A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Bueno, como este hilo comienza con una cita, yo propongo otra, de Juan Pablo II:


29. El primer dato fundamental se nos ofrece en los Libros Santos del Antiguo y del Nuevo Testamento sobre la misericordia del Señor y su perdón. En los Salmos y en la predicación de los profetas el término misericordioso es quizás el que más veces se atribuye al Señor, contrariamente al persistente cliché, según el cual el Dios del Antiguo Testamento es presentado sobre todo como severo y punitivo. Así, en un Salmo, un largo discurso sapiencial, siguiendo la tradición del Éxodo, se evoca de nuevo la acción benigna de Dios en medio de su pueblo. Tal acción, aun en su representación antropomórfica, es quizás una de las más elocuentes proclamaciones veterotestamentarias de la misericordia divina. Baste citar aquí el versículo: «Pero es misericordioso y perdonaba la iniquidad, y no los exterminó, refrenando muchas veces su ira para que no se desfogara su cólera. Se acordó de que eran carne, un soplo que pasa y no vuelve»(157)

En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios, viniendo como el Cordero que quita y carga sobre sí el pecado del mundo,(158) aparece como el que tiene el poder tanto de juzgar(159) como el de perdonar los pecados,(160) y que ha venido no para condenar, sino para perdonar y salvar.(161)

Ahora bien, este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado, es decir a sus Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos».(162) Es ésta una de las novedades evangélicas más notables. Jesús confirió tal poder a los Apóstoles incluso como transmisible —así lo ha en tendido la Iglesia desde sus comienzos— a sus sucesores, investidos por los mismos Apóstoles de la misión y responsabilidad de continuar su obra de anunciadores del Evangelio y de ministros de la obra redentora de Cristo.

Aquí se revela en toda su grandeza la figura del ministro del Sacramento de la Penitencia, llamado, por costumbre antiquisima, el confesor.

Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los Sacramentos, el Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa «in persona Christi». Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre,(163) pontífice misericordioso, fiel y compasivo,(164) pastor decidido a buscar la oveja perdida,(165) médico que cura y conforta,(166) maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios,(167) juez de los vivos y de los muertos,(168) que juzga según la verdad y no según las apariencias.(169)

Este es, sin duda, el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del Sacerdote; y precisamente por esto, atento también a la fuerte llamada del Sínodo, no me cansaré nunca de invitar a mis Hermanos Obispos y Presbíteros a su fiel y diligente cumplimiento.(170) Ante la conciencia del fiel, que se abre al confesor con una mezcla de miedo y de confianza, éste está llamado a una alta tarea que es servicio a la penitencia y a la reconciliación humana: conocer las debilidades y caídas de aquel fiel, valorar su deseo de recuperación y los esfuerzos para obtenerla, discernir la acción del Espíritu santificador en su corazón, comunicarle un perdón que sólo Dios puede conceder, «celebrar» su reconciliación con el Padre representada en la parábola del hijo pródigo, reintegrar a aquel pecador rescatado en la comunión eclesial con los hermanos, amonestar paternalmente a aquel penitente con un firme, alentador y amigable «vete y no peques más».(171)

Para un cumplimiento eficaz de tal ministerio, el confesor debe tener necesariamente cualidades humanas de prudencia, discreción, discernimiento, firmeza moderada por la mansedumbre y la bondad. Él debe tener, también, una preparación seria y cuidada, no fragmentaria sino integral y armónica, en las diversas ramas de la teología, en la pedagogía y en la psicología, en la metodología del diálogo y, sobre todo, en el conocimiento vivo y comunicativo de la Palabra de Dios. Pero todavía es más necesario que él viva una vida espiritual intensa y genuina. Para guiar a los demás por el camino de la perfección cristiana, el ministro de la Penitencia debe recorrer en primer lugar él mismo este camino y, más con los hechos que con largos discursos dar prueba de experiencia real de la oración vivida, de práctica de las virtudes evangélicas teologales y morales, de fiel obediencia a la voluntad de Dios, de amor a la Iglesia y de docilidad a su Magisterio.

Todo este conjunto de dotes humanas, de virtudes cristianas y de capacidades pastorales no se improvisa ni se adquiere sin esfuerzo. Para el ministerio de la Penitencia sacramental cada sacerdote debe ser preparado ya desde los años del Seminario junto con el estudio de la teología dogmática, moral, espiritual y pastoral (que son siempre una sola teología), las ciencias del hombre, la metodología del diálogo y, especialmente, del coloquio pastoral. Después deberá ser iniciado y ayudado en las primeras experiencias. Siempre deberá cuidar la propia perfección y la puesta al día con el estudio permanente. ¡Qué tesoro de gracia, de vida verdadera e irradiación espiritual no tendría la Iglesia si cada Sacerdote se mostrase solícito en no faltar nunca, por negligencia o pretextos varios, a la cita con los fieles en el confesionario, y fuera todavía más solícito en no ir sin preparación o sin las indispensables cualidades humanas y las condiciones espirituales y pastorales!

A este propósito debo recordar con devota admiración las figuras de extraordinarios apóstoles del confesionario, como San Juan Nepomuceno, San Juan María Vianney, San José Cafasso y San Leopoldo de Castelnuovo, citando a los más conocidos que la Iglesia ha inscrito en el catálogo de sus Santos. Pero yo deseo rendir homenaje también a la innumerable multitud de confesores santos y casi siempre anónimos, a los que se debe la salvación de tantas almas ayudadas por ellos en su conversión, en la lucha contra el pecado y las tentaciones, en el progreso espiritual y, en definitiva, en la santificación. No dudo en decir que incluso los grandes Santos canonizados han salido generalmente de aquellos confesionarios; y con los Santos, el patrimonio espiritual de la Iglesia y el mismo florecimiento de una civilización impregnada de espíritu cristiano. Honor, pues, a este silencioso ejército de hermanos nuestros que han servido bien y sirven cada día a la causa de la reconciliación mediante el ministerio de la Penitencia sacramental.



157. Sal 78 [77], 38s., cf. también referencias a Dios misericordioso en los Salmos 86 [85], 15; 103 [102], 8; 111 [110], 4; 112 [111], 4; 115 [114], 5; 145 [144], 8.

158. Cf. Jn 1, 29; Is 53, 7. 12

159. Cf Jn 5, 27

160. Cf. Mt 9, 2-7; Lc 5, 18-25; 7, 47-49; Mc 2, 3-12.

161. Cf. Jn 3, 16 s.; 1 Jn 3, 5. 8.

162. Jn 20, 22; Mt 18, 18; cf. también, por lo que se refiere a Pedro, Mt 16, 19. El B. Isaac de la Estrella subraya en un discurso la plena comunión de Cristo con su Iglesia en la remisión de los pecados: « Nada puede perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere perdonar nada sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a quien desprecia a la Iglesia »: Sermo 11 (In dominica III post Epiphaniam, I): PL 194, 1729.

163. Cf. Mt 12, 49 s.; Mc 3, 33 s.; Lc 8, 20 s.; Rom 8, 29: «... primogénito entre muchos hermanos».

164. Cf. Heb 2, 17; 4, 15

165. Cf. Mt 18, 12 s.; Lc 15, 4-6.

166. Cf. Lc 5, 31 s.

167. Cf. Mt 22, 16.

168. Cf. Act 10, 42

169. Cf. Jn 8, 16.

170. Lo he hecho ya en numerosos encuentros con Obispos y Sacerdotes, y especialmente en el reciente Año Santo; cf. el Discurso a los Penitenciarios de las Basílicas Patriarcales de Roma y a los Sacerdotes confesores al final del Jubileo de la Redención (9 julio 1984): L'Osservatore Romano edic. en lengua española, 8 de octubre, 1984.

171. Jn 8, 11.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Todos podemos perdonar los pecados de quienes nos ofenden, pero sólo Dios puede perdonar en el sentido más amplio; un sacerdote no puede perdonar las ofensas a Dios por el pecado. Si un hombre pudiese perdonar, el sacrificio de Cristo en la cruz es en vano.


Los hombres, por sí mismos, no pueden perdonar. Es Dios quien perdona, porque Cristo nos mereció su perdón. Y este perdón nos llega, de modo ordinario, a través de ese signo de Cristo, confiado a su Iglesia, que es el sacramento de la Penitencia.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

(Joh 20:23) a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos."
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Como bien ya han respondido, los apostoles y sus sucesores perdonan los pecados con una autoridad prestada, no con autoridad propia. Perdonan los pecados porque Cristo los delegó para perdonar en su Nombre.

San Pablo lo dice muy bien: los apóstoles son "administradores de los misterios de Dios". Cristo ha querido dejar a los apóstoles como administradores de su misericordia.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Y conocido por toda la iglesia.La epístola es a toda la iglesia en Corinto.

Al que vosotros perdonáis, yo también, porque también yo, lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no saque ventaja alguna sobre nosotros, pues no ignoramos sus maquinaciones.2ª Corintios 2


Y perdonado por toda la iglesia.La epístola es a toda la iglesia en Corinto.




Correcto, toda la iglesia, no los sacerdotes en forma exclusiva.Todos los miembros somos Iglesia, hemos de confesarnos los unos a los otros, y perdonarnos los unos a los otros (si el pecado es contra nosotros).

No había sacerdotes, ni confesión auricular en la iglesia naciente. Gracias por demostrarlo con tus propias palabras y con las cítas que has aportado.



Bieeeen, vamos mejorando. Ya reconoces que la Iglesia SÍ tiene autoridad para perdonar pecados. Ya está andado en tres cuartas partes el camino hacia la doctrina católica y ortodoxa sobre este sacramento

Las citas de las cartas de corintios dan testimonio de que los pecados se hacían públicos para conocimiento de toda la congregación pero no dice nada de cuál era la forma de perdonar y quiénes eran los encargados. En Santiago vemos que es la oración de los presbíteros la que trae el perdón.
Y si hace falta que demuestre acá lo clarito que tenían los cristianos de la generación posterior a la apostólica la separación entre el cometido de los obispos, presbíteros y diáconos y el papel del resto del pueblo de Dios, con gusto lo haré. Me basta con citar los escritos de San Ignacio de Antioquía, que fue ordenado para el ministerio por los apóstoles
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Perdonado por la iglesia, no significa perdonado por Dios. ¿O si?.

¿Los hombres pueden ser como Dios, amigo Luis Fernando?.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Las citas de las cartas de corintios dan testimonio de que los pecados se hacían públicos para conocimiento de toda la congregación pero no dice nada de cuál era la forma de perdonar y quiénes eran los encargados


Y entonces se forma una institución religiosa, una degeneración del cristianismo incipiente, y se inventa la forma de hacerlo; quita el poder a Dios de perdonar, y se lo concede a los sacerdotes, nuevo invento para alejar a los hombres de Dios y para tornar en nulo el sacrificio de Cristo. Ya no hay que pedir perdón a Dios y arrepentirse, con ir al confesionario, basta. Pecas de nuevo, y otra vez a confesarte, dos padresnuestros y tres avemarias y todo queda arreglado ¡Qué astucia la de satanás!
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Y entonces se forma una institución religiosa, una degeneración del cristianismo incipiente, y se inventa la forma de hacerlo; quita el poder a Dios de perdonar, y se lo concede a los sacerdotes, nuevo invento para alejar a los hombres de Dios y para tornar en nulo el sacrificio de Cristo. Ya no hay que pedir perdón a Dios y arrepentirse, con ir al confesionario, basta. Pecas de nuevo, y otra vez a confesarte, dos padresnuestros y tres avemarias y todo queda arreglado ¡Qué astucia la de satanás!


Me temo que no sabes bien cuál es la doctrina católica sobre el sacramento de la confesión así que te voy a copiar unos cuantos artículos del Catecismo:



1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).


1447 A lo largo de los siglos la forma concreta, según la cual la Iglesia ha ejercido este poder recibido del Señor ha variado mucho. Durante los primeros siglos, la reconciliación de los cristianos que habían cometido pecados particularmente graves después de su Bautismo (por ejemplo, idolatría, homicidio o adulterio), estaba vinculada a una disciplina muy rigurosa, según la cual los penitentes debían hacer penitencia pública por sus pecados, a menudo, durante largos años, antes de recibir la reconciliación. A este "orden de los penitentes" (que sólo concernía a ciertos pecados graves) sólo se era admitido raramente y, en ciertas regiones, una sola vez en la vida. Durante el siglo VII, los misioneros irlandeses, inspirados en la tradición monástica de Oriente, trajeron a Europa continental la práctica "privada" de la Penitencia, que no exigía la realización pública y prolongada de obras de penitencia antes de recibir la reconciliación con la Iglesia. El sacramento se realiza desde entonces de una manera más secreta entre el penitente y el sacerdote. Esta nueva práctica preveía la posibilidad de la reiteración del sacramento y abría así el camino a una recepción regular del mismo. Permitía integrar en una sola celebración sacramental el perdón de los pecados graves y de los pecados veniales. A grandes líneas, esta es la forma de penitencia que la Iglesia practica hasta nuestros días.

1448 A través de los cambios que la disciplina y la celebración de este sacramento han experimentado a lo largo de los siglos, se descubre una misma estructura fundamental. Comprende dos elementos igualmente esenciales: por una parte, los actos del hombre que se convierte bajo la acción del Espíritu Santo, a saber, la contrición, la confesión de los pecados y la satisfacción; y por otra parte, la acción de Dios por ministerio de la Iglesia. Por medio del obispo y de sus presbíteros, la Iglesia en nombre de Jesucristo concede el perdón de los pecados, determina la modalidad de la satisfacción, ora también por el pecador y hace penitencia con él. Así el pecador es curado y restablecido en la comunión eclesial.

1449 La fórmula de absolución en uso en la Iglesia latina expresa el elemento esencial de este sacramento: el Padre de la misericordia es la fuente de todo perdón. Realiza la reconciliación de los pecadores por la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, a través de la oración y el ministerio de la Iglesia:

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (OP 102).

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Lo que sí te digo es que en el protestantismo no se da ni la penitencia pública y duradera que era típica en los primeros siglos de la Iglesia ni la privada y más moderada que se da desde el siglo VI hasta ahora.
Y que las obras de arrepentimiento (penitencia) son parte de la predicación apostólica es algo que no admite la menor duda pues la Biblia así lo señala
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Aunque me copies el catecismo entero, la realidad es que bien pocos saben lo que se enseña, y mucho menos lo que se hacía en tiempos de los apóstoles; la práctica es sobre lo real, y la triste realidad es: "puedo pecar, ya que me confieso al cura, le digo lo que me da la gana, y con dos padresnuestros y cinco avemarías, todo queda solucionado; luego, de vuelta a empezar, y si es el mismo pecado, ya ni voy a confesarme, rezo los padresnuestros y las avemarías".:terco:

El arrepentimiento no necesita obras o penitencias, el arrepentimiento es sentirse miserable por haber pecado y el resultado es un corazón que desea hacer la voluntad de Dios, de volver a Sus caminos. No hay que hacer nada para ganar el perdón de Dios, Cristo ya pagó por cada pecado en el calvario. Sólo es necesario acudir a la cruz con el corazón compungido para obtener el perdón. La reconciliación con el Padre, está garantizada.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Yo comprendo que es normal que un protestante no admita la doctrina católica sobre la confesión... Para algo es protestante. Pero no me parece justo que se distorsione la doctrina católica. Si no hay arrepentimiento, no hay perdón. Es injusto juzgar una doctrina a partir de supuestos abusos. Yo no puedo juzgar el protestantismo por el mal ejemplo de uno, o de dos, o de mil, protestantes. He de ir a los textos fundacionales para hacerlo. Pues con el Catolicismo (la Iglesia Madre de todos los protestantes, de la que recibieron la Escritura) la nobleza y la honradez exigen proceder del mismo modo. Una caricatura de la confesión no es la confesión. Ustedes deberían pensar que los católicos no somos tontos, ni carecemos de afán de amar y servir a Dios, ni de amor a Jesucristo. ¿Es tan difícil que lo reconozcan?
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Yo comprendo que es normal que un protestante no admita la doctrina católica sobre la confesión... Para algo es protestante. Pero no me parece justo que se distorsione la doctrina católica. Si no hay arrepentimiento, no hay perdón. Es injusto juzgar una doctrina a partir de supuestos abusos. Yo no puedo juzgar el protestantismo por el mal ejemplo de uno, o de dos, o de mil, protestantes. He de ir a los textos fundacionales para hacerlo. Pues con el Catolicismo (la Iglesia Madre de todos los protestantes, de la que recibieron la Escritura) la nobleza y la honradez exigen proceder del mismo modo. Una caricatura de la confesión no es la confesión. Ustedes deberían pensar que los católicos no somos tontos, ni carecemos de afán de amar y servir a Dios, ni de amor a Jesucristo. ¿Es tan difícil que lo reconozcan?



¿Y si aman a Dios y a Jesucristo, por qué no hacen lo que Él dice y hacen lo que otros hombres les dictan, y que en nada se parecen a lo que enseña Dios en las Sagradas Escrituras?

El catolicismo está lleno de teorías, la práctica real está años luz.

Una pregunta personal¿Me puede indicar usted cuál es el texto fundacional para un protestante?
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

En el catolicismo hay santidad. No creo que los protestantes, por el hecho de serlo, sean todos santos.

¿Los textos fundacionales protestantes? Dígamelos Usted. Hasta Lutero y Calvino, los únicos textos fundacionales eran los de la Escritura, leída en la Tradición de la Iglesia. Así ha seguido siendo para nosotros. Yo no voy a decir cuales son sus textos fundacionales. Ustedes sabrán. Pero me imagino que considerarán alguna confesión de fe o algo similar como vinculante. Y no me diga que el texto de referencia es lo que cada uno de ustedes piense, porque entonces es imposible llegar a ningún acuerdo sobre nada.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Léase las declaraciones de fe de entidades religiosas de carácter evángelico, y dígame si nombran a Lutero o a Calvino (que a mí personalmente no me gustan).

Lo que usted denomina libros fundacionales, para un evangélico es la Biblia. Que luego haya catecismos para reunificar denominaciones, no lo niego, pero nuestra máxima autoridad es la palabra de Dios.

La santidad es personal, no generalizada. La santificación depende del grado de rendición de nuestra voluntad a la de Dios, pero si intervienen mandamientos de hombres, se convierte en sectarismo y manipulación.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

A ver si nos entendemos:

La máxima autoridad es, evidentemente, la Escritura.
Usted me habla de Catecismos y de otros textos "confesionales". ¿Cuál le parece a usted significativo?
Claro que la santidad es personal. Uno no es santo sólo por ser católico, o por ser protestante, sino por ser dócil a la voluntad de Dios, que es el único que, si no ponemos obstáculos, nos puede hacer santos.

Un saludo.

Y no me diga que Lutero y Calvino no significan nada... De ellos parte la Reforma. Y tanto uno como otro son autores de Catecismos y de tratados doctrinales que han formado a generaciones de protestantes.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

El arrepentimiento no necesita obras o penitencias

Hechos 26,20
sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

O tú tienes razón o la tiene San Pablo y mi Iglesia. Yo creo que la tiene San Pablo y mi Iglesia
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Lo impropio de los romanistas es que se atribuyen aquello que no les corresponde. Nos hablan de la potestad apostólica de perdonar o retener el pecado, pero eluden la pregunta del como funcionaba eso. Lo que es evidente que no era mediante confesiones auriculares. Esta práctica es totalmente desconocida en los primeros siglos de la cristiandad. Tampoco voy a perfer el tiempo averiguando la fecha en que esto se puso en practica en el romanismo. No es de mi interes.
Pero si hay algo que hace tiempo averigüé y que comparti con los foristas. Se trata de esto.
Se trata de un sacramento romanista. Y claro, para que un sacramento tenga funcionalidad es preciso que tanto el que lo administra como quien lo recibe crea en dicho sacramento. Ahora a lo práctico:
Un individuo(a) va al confesionario por la razón que sea pero no cree en el sacramento. Se confiesa y dice aquello que le parece adecuado a fin de convencer al confesor. Cuando este pronuncia la frase "Ego de absolvo" ¿Sale absuelto? El catecismo de ICR dice no. Y no por falta de arrepentimiento sino por no creer en la virtud sacramental
Vayamos a otros supuesto. El confesante si cree en el sacramento. El que no cree en él es el que recibe la confesión y la final, tal como mandan los cánones, pronuncia el "Ego te Absolvo". Si no cree en el sacramento, este no puede funcionar. Se lo preguntamos al magisterio eclesiástico y como son duchos en el SI, pero NO y en el NO, pero, SI responden. SI funciona porque "Ekklesia suple". ¿Como puede suplir la comunidad de los creyentes? Solo cuando convertimos esta comunidad en algo que no es. Una Institución que solo lo es de obispo para arriba y eso no es iglesia. Si no lo es ¿como puede suplir el fallo de presbítero para abajo?
Pero, yo no puedo por menos que preguntar: ¿Para que narices sirve el sacerdote? En ambos casos para nada.
Solución: Esta está en Rom. 8:31-35
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?

Si el mismo Cristo intercede por nosotros, ¿para que necesita alguien recurrir a otro? Solo aquellos que no confian en Cristo pueden sentir esta necesidad. O tambien aquellos que confian en un magisterio eclesiástico mucho más que con Cristo, idem de idem.
Como vemos no es la iglesia la que absuelve sino Cristo mismo. La parte de que se confiesa no confía en iglesias, sino en Cristo y nada. (¿Ahora vendrá alguien ha decirnos que eso no basta?
Seguro. Y lo argumentará mediante el consabido SI, pero No. O el NO, pero, SI.

Espero y deseo que los crédulos en lo que no es e incrédulos en lo que si es, obtengan la misericordia de Dios.
Pero el no entreis en comunicación de pecados, porque el pecado engendra la muerte, sigue en plena vigencia.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Si el sacerdote absuelve, como lo hace en nombre de y con la potestad de, y como signo de Cristo, claro que el fiel queda perdonado, porque es Cristo el que, mediante el sacerdote, perdona.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Hola a todos, gentiles caballeros!!!

Me gustaría saber de qué siglo es la carta que se cita al inicio... porque me considero una mujer que ha usado la confesión auricular por... uy muchos años ¡no diré cuántos!! :biggrinbo y ese sentimiento de persecución, vergüenza, etc no corresponde para nada a mi experiencia, ni menos el abuso de los sacerdotes de la confesión. Al contrario, sólo puedo dar testimonio, (además obviamente, del perdón que recibo sacramentalmente), de mucho respeto a la dignidad de las personas, discreción, y consideración; buenos consejos y una total seguridad en el sigilo del sacerdote . Realmente un claro signo de la misericordia del Señor. Si hubo durante la historia malos usos, ha habido malos usos de muchas cosas, y no sólo en la I. Católica. Pero el mal uso, no convierte la cosa en mala ni indebida. Todo lo contrario.
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Si el sacerdote absuelve, como lo hace en nombre de y con la potestad de, y como signo de Cristo, claro que el fiel queda perdonado, porque es Cristo el que, mediante el sacerdote, perdona.

De la misma manera que cuando ocurre un milagro, es Dios el que hace el milagro por medio de alguno de sus santos, de lo cual hay muchos ejemplos en el libro de los Hechos
 
Re: A SU EXCELENCIA BOURGET, OBISPO DE MONTREAL

Si el sacerdote absuelve, como lo hace en nombre de y con la potestad de, y como signo de Cristo, claro que el fiel queda perdonado, porque es Cristo el que, mediante el sacerdote, perdona.

¿Es que Cristo no puede perdonar directamente? ¿Quien se lo impide? ¿Es que no recuerdas el consejo de Cristo en Mat. 11:28?
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
Y tambien en 1.Cor. 3:16
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
Si el Señor me aconseja que vaya a él y Pablo, inspirado por el mismo Señor me asegura que soy templo del Esp. Santo. ¿Que más necesito? ¿Quien es nadie que tenga la potestad de colocarse en Cristo y el creyente pecador?
Desde papas, obispos y presbíteros lo que deben procurar por si mismos delante del tribunal de la justicia de Dios. Si los citados fueran escogidos por Dios para apacentar a su grey su consejo seria el mismo que dió el apóstol Juan
(1 Juan 2:1 y 2)
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
No dice venid a mi y os absolveré. ¿Desde cuando Jesucristo ha cedido esto a nadie? Juan se limita a aconsejar al pecador que vaya a Cristo y a nadie más, cumpliendo así el mandato de Dios de apacentar a su grey.

Jesús dijo: "Venid a mi ya hallareis descanso"
Pablo dice que somos templo del Espiritu Santo. (Mayor cercanía no es posible?
Juan, discipulo de Cristo nos asegura la presencia en nuestra vidas de un Abogado solícito ante el Trono de la Gracia.

Despues de estas tres cosas, ¿que más podría necesitar? ¿A un sacerdote que se coloca entre mi y Cristo mediante un sacramento desconocido en la Palabra de Dios y contrario a las promesas del mismo Jesús?
Cristo sólo necesita de un "Vicario". El que nos envió: al Espíritu Santo, conforme a su promesa. El Espíritu no ha delegado sus funciones a nadie.
Quien lo pretenda es un usurpador.
Y el usurpador es el anticristo.