía todavía unos límites precisos (Sund¬berg, d. p. 284).

VII. EL CANON CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO


El canon cristiano añade al final del canon judío los libros del Nuevo Testamento. Este añadido modifica sustancialmente el sentido de todo el conjunto.
En los inicios del cristianismo los primeros escritos cristianos, que más tarde llegaron a formar parte del NT, podían ser vistos todavía como unos escritos más entre la vasta literatura judía de la época. Tales escritos se referían al conjunto formado por la T orá, Profetas y Escritos como a las únicas Escrituras existentes y reconocidas. Pronto adquirieron, sin embargo, entidad propia, hasta presentarse finalmente como un Testamento «Nuevo», paralelo a las Escrituras de los judíos convertidas ahora en Testamento «Antiguo».
Las frecuentes citas que el NT ofrece del AT presentan un cuadro muy similar al que muestra la biblioteca de Qumrán. Los libros más citados en el NT son también en primer lugar el de los Salmos, seguido por los de Isaías, el Deuteronomio Y demás libros de la Torá. El Apocalipsis debe mucho a los libros de Ezequiel y Daniel. El libro de Daniel aparece citado como obra de un «profeta» (Mt 9,27) o dentro de la categoría de «los profetas» (1 Pe 1,10-12).
El AT de los primeros cristianos era básicamente el mismo de la
comunidad judía. Las polémicas entre cristianos y judíos no atestiguan diferencias significativas respecto a la lista de libros autorizados. Si en una época posterior la Iglesia cristiana reconoció valor canónico a algu¬nos libros que no forman parte de la Biblia hebrea, ello se debió más a una tradición de uso de tales libros que no a una decisión consciente de ampliar el canon bíblico
(Ellis, d. pp. 283 Y 583).
Dos tendencias se disputan la explicación del canon cristiano del AT. La primera supone que el cristianismo heredó un canon judío de 22 libros (24 en el TM). El cristianismo difería del judaísmo en el modo de interpretar el AT, pero no en el contenido y número de libros de la Biblia. La versión de los LXX, tal como era transmitida en los códices cristianos a partir del mediados del siglo II d.C., formaba un corpus mixtum de libros que en modo alguno correspondía a un canon judío diferente al de la tradición rabínica (Beckwith, Ellis). Por el contrario, según otra corriente de explicación, la Iglesia cristiana no heredó del judaísmo un canon ya cerrado; la Iglesia ya había tomado un camino independiente Y apartado del judaísmo cuando se cerró definitivamente el canon rabínico (Sundberg). El cristianismo tenía la idea de un canon abierto del AT. Ésta es la razón de que el canon cristiano del AT no
coincida con el judío .
El establecimiento definitivo del canon cristiano del AT se hizo en
un período ya tardío, en el siglo IV d.C., cuando se fijaron las listas definitivas de libros considerados canónicos. Con anterioridad a este momento, cabe hablar de escritos «autorizados», pero no de libros canónicos. En el judaísmo, el «proceso de formación» del canon veterotestamentario se encuentra ya casi completamente ultimado a mediados del siglo II a.c., pero el consenso y la lista definitiva no se establecen hasta 'inales del siglo II d.C., o, por lo menos, las discusiones últimas sobre alguno de los libros no quedan zanjadas hasta esta época. En el cristianismo, las últimas décadas del siglo II constituyen el período decisivo en el proceso de formación del canon, pero la lista definitiva no se
establece hasta el siglo IV (d. p. 262).

La Biblia judía y la Biblia cristiana. Julio Trebolle. Ed Trotta. Pgs. 256-259
 
Re: El Canon bíblico del AT según Jesucristo

Disculpen si salió algo deformado, espeo les haya servido la información de Don Julio Trebolle, uno de los grandes entendidos en lengua española sobre los textos bíblicos y miembro del comité de traducción de los Manuscritos del Mar Muerto


Demos el toque erudito. Supongo que será útil para aquellos que deseen investigar sin prejuicios.





2. El canon en la diáspora judeo-helenística


La Biblia griega, transmitida en el cristianismo, se diferencia de la Biblia rabínica por el número y orden de los libros, así como por el texto de cada uno. La Biblia griega añade varios libros (Tobías, Judit, Macabeos, etc.) e introduce nuevos capítulos en algunos libros ("añadidos" a Daniel, Jeremías, Job, etc.).

En contra de lo que se pensó durante largo tiempo, no existió nunca un verdadero «canon alejandrino» de lengua griega que pudiera ser considerado como un canon paralelo al «palestina» de lengua hebrea (Sundberg; d. pp. 169 y 284).

La teoría tradicional sobre la existencia de un «canon alejandrino», que supuestamente incluía más libros que el canon palestina, se basaba, entre otros datos, en el hecho de que los códices de los LXX contenían varios de los libros apócrifos. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que los grandes códices del siglo v tenían una extensión muy superior a la de los códices de siglos anteriores. Son por otra parte todos ellos de origen cristiano, pues a partir del siglo II d.C. los judíos dejaron de utilizar la versión de los LXX, que sustituyeron por otras versiones judías. Los códices griegos reflejan en definitiva la situación de los siglos IV y V, que no es comparable en modo alguno con la de siglos anteriores.
Es frecuente suponer que Filón y los judíos helenistas no compartían el parecer de los rabinos de Palestina, según el cual el espíritu de profecía había cesado hacía siglos. Los judeo-helenistas tendían más bien a considerar que una literatura más vasta que la acotada por los fariseos gozaba también del privilegio de la inspiración profética. Sin embargo, aun cuando ello fuera así, no cabe extraer la conclusión de que el judaísmo helenista disponía de un canon más amplio que el del judaísmo rabínico. De hecho las obras de Filón no citan ni una sola vez los libros apócrifos, lo cual invalida toda hipótesis sobre la existencia de un canon helenístico. Por otra parte, sería bien extraño que un libro como el primero de los Macabeos, que insiste en que la profecía había cesado hacía tiempo (4,46; 9,27; 14,41), pudiera formar parte de un supuesto canon helenístico, cuya existencia se apoya precisamente en la afirmación de que la profecía no ha cesado todavía, en una época incluso posterior.

La teoría del canon alejandrino tenía otros dos soportes, que se han
venido igualmente a tierra. El primero era que el judaísmo helenístico y el judaísmo palestina eran realidades distintas y distantes. El segundo era que los libros apócrifos fueron compuestos en su mayoría en lengua
griega y en suelo egipcio.

Lo cierto es que Ben Sira y 1 Macabeos proceden de Palestina y
muchos de los apócrifos son traducciones de originales hebreos o arameos de Palestina, con la excepción de los otros tres libros de los Macabeos y, en parte también, del libro de la Sabiduría. Por otra parte, el prólogo del libro de Ben Sira, escrito en Egipto, hace mención por tres veces de la división tripartita del canon y no existe testimonio alguno que permita establecer la afirmación de que alguno de los apócrifos tenía cabida en alguna de las tres divisiones establecidas.

En conclusión, el judaísmo de la diáspora helenística no se diferenciaba del palestina en lo tocante a la extensión del canon, aunque pudiera tener enorme estima hacia los libros escritos en griego, al modo como los esenios de Palestina tenían también en gran estima otros li¬bros escritos en hebreo o arameo. La rivalidad entre fariseos, saduceos y esenios, que estalló en los años del sumo sacerdocio de Jonatán Macabeo (152-142 a.c.), debería haber tenido repercusiones en la extensión del canon de libros aceptados por unos y por otros. Sin embargo, el hecho es que todos ellos coincidían en reconocer un canon, que en líneas generales había quedado establecido ya poco antes del estallido de la rivalidad entre ellos (Beckwith, d. p. 181).

No se ha de olvidar, sin embargo, que el judaísmo anterior al año 70 se caracterizaba por un enorme pluralismo. Algunos círculos fariseos no aplicaban con rigidez el principio de que la cadena de sucesión profética había quedado rota en la época persa, lo que en principio dejaba fuera del canon al libro de Ben Sira. Si en el judaísmo de la diáspora griega un Filón puede ser testigo de un judaísmo conservador y muy centrado en la Torá, otros ambientes pietistas de la misma diáspora estaban muy predispuestos a considerar canónicos algunos escritos como, por ejemplo, los «añadidos» a los libros de Daniel y Ester. A comienzos del siglo 1 d.C. el libro de la Sabiduría vino a incrementar el número de pseudo¬epígrafos atribuidos a Salomón, llegando más tarde a formar parte de los linros de la Biblia griega. Estos grupos, al igual que en la comunidad de Qumrán, no mostraban preocupación alguna por cerrar definitivamen¬te el canon de libros bíblicos. La Biblia griega cristiana no hace más que reflejar esta situación imperante antes del año 70, en la que no cabe hablar de la existencia de un canon cerrado (Sundberg). Así pues, la discusión actual en torno al canon del AT se mueve entre el reconocimiento de que el canon fariseo estaba ya muy consolidado a mediados del siglo II a.C. (Beckwith, quien sugiere que los cristianos cambiaron una práctica judía ya muy establecida; d. p. 186) y el supuesto de que, al comienzo de la era cristiana, tanto en Palestina como en Alejandría, el canon no conocía todavía unos límites precisos (Sund¬berg, d. p. 284).


VII. EL CANON CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO


El canon cristiano añade al final del canon judío los libros del Nuevo Testamento. Este añadido modifica sustancialmente el sentido de todo el conjunto.
En los inicios del cristianismo los primeros escritos cristianos, que más tarde llegaron a formar parte del NT, podían ser vistos todavía como unos escritos más entre la vasta literatura judía de la época. Tales escritos se referían al conjunto formado por la T orá, Profetas y Escritos como a las únicas Escrituras existentes y reconocidas. Pronto adquirieron, sin embargo, entidad propia, hasta presentarse finalmente como un Testamento «Nuevo», paralelo a las Escrituras de los judíos convertidas ahora en Testamento «Antiguo».
Las frecuentes citas que el NT ofrece del AT presentan un cuadro muy similar al que muestra la biblioteca de Qumrán. Los libros más citados en el NT son también en primer lugar el de los Salmos, seguido por los de Isaías, el Deuteronomio Y demás libros de la Torá. El Apocalipsis debe mucho a los libros de Ezequiel y Daniel. El libro de Daniel aparece citado como obra de un «profeta» (Mt 9,27) o dentro de la categoría de «los profetas» (1 Pe 1,10-12).

El AT de los primeros cristianos era básicamente el mismo de la comunidad judía. Las polémicas entre cristianos y judíos no atestiguan diferencias significativas respecto a la lista de libros autorizados. Si en una época posterior la Iglesia cristiana reconoció valor canónico a algunos libros que no forman parte de la Biblia hebrea, ello se debió más a una tradición de uso de tales libros que no a una decisión consciente de ampliar el canon bíblico (Ellis, d. pp. 283 Y 583).

Dos tendencias se disputan la explicación del canon cristiano del AT. La primera supone que el cristianismo heredó un canon judío de 22 libros (24 en el TM). El cristianismo difería del judaísmo en el modo de interpretar el AT, pero no en el contenido y número de libros de la Biblia. La versión de los LXX, tal como era transmitida en los códices cristianos a partir del mediados del siglo II d.C., formaba un corpus mixtum de libros que en modo alguno correspondía a un canon judío diferente al de la tradición rabínica (Beckwith, Ellis). Por el contrario, según otra corriente de explicación, la Iglesia cristiana no heredó del judaísmo un canon ya cerrado; la Iglesia ya había tomado un camino independiente Y apartado del judaísmo cuando se cerró definitivamente el canon rabínico (Sundberg). El cristianismo tenía la idea de un canon abierto del AT. Ésta es la razón de que el canon cristiano del AT no
coincida con el judío .

El establecimiento definitivo del canon cristiano del AT se hizo en
un período ya tardío, en el siglo IV d.C., cuando se fijaron las listas definitivas de libros considerados canónicos. Con anterioridad a este momento, cabe hablar de escritos «autorizados», pero no de libros canónicos.
En el judaísmo, el «proceso de formación» del canon veterotestamentario se encuentra ya casi completamente ultimado a mediados del siglo II a.c., pero el consenso y la lista definitiva no se establecen hasta finales del siglo II d.C., o, por lo menos, las discusiones últimas sobre alguno de los libros no quedan zanjadas hasta esta época. En el cristianismo, las últimas décadas del siglo II constituyen el período decisivo en el proceso de formación del canon, pero la lista definitiva no se
establece hasta el siglo IV (d. p. 262).

La Biblia judía y la Biblia cristiana. Julio Trebolle. Ed Trotta. Pgs. 256-259
 
Re: El Canon bíblico del AT según Jesucristo

Demos el toque erudito. Supongo que será útil para aquellos que deseen investigar sin prejuicios.Disculpen si salió algo deformado, espero les haya servido la información de Don Julio Trebolle, uno de los grandes entendidos en lengua española sobre los textos bíblicos y miembro del comité de traducción de los Manuscritos del Mar Muerto







2. El canon en la diáspora judeo-helenística

La Biblia griega, transmitida en el cristianismo, se diferencia de la Biblia rabínica por el número y orden de los libros, así como por el texto de cada uno. La Biblia griega añade varios libros (Tobías, Judit, Macabeos, etc.) e introduce nuevos capítulos en algunos libros ("añadidos" a Daniel, Jeremías, Job, etc.).

En contra de lo que se pensó durante largo tiempo, no existió nunca un verdadero «canon alejandrino» de lengua griega que pudiera ser considerado como un canon paralelo al «palestina» de lengua hebrea (Sundberg; d. pp. 169 y 284).

La teoría tradicional sobre la existencia de un «canon alejandrino», que supuestamente incluía más libros que el canon palestina, se basaba, entre otros datos, en el hecho de que los códices de los LXX contenían varios de los libros apócrifos. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que los grandes códices del siglo v tenían una extensión muy superior a la de los códices de siglos anteriores. Son por otra parte todos ellos de origen cristiano, pues a partir del siglo II d.C. los judíos dejaron de utilizar la versión de los LXX, que sustituyeron por otras versiones judías. Los códices griegos reflejan en definitiva la situación de los siglos IV y V, que no es comparable en modo alguno con la de siglos anteriores.
Es frecuente suponer que Filón y los judíos helenistas no compartían el parecer de los rabinos de Palestina, según el cual el espíritu de profecía había cesado hacía siglos. Los judeo-helenistas tendían más bien a considerar que una literatura más vasta que la acotada por los fariseos gozaba también del privilegio de la inspiración profética. Sin embargo, aun cuando ello fuera así, no cabe extraer la conclusión de que el judaísmo helenista disponía de un canon más amplio que el del judaísmo rabínico. De hecho las obras de Filón no citan ni una sola vez los libros apócrifos, lo cual invalida toda hipótesis sobre la existencia de un canon helenístico. Por otra parte, sería bien extraño que un libro como el primero de los Macabeos, que insiste en que la profecía había cesado hacía tiempo (4,46; 9,27; 14,41), pudiera formar parte de un supuesto canon helenístico, cuya existencia se apoya precisamente en la afirmación de que la profecía no ha cesado todavía, en una época incluso posterior.

La teoría del canon alejandrino tenía otros dos soportes, que se han
venido igualmente a tierra. El primero era que el judaísmo helenístico y el judaísmo palestina eran realidades distintas y distantes. El segundo era que los libros apócrifos fueron compuestos en su mayoría en lengua
griega y en suelo egipcio.

Lo cierto es que Ben Sira y 1 Macabeos proceden de Palestina y
muchos de los apócrifos son traducciones de originales hebreos o arameos de Palestina, con la excepción de los otros tres libros de los Macabeos y, en parte también, del libro de la Sabiduría. Por otra parte, el prólogo del libro de Ben Sira, escrito en Egipto, hace mención por tres veces de la división tripartita del canon y no existe testimonio alguno que permita establecer la afirmación de que alguno de los apócrifos tenía cabida en alguna de las tres divisiones establecidas.


En conclusión, el judaísmo de la diáspora helenística no se diferenciaba del palestina en lo tocante a la extensión del canon, aunque pudiera tener enorme estima hacia los libros escritos en griego, al modo como los esenios de Palestina tenían también en gran estima otros libros escritos en hebreo o arameo. La rivalidad entre fariseos, saduceos y esenios, que estalló en los años del sumo sacerdocio de Jonatán Macabeo (152-142 a.c.), debería haber tenido repercusiones en la extensión del canon de libros aceptados por unos y por otros. Sin embargo, el hecho es que todos ellos coincidían en reconocer un canon, que en líneas generales había quedado establecido ya poco antes del estallido de la rivalidad entre ellos (Beckwith, d. p. 181).

No se ha de olvidar, sin embargo, que el judaísmo anterior al año 70 se caracterizaba por un enorme pluralismo. Algunos círculos fariseos no aplicaban con rigidez el principio de que la cadena de sucesión profética había quedado rota en la época persa, lo que en principio dejaba fuera del canon al libro de Ben Sira. Si en el judaísmo de la diáspora griega un Filón puede ser testigo de un judaísmo conservador y muy centrado en la Torá, otros ambientes pietistas de la misma diáspora estaban muy predispuestos a considerar canónicos algunos escritos como, por ejemplo, los «añadidos» a los libros de Daniel y Ester. A comienzos del siglo 1 d.C. el libro de la Sabiduría vino a incrementar el número de pseudoepígrafos atribuidos a Salomón, llegando más tarde a formar parte de los libros de la Biblia griega. Estos grupos, al igual que en la comunidad de Qumrán, no mostraban preocupación alguna por cerrar definitivamen¬te el canon de libros bíblicos. La Biblia griega cristiana no hace más que reflejar esta situación imperante antes del año 70, en la que no cabe hablar de la existencia de un canon cerrado (Sundberg). Así pues, la discusión actual en torno al canon del AT se mueve entre el reconocimiento de que el canon fariseo estaba ya muy consolidado a mediados del siglo II a.C. (Beckwith, quien sugiere que los cristianos cambiaron una práctica judía ya muy establecida; d. p. 186) y el supuesto de que, al comienzo de la era cristiana, tanto en Palestina como en Alejandría, el canon no conocía todavía unos límites precisos (Sundberg, d. p. 284).


VII. EL CANON CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El canon cristiano añade al final del canon judío los libros del Nuevo Testamento. Este añadido modifica sustancialmente el sentido de todo el conjunto.
En los inicios del cristianismo los primeros escritos cristianos, que más tarde llegaron a formar parte del NT, podían ser vistos todavía como unos escritos más entre la vasta literatura judía de la época. Tales escritos se referían al conjunto formado por la T orá, Profetas y Escritos como a las únicas Escrituras existentes y reconocidas. Pronto adquirieron, sin embargo, entidad propia, hasta presentarse finalmente como un Testamento «Nuevo», paralelo a las Escrituras de los judíos convertidas ahora en Testamento «Antiguo».
Las frecuentes citas que el NT ofrece del AT presentan un cuadro muy similar al que muestra la biblioteca de Qumrán. Los libros más citados en el NT son también en primer lugar el de los Salmos, seguido por los de Isaías, el Deuteronomio Y demás libros de la Torá. El Apocalipsis debe mucho a los libros de Ezequiel y Daniel. El libro de Daniel aparece citado como obra de un «profeta» (Mt 9,27) o dentro de la categoría de «los profetas» (1 Pe 1,10-12).

El AT de los primeros cristianos era básicamente el mismo de la comunidad judía. Las polémicas entre cristianos y judíos no atestiguan diferencias significativas respecto a la lista de libros autorizados. Si en una época posterior la Iglesia cristiana reconoció valor canónico a algunos libros que no forman parte de la Biblia hebrea, ello se debió más a una tradición de uso de tales libros que no a una decisión consciente de ampliar el canon bíblico (Ellis, d. pp. 283 Y 583).

Dos tendencias se disputan la explicación del canon cristiano del AT. La primera supone que el cristianismo heredó un canon judío de 22 libros (24 en el TM). El cristianismo difería del judaísmo en el modo de interpretar el AT, pero no en el contenido y número de libros de la Biblia. La versión de los LXX, tal como era transmitida en los códices cristianos a partir del mediados del siglo II d.C., formaba un corpus mixtum de libros que en modo alguno correspondía a un canon judío diferente al de la tradición rabínica (Beckwith, Ellis). Por el contrario, según otra corriente de explicación, la Iglesia cristiana no heredó del judaísmo un canon ya cerrado; la Iglesia ya había tomado un camino independiente Y apartado del judaísmo cuando se cerró definitivamente el canon rabínico (Sundberg). El cristianismo tenía la idea de un canon abierto del AT. Ésta es la razón de que el canon cristiano del AT no
coincida con el judío .

El establecimiento definitivo del canon cristiano del AT se hizo en
un período ya tardío, en el siglo IV d.C., cuando se fijaron las listas definitivas de libros considerados canónicos. Con anterioridad a este momento, cabe hablar de escritos «autorizados», pero no de libros canónicos.
En el judaísmo, el «proceso de formación» del canon veterotestamentario se encuentra ya casi completamente ultimado a mediados del siglo II a.c., pero el consenso y la lista definitiva no se establecen hasta finales del siglo II d.C., o, por lo menos, las discusiones últimas sobre alguno de los libros no quedan zanjadas hasta esta época. En el cristianismo, las últimas décadas del siglo II constituyen el período decisivo en el proceso de formación del canon, pero la lista definitiva no se establece hasta el siglo IV (d. p. 262).

La Biblia judía y la Biblia cristiana. Julio Trebolle. Ed Trotta. Pgs. 256-259
 
Re: El Canon bíblico del AT según Jesucristo

Caminemos un poco caminante
 
Re: El Canon bíblico del AT según Jesucristo

alguien puede decirme porque la carta que pablo escribio a la iglesia de laodicea no esta en el canon

Col 4:16 Después de haber leído ustedes esta carta, mándenla a laiglesia de Laodicea, para que también allí sea leída; y ustedes,a su vez, lean la carta que les llegue de allá.



gracias