Eran como las nueve de una noche de invierno; fría, solitaria y de luna nueva, cuando de pronto, el fluido eléctrico de todo el vecindario se interrumpió. Súbitamente el ambiente quedó sombrío, quedando todo sumergido en la oscuridad extrema.
Dado que no tenia mucho que hacer y a pesar de que no tenia sueño, decidí irme a la cama caminando a tientas, para tratar de quedarme dormido y calentarme un poco.
Mientras trataba de conciliar el sueño, el silencio de la noche se hacia cada vez más profundo e intimidante. La casa estaba herméticamente cerrada y los escasos sonidos exteriores que se solían escuchar habían desaparecido acompañando a la oscuridad con un tajante e hiriente silencio.
Mis ojos se habían adaptado a la oscuridad y las siluetas de los objetos que apenas podía distinguir, empezaban a adquirir formas siniestras. Las lámparas parecían fantasmas con una enorme cabeza que me estaban observando en plan amenazante, como señalándome mi débil condición humana. Una tenue luz color sangre, que provenía de un detector de humo, parecía advertirme del peligro en el que me encontraba y una lejana y casi imperceptible sirena de ambulancia lo confirmaba.
La inquietud me embargó y empecé a cambiar de posición, me recostaba de lado derecho, de lado izquierdo, boca abajo, boca arriba, en posición supina, estiraba las piernas, en fin, todas esas posiciones solo lograban que las siniestras figuras empezaran a moverse hacia mí con mayor rapidez.
La ansiedad y el temor empezaron a cobijarme, los razonamientos desaparecieron y solo quedaron los pensamientos más simples en forma de duda, que se repetían una y mil veces.
─¿En dónde quedó el hombre recio y fuerte que de día suelo ser?─
─¿De dónde surgió repentinamente ese niño en el que me he convertido? ─
─¿Por qué no puedo controlar mi mente y le permito correr desbocada por todo mi cuerpo? ─
A la ansiedad y al temor le siguió y me cubrió la cobija de la desesperación y sentía el enorme peso que éstas me estaban provocando. Me quedé estático, subyugado por tan enorme carga que me oprimía el pecho y me impedía respirar.
Pensaba desesperado para mí mismo, ─¡estoy solo! ─ Estoy en la más profunda soledad de mí ser, no hay quien me pueda brindar ayuda en esta dramática situación que me recordaba las innumerables noches de mi niñez, que desamparado e inerme, esperaba que el cansancio me venciera y me condujera al acogedor sueño salvador, al reparador sueño libertador, al protector sueño de conciencias.
Antes de que me cayera la gruesa, pesada e insoportable colcha de la frustración, de la incapacidad para manejar por mí mismo tan critica situación, hice un esfuerzo para recuperar mis capacidades intelectuales y sobreponerme a esta insoslayable situación. Tenia que enfrentarla y superarla a través de mi capacidad racional y con el único recurso que he tenido para esas incómodas situaciones, mi inapreciable VALOR. El valor de reconocer que todas esas siniestras figuras son solo producto de mi imaginación y del temor natural de supervivencia producido por la oscuridad, del temor natural producido por la ignorancia de mí mismo.
Una vez que logré recuperar mi racionalidad y mi valor, desaparecieron inmediatamente la ansiedad, el temor y la desesperación. Me di cuenta que no necesitaba de apoyos imaginarios o muletas mentales para manejar lo desconocido. Me percaté que me bastaba a mí mismo para controlar y superar lo impredecible. Me congratulé de las ventajas intelectuales innatas que la naturaleza me había brindado para reconocer y aceptar lo inevitable...
Sonreí por ser lo que soy, y me quedé profundamente dormido...
FIN.
Dado que no tenia mucho que hacer y a pesar de que no tenia sueño, decidí irme a la cama caminando a tientas, para tratar de quedarme dormido y calentarme un poco.
Mientras trataba de conciliar el sueño, el silencio de la noche se hacia cada vez más profundo e intimidante. La casa estaba herméticamente cerrada y los escasos sonidos exteriores que se solían escuchar habían desaparecido acompañando a la oscuridad con un tajante e hiriente silencio.
Mis ojos se habían adaptado a la oscuridad y las siluetas de los objetos que apenas podía distinguir, empezaban a adquirir formas siniestras. Las lámparas parecían fantasmas con una enorme cabeza que me estaban observando en plan amenazante, como señalándome mi débil condición humana. Una tenue luz color sangre, que provenía de un detector de humo, parecía advertirme del peligro en el que me encontraba y una lejana y casi imperceptible sirena de ambulancia lo confirmaba.
La inquietud me embargó y empecé a cambiar de posición, me recostaba de lado derecho, de lado izquierdo, boca abajo, boca arriba, en posición supina, estiraba las piernas, en fin, todas esas posiciones solo lograban que las siniestras figuras empezaran a moverse hacia mí con mayor rapidez.
La ansiedad y el temor empezaron a cobijarme, los razonamientos desaparecieron y solo quedaron los pensamientos más simples en forma de duda, que se repetían una y mil veces.
─¿En dónde quedó el hombre recio y fuerte que de día suelo ser?─
─¿De dónde surgió repentinamente ese niño en el que me he convertido? ─
─¿Por qué no puedo controlar mi mente y le permito correr desbocada por todo mi cuerpo? ─
A la ansiedad y al temor le siguió y me cubrió la cobija de la desesperación y sentía el enorme peso que éstas me estaban provocando. Me quedé estático, subyugado por tan enorme carga que me oprimía el pecho y me impedía respirar.
Pensaba desesperado para mí mismo, ─¡estoy solo! ─ Estoy en la más profunda soledad de mí ser, no hay quien me pueda brindar ayuda en esta dramática situación que me recordaba las innumerables noches de mi niñez, que desamparado e inerme, esperaba que el cansancio me venciera y me condujera al acogedor sueño salvador, al reparador sueño libertador, al protector sueño de conciencias.
Antes de que me cayera la gruesa, pesada e insoportable colcha de la frustración, de la incapacidad para manejar por mí mismo tan critica situación, hice un esfuerzo para recuperar mis capacidades intelectuales y sobreponerme a esta insoslayable situación. Tenia que enfrentarla y superarla a través de mi capacidad racional y con el único recurso que he tenido para esas incómodas situaciones, mi inapreciable VALOR. El valor de reconocer que todas esas siniestras figuras son solo producto de mi imaginación y del temor natural de supervivencia producido por la oscuridad, del temor natural producido por la ignorancia de mí mismo.
Una vez que logré recuperar mi racionalidad y mi valor, desaparecieron inmediatamente la ansiedad, el temor y la desesperación. Me di cuenta que no necesitaba de apoyos imaginarios o muletas mentales para manejar lo desconocido. Me percaté que me bastaba a mí mismo para controlar y superar lo impredecible. Me congratulé de las ventajas intelectuales innatas que la naturaleza me había brindado para reconocer y aceptar lo inevitable...
Sonreí por ser lo que soy, y me quedé profundamente dormido...
FIN.