Lo que aparecía a primera vista del cristianismo primitivo, a los ojos de testigos externos a él, se nos presenta en las breves pero vívidas descripciones dadas por Tácito, Suetonio y Plinio, los únicos escritores paganos que lo mencionan claramente en los primeros ciento cincuenta años.
Tácito se ve impelido a hablar de la religión a causa del incendio de Roma, del que popularmente se acusaba a Nerón. "Para poner fin al rumor", dice, "echó la culpa a otros y les castigó con los tormentos más rebuscados, es decir, a los que, al ser considerados aborrecibles por sus crímenes (per flagitia invisos) se les llamaba popularmente cristianos. El autor de aquella profesión (nominis) fue Cristo, el cual, en el reino de Tiberio, fue castigado a la pena capital por el procurador Poncio Pilato. La mortal superstición (exitiabilis superstitio), aunque frenada de momento, estalló de nuevo, y no sólo por toda Judea, la sede original del mal, sino también a través de la ciudad, adonde fluyen y donde crecen todas las cosas atroces y vergonzosas (atrocia aut pudenda) de cada provincia. Al principio se detuvo a algunos que la profesaban, después, por su información, se convenció a una vasta multitud, no tanto del incendio de la ciudad como de odio a la humanidad (odio humani generis)". Después de describir las torturas, continúa: "En consecuencia, aunque ellos eran culpables, y merecían el castigo más señalado, se les comenzó a compadecer, como si su destrucción no se debiera a alguna finalidad pública, sino a la barbarie de un hombre".
Suetonio relata los mismos hechos de este modo: "Se impusieron penas capitales a los cristianos, una clase de hombres de una superstición nueva y mágica (superstitionis novae et maleficae)". Lo que da un carácter adicional a esta afirmación es su contexto, porque la muestra como una de las diversas normativas de orden público suntuarias o domésticas que creó Nerón, tales como "controlar los gastos privados, prohibir a las tabernas servir carne, reprimir las luchas de los partidos teatrales y asegurar la integridad de los testamentos".
Cuando Plinio era gobernador del Ponto escribió su célebre carta al Emperador Trajano, para pedir consejo de cómo debía tratar a los cristianos, a los cuales encontró en gran número allí. Una de sus dudas era si la sola profesión del cristianismo por sí misma resultaba suficiente para justificar el castigo: "si el nombre mismo debería ser castigado, aunque inocente de actos infames (flagitia), o sólo cuando se encontraba unido a ellos". Dice que había ordenado la ejecución de los que perseveraron en su profesión después de repetidas advertencias, "al no dudar que, fuera lo que fuese lo que profesaran, debía castigarse de ese modo cualquier contumacia y obstinación". Les exigía invocar a los dioses, sacrificar vino e incienso a las imágenes del Emperador y blasfemar de Cristo "a lo cual", añade, "se dice que no puede ser obligado ningún cristiano cabal". Los renegados le informaron de que "la suma total de sus ofensas o faltas era encontrarse antes del alba un día señalado, decir juntos una fórmula de palabras (carmen) a Cristo como a un dios y obligarse por juramento no a la comisión de ninguna maldad, sino en contra de la comisión de hurtos, atracos, adulterios, abusos de confianza o negación de depósitos. Que tras esto solían separarse y encontrarse luego otra vez todos para una comida inofensiva. Sin embargo incluso habían suspendido estos encuentros después de sus edictos haciendo cumplir la prohibición imperial de las hetaeriae o asociaciones". Procedió a poner bajo tortura a dos mujeres, pero "no descubrió nada más allá de una superstición mala y escesiva (superstitionem pravam et inmodicam), cuyo contagio", sigue, "se ha extendido a través de los pueblos y la nación, hasta que los templos se vaciaron de adoradores"
En estos testimonios, que pueden formar un texto conveniente y natural para lo que está por seguir, hemos puesto al descubierto diversas características de la religión a la que se refieren. Era una superstición, como convienen los tres escritos. De acuerdo con Plinio, una superstición mala y excesiva. Según Suetonio, una superstición mágica. Conforme a Tácito, una superstición mortal. Segundo, estaba encarnada en una sociedad y, además, una sociedad o hetaeria secreta e ilegal. Y era una sociedad proselitista, y su mismo nombre estaba unido con "infamia", "atrocidad" y actos "escandalosos".
Continuará.
Tácito se ve impelido a hablar de la religión a causa del incendio de Roma, del que popularmente se acusaba a Nerón. "Para poner fin al rumor", dice, "echó la culpa a otros y les castigó con los tormentos más rebuscados, es decir, a los que, al ser considerados aborrecibles por sus crímenes (per flagitia invisos) se les llamaba popularmente cristianos. El autor de aquella profesión (nominis) fue Cristo, el cual, en el reino de Tiberio, fue castigado a la pena capital por el procurador Poncio Pilato. La mortal superstición (exitiabilis superstitio), aunque frenada de momento, estalló de nuevo, y no sólo por toda Judea, la sede original del mal, sino también a través de la ciudad, adonde fluyen y donde crecen todas las cosas atroces y vergonzosas (atrocia aut pudenda) de cada provincia. Al principio se detuvo a algunos que la profesaban, después, por su información, se convenció a una vasta multitud, no tanto del incendio de la ciudad como de odio a la humanidad (odio humani generis)". Después de describir las torturas, continúa: "En consecuencia, aunque ellos eran culpables, y merecían el castigo más señalado, se les comenzó a compadecer, como si su destrucción no se debiera a alguna finalidad pública, sino a la barbarie de un hombre".
Suetonio relata los mismos hechos de este modo: "Se impusieron penas capitales a los cristianos, una clase de hombres de una superstición nueva y mágica (superstitionis novae et maleficae)". Lo que da un carácter adicional a esta afirmación es su contexto, porque la muestra como una de las diversas normativas de orden público suntuarias o domésticas que creó Nerón, tales como "controlar los gastos privados, prohibir a las tabernas servir carne, reprimir las luchas de los partidos teatrales y asegurar la integridad de los testamentos".
Cuando Plinio era gobernador del Ponto escribió su célebre carta al Emperador Trajano, para pedir consejo de cómo debía tratar a los cristianos, a los cuales encontró en gran número allí. Una de sus dudas era si la sola profesión del cristianismo por sí misma resultaba suficiente para justificar el castigo: "si el nombre mismo debería ser castigado, aunque inocente de actos infames (flagitia), o sólo cuando se encontraba unido a ellos". Dice que había ordenado la ejecución de los que perseveraron en su profesión después de repetidas advertencias, "al no dudar que, fuera lo que fuese lo que profesaran, debía castigarse de ese modo cualquier contumacia y obstinación". Les exigía invocar a los dioses, sacrificar vino e incienso a las imágenes del Emperador y blasfemar de Cristo "a lo cual", añade, "se dice que no puede ser obligado ningún cristiano cabal". Los renegados le informaron de que "la suma total de sus ofensas o faltas era encontrarse antes del alba un día señalado, decir juntos una fórmula de palabras (carmen) a Cristo como a un dios y obligarse por juramento no a la comisión de ninguna maldad, sino en contra de la comisión de hurtos, atracos, adulterios, abusos de confianza o negación de depósitos. Que tras esto solían separarse y encontrarse luego otra vez todos para una comida inofensiva. Sin embargo incluso habían suspendido estos encuentros después de sus edictos haciendo cumplir la prohibición imperial de las hetaeriae o asociaciones". Procedió a poner bajo tortura a dos mujeres, pero "no descubrió nada más allá de una superstición mala y escesiva (superstitionem pravam et inmodicam), cuyo contagio", sigue, "se ha extendido a través de los pueblos y la nación, hasta que los templos se vaciaron de adoradores"
En estos testimonios, que pueden formar un texto conveniente y natural para lo que está por seguir, hemos puesto al descubierto diversas características de la religión a la que se refieren. Era una superstición, como convienen los tres escritos. De acuerdo con Plinio, una superstición mala y excesiva. Según Suetonio, una superstición mágica. Conforme a Tácito, una superstición mortal. Segundo, estaba encarnada en una sociedad y, además, una sociedad o hetaeria secreta e ilegal. Y era una sociedad proselitista, y su mismo nombre estaba unido con "infamia", "atrocidad" y actos "escandalosos".
Continuará.