Apreciada Mandarina
Apreciada Mandarina
Mucho me alegra la experiencia tuya que nos compartes.
Mira, yo mismo fui convertido por el Señor a los quince años, empecé a predicar al aire libre a los 16, y el mismo mes que cumplía los 17 lo hice ya desde el púlpito.
Me tomé muy en serio la responsabilidad de capacitarme de la mejor manera posible para servir al Señor, así que consideré la posibilidad de ingresar a un Seminario o Instituto Bíblico.
Lo que me desalentó, fue que los pastores profesionales egresados de aquellos, no se mostraban tan conocedores de las Escrituras, la teología y las doctrinas como yo esperaba, y hasta se mostraban incómodos de conversar conmigo, hasta fastidiándose de las cuestiones que les presentaba.
Por el contrario, misioneros y predicadores que apenas habían completado la enseñanza primaria, mostraban un conocimiento y discernimiento que me admiraba y animaba a imitarles.
Cuándo preguntaba a ellos cuánto tiempo les había llevado sus estudios, coincidían en responderme que toda la vida y que aún seguían estudiando y aprendiendo.
En algunas ocasiones que fui testigo de alguna discusión entre un pastor profesional egresado de Seminario y otro vocacional y autodidacta, saltaba a la vista el mayor dominio de este último en todas las materias.
Eso se explica, porque lo que a uno le llevó estudiar por cuatro años por obligación a aprobar exámenes y los cursos, al otro le llevaba décadas y lo hacía de puro gusto. Indudablemente que siempre asimilará mejor quien estudia lo que quiere que lo que debe.
Apreciada Mandarina
Mucho me alegra la experiencia tuya que nos compartes.
Mira, yo mismo fui convertido por el Señor a los quince años, empecé a predicar al aire libre a los 16, y el mismo mes que cumplía los 17 lo hice ya desde el púlpito.
Me tomé muy en serio la responsabilidad de capacitarme de la mejor manera posible para servir al Señor, así que consideré la posibilidad de ingresar a un Seminario o Instituto Bíblico.
Lo que me desalentó, fue que los pastores profesionales egresados de aquellos, no se mostraban tan conocedores de las Escrituras, la teología y las doctrinas como yo esperaba, y hasta se mostraban incómodos de conversar conmigo, hasta fastidiándose de las cuestiones que les presentaba.
Por el contrario, misioneros y predicadores que apenas habían completado la enseñanza primaria, mostraban un conocimiento y discernimiento que me admiraba y animaba a imitarles.
Cuándo preguntaba a ellos cuánto tiempo les había llevado sus estudios, coincidían en responderme que toda la vida y que aún seguían estudiando y aprendiendo.
En algunas ocasiones que fui testigo de alguna discusión entre un pastor profesional egresado de Seminario y otro vocacional y autodidacta, saltaba a la vista el mayor dominio de este último en todas las materias.
Eso se explica, porque lo que a uno le llevó estudiar por cuatro años por obligación a aprobar exámenes y los cursos, al otro le llevaba décadas y lo hacía de puro gusto. Indudablemente que siempre asimilará mejor quien estudia lo que quiere que lo que debe.