Re: La Iglesia de los primeros siglos
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La mayor parte de estos religiosos errantes profesaban una severa regla de vida, y algunas veces una regla de mortificación fanática. En los misterios de Mitra, la iniciación era precedida por ayuno y abstinencia y una diversidad de pruebas dolorosas. Se realizaba mediante un bautismo y un lavado espiritual, e incluía una ofrenda de pan y algún emblema de la resurrección. En los ritos samotracios había sido costumbre iniciar a los niños. Parece que también se había requerido la confesión de los principales crímenes, la cual se vería incluida naturalmente en la indagación en las vidas pasadas de los candidatos a la iniciación que otros llevaban a cabo. Las ropas de los conversos eran blancas. Su vocación era considerada como una milicia (
militia), y se emprendía con un
sacramentum o juramento militar. Los sacerdotes se afeitaban la cabeza y vestían de lino y, al morir, se les enterraba con la vestidura sacerdotal.
Apenas resulta necesario referir la mutilación que se inflingía a los sacerdotes de Cibeles, ya ha sido mostrado un ejemplo de sus flagelaciones, y Tertuliano habla de que su sumo sacerdote se cortó los brazos por la vida del emperador Marco. Los sacerdotes de Isis, lamentándose por Osiris, desgarraban sus pechos con piñas de pino. Esta lamentación era una observancia ritual fundada en algún misterio religioso: Isis perdió a Osiris y los iniciados lloraban en memoria de su pena. Las diosas sirias habían llorado sobre el muerto Thammuz, y sus místicos lo commemoraban mediante una aflicción ceremonial.
En los ritos de Baco se tenía una imagen en un féretro a medianoche ante la cual se lamentaban con himnos métricos, se suponía que moría el dios y que luego revivía. Tampoco era este el único culto que se prolongaba por la noche, mientras que algunos de los ritos se llevaban a cabo en cavernas.
Sólo una luz celestial puede purificar el culto nocturno y subterráneo. En aquel tiempo las cavernas resultaban propicias para el culto de los dioses infernales. Era natural que estas religiones extravagantes estuvieran conectadas con la magia y sus artes análogas. En todos los tiempos la magia ha conducido a la crueldad, como la vida licenciosa sería la reacción inevitable a una vida temporalmente rigurosa.
Una profesión extraordinaria, cuando los hombres se encuentran en estado de mera naturaleza, crea hipócritas o locos, y tardará mucho tiempo en desaparecer, salvo para una minoría. El mundo de aquella época asociaba en un conjunto a isiacos, frigios, mitríacos, caldeos, hechiceros, astrólogos, adivinos, itinerantes y, como era natural, a los judíos. El libertino Alejandro practicó la magia y se acusó de mago al grave Apolonio. Los ritos de Mitra venían de la magia de Persia y, obviamente, en principio es difícil distinguir las ceremonias del taurobolio sirio de las Neciomancia en la
Odisea o de Canidia en Horacio.
El Código Teodosio llama a la magia en general "superstición". Y magia, orgías, misterios y celebración del sábado eran referidos al mismo origen "bárbaro". "Las supersticiones mágicas", los "ritos del mago", las "promesas de los caldeos" y los "matemáticos", resultan familiares a los lectores de Tácito. El emperador Oto, un mecenas reconocido de las modas orientales, tomó parte en los ritos de Isis y consultó a los matemáticos. De Vespasiano, que también los consultó, se oyó hable en Egipto que había realizado milagros bajo la sugestión de Serapis. Tiberio, en un edicto, clasificó juntos "los ritos egipcios y judíos", y Tácito junto con Suetonio, al recoger el edicto, hablan de las dos religiones juntas como "
ea superstitio". Ya las había unido Augusto como supersticiones y como ilegales, y las comparó con otras parecidas de origen extranjero. "En cuanto a los ritos extranjeros (
peregrinae ceremoniae)", dice Suetonio, "reverenció más a aquellos que eran antiguos y prescritos, y despreció el resto". Continúa diciendo que incluso en los tribunales había reconocido a los sacerdotes eleusianos, en cuyos misterios había sido iniciado en Atenas, "mientras que al atravesar Egipto había rehusado ver a Apis y había aprobado que su nieto Calígula pasara por Judea sin sacrificar en Jerusalén".
Plutarco habla de la magia unida a los misterios lúgubres de Orfeo y Zoroastro y a los egipcios y frigios. Y en su
Tratado sobre la superstición pone juntos en una cláusula, como especímenes de aquella enfermedad mental, a los que: "se cubren a sí mismos con barro, se revuelcan en el fango, celebran el sábado, se tumban boca abajo, posturas indecorosas y adoraciones extranjeras". Ovidio menciona en versos consecutivos los ritos de "Adonis lamentándose por Venus", "la celebración del sábado de los judíos sirios" y el "templo menfítico de Io con su vestido de lino". Juvenal habla de los ritos, tanto como del lenguaje y de la música, del sirio Orontes, que inundaron Roma y, en su descripción de la superstición de las mujeres romanas, coloca al pequeño adivino judío entre los pomposos sacerdotes de Cibeles e Isis, la brujería sangrienta de los auspiciadores armenios y las astrología de los caldeos.
El nombre cristiano, al ser clasificado al principio como una especie de judaísmo, fue incluído por ese motivo en cualquier odio y en cualquier mala asociación que estuviese unida al nombre de judío. Pero al poco tiempo se comprendió claramente que era diferente de la gente rechazada, como lo muestra la persecución, y se mantuvo sobre su propio terreno. Todavía no cambió su carácter a los ojos del mundo. Por suerte o por desgracia, aún fue asociado con los devotos de ritos mágicos y secretos. El emperador Adriano, notable como es por su carácter inquisitivo y participante en muchos misterios, aún creía que los cristianos de Egipto aceptaban el culto de Serapis. Se los relacionó con la magia de Egipto en
la historia de la comúnmente llamada "legión del trueno", en lo que tenga de cierto, en la cual la lluvia de fuego que libró al ejército del Emperador en el campo, y que la Iglesia atribuyó a su vez a las oraciones de los soldados cristianos, es atribuida por Dión Casio a un mago egipcio que la obtuvo invocando a Mercurio y a otros espíritus. Había sido esta guerra la ocasión de uno de los primeros reconocimientos que el Estado concedió a los ritos orientales, si bien los hombres de estado y los emperadores, como personas particulares, hacía tiempo que habían tomado parte en ellos. Instado por sus temores a los marcomanos el emperador Marco recurrió a las prácticas extranjeras, y se dice que empleó magos y caldeos para prevenir un resultado adverso de la guerra.
Resulta notable que el cristianismo contara con un puesto en la creciente aceptación que se extendió a estos ritos en el siglo III. La capilla de Alejandro Severo contiene estatuas de Abraham, Orfeo, Alejandro, Pitágoras y de Nuestro Señor. Por supuesto que aquí, como en el caso del judaísmo cenobita, una filosofía ecléctica ayudó a la comprensión de las religiones. Mas, inmediatamente antes de Alejandro, Heliogábalo, que no fue filósofo, al tiempo que asentaba formalmente su ídolo sirio en el Palatino, mientras que observaba los misterios de Cibeles y Adonis y celebraba sus ritos mágicos con víctimas humanas, también intentaba, según Lampridio, unir a su superstición horrible "las religiones judía y samaritana y el rito cristiano, pues así el sacerdocio de Heliogábalo podría comprender el misterio de cada rito".
De ahí, más o menos, las narraciones que se hallan en la historia eclesiástica de la conversión o de la buena voluntad de los emperadores por la religión cristiana, de Adriano, Mamea y otros, excepto Heliogábalo y Alejandro. Tales historias significan con frecuencia poco más que el que lo favorecieran entre otras formas de superstición oriental.
Continuará.