Originalmente enviado por Ramón<STRONG>
Maripaz, bueno, el autor de los Macabeos dice si la obra ha sido buena, que es lo que deseaba, y se excusa si la obra haya podido ser mediocre. Ya sabemos que la palabra de Dios ha sido escrita por hombres. Incluso por el mismo San Pablo, que también se acusa a sí mismo (se llama pequeño y no digno de ser llamado apóstol por perseguir la iglesia). Una cosa es lo mediocre que uno sea, y otra cosa es hasta que punto uno es instrumento para uso de Dios (la Biblia no está escrita perfectamente como aseguran los musulmanes del Corán, entendiendo perfectamente como gramaticalmente perfecta. Ni falta que hace porque la Biblia no es un tratado de gramática, ni un libro de historia o tratado de medicina, botánica o biología).
</STRONG>
Esto elude el punto. Pablo puede decir muchas cosas de sí mismo, pero jamás admitió que se cuestionase su autoridad apostólica dada por el mismo Señor. Todo lo contrario: la defendió sin concesiones, por ejemplo en 2 Corintios y Gálatas. Los autores sagrados saben que hablan de parte de Dios.
En cambio el autor de 2 Macabeos es consciente de que lo suyo es una composición literaria para la cual no reclama inspiración; antes bien, pide disculpas y recurre a la buena voluntad de los lectores. Y según el autor de 1 Macabeos en su época hacía tiempo habían dejado de aparecer profetas (1 Macabeos 9:27, “Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas”; cf. 4:46; 14:41). Y el traductor del Eclesiástico también se disculpa de antemano.
Estas actitudes son muy loables en ellos, pero desconocidas en los libros canónicos.
<STRONG>
Dices: “Agustín escribió cosas buenas, pero sus palabras NO SON Palabra de Dios, tan solo de hombres”. Es que muchas cosas que escribes tú (empezando por tus transcripciones de algunas páginas web) son también palabras de hombres. Muchas interpretaciones que hacéis son interpretaciones de hombres (y mujeres).
</STRONG>
Desde luego. El punto es que el hecho que lo haya escrito Agustín, Cipriano o Gregorio no basta para considerar concluida la discusión, máxime cuando los Padres también tenían sus diferencias entre sí.
<STRONG>
A Jetonius: (Sí, estoy por aquí. Cosas de la tecnología, este fin de semana no estaban operativos los foros. Así que hoy Lunes mando mis aportaciones a quien quiera leer. Parece que me estabas esperando).
</STRONG>
En realidad no, pero aproveché para preguntar por ti al contestarle a Virginia.
<STRONG>
Pues ahí voy: La iglesia no ha estado callada durante estos dos milenios. Es una cosa que no aceptáis, la capacidad de atar y desatar que le ha sido conferida a la iglesia. Si bien algunos dogmas no aparecen en la Biblia, no quiere decir que estén en contra de ella.
</STRONG>
Sea lo que signifique la potestad de “atar y desatar” ciertamente por ningún desvarío de la imaginación puede significar formular dogmas que no se hallen explícitos o por clara implicación en las Escrituras. Como tuvo que recordarle Jesús a los fariseos, las Escrituras no sólo se invalidan cuando se las niega, sino cuando se le ponen a la par, como doctrina revelada y obligatoria, cosas que cuanto más podrían ser observancias voluntarias o especulaciones teológicas.
<STRONG>
Dices: “salvo la idea de fuego poco hay aquí para fundar la noción extrabíblica de un purgatorio”. Si ya he dicho antes que el fuego no deja de ser un símbolo. La cuestión no es si el fuego quema mucho y hace mucho sufrir sino que está en lenguaje simbólico: “pues en su día el fuego lo revelará y probará cuál fue la obra de cada uno. Aquel cuya obra subsista recibirá el premio, y aquel cuya obra sea consumida sufrirá el daño; él, sin embargo, se salvará, pero como quien pasa por el fuego”. Lenguaje simbólico que indica algo.
</STRONG>
Pero precisamente esto es lo que cuestiono. ¿Qué indica el lenguaje simbólico al decir Pablo “así como por fuego”? No se refiere a una purificación postmortem de los que mueren con pecados veniales, sino a la situación en el día del juicio de los ministros chapuceros.
El texto del Nuevo Testamento más frecuentemente utilizado para fundamentar la doctrina sobre el purgatorio, 1 Cor 3,12-15, habla de que algunos podrán salvarse el día del juicio «como a través de fuego», es decir, según la mayoría de los exegetas más recientes, solamente con trabajo y a duras penas. Pero nada se dice de un proceso de purificación.
Herbert Vorgrimler, en Johannes Feiner y Magnus Löhrer (Dir.), Mysterium salutis. Manual de Teología como Historia de la Salvación, vol. 5, El cristiano en el tiempo y la consumación escatológica. Madrid: Cristiandad, 1984, p. 430.
Es decir que el lenguaje indica “algo” pero no lo que el dogma católico cree ver allí.
<STRONG>
Cierto es que el dogma católico bebe de estos elementos, pero como he dicho antes, la iglesia tiene capacidad de ajustar cual es la verdad; el Espíritu Santo asiste.
</STRONG>
No me queda muy claro lo de “ajustar cual es la verdad”. Si el dogma católico “bebe de estos elementos” para producir algo completamente ajeno a lo dicho por el Apóstol, vano y temerario es responsabilizar al Espíritu Santo.
<STRONG>
El problema no es si está en la Biblia sino si es antibíblico, y no lo es.
</STRONG>
En esto no podremos ponernos de acuerdo. El problema es precisamente que
no está en la Biblia ni tampoco, en caso de que uno admitiera la preservación de enseñanzas apostólicas por tradición oral, en ninguna tradición demostrablemente procedente de los Apóstoles. Como según la propia Iglesia católica las Escrituras y la Tradición apostólica son las únicas dos fuentes de la revelación no debería haber sido objeto de definiciones dogmáticas, pero lo fue. Se invalida la Escritura cuando se le hacen añadiduras como la tradición oral de los fariseos o los agregados que al Magisterio católico le plugo aportar. Y como los dogmas se relacionan unos con otros, estas añadiduras además de corromper la fe, distorsionan otras doctrinas.
<STRONG>
Respecto a San Agustín, sigue hablando de un sitio de purga, ¿y no es eso el purgatorio?.
</STRONG>
Para que vea la confusión generada por esta falsa doctrina, le transcribo las palabras de Juan Pablo II que usted mismo cita con aprobación más abajo:
“
Este término no indica un lugar, sino una condición de vida.”
Es decir que según el actual papa, el purgatorio no es un sitio, a pesar de que la palabra misma significa “lugar de purificación”.
<STRONG>
Es cierto que sobre el purgatorio se ha hinchado su concepto en demasía, no siendo así en el catecismo que asegura lo mismo que San Agustín
</STRONG>
¿”Se ha hinchado” , así, impersonalmente? ¿O lo ha hinchado precisamente el Magisterio ordinario de la Iglesia Católica durante siglos?
<STRONG>
(que por cierto San Agustín interpreta de ese modo, como sitio de purga, los versículos de San Pablo).
</STRONG>
Agustín presenta sus ideas sobre la condición de los muertos en los capítulos 109 y 110 de su Manual (
Enchiridion, también llamado “De la fe, la esperanza y el amor” ). Sobre el estado del alma en el intervalo entre la muerte y la resurrección dice:
Durante el tiempo, más aún, que transcurre entre la muerte de un hombre y la resurrección final, el alma mora en un refugio oculto, donde disfruta del reposo o sufre aflicción en precisa proporción al mérito que ha ganado por la vida que llevó en la tierra.
Enchiridion, 109
En el siguiente capítulo expone su idea de que hay almas que ni son tan buenas como para no necesitar pagar pena alguna, ni tan malas que deban necesariamente perderse; y éstas almas imperfectas pero no condenadas son las que se benefician con las oraciones a favor de los difuntos. Básicamente lo mismo puede hallarse en
La ciudad de Dios, Libro XXI, capítulos 13 y 24.
Sin embargo, no veo que diga nada acerca de un sitio específico donde esto haya de ocurrir.
<STRONG>
No quiero referirme a descripciones del purgatorio que yo ya asumo que entra dentro del lenguaje simbólico. En el catecismo se ha quitado mucho ropaje a esas descripciones antiguas y son pocos y precisos los artículos donde se habla de ello (y está a vuestro alcance).
</STRONG>
Claro, por cierto que dice bien poco para tratarse de un dogma de fe; helo aquí:
III LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf DS 1304) y de Trento (cf DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo, 1 Co 3,15; 1 P 1,7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12,31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial 4,39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio a favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 M 12,46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia a favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf Jb 1,5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. Im 1 Cor. 41,5)
Catecismo de la Iglesia Católica, 1030-1032
<STRONG>
Y en cuanto a los muertos de pecados imperdonables (Macabeos), cuidado, que el único pecado imperdonable es el hecho contra el Espíritu Santo, que no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero. Penados por la ley hay innumerables pecados (ahí están los diez mandamientos), que es una forma de romper con Dios, pero expresamente ir contra el Espíritu Santo es lo que dice Jesús que es imperdonable. ¿Son estos pecados (gravísimos, ciertamente) cometidos por estos judíos imperdonables en ese siglo y en los siguientes?. Pues en este caso no, y por esto mismo, no hay torceduras de textos.
</STRONG>
He aquí el texto pertinente de Deuteronomio:
Quemarás las esculturas de sus dioses, y no codiciarás el oro y la plata que los recubre, ni lo tomarás para ti, no sea que por ello caigas en un lazo, pues es una cosa abominable para Yahveh tu Dios; y no debes meter en tu casa una cosa abominable, pues te harías anatema con ella. Las tendrás por cosa horrenda y abominable, porque son anatema.
Deuteronomio 7:25-26, Biblia de Jerusalén (negritas añadidas)
Cuando la Escritura dice que algo es abominable a Dios, se trata de un pecado tan grave que se castiga con la muerte. Y “hacerse anatema” significa caer bajo la ley del
jerem según la cual aquello abominable es consagrado a la destrucción más completa.
De hecho, según el propio relato de 2 Macabeos, estos judíos fueron muertos por causa de aquel acto abominable de idolatría: “encontraron bajo las túnicas de cada uno de los muertos objetos consagrados a los ídolos de Jamnia ... Fue entonces evidente para todos por qué motivo habían sucumbido aquellos hombres” (2 Mac 12:40).
El Catecismo de la Iglesia Católica, según la doctrina tradicional, distingue entre pecados mortales y veniales. Sobre los primeros dice (negritas añadidas):
1855 El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.
Parece obvio que el pecado de aquellos judíos, tan grave que provocó su muerte al hacerlos anatema por cometer una abominación contra Dios, encaja perfectamente en esta definición.
Ahora bien, según la doctrina católica el pecado mortal involucra “la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno” (
Catecismo..., # 1861). Ahora bien, la intercesión por los muertos, según el mismo catecismo, se dirige a la remisión de la pena temporal por pecados ya perdonados en cuanto a la culpa (# 1471-1479), lo cual no es el caso aquí. Por el contrario, si se toma en serio el texto al cual se aferra la Iglesia Católica, debería admitir la posibilidad de que la intercesión lograse no simplemente la remisión de la pena temporal, sino el perdón de pecados, y no simplemente los veniales, sino también los mortales. Por tanto, el Magisterio no puede recurrir legítimamente a este texto sin admitir sus implicaciones para otros dogmas definidos.
Esto sin considerar, desde luego, que 2 Macabeos no pertenece al verdadero canon del Antiguo Testamento por lo cual no se lo puede emplear para basar doctrinas.
<STRONG>
Te voy a transcribir lo que dice Juan Pablo II, más actual que Clemente VI, como también prefiero lo que digáis vosotros a lo que dijeron Lutero y compañía (lo digo por el foro abierto con frases suyas, algunas espeluznantes).
</STRONG>
Eso es porque se ha hecho una deliberada selección de lo cuestionable de Lutero, sin considerar lo mucho de bueno y correcto que enseñó. De todas maneras, su preferencia es respetable, pero no es más que su propio gusto. No puede compararse con la preferencia por las enseñanzas de ciertos papas a las de otros, porque la Iglesia Católica enseña una “sucesión apostólica” según la cual todos los obispos de Roma canónicamente elegidos son por igual pastores y maestros supremos de la cristiandad.
<STRONG>
Los tiempos cambian y las formas de hablar también. Será versión light, pero el dogma no cambia (por supuesto que para que haya combustión tiene que haber oxigeno y combustible. Si no hay ni oxigeno ni combustible, no hay fuego).
</STRONG>
Lo cual no quita que desde Gregorio Magno, que es explícitamente citado en el nuevo Catecismo de 1992, se habla de
purificación por fuego, por más que ofenda sus preferencias.
<STRONG>
Y eso vale para católicos y para otras confesiones cristianas. Yo no sé hasta que punto será el sufrimiento del purgatorio (para los antiguos –San Agustín antes mencionado- es un sufrimiento terrible. ¿Será consecuencia de no ver a Dios cara a cara?.Tiene fácil arreglo. ¿Y para los modernos?. Poner la ropa a lavar no cuesta sufrir mucho, salvo que uno esté cómodamente en su sillón con la misma ropa sucia. En este caso la incomodidad es más leve que para los antiguos –claro que habría que hacerles caso que todo es lo peor si no se está cara a cara con Dios-. No voy a filosofar de lo que no sabemos. Pero los antiguos intuían ese sufrimiento que el fuego quiere representar. Pero, ¿es necesario?. También se vive sin Dios en este mundo de los vivos y parecen que no sufren... terminan sufriendo, pero parecen que no sufren... Cuando meto la pata, efectivamente sufro bastante. No es cómodo ofender a Dios. Pero si entramos en lenguajes simbólicos, me quedo con las versiones “light” de éste último siglo. Más que light, yo las veo más “limpias” de cargas del pasado. Claro que tanto estas versiones como las antiguas no desmienten el dogma del purgatorio. Ahí sigue).
</STRONG>
Me alegro que retome el hilo, porque en el párrafo anterior se fue por las ramas. Es evidente que los antiguos suponían un sufrimiento adicional a la privación de la visión beatífica de Dios, por cuanto esta privación difícilmente pueda
purificar a nadie: ...”los padres latinos, los escolásticos y muchos teólogos modernos suponen la existencia de un fuego físico como instrumento externo de castigo” (Ludwig Ott,
Manual de Teología Dogmática, Ed. Rev. Barcelona: Herder, 1969, p. 710). El autor citado nos informa: “En el purgatorio se distingue, de manera análoga al infierno, una pena de daño y otra de sentido” (ibid.). La primera es la demora en el acceso a la visión beatífica de Dios; la segunda involucra penas, o sufrimientos, purificadores.
<STRONG>
Como veo que lo buscabais
</STRONG>
No, no lo buscaba, pero entiendo que recurra a esta catequesis a falta de letra.
<STRONG>
, pues os transcribo los comentarios que estuvo haciendo sobre cielo, infierno o purgatorio (solo purgatorio, ¿eh?) hace unos veranos y que saltaron a la prensa asegurando que el Papa había dicho que no existía el infierno y demás cosas (que no es cierto, pero bueno... la prensa es así):
Catequesis del Papa sobre el Purgatorio
El purgatorio: purificación necesaria para el encuentro con Dios
Miércoles 4 de agosto
1. Como hemos visto en las dos catequesis anteriores, a partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia.
Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).
</STRONG>
No entiendo la razón del comillado. Tampoco lo de “ilustra” ; en realidad el Catecismo que cita ilustra bien poco, salvo decir que la Iglesia cree en una purificación postmortem.
<STRONG>
2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.
</STRONG>
Ayudan a comprender el sentido de la doctrina para quien cree en ella en primer lugar. Es decir, se formula una doctrina y luego se le busca el sentido.
<STRONG>
Según la legislación religiosa del Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, también la integridad física es particularmente exigida para las realidades que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf . Dt 10, 12 s).
La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación.
</STRONG>
Perfecto, pero no hay razón para pensar que esta purificación no sea instantánea; ver más abajo.
<STRONG>
Un texto de san Pablo lo sugiere.
El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, v dice: «Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1Co 3, 14-15).
</STRONG>
Como ya mostré arriba, esto se refiere al Día del Juicio, no a una purificación postmortem. El texto no lo enseña, ni siquiera lo sugiere como quisierra Juan Pablo II.
<STRONG>
3. Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona. Por ejemplo, Moisés obtiene el perdón del pueblo con una súplica, en la que evoca la obra salvífica rea izada por Dios en el pasado e invoca si fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13).
</STRONG>
Magnífico, pero se trata de una intercesión de un fiel vivo por sus compatriotas también vivos; nunca por los muertos en ningún texto canónico. Nada que ver con el purgatorio.
<STRONG>
La figura del Siervo del Señor, delineada por el libro de Isaías, se caracteriza también por su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (cf. Is 52, 13-53, 12, especialmente, 53, 11).
</STRONG>
Claro, porque corresponde a Jesucristo, el único Mediador entre Dios y los hombres. Esto tampoco apoya la idea de intercesión o expiación de fieles vivos por fieles difuntos. Del purgatorio, ni noticias.
<STRONG>
El Salmo 51 puede considerarse, desde la visión del Antiguo Testamento, una síntesis del proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).
</STRONG>
Claro, y de hecho se confiesa ante Dios, quien es el que perdona los pecados. ¿y el purgatorio dónde está?
<STRONG>
4. El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23-26, especialmente el v. 24). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).
</STRONG>
Precisamente, la expiación obtenida por el sacerdocio y el sacrificio de Cristo es plena e insuperable. No hace falta agregarle nada. El purgatorio sigue sin aparecer...
<STRONG>
Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.
</STRONG>
Es decir que hay solamente dos veredictos posibles; nada en el medio (ver Juan 5:28-29; Mateo 25:31-46; 2 Tes 1:6-10, etc). O se es salvo o no se es; no hay terreno intermedio.
<STRONG>
El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros o íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).
</STRONG>
Muy bien, pero este consejo de Pablo está dirigido ante todo a esta vida terrena (ver el contexto, comenzando por 3:1, “Así, pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”

.
<STRONG>
5. Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificamos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.
Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio.
</STRONG>
Ah, por fin llegamos al meollo del asunto.
<STRONG>
Este término no indica un lugar, sino una condición de vida.
</STRONG>
Qué raro, porque “purgatorio” significa precisamente “lugar de purificación”. Además, en su
Decreto sobre el Purgatorio de la sesión XXV (3 y 4 de diciembre de 1563) dice el Concilio de Trento que “existe el purgatorio y que las almas
allí detenidas son ayudadas por los sufragios de los fieles” (Denzinger # 983, 998). Lo de “allí detenidas” indica un lugar más que una condición. Lo mismo que la confesión propuesta por Clemente VI, en la que se habla de almas que “descienden” al purgatorio.
Mucho antes, en el I Concilio de Lyon de 1245 bajo el papa Inocencio IV, contado por la Iglesia Católica como XIII Ecuménico, se recurre a los consabidos textos de Mateo 12:32 y 1 Corintios 3:13-15 para afirmar:
y como los mismos griegos se dice que creen y afirman verdadera e indubitablemente que las almas de aquellos que mueren, recibida la penitencia, pero sin cumplirla; o sin pecado mortal, pero sí veniales y menudos, son purificados después de la muerte y pueden ser ayudados por los sufragios de la Iglesia; puesto que dicen que el lugar de esta purgación no les ha sido indicado por sus doctores con nombre cierto y propio, nosotros que, de acuerdo con las tradiciones y autoridades de los Santos Padres lo llamamos purgatorio, queremos que en adelante se llame con este nombre también entre ellos.”
Denzinger # 456; negritas añadidas.
Así que para Inocencio IV, Clemente VI y los obispos de Trento era un lugar, pero para Juan Pablo II no lo es... Dado que en ningún caso se trata de una definición infalible, parece que el asunto queda a gusto del consumidor. Por otra parte, el presente papa niega que sea un lugar pero no dice ni jota dónde piensa él que pueda estar ocurriendo esta “condición de vida” para las almas atormentadas. En otras palabras, negar simplemente que se trate de un lugar, además de contradecir otras enseñanzas, tampoco resuelve realmente nada.
<STRONG>
Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de justificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).
</STRONG>
Hay que tener mucha imaginación para suponer en el amor de Cristo a quienes después de la muerte están sufriendo y privados de la visión de Dios.
<STRONG>
Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el concilio Vaticano II, que enseña: «Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48).
</STRONG>
Perfecto, el destino eterno de cada uno queda decidido a la hora de la muerte. Pero esto no implica la existencia de penas purificadoras que se extiendan por un período indefinido en un lugar inexistente.
<STRONG>
6. Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).
Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
</STRONG>
Ante todo diría que nadie puede gozar “plenamente” de la vida eterna antes de la resurrección (cf. 2 Corintios 5:1-10). El resto añade bien poco a la doctrina tradicional, pues es más lo que calla que lo que dice. Si solamente se tratara de una purificación y no de las penas temporales del pecado, y tal purificación fuese de veras necesaria, pues habría que permitir que las cosas siguieran su curso. Pero como señalé antes, esto daría por tierra con todo el asunto de la intercesión por los muertos.
El razonamiento que da pie a toda esta invención del purgatorio es la noción de que es necesaria una purificación completa para acceder a la presencia de Dios. Admitiendo esto, no hay razón para pensar que Dios no pueda obrar tal purificación en un solo acto instantáneo a la hora de la muerte. Es curioso que Paulo VI hiciese la siguiente declaración en su enseñanza sobre las indulgencias:
Es una verdad divinamente revelada que los pecados acarrean castigos inflingidos por la santidad y justicia de Dios. Estos deben ser expiados ya sea en esta tierra a través de las penas, miserias y calamidades de esta vida y sobre todo a través de la muerte, o bien en la vida del más allá a través de fuego y tormentos o castigos “purificadores”.
Constitución Apostólica Indulgentiarum Doctrina (1967), # 2; negritas añadidas
La contradicción debiera ser obvia: Si la muerte misma es un medio sobresaliente de expiación, todo lo demás que pueda agregarse después de ella sale sobrando.
De hecho, la Escritura enseña explícitamente que quienes estén vivos cuando el Señor vuelva pasarán por esta purificación de manera
instantánea y recibirán un cuerpo glorioso sin ni siquiera experimentar la muerte:
¡Mirad! Os digo un misterio: no moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos en Cristo resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados.
1 Corintios 15: 51-52
En resumen, la Iglesia Católica hace del purgatorio un dogma de fe, aunque no se sabe si es un lugar o sólo una condición (que debe, sin embargo, ocurrir en alguna parte); ni la naturaleza exacta de las penas aunque aún se habla de fuego; ni su duración; pero un dogma es un dogma, y debe sostenerse a toda costa...
Sobre piedras tan firmes como ésta se erige el edificio católico.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
<{{{><