Re: ¿Bautismo de adultos o bautismo de infantes?
Hola hermano Manuel...
En respuesta a su pedido, tal vez le resulte útil este antiguo aporte mío.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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BAUTISMO
El verbo griego baptizö es una forma intensiva de baptö y significa primariamente “sumergir”; secundariamente puede significar “lavar” o “hacer perecer.” En la antigua versión griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, se emplea de la inmersión séptuple de Naamán el sirio en las aguas del Jordán (2 Reyes 5:14).
G.R. Beasley-Murray explica: “Pese a las afirmaciones contrarias, parece que baptizö, tanto en contextos judíos como cristianos, normalmente significaba ‘sumergir’ y que aún cuando se tornó un término técnico para el bautismo, la idea de inmersión permanece... Los usos metafóricos del término en el Nuevo Testamento parecen dar esto por sentado; por ejemplo, la profecía de que el Mesías bautizaría en Espíritu [Santo] y fuego, como un líquido (Mateo 3:11), el “bautismo” de los israelitas en la nube y el mar (1 Corintios 10:2) y la noción de la muerte de Jesús como un bautismo (Marcos 10:38-39, baptisma; Lucas 12:50...). La representación paulina del bautismo como la sepultura y la resurrección con Cristo es consistente con esta opinión, aunque no la exija.” [1].
El bautismo de Juan
El antecedente inmediato del bautismo cristiano es el bautismo que realizaba Juan hijo de Zacarías, más conocido como Juan el bautista. A su vez, Juan podría haber sido influenciado por los lavamientos ceremoniales de los grupos predominantes del judaísmo o de Qumran (esenios, secta del Mar Muerto). Sin embargo, esta clase de limpieza ritual no se realizaba una única vez, sino de manera reiterada y periódica [2]. Un antecedente más interesante o al menos un paralelo (no está claro cual vino primero) es el bautismo de los prosélitos, es decir, de personas de origen gentil que se convertían al judaísmo [3]. Allá por el primer siglo de nuestra era, cuando los judíos habían adoptado una decidida actitud proselitista (ver Mateo 23:15) los convertidos de la gentilidad que se convertían no solamente debían ser circuncidados como mandaba la Ley a todos los varones, sino que además se les exigía un lavamiento o bautismo, el cual simbolizaba la limpieza de la inmundicia pagana.
El desafío impuesto por el bautismo de Juan es que él no solamente llamaba a los prosélitos, sino y muy particularmente a los judíos de nacimiento, a bautizarse. Juan estaba diciendo con esto que no sólo los paganos, sino también los “hijos de Abraham” debían arrepentirse y volverse a Dios. El bautismo de Juan fue entonces, sobre todo, un llamado al arrepentimiento por los pecados (Mateo 3:11 y paralelos) y una expresión del anhelo de ser perdonado por Dios.
¿Por qué era esto necesario? Porque, como Pablo diría más tarde, “todos pecaron” , y a Juan se le había dado la misión de ser el precursor del Mesías y el heraldo del reino de los cielos (Mateo 3:1-3; Juan 1: 15-23). La predicación y el bautismo de Juan fueron por tanto una preparación para la manifestación definitiva de Dios en gloria para traer recompensa y juicio, y todos debían prepararse para este acontecimiento que Juan describió como un bautismo con el Espíritu Santo y con fuego (Mateo 3: 7-12).
A la luz de lo que precede, parece extraño que Jesús le pidiese a Juan que lo bautizase, y el primero en sorprenderse fue el mismo Juan. Sin embargo, la razón de la solicitud de Jesús ha de hallarse en su identificación con aquéllos a quienes venía a salvar. Había nacido de mujer, y bajo la Ley (Gálatas 4:4) y dio este paso “para que se cumpla toda justicia” (Mateo 3:15). En este acontecimiento fundamental, Jesús, quien jamás pecó (2 Corintios 5:21; Hebreos 4:15), se identificó a sí mismo con la humanidad pecaminosa y de este modo inició formalmente su ministerio. Esto queda claro por lo que aconteció inmediatamente después del bautismo de Jesús: Fue declarado por el Padre como su Hijo amado y ungido por el Espíritu Santo (Mateo 3:17). La Voz celestial le declaró Rey Mesías y Siervo sufriente; cf. Salmo 2:7 e Isaías 42:1. Es significativo que cuando la autoridad de Jesús fue cuestionada, él respondió con otra pregunta: “El bautismo de Juan, ¿era de Dios o de los hombres?” (Marcos 11: 27-33 y paralelos). Esta no fue una manera astuta de evadir la pregunta “¿Con qué autoridad haces esto?” , sino que tenía una relación crucial con ella, Si el bautismo de Juan era del cielo, la inescapable conclusión sería que la autoridad de Jesús provenía de la misma fuente, ya que la unción de Jesús ocurrió tras haber sido bautizado por Juan [4].
El bautismo cristiano
En su carácter de último y más grande de los profetas en sentido veterotestamentario, Juan anunció el juicio venidero. Juan proclamó lo que Dios le dijo que proclamase. Y desde luego, estaba en lo cierto. Pero Jesús introduce un nuevo elemento, el cual ciertamente estaba presente en la profecía del Antiguo Testamento (Isaías 42, 49, 50, 53) pero no había sido entendido por los judíos, a saber: que el reino de los cielos no habría de ser introducido con la violencia de un conquistador guerrero, sino a través de la obra de un humilde Siervo. Y este Siervo, que no era otro que Jesús mismo, debía someterse a otro “bautismo” del cual el de Juan no fue sino una señal (Lucas 12: 49-50). Él hablaba, claro está, de su sacrificio en la cruz.
Luego de resucitar, Jesucristo les dijo a sus discípulos:
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 18-20).
Jesucristo anunció también el bautismo en el Espíritu Santo, que habría de superar el bautismo de Juan (Hechos 1:5). Desde luego, esto no descarta simplemente el bautismo cristiano en agua, pero le otorga una nueva e insospechada significación: Como Jesús se identificó a sí mismo con nosotros en el bautismo de Juan, nosotros debemos identificarnos con Él mediante el bautismo cristiano (Romanos 6, etc.).
¿Quién debe bautizarse?
Es claro que todos cuanto crean en Cristo deben bautizarse. Aquellos que llegan a ser sus discípulos deben ser bautizados y se les debe ensañar todo lo que Jesús mandó (Mateo 28: 16- 20). Después de que Pedro hubo proclamado las buenas nuevas de salvación en el día de Pentecostés, les preguntaron a él y a los demás Apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?”. La respuesta de Pedro fue: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2: 37-38). Como dice Brooks:
“Los sermones cristianos más primitivos, ..., convocaron al bautismo como el acto externo que representaba la decisión interna. La exigencia de Pedro del bautismo [cristiano] tenía continuidad con el bautismo de Juan pues ambos expresaban la nueva relación del individuo con Dios y su reino. La diferencia significativa, empero, era la relación que Pedro estableció con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.” [5]
La misma secuencia, es decir, primero creer y a continuación ser bautizado, se observa en Samaria y en el caso del ministro etíope (Hechos 8:12, 26-39). Lo mismo se observa luego de que Pedro predicase el Evangelio en casa del centurión Cornelio (Hechos 10: 44-48). Allí el Apóstol exclamó: “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?”
¿Qué hay del bautismo de bebés?
En comparación con el claro mandato de bautizarse para quienes se arrepienten y creen en Jesús, la cuestión de si los niños demasiado pequeños como para entender el Evangelio han de ser bautizados. Este ha sido tema de controversia por siglos [6].
Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de las Iglesias cristianas históricas, como la de Roma, las Orientales, la Luterana, la Reformada, la Presbiteriana y otras, practican el bautismo infantil. Una de las mejores defensas del bautismo infantil es la escrita por Michael Green [7]. Los principales argumentos a favor de esta práctica son:
1. El bautismo es un signo o sacramento del Nuevo Pacto, como la circuncisión lo era del Antiguo Pacto. Ya que todos los bebés varones eran circuncidados, de igual modo y por analogía todos los hijos de cristianos deben ser bautizados.
2. Jesús llamó hacia sí a los niños pequeños y amonestó con extrema severidad a los discípulos por intentar impedírselo (Marcos 10: 13-16).
3. En el libro de Hechos hay varios casos de personas que creyeron y se dice que fueron bautizados “con toda su casa” (Lydia, Hechos 16: 14-15; el carcelero de Filipos, Hechos 16: 30-34); compárese también 1 Corintios 1:16, “la casa de Estéfanas.”
4. El bautismo infantil es testimoniado en la Iglesia por lo menos a partir de principios del tercer siglo, y es practicado por muchas denominaciones cristianas.
Por otra parte, quienes nos oponemos al bautismo infantil señalamos que:
1. El Nuevo Pacto tiene tanto similitudes como diferencias con el Antiguo Pacto. Por tanto, hay que ser muy cauteloso con el razonamiento por analogía. Por ejemplo, una diferencia obvia es que la circuncisión era aplicable sólo a los varones, en tanto que el bautismo cristiano es para hombres y mujeres por igual. Además, los mismos que invocan esta analogía habitualmente rechazan la noción de que el bautismo deba diferirse, como la circuncisión, hasta el octavo día de vida. Finalmente, si bien los hijos de padres cristianos en un sentido participan de las bendiciones de éstos (Hechos 2:38; 1 Corintios 7:14), no queda en absoluto claro que ello sólo se cumpla a condición de que los niños sean bautizados.
2. Jesús ciertamente llamó hacia sí a los niñitos, pero no los bautizó ni mandó que fuesen bautizados. De hecho, es obvio y sugestivo que no existe ninguna instrucción explícita acerca del bautismo infantil en todo el Nuevo Testamento. Quienes propician esta práctica deben basarse en conjeturas y presuposiciones.
3. Hay que notar que en los textos que hablan de Lidia, Cornelio o Estéfanas la palabra griega oikia (“casa”) indica más que los familiares, ya que habitualmente se incluye también los sirvientes. Quienes propician el bautismo infantil suponen que había pequeñitos en las “casas” de Lidia, Cornelio o Estéfanas, pero no hay ningún indicio cierto de que esto fuese así. Nada sabemos del estado civil de Lidia. En casa de Cornelio, Pedro dijo que debían bautizarse quienes habían creído, y sobre quienes había manifiestamente descendido el Espíritu Santo. Ignoramos si el carcelero de Filipos tenía hijos y si así era, qué edades tenían. De todos modos, Lucas afirma en Hechos 16:34 que el hombre se regocijó “con toda su casa que había creído en Dios”, lo cual obviamente no es aplicable a los bebés.
4. Se sabe que en tiempos post-apostólicos se introdujeron prácticas bautismales que eran propias del período apostólico. Una fue la costumbre de demorar el bautismo hasta que la muerte fuese inminente (por la noción errónea de que no tendría perdón ningún pecado cometido después del bautismo). Otra fue la introducción de un largo período de instrucción entre la profesión de fe y el rito bautismal, juntamente con complejos ritos carentes de respaldo neotestamentario. Por tanto, el solo hecho de que se practicase el bautismo infantil hacia fines del segundo o principios del tercer siglo no es fundamento suficiente como para considerar tal práctica de origen apostólico. La primera indicación clara acerca del bautismo infantil –a favor- se encuentra en el tratado sobre prácticas eclesiásticas de Hipólito de Roma titulado “La Tradición Apostólica” [8]. Pero la segunda alusión , en contra de tal práctica, aparece en el escrito deTertuliano de Cartago, “Sobre el bautismo” [9]. Ambos documentos datan del siglo III.
¿Qué significa el bautismo?
La significación del bautismo podría resumirse como sigue:
1. Es un acto de obediencia que todo cristiano debe tomar muy seriamente. Jesucristo mandó que todo aquel que llegase a ser su discípulo fuese bautizado (Mateo 28: 16-20).
2. Es un acto que expresa el propósito de ser limpio del pecado y puro para con Dios (1 Pedro 3:21).
3. Es un acto que nos identifica con Jesucristo en su muerte y en su nueva vida de resurrección (Romanos 6).
4. Es un acto que significa ser incorporado al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y da entrada a la paticipación plena en la fraternidad cristiana (Efesios 4:4-6).
Asimismo, y teniendo en cuenta todo lo anterior, el bautismo puede considerarse un testimonio público de nuestro compromiso de seguir a Cristo.
Relación entre la regeneración, el bautismo con agua y el bautismo en el Espíritu Santo
Ya que el bautismo es un signo externo de una gracia interior, no hay una relación simple y unívoca entre estos acontecimientos. En el Nuevo Testamento, quienes se arrepienten y creen en Cristo son bautizados, pero ya que tanto la confesión como el rito del bautismo en sí mismo son actos externos, ellos no garantizan de manera absoluta que la obra interna de la gracia esté presente. Por ejemplo, no fue así en el caso de Simón el Mago (Hechos 8:13-25). Los samaritanos fueron bautizados en agua primero y recibieron el Espíritu Santo después. Por el contrario, Cornelio y los suyos primero recibieron el Espíritu Santo y luego fueron bautizados.
Sin embargo, por el modo en que el asunto se presenta en la predicación apostólica, F.F. Bruce está en lo cierto al afirmar: “El bautismo es el signo externo y visible del arrepentimiento y la fe. En la era apostólica el signo externo estaba en general tan inmediatamente asociado con la gracia interior y espiritual que se podía hablar de ambos como partes componentes de una única experiencia, o por una especie de metonimia, lo que era estrictamente cierto de una podía predicarse de la otra.” [10]
Esto permite explicar pasajes como Hechos 22:16, donde Pablo narra su propia experiencia de conversión; se le dijo: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados invocando su nombre.” Bruce observa: “Pablo, siendo un hombre inteligente, sabría que la aplicación externa de agua a su cuerpo no podría, en sí misma, quitar sus pecados; entendería que su bautismo en agua era la señal externa y visible de su purificación del pecado, interior y espiritual , por la gracia de Dios, una purificación que hizo propia por la fe.” [11]
De igual modo, Tito 3:4-7 puede entenderse en el mismo sentido: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo [griego, dia loutrou palingenesias kai anakainöseös pneumatos hagiou], el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. “ (ver también Romanos 5 y 8).
¿Es el bautismo necesario para la salvación?
La Iglesia Católica Apostólica Romana es el defensor más conspicuo de la noción de que el bautismo es necesario para la salvación. El reciente “Catecismo de la Iglesia Católica” (1992) afirma: “El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu (‘ vitae spiritualis ianua’) y la puerta que abre el acceso a otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.” [12].
Según la doctrina romana, los sacramentos en general no son solamente signos externos de la gracia interior, sino que son los medios por los cuales se confiere la gracia; es decir que contienen en sí la gracia que simbolizan, cuando se los imparte y recibe apropiadamente [13]. En lo que se refiere al bautismo, el nuevo Catecismo sostiene que “El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5).” [14]. Sin embargo, el sincero anhelo de ser bautizado es considerado equivalente, a los efectos de la salvación, al sacramento mismo en los casos en que éste es imposible. Tal el caso, por ejemplo, de quien muere mártir sin posibilidad de bautizarse –es el llamado “bautismo de sangre”- o el de un adulto que es impedido por la muerte o un obstáculo insuperable, pero que de veras deseaba bautizarse [15].
El problema del destino de los niñitos que mueren sin haber sido bautizados no es respondido de manera consistente por el romanismo. En efecto, el nuevo Catecismo afirma que la Iglesia “sólo puede confiarlos a la misericordia divina”, confiando “en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo” [16]. Esta declaración es muy sorprendente, ya que por siglos se ha sostenido como doctrina de fe que “las almas que salen de esta vida en estado de pecado original están excluidas de la visión beatífica de Dios” [17].
En otras palabras que las almas de los niños que morían en pecado original –es decir, sin ser bautizados- quedaban excluidas de la bendición de contemplar a Dios. Adicionalmente, al menos dos concilios generales de occidente (llamados ecuménicos por Roma), a saber el IV Concilio de Lyon (1274) y el Concilio de Florencia (1438-1445) establecieron dogmáticamente que quienes mueren en pecado original van al infierno: “Pero las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes” [18].
Hasta hace muy poco, se enseñaba que los niños sin bautizar iban a un lugar, el limbo (limbus infantium) donde podrían gozar la mayor felicidad natural, pero eran excluidos de la presencia de Dios. He aquí lo que dice un compendio publicado en 1973:
“EL LIMBO. – Los párvulos que han muerto sin el bautismo no van al paraíso terrenal (Benedicto XII, [Denzinger] 534), sino al llamado «limbo de los párvulos» (Pío VI, [Denzinger] 1526 ). Carecen de la visión de Dios, pero no sufren la pena de fuego (Inocencio III, [Denzinger] 410).” [19]
Sin embargo, ahora la Iglesia de Roma soslaya silenciosamente su enseñanza de siglos y se limita a declarar que solamente confía a los niñitos a la misericordia de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica, # 1261). El hasta no hace mucho famoso limbo ni aparece en el índice alfabético del nuevo Catecismo firmado por Juan Pablo II.
En realidad. importantísimo como es el bautismo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se lo declara como necesario para la salvación. Los requisitos que son consistentemente presentados como imprescindibles son el arrepentimiento del pecado y la fe en Jesucristo.
Apéndice: Juan 3:5
Este texto es el apoyo más importante para la doctrina de la regeneración bautismal, esto es, la noción de que el sacramento mismo del bautismo efectúa la regeneración o nuevo nacimiento en Cristo. Por tanto, es conveniente examinar cuidadosamente este texto.
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, dignatario de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo:
- Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Le respondió Jesús:
- De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo [o de lo alto] no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le preguntó:
- ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?
Respondió Jesús:
- De cierto, de cierto te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: «Os es necesario nacer de nuevo». El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu.
Le preguntó Nicodemo:
- ¿Cómo puede hacerse esto?
Jesús le respondió:
- Tú, que eres maestro de Israel, ¿no sabes esto? ...” (Juan 3: 1-10).
El contexto inmediato de este encuentro es la primera Pascua celebrada durante el ministerio terrenal del Señor (Juan 2:13-25). Jesús acababa de anunciar veladamente su resurrección (versículo 19). Nicodemo se convenció de que Dios estaba con Cristo y fue a verle de noche.
Jesús le dijo que aquellos que desean entrar en el reino de Dios deben nacer “de nuevo” o “de lo alto.” El texto griego dice “ean më tis gennëthei anöthen” (si uno no recibe el nacimiento de lo alto, versículo 3) y “gennëthëi ex hydatos kai pneumatos” (nacimiento de agua y Espíritu, versículo 5). La palabra anöthen puede significar tanto “de nuevo” (Gálatas 4:9), como “de lo alto” (Santiago 1:17; 3: 15,17). Evidentemente Nicodemo entendió lo expresado por Jesús en el primer sentido, pero las palabras del Señor en el versículo 31 indican que él quiso decir primariamente “de lo alto.” En otros términos, nada menos que un nacimiento de lo alto, es decir, de Dios mismo, puede permitirle a alguien tener parte en el reino de los cielos.
El mismo pensamiento se encuentra en Juan 1:12-13, “Mas a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios.” También aparece reiteradamente en la primera epístola de Juan (1 Juan 2:29; 3:9; 4:7; 5:1,4,18).
Quienes afirman que las palabras de Jesús eran fundamentalmente una referencia al bautismo con agua pasan por alto los siguientes hechos:
1. El propio bautismo de Jesús en ninguna parte se pone como modelo para el bautismo de sus discípulos. Como se demostró antes, el bautismo del Señor fue una señal de su identificación con la raza humana, preparatoria de la obra de redención que él cumpliría más tarde en la cruz.
2. Es notable que el Evangelio de Juan sea el único que no contiene un relato del hecho preciso del bautismo de Jesús. Por tanto, su propio bautismo no es parte del contexto inmediato del pasaje.
3. Jesús se dirigió a Nicodemo teniendo en cuenta que éste era un maestro, alguien bien versado en el Tánaj (el Antiguo Testamento: el Pentateuco, los Profetas y los Escritos). De aquí que la declaración del Señor de la absoluta necesidad de nacer del agua y del Espíritu debe entenderse en esta luz, y debería haber traído a la mente de Nicodemo textos como Zacarías 13:1; Jeremías 33:8; Isaías 43:20, 55: 1, y sobre todo Ezekiel 36: 25-27,
“Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra.“
Mientras que el bautismo cristiano en agua no es enseñado como tal en el Antiguo Testamento, ningún escriba o maestro hebreo podría haber ignorado estos textos proféticos tan importantes acerca de la purificación espiritual. Por esta razón Jesús reconviene a Nicodemo de este modo: “Tú, que eres el maestro de Israel, ¿no sabes esto?” Como alguien que estaba bien versado en las Escrituras, era de esperarse que Nicodemo entendiese la alusión de inmediato.
En conclusión, las palabras de Jesús a Nicodemo no tienen como referencia primaria el bautismo en agua, sino la renovación espiritual anunciada por los profetas del Antiguo Testamento. Como notamos antes, este es un tema reiterado en los escritos de Juan. De igual modo, es significativo que también Pedro vincule el nuevo nacimiento o regeneración (griego anagennaö, “nacer de nuevo”) con el poder purificador de la Palabra de Dios antes que con el bautismo por inmersión en agua:
“Al obedecer a la verdad, mediante el Espíritu, habéis purificado vuestras almas para el amor fraternal no fingido. Amaos los unos a los otros entrañablemente, pues habéis renacido [anagegennëmenoi] , no de simiente corruptible. por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Pedro 1: 22-23).
Asimismo el Apóstol Pablo, quien no bautizó a muchos cristianos en Corinto (1 Corintios 1:14-17), declaró enfáticamente “en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4:15).
Tal regeneración o nuevo nacimiento espiritual no es producido por el bautismo en agua; éste es un signo o sacramento de la regeneración, pero en modo alguno reemplaza, ni mucho menos produce, la gracia interior que representa.
Diciembre de 1999
Notas
[1] G.R. Beasley-Murray, Baptism. En Colin Brown, Ed.: New International Dictionary of New Testament Theology. Grand Rapids: Zondervan, 1975-1978, 1: 144.
[2] James C. Vanderkam, The Dead Sea Scrolls Today. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1994, p. 168-170.
[3] C. Perrot, Los movimientos bautistas. En Augustin George y Pierre Grelot, Dir.: Intoducción Crítica al Nuevo Testamento. Barcelona: Herder, 1983; 1: 177-180.
[4] Joachim Jeremias, Teología del Nuevo Testamento. I. La predicación de Jesús, 4ª Ed. Salamanca: Sígueme, 1980, p. 73-74.
[5] Oscar S. Brooks, The Drama of Decision: Baptism in the New Testament. Peabody: Hendrickson, 1987, p. 160.
[6] Donald Bridge y David Phypers, The Water that Divides – The Baptism Debate. Leicester: InterVarsity Press, 1977.
[7] Michael Green, Baptism: Its purpose, practice and power. Downers Grove: InterVarsity Press, 1987. Véase también Oscar Cullmann, Baptism in the New Testament (London: SCM Press, 1950) y Andrés Manrique. O.S.A., Teología Bíblica del Bautismo – Formulación de la Iglesia Primitiva (Madrid: Editorial Biblia y Fe, 1977).
[8] Hipólito de Roma, La Tradición Apostólica, 21 (61).
[9] Tertuliano, De Baptismo, 18.
[10] F.F. Bruce, Answers to questions. Exeter: The Paternoster Press, 1972, p. 76
[11] Ibid., p. 84.
[12] Catecismo de la Iglesia Católica. Edición preparada bajo la presidencia del Arzobispo José Manuel Estepa Llaurens. Santo Domingo: Librería Juan Pablo II, 1992, # 1213 (p. 284).
[13] “Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no contienen la gracia que significan, o que no confieren la gracia misma a los que no ponen óbice, como si sólo fueran signos externos de la gracia o justicia recibida por la fe y ciertas señales de la profesión cristiana, por las que se distinguen entre los hombres los fieles de los infieles, sea anatema.” (Concilio de Trento, Sesión VII del 3 de marzo de 1547; Cánones sobre los sacramentos en general, Canon 6). Según Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia – Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres. Traducción de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Herder, 1963, # 849 (p. 241).
[14] Catecismo de la Iglesia Católica, # 1257 (p. 292).
[15] Ibid, # 1258-1260 (p. 292- 293).
[16] Ibid., # 1261 (p. 293).
[17] Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, 6ª Ed. Barcelona: Herder, 1969, p. 191-192.
[18] Eugenio IV – Concilio de Florencia; Decreto para los griegos de la Bula “Laetentur coeli” del 6 de julio de 1439; Denzinger # 693 (p. 201).
[19] Antonio Royo Marín, O.P., La Fe de la Iglesia – Lo que ha de creer el cristiano de hoy, 2ª Ed. Madrid: BAC, 1973, # 352 (p. 232).
Originalmente enviado por: MANUEL MORA
Queridos hermanos y amigos,he analizado lo mejor que he podido las dos opciones y en las dos me parece ver base escritural;también tengo comunión con hermanos evangélicos en las dos modalidades.Deseo y ruego al Señor una mayor unidad entre ambos,¿que opinión tienen ustedes?,¿me pueden ayudar con sus aportaciones?.
Que Dios les bendiga.Gracias.
Hola hermano Manuel...
En respuesta a su pedido, tal vez le resulte útil este antiguo aporte mío.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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BAUTISMO
El verbo griego baptizö es una forma intensiva de baptö y significa primariamente “sumergir”; secundariamente puede significar “lavar” o “hacer perecer.” En la antigua versión griega del Antiguo Testamento, la Septuaginta, se emplea de la inmersión séptuple de Naamán el sirio en las aguas del Jordán (2 Reyes 5:14).
G.R. Beasley-Murray explica: “Pese a las afirmaciones contrarias, parece que baptizö, tanto en contextos judíos como cristianos, normalmente significaba ‘sumergir’ y que aún cuando se tornó un término técnico para el bautismo, la idea de inmersión permanece... Los usos metafóricos del término en el Nuevo Testamento parecen dar esto por sentado; por ejemplo, la profecía de que el Mesías bautizaría en Espíritu [Santo] y fuego, como un líquido (Mateo 3:11), el “bautismo” de los israelitas en la nube y el mar (1 Corintios 10:2) y la noción de la muerte de Jesús como un bautismo (Marcos 10:38-39, baptisma; Lucas 12:50...). La representación paulina del bautismo como la sepultura y la resurrección con Cristo es consistente con esta opinión, aunque no la exija.” [1].
El bautismo de Juan
El antecedente inmediato del bautismo cristiano es el bautismo que realizaba Juan hijo de Zacarías, más conocido como Juan el bautista. A su vez, Juan podría haber sido influenciado por los lavamientos ceremoniales de los grupos predominantes del judaísmo o de Qumran (esenios, secta del Mar Muerto). Sin embargo, esta clase de limpieza ritual no se realizaba una única vez, sino de manera reiterada y periódica [2]. Un antecedente más interesante o al menos un paralelo (no está claro cual vino primero) es el bautismo de los prosélitos, es decir, de personas de origen gentil que se convertían al judaísmo [3]. Allá por el primer siglo de nuestra era, cuando los judíos habían adoptado una decidida actitud proselitista (ver Mateo 23:15) los convertidos de la gentilidad que se convertían no solamente debían ser circuncidados como mandaba la Ley a todos los varones, sino que además se les exigía un lavamiento o bautismo, el cual simbolizaba la limpieza de la inmundicia pagana.
El desafío impuesto por el bautismo de Juan es que él no solamente llamaba a los prosélitos, sino y muy particularmente a los judíos de nacimiento, a bautizarse. Juan estaba diciendo con esto que no sólo los paganos, sino también los “hijos de Abraham” debían arrepentirse y volverse a Dios. El bautismo de Juan fue entonces, sobre todo, un llamado al arrepentimiento por los pecados (Mateo 3:11 y paralelos) y una expresión del anhelo de ser perdonado por Dios.
¿Por qué era esto necesario? Porque, como Pablo diría más tarde, “todos pecaron” , y a Juan se le había dado la misión de ser el precursor del Mesías y el heraldo del reino de los cielos (Mateo 3:1-3; Juan 1: 15-23). La predicación y el bautismo de Juan fueron por tanto una preparación para la manifestación definitiva de Dios en gloria para traer recompensa y juicio, y todos debían prepararse para este acontecimiento que Juan describió como un bautismo con el Espíritu Santo y con fuego (Mateo 3: 7-12).
A la luz de lo que precede, parece extraño que Jesús le pidiese a Juan que lo bautizase, y el primero en sorprenderse fue el mismo Juan. Sin embargo, la razón de la solicitud de Jesús ha de hallarse en su identificación con aquéllos a quienes venía a salvar. Había nacido de mujer, y bajo la Ley (Gálatas 4:4) y dio este paso “para que se cumpla toda justicia” (Mateo 3:15). En este acontecimiento fundamental, Jesús, quien jamás pecó (2 Corintios 5:21; Hebreos 4:15), se identificó a sí mismo con la humanidad pecaminosa y de este modo inició formalmente su ministerio. Esto queda claro por lo que aconteció inmediatamente después del bautismo de Jesús: Fue declarado por el Padre como su Hijo amado y ungido por el Espíritu Santo (Mateo 3:17). La Voz celestial le declaró Rey Mesías y Siervo sufriente; cf. Salmo 2:7 e Isaías 42:1. Es significativo que cuando la autoridad de Jesús fue cuestionada, él respondió con otra pregunta: “El bautismo de Juan, ¿era de Dios o de los hombres?” (Marcos 11: 27-33 y paralelos). Esta no fue una manera astuta de evadir la pregunta “¿Con qué autoridad haces esto?” , sino que tenía una relación crucial con ella, Si el bautismo de Juan era del cielo, la inescapable conclusión sería que la autoridad de Jesús provenía de la misma fuente, ya que la unción de Jesús ocurrió tras haber sido bautizado por Juan [4].
El bautismo cristiano
En su carácter de último y más grande de los profetas en sentido veterotestamentario, Juan anunció el juicio venidero. Juan proclamó lo que Dios le dijo que proclamase. Y desde luego, estaba en lo cierto. Pero Jesús introduce un nuevo elemento, el cual ciertamente estaba presente en la profecía del Antiguo Testamento (Isaías 42, 49, 50, 53) pero no había sido entendido por los judíos, a saber: que el reino de los cielos no habría de ser introducido con la violencia de un conquistador guerrero, sino a través de la obra de un humilde Siervo. Y este Siervo, que no era otro que Jesús mismo, debía someterse a otro “bautismo” del cual el de Juan no fue sino una señal (Lucas 12: 49-50). Él hablaba, claro está, de su sacrificio en la cruz.
Luego de resucitar, Jesucristo les dijo a sus discípulos:
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 18-20).
Jesucristo anunció también el bautismo en el Espíritu Santo, que habría de superar el bautismo de Juan (Hechos 1:5). Desde luego, esto no descarta simplemente el bautismo cristiano en agua, pero le otorga una nueva e insospechada significación: Como Jesús se identificó a sí mismo con nosotros en el bautismo de Juan, nosotros debemos identificarnos con Él mediante el bautismo cristiano (Romanos 6, etc.).
¿Quién debe bautizarse?
Es claro que todos cuanto crean en Cristo deben bautizarse. Aquellos que llegan a ser sus discípulos deben ser bautizados y se les debe ensañar todo lo que Jesús mandó (Mateo 28: 16- 20). Después de que Pedro hubo proclamado las buenas nuevas de salvación en el día de Pentecostés, les preguntaron a él y a los demás Apóstoles: “Hermanos, ¿qué haremos?”. La respuesta de Pedro fue: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2: 37-38). Como dice Brooks:
“Los sermones cristianos más primitivos, ..., convocaron al bautismo como el acto externo que representaba la decisión interna. La exigencia de Pedro del bautismo [cristiano] tenía continuidad con el bautismo de Juan pues ambos expresaban la nueva relación del individuo con Dios y su reino. La diferencia significativa, empero, era la relación que Pedro estableció con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús.” [5]
La misma secuencia, es decir, primero creer y a continuación ser bautizado, se observa en Samaria y en el caso del ministro etíope (Hechos 8:12, 26-39). Lo mismo se observa luego de que Pedro predicase el Evangelio en casa del centurión Cornelio (Hechos 10: 44-48). Allí el Apóstol exclamó: “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?”
¿Qué hay del bautismo de bebés?
En comparación con el claro mandato de bautizarse para quienes se arrepienten y creen en Jesús, la cuestión de si los niños demasiado pequeños como para entender el Evangelio han de ser bautizados. Este ha sido tema de controversia por siglos [6].
Debe tenerse en cuenta que la mayor parte de las Iglesias cristianas históricas, como la de Roma, las Orientales, la Luterana, la Reformada, la Presbiteriana y otras, practican el bautismo infantil. Una de las mejores defensas del bautismo infantil es la escrita por Michael Green [7]. Los principales argumentos a favor de esta práctica son:
1. El bautismo es un signo o sacramento del Nuevo Pacto, como la circuncisión lo era del Antiguo Pacto. Ya que todos los bebés varones eran circuncidados, de igual modo y por analogía todos los hijos de cristianos deben ser bautizados.
2. Jesús llamó hacia sí a los niños pequeños y amonestó con extrema severidad a los discípulos por intentar impedírselo (Marcos 10: 13-16).
3. En el libro de Hechos hay varios casos de personas que creyeron y se dice que fueron bautizados “con toda su casa” (Lydia, Hechos 16: 14-15; el carcelero de Filipos, Hechos 16: 30-34); compárese también 1 Corintios 1:16, “la casa de Estéfanas.”
4. El bautismo infantil es testimoniado en la Iglesia por lo menos a partir de principios del tercer siglo, y es practicado por muchas denominaciones cristianas.
Por otra parte, quienes nos oponemos al bautismo infantil señalamos que:
1. El Nuevo Pacto tiene tanto similitudes como diferencias con el Antiguo Pacto. Por tanto, hay que ser muy cauteloso con el razonamiento por analogía. Por ejemplo, una diferencia obvia es que la circuncisión era aplicable sólo a los varones, en tanto que el bautismo cristiano es para hombres y mujeres por igual. Además, los mismos que invocan esta analogía habitualmente rechazan la noción de que el bautismo deba diferirse, como la circuncisión, hasta el octavo día de vida. Finalmente, si bien los hijos de padres cristianos en un sentido participan de las bendiciones de éstos (Hechos 2:38; 1 Corintios 7:14), no queda en absoluto claro que ello sólo se cumpla a condición de que los niños sean bautizados.
2. Jesús ciertamente llamó hacia sí a los niñitos, pero no los bautizó ni mandó que fuesen bautizados. De hecho, es obvio y sugestivo que no existe ninguna instrucción explícita acerca del bautismo infantil en todo el Nuevo Testamento. Quienes propician esta práctica deben basarse en conjeturas y presuposiciones.
3. Hay que notar que en los textos que hablan de Lidia, Cornelio o Estéfanas la palabra griega oikia (“casa”) indica más que los familiares, ya que habitualmente se incluye también los sirvientes. Quienes propician el bautismo infantil suponen que había pequeñitos en las “casas” de Lidia, Cornelio o Estéfanas, pero no hay ningún indicio cierto de que esto fuese así. Nada sabemos del estado civil de Lidia. En casa de Cornelio, Pedro dijo que debían bautizarse quienes habían creído, y sobre quienes había manifiestamente descendido el Espíritu Santo. Ignoramos si el carcelero de Filipos tenía hijos y si así era, qué edades tenían. De todos modos, Lucas afirma en Hechos 16:34 que el hombre se regocijó “con toda su casa que había creído en Dios”, lo cual obviamente no es aplicable a los bebés.
4. Se sabe que en tiempos post-apostólicos se introdujeron prácticas bautismales que eran propias del período apostólico. Una fue la costumbre de demorar el bautismo hasta que la muerte fuese inminente (por la noción errónea de que no tendría perdón ningún pecado cometido después del bautismo). Otra fue la introducción de un largo período de instrucción entre la profesión de fe y el rito bautismal, juntamente con complejos ritos carentes de respaldo neotestamentario. Por tanto, el solo hecho de que se practicase el bautismo infantil hacia fines del segundo o principios del tercer siglo no es fundamento suficiente como para considerar tal práctica de origen apostólico. La primera indicación clara acerca del bautismo infantil –a favor- se encuentra en el tratado sobre prácticas eclesiásticas de Hipólito de Roma titulado “La Tradición Apostólica” [8]. Pero la segunda alusión , en contra de tal práctica, aparece en el escrito deTertuliano de Cartago, “Sobre el bautismo” [9]. Ambos documentos datan del siglo III.
¿Qué significa el bautismo?
La significación del bautismo podría resumirse como sigue:
1. Es un acto de obediencia que todo cristiano debe tomar muy seriamente. Jesucristo mandó que todo aquel que llegase a ser su discípulo fuese bautizado (Mateo 28: 16-20).
2. Es un acto que expresa el propósito de ser limpio del pecado y puro para con Dios (1 Pedro 3:21).
3. Es un acto que nos identifica con Jesucristo en su muerte y en su nueva vida de resurrección (Romanos 6).
4. Es un acto que significa ser incorporado al Cuerpo de Cristo, la Iglesia, y da entrada a la paticipación plena en la fraternidad cristiana (Efesios 4:4-6).
Asimismo, y teniendo en cuenta todo lo anterior, el bautismo puede considerarse un testimonio público de nuestro compromiso de seguir a Cristo.
Relación entre la regeneración, el bautismo con agua y el bautismo en el Espíritu Santo
Ya que el bautismo es un signo externo de una gracia interior, no hay una relación simple y unívoca entre estos acontecimientos. En el Nuevo Testamento, quienes se arrepienten y creen en Cristo son bautizados, pero ya que tanto la confesión como el rito del bautismo en sí mismo son actos externos, ellos no garantizan de manera absoluta que la obra interna de la gracia esté presente. Por ejemplo, no fue así en el caso de Simón el Mago (Hechos 8:13-25). Los samaritanos fueron bautizados en agua primero y recibieron el Espíritu Santo después. Por el contrario, Cornelio y los suyos primero recibieron el Espíritu Santo y luego fueron bautizados.
Sin embargo, por el modo en que el asunto se presenta en la predicación apostólica, F.F. Bruce está en lo cierto al afirmar: “El bautismo es el signo externo y visible del arrepentimiento y la fe. En la era apostólica el signo externo estaba en general tan inmediatamente asociado con la gracia interior y espiritual que se podía hablar de ambos como partes componentes de una única experiencia, o por una especie de metonimia, lo que era estrictamente cierto de una podía predicarse de la otra.” [10]
Esto permite explicar pasajes como Hechos 22:16, donde Pablo narra su propia experiencia de conversión; se le dijo: “Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados invocando su nombre.” Bruce observa: “Pablo, siendo un hombre inteligente, sabría que la aplicación externa de agua a su cuerpo no podría, en sí misma, quitar sus pecados; entendería que su bautismo en agua era la señal externa y visible de su purificación del pecado, interior y espiritual , por la gracia de Dios, una purificación que hizo propia por la fe.” [11]
De igual modo, Tito 3:4-7 puede entenderse en el mismo sentido: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor para con la humanidad, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo [griego, dia loutrou palingenesias kai anakainöseös pneumatos hagiou], el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo, nuestro Salvador, para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna. “ (ver también Romanos 5 y 8).
¿Es el bautismo necesario para la salvación?
La Iglesia Católica Apostólica Romana es el defensor más conspicuo de la noción de que el bautismo es necesario para la salvación. El reciente “Catecismo de la Iglesia Católica” (1992) afirma: “El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el Espíritu (‘ vitae spiritualis ianua’) y la puerta que abre el acceso a otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión.” [12].
Según la doctrina romana, los sacramentos en general no son solamente signos externos de la gracia interior, sino que son los medios por los cuales se confiere la gracia; es decir que contienen en sí la gracia que simbolizan, cuando se los imparte y recibe apropiadamente [13]. En lo que se refiere al bautismo, el nuevo Catecismo sostiene que “El Señor mismo afirma que el Bautismo es necesario para la salvación (cf Jn 3,5).” [14]. Sin embargo, el sincero anhelo de ser bautizado es considerado equivalente, a los efectos de la salvación, al sacramento mismo en los casos en que éste es imposible. Tal el caso, por ejemplo, de quien muere mártir sin posibilidad de bautizarse –es el llamado “bautismo de sangre”- o el de un adulto que es impedido por la muerte o un obstáculo insuperable, pero que de veras deseaba bautizarse [15].
El problema del destino de los niñitos que mueren sin haber sido bautizados no es respondido de manera consistente por el romanismo. En efecto, el nuevo Catecismo afirma que la Iglesia “sólo puede confiarlos a la misericordia divina”, confiando “en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo” [16]. Esta declaración es muy sorprendente, ya que por siglos se ha sostenido como doctrina de fe que “las almas que salen de esta vida en estado de pecado original están excluidas de la visión beatífica de Dios” [17].
En otras palabras que las almas de los niños que morían en pecado original –es decir, sin ser bautizados- quedaban excluidas de la bendición de contemplar a Dios. Adicionalmente, al menos dos concilios generales de occidente (llamados ecuménicos por Roma), a saber el IV Concilio de Lyon (1274) y el Concilio de Florencia (1438-1445) establecieron dogmáticamente que quienes mueren en pecado original van al infierno: “Pero las almas de aquellos que mueren en pecado mortal actual o con solo el original, bajan inmediatamente al infierno, para ser castigadas, si bien con penas diferentes” [18].
Hasta hace muy poco, se enseñaba que los niños sin bautizar iban a un lugar, el limbo (limbus infantium) donde podrían gozar la mayor felicidad natural, pero eran excluidos de la presencia de Dios. He aquí lo que dice un compendio publicado en 1973:
“EL LIMBO. – Los párvulos que han muerto sin el bautismo no van al paraíso terrenal (Benedicto XII, [Denzinger] 534), sino al llamado «limbo de los párvulos» (Pío VI, [Denzinger] 1526 ). Carecen de la visión de Dios, pero no sufren la pena de fuego (Inocencio III, [Denzinger] 410).” [19]
Sin embargo, ahora la Iglesia de Roma soslaya silenciosamente su enseñanza de siglos y se limita a declarar que solamente confía a los niñitos a la misericordia de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica, # 1261). El hasta no hace mucho famoso limbo ni aparece en el índice alfabético del nuevo Catecismo firmado por Juan Pablo II.
En realidad. importantísimo como es el bautismo, en ninguna parte del Nuevo Testamento se lo declara como necesario para la salvación. Los requisitos que son consistentemente presentados como imprescindibles son el arrepentimiento del pecado y la fe en Jesucristo.
Apéndice: Juan 3:5
Este texto es el apoyo más importante para la doctrina de la regeneración bautismal, esto es, la noción de que el sacramento mismo del bautismo efectúa la regeneración o nuevo nacimiento en Cristo. Por tanto, es conveniente examinar cuidadosamente este texto.
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, dignatario de los judíos. Este vino a Jesús de noche y le dijo:
- Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Le respondió Jesús:
- De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo [o de lo alto] no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le preguntó:
- ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?
Respondió Jesús:
- De cierto, de cierto te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: «Os es necesario nacer de nuevo». El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu.
Le preguntó Nicodemo:
- ¿Cómo puede hacerse esto?
Jesús le respondió:
- Tú, que eres maestro de Israel, ¿no sabes esto? ...” (Juan 3: 1-10).
El contexto inmediato de este encuentro es la primera Pascua celebrada durante el ministerio terrenal del Señor (Juan 2:13-25). Jesús acababa de anunciar veladamente su resurrección (versículo 19). Nicodemo se convenció de que Dios estaba con Cristo y fue a verle de noche.
Jesús le dijo que aquellos que desean entrar en el reino de Dios deben nacer “de nuevo” o “de lo alto.” El texto griego dice “ean më tis gennëthei anöthen” (si uno no recibe el nacimiento de lo alto, versículo 3) y “gennëthëi ex hydatos kai pneumatos” (nacimiento de agua y Espíritu, versículo 5). La palabra anöthen puede significar tanto “de nuevo” (Gálatas 4:9), como “de lo alto” (Santiago 1:17; 3: 15,17). Evidentemente Nicodemo entendió lo expresado por Jesús en el primer sentido, pero las palabras del Señor en el versículo 31 indican que él quiso decir primariamente “de lo alto.” En otros términos, nada menos que un nacimiento de lo alto, es decir, de Dios mismo, puede permitirle a alguien tener parte en el reino de los cielos.
El mismo pensamiento se encuentra en Juan 1:12-13, “Mas a todos los que le recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios.” También aparece reiteradamente en la primera epístola de Juan (1 Juan 2:29; 3:9; 4:7; 5:1,4,18).
Quienes afirman que las palabras de Jesús eran fundamentalmente una referencia al bautismo con agua pasan por alto los siguientes hechos:
1. El propio bautismo de Jesús en ninguna parte se pone como modelo para el bautismo de sus discípulos. Como se demostró antes, el bautismo del Señor fue una señal de su identificación con la raza humana, preparatoria de la obra de redención que él cumpliría más tarde en la cruz.
2. Es notable que el Evangelio de Juan sea el único que no contiene un relato del hecho preciso del bautismo de Jesús. Por tanto, su propio bautismo no es parte del contexto inmediato del pasaje.
3. Jesús se dirigió a Nicodemo teniendo en cuenta que éste era un maestro, alguien bien versado en el Tánaj (el Antiguo Testamento: el Pentateuco, los Profetas y los Escritos). De aquí que la declaración del Señor de la absoluta necesidad de nacer del agua y del Espíritu debe entenderse en esta luz, y debería haber traído a la mente de Nicodemo textos como Zacarías 13:1; Jeremías 33:8; Isaías 43:20, 55: 1, y sobre todo Ezekiel 36: 25-27,
“Esparciré sobre vosotros agua limpia y seréis purificados de todas vuestras impurezas, y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos y que guardéis mis preceptos y los pongáis por obra.“
Mientras que el bautismo cristiano en agua no es enseñado como tal en el Antiguo Testamento, ningún escriba o maestro hebreo podría haber ignorado estos textos proféticos tan importantes acerca de la purificación espiritual. Por esta razón Jesús reconviene a Nicodemo de este modo: “Tú, que eres el maestro de Israel, ¿no sabes esto?” Como alguien que estaba bien versado en las Escrituras, era de esperarse que Nicodemo entendiese la alusión de inmediato.
En conclusión, las palabras de Jesús a Nicodemo no tienen como referencia primaria el bautismo en agua, sino la renovación espiritual anunciada por los profetas del Antiguo Testamento. Como notamos antes, este es un tema reiterado en los escritos de Juan. De igual modo, es significativo que también Pedro vincule el nuevo nacimiento o regeneración (griego anagennaö, “nacer de nuevo”) con el poder purificador de la Palabra de Dios antes que con el bautismo por inmersión en agua:
“Al obedecer a la verdad, mediante el Espíritu, habéis purificado vuestras almas para el amor fraternal no fingido. Amaos los unos a los otros entrañablemente, pues habéis renacido [anagegennëmenoi] , no de simiente corruptible. por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Pedro 1: 22-23).
Asimismo el Apóstol Pablo, quien no bautizó a muchos cristianos en Corinto (1 Corintios 1:14-17), declaró enfáticamente “en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Corintios 4:15).
Tal regeneración o nuevo nacimiento espiritual no es producido por el bautismo en agua; éste es un signo o sacramento de la regeneración, pero en modo alguno reemplaza, ni mucho menos produce, la gracia interior que representa.
Diciembre de 1999
Notas
[1] G.R. Beasley-Murray, Baptism. En Colin Brown, Ed.: New International Dictionary of New Testament Theology. Grand Rapids: Zondervan, 1975-1978, 1: 144.
[2] James C. Vanderkam, The Dead Sea Scrolls Today. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, 1994, p. 168-170.
[3] C. Perrot, Los movimientos bautistas. En Augustin George y Pierre Grelot, Dir.: Intoducción Crítica al Nuevo Testamento. Barcelona: Herder, 1983; 1: 177-180.
[4] Joachim Jeremias, Teología del Nuevo Testamento. I. La predicación de Jesús, 4ª Ed. Salamanca: Sígueme, 1980, p. 73-74.
[5] Oscar S. Brooks, The Drama of Decision: Baptism in the New Testament. Peabody: Hendrickson, 1987, p. 160.
[6] Donald Bridge y David Phypers, The Water that Divides – The Baptism Debate. Leicester: InterVarsity Press, 1977.
[7] Michael Green, Baptism: Its purpose, practice and power. Downers Grove: InterVarsity Press, 1987. Véase también Oscar Cullmann, Baptism in the New Testament (London: SCM Press, 1950) y Andrés Manrique. O.S.A., Teología Bíblica del Bautismo – Formulación de la Iglesia Primitiva (Madrid: Editorial Biblia y Fe, 1977).
[8] Hipólito de Roma, La Tradición Apostólica, 21 (61).
[9] Tertuliano, De Baptismo, 18.
[10] F.F. Bruce, Answers to questions. Exeter: The Paternoster Press, 1972, p. 76
[11] Ibid., p. 84.
[12] Catecismo de la Iglesia Católica. Edición preparada bajo la presidencia del Arzobispo José Manuel Estepa Llaurens. Santo Domingo: Librería Juan Pablo II, 1992, # 1213 (p. 284).
[13] “Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no contienen la gracia que significan, o que no confieren la gracia misma a los que no ponen óbice, como si sólo fueran signos externos de la gracia o justicia recibida por la fe y ciertas señales de la profesión cristiana, por las que se distinguen entre los hombres los fieles de los infieles, sea anatema.” (Concilio de Trento, Sesión VII del 3 de marzo de 1547; Cánones sobre los sacramentos en general, Canon 6). Según Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia – Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres. Traducción de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Herder, 1963, # 849 (p. 241).
[14] Catecismo de la Iglesia Católica, # 1257 (p. 292).
[15] Ibid, # 1258-1260 (p. 292- 293).
[16] Ibid., # 1261 (p. 293).
[17] Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, 6ª Ed. Barcelona: Herder, 1969, p. 191-192.
[18] Eugenio IV – Concilio de Florencia; Decreto para los griegos de la Bula “Laetentur coeli” del 6 de julio de 1439; Denzinger # 693 (p. 201).
[19] Antonio Royo Marín, O.P., La Fe de la Iglesia – Lo que ha de creer el cristiano de hoy, 2ª Ed. Madrid: BAC, 1973, # 352 (p. 232).