¿CÓMO EMPEZÓ TODO?...
Un día unos cuantos amigos decidimos hacer una excursión y subir una montaña. El sentido de todo era buscar a Dios...
Buscar a Dios para que nos enseñara su camino y nos señalara cuál era la verdadera Ley de Dios.
Unos tenían más fe, otros tenían menos, y algunos decían que no tenían fe.
Todos estaban muy afectados por las enseñanzas religiosas, pero sobre todo estaban profundamente afectados por las enseñanzas de la Biblia.
El primer día fue de duro trabajo subiendo aquella montaña. El día siguiente ya tuvimos más tiempo para hablar. Los ánimos estaban más calmados y el aire limpio y puro nos había fortalecido. Junto a un arroyo nos reunimos y, pidiéndole a Dios que nos ayudara, nos pusimos a hablar. No era fácil sacar los sentimientos que cada uno llevaba en su corazón; eran muchas las dudas y faltaba confianza de unos hacia otros para poder sincerarse.
Unos decían que les faltaba fe en Dios; otros, que habían visto muchos malos ejemplos en las religiones; otros, que no creían en todo lo que decía la Biblia. Alguno decía que sólo creía en el Evangelio de Jeuscristo, pero no en todas las leyes del viejo testamento; otros, que no creían en las cartas atribuidas a Pablo; y algunos, con un poco más de trabajo, al final manifestaron que creían que la Biblia había sido escrita por hombres, y que estos hombres no eran guiados por Dios, sino solamente por sus propios intereses...
En lo que todos coincidían, gracias a Dios, es en que Jesucristo decía la verdad; eso nadie lo dudaba. Alguien exclamó y dijo: "Si creemos todos que Jesucristo es la verdad..., entonces tenemos que creer en Dios, porque Jesucristo nos habló de Dios". Por fin llegamos todos a una conclusión: que era bueno creer en Dios.
Pero aún quedaba algo pendiente: las leyes del viejo testamento en relación con el Evangelio... Todos decían que las religiones que habían conocido les habían enseñado que todo lo escrito en la Biblia era palabra de Dios..., pero aquello, sinceramente hablando, nadie lo creía. Algunos sentían temor de expresarlo, pero al final uno dijo: "¿Y quién dijo que todo lo escrito en la Biblia era Palabra de Dios?... ¿Lo dijo Jesucristo?..." Todos llegamos a la conclusión de que Jesucristo no lo había dicho; llegamos a la conclusión de que aquello lo habían dicho los hombres..., ¡hombres religiosos, por supuesto!..., pero hombres al fin y al cabo.
Como ninguno de nostros creía en religiones ni en hombres, entonces decidimos seguir únicamente lo que nos decía Jesucristo: Jesucristo mandó a sus discípulos ir por todos los pueblos del mundo predicando solamente su Evangelio. También descubrimos que Jesucristo había abolido muchos mandamientos del viejo testamento (Mateo 5).
Estudiamos el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) y descubrimos que los Apóstoles acusaron a muchos judaizantes de querer volver a imponer a los cristianos las leyes del viejo testamento (una carga que nadie podía soportar). Y también lo que nos decían las cartas atribuidas a Pablo. Estas nos decían que el viejo testamento era defectusoso en cuanto a sus leyes y que Jesucristo nos dejó en su lugar como Ley de Dios su Evangelio. No había duda para nosotros: la Biblia de los cristianos (como Ley de Dios) solamente era el Evangelio de Jesucristo.
Comprendimos que era bueno respetar el viejo testamento por su historia y por sus profecías, pero también había quedado claro para nosotros que la Biblia que debíamos tener como Ley de Dios solamente eran las enseñanzas de Jesucristo.
Habíamos comprendido que Dios dio su Ley a Moisés (el Evangelio), pero los hombres no habían sido fieles a aquel Pacto y cambiaron después de los años la Ley de Dios en falsedad (Jeremías 8,7-8).
Desde entonces, todos decidimos ser fieles a Jesucristo teniendo como Biblia y como Ley de Dios, solamente su Evangelio... Aquello engrandeció mucho la fe y la esperanza de todos. Por fin habíamos encontrado a Dios en aquella montaña; Él nos marcaba el camino y nos enseñaba su verdadera Ley. Y así, con mucho ánimo, nos decidimos a bajar de aquella montaña. En el camino uno nos llamó para reunirnos, y así, haciendo un descanso, le pusimos atención.
Nuestro amigo estaba preocupado. Abrió su Evangelio, como queriendo recordar algo, y empezó a leer las palabras de Jesucristo: -- "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolir sino a cumplir"...
Aquello nos dejó a todos por un momento perplejos y con ideas contradictorias... Por un momento, parecía que se tambaleaba nuestra fe. Pero el Señor puso en nuestro recuerdo que en otras biblias que habíamos leído, unas decían que Jesús no vino a abolir, sino a completar; otras, que no vino a abolir, sino a perfeccionar; y otras, que no vino a abolir, sino a darle a la Ley su verdadero significado. ¿Cuál era la traducción correcta? ... Aquello nos hizo hacer un alto en el camino más largo de lo que hubiésemos deseado, y después de unos minutos alguien encontró en el Evangelio la respuesta a todos nuestros interrogantes.
SIGUE.......
Un día unos cuantos amigos decidimos hacer una excursión y subir una montaña. El sentido de todo era buscar a Dios...
Buscar a Dios para que nos enseñara su camino y nos señalara cuál era la verdadera Ley de Dios.
Unos tenían más fe, otros tenían menos, y algunos decían que no tenían fe.
Todos estaban muy afectados por las enseñanzas religiosas, pero sobre todo estaban profundamente afectados por las enseñanzas de la Biblia.
El primer día fue de duro trabajo subiendo aquella montaña. El día siguiente ya tuvimos más tiempo para hablar. Los ánimos estaban más calmados y el aire limpio y puro nos había fortalecido. Junto a un arroyo nos reunimos y, pidiéndole a Dios que nos ayudara, nos pusimos a hablar. No era fácil sacar los sentimientos que cada uno llevaba en su corazón; eran muchas las dudas y faltaba confianza de unos hacia otros para poder sincerarse.
Unos decían que les faltaba fe en Dios; otros, que habían visto muchos malos ejemplos en las religiones; otros, que no creían en todo lo que decía la Biblia. Alguno decía que sólo creía en el Evangelio de Jeuscristo, pero no en todas las leyes del viejo testamento; otros, que no creían en las cartas atribuidas a Pablo; y algunos, con un poco más de trabajo, al final manifestaron que creían que la Biblia había sido escrita por hombres, y que estos hombres no eran guiados por Dios, sino solamente por sus propios intereses...
En lo que todos coincidían, gracias a Dios, es en que Jesucristo decía la verdad; eso nadie lo dudaba. Alguien exclamó y dijo: "Si creemos todos que Jesucristo es la verdad..., entonces tenemos que creer en Dios, porque Jesucristo nos habló de Dios". Por fin llegamos todos a una conclusión: que era bueno creer en Dios.
Pero aún quedaba algo pendiente: las leyes del viejo testamento en relación con el Evangelio... Todos decían que las religiones que habían conocido les habían enseñado que todo lo escrito en la Biblia era palabra de Dios..., pero aquello, sinceramente hablando, nadie lo creía. Algunos sentían temor de expresarlo, pero al final uno dijo: "¿Y quién dijo que todo lo escrito en la Biblia era Palabra de Dios?... ¿Lo dijo Jesucristo?..." Todos llegamos a la conclusión de que Jesucristo no lo había dicho; llegamos a la conclusión de que aquello lo habían dicho los hombres..., ¡hombres religiosos, por supuesto!..., pero hombres al fin y al cabo.
Como ninguno de nostros creía en religiones ni en hombres, entonces decidimos seguir únicamente lo que nos decía Jesucristo: Jesucristo mandó a sus discípulos ir por todos los pueblos del mundo predicando solamente su Evangelio. También descubrimos que Jesucristo había abolido muchos mandamientos del viejo testamento (Mateo 5).
Estudiamos el Concilio de Jerusalén (Hechos 15) y descubrimos que los Apóstoles acusaron a muchos judaizantes de querer volver a imponer a los cristianos las leyes del viejo testamento (una carga que nadie podía soportar). Y también lo que nos decían las cartas atribuidas a Pablo. Estas nos decían que el viejo testamento era defectusoso en cuanto a sus leyes y que Jesucristo nos dejó en su lugar como Ley de Dios su Evangelio. No había duda para nosotros: la Biblia de los cristianos (como Ley de Dios) solamente era el Evangelio de Jesucristo.
Comprendimos que era bueno respetar el viejo testamento por su historia y por sus profecías, pero también había quedado claro para nosotros que la Biblia que debíamos tener como Ley de Dios solamente eran las enseñanzas de Jesucristo.
Habíamos comprendido que Dios dio su Ley a Moisés (el Evangelio), pero los hombres no habían sido fieles a aquel Pacto y cambiaron después de los años la Ley de Dios en falsedad (Jeremías 8,7-8).
Desde entonces, todos decidimos ser fieles a Jesucristo teniendo como Biblia y como Ley de Dios, solamente su Evangelio... Aquello engrandeció mucho la fe y la esperanza de todos. Por fin habíamos encontrado a Dios en aquella montaña; Él nos marcaba el camino y nos enseñaba su verdadera Ley. Y así, con mucho ánimo, nos decidimos a bajar de aquella montaña. En el camino uno nos llamó para reunirnos, y así, haciendo un descanso, le pusimos atención.
Nuestro amigo estaba preocupado. Abrió su Evangelio, como queriendo recordar algo, y empezó a leer las palabras de Jesucristo: -- "No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; no he venido a abolir sino a cumplir"...
Aquello nos dejó a todos por un momento perplejos y con ideas contradictorias... Por un momento, parecía que se tambaleaba nuestra fe. Pero el Señor puso en nuestro recuerdo que en otras biblias que habíamos leído, unas decían que Jesús no vino a abolir, sino a completar; otras, que no vino a abolir, sino a perfeccionar; y otras, que no vino a abolir, sino a darle a la Ley su verdadero significado. ¿Cuál era la traducción correcta? ... Aquello nos hizo hacer un alto en el camino más largo de lo que hubiésemos deseado, y después de unos minutos alguien encontró en el Evangelio la respuesta a todos nuestros interrogantes.
SIGUE.......