DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

La resurrección de los muertos y el perdón de los pecados es lo que presenta la cita que tú pusiste.

Ya se.

Mi pregunta es, ¿qué tiene de antibíblico la resurrección de los muertos y el perdón de los pecados?

la resurreccion nada de malo tiene, sino que el perdon de pecados sea por un sacrificio por los muertos, cosa que la ley no enseñaba, asi que si el enseñaba eso deberia ser una añadidura la ley de Moises
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

¿Te das cuenta tú mismo? El código Hammurabi que tanto mencionas no es, y nunca fue, parte de la Septuagenta; sin embargo, los deuterocanónicos siempre fueron parte de la Biblia Septuagenta de Jesús y los apóstoles, y eso los hace inspirados por Dios.

Fueron parte de la septuaginta, pero no el texto hebreo, ni siquiera del canon que Jesu aprobo, pues aun cuando Jesus tuvo esa version, nunca cito como libros inspirados a esos libros.
pero la rechazo, porque dijo: "la ley, los profetas y los salmos"


Pero si tú dices que Jesús sólo se limita a decir “la ley, los profetas y los salmos” como el canon del Antiguo Testamento, entonces ¿porqué Jesús no dice “la ley, los profetas, los salmos, los libros históricos y los libros de sanitaria”?

porque en la frase: " la ley, los profetas y los almos" estaba todo el antiguo testamento.

¿acaso quieres pruebas de ello?

informate sobre la division de el canon del antiguo tetsamento y veras que lo que digo es cierto


Si tenían el canon establecido, entonces dime por favor, ¿porqué entonces la necesidad de tener el llamado concilio de Jamnia en el año 90 en donde los deuterocanónicos fueron oficialmente descartados como libros inspirados?

Ellos no decartaron nada en ese concilio, sino que quien los hizo fue JESUS, PERO ANTES DE Jesus, eso ya se sabia, el canon ya existia.


Está bien, si demostrar lo que dices es fácil, entonces respóndeme, ¿porqué entonces Jesús no los incluyó diciendo “la ley, los profetas, los salmos, los libros históricos y los libros de sabiduría? Indícame, por favor, en qué parte de la Biblia Jesús los incluye. SOY TODO OJOS.

Ya te dije, en la afirmacion "la ley los profetas y los salmos estaba" estaban ya esos libros historicos, asi como losde sabiduria.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Toma un poco de informacion, LEELO TODO Y DESPUES ME DAS TU RESPUESTA.:

Tomado de: http://www.conocereislaverdad.org/elcanonbiblico3.htm


El Canon Bíblico
Evidencia del canon hebreo
antes de la discusión de Jamnia
por Fernando Saraví
El conjunto de la evidencia muestra que en tiempos de Jesús los hebreos ya sabían qué libros [del AT obviamente] eran canónicos y cuáles no. Después de Jesús solamente hubo entre los judíos algunas discusiones acerca de la permanencia en el canon de algunos libros como Esther y Eclesiastés (que permanecieron) pero en ningún caso se consideró agregar nada.
He aquí una presentación de la evidencia, ordenada en forma aproximadamente cronológica.

I. El testimonio de los Libros Eclesiásticos (Deuterocanónicos o Apócrifos)

1. Jesús ben Sirá (= Eclesiástico).
Este es mi deuterocanónico/apócrifo favorito (sin ironía). En el prólogo del traductor, leemos: "Muchas e importantes lecciones se nos han transmitido por la Ley, los Profetas y los otros que les han seguido, por los cuales bien se debe encomiar a Israel por su instrucción y sabiduría. Mas como es razón que no sólo los lectores se hagan sabios ... mi abuelo Jesús, después de haberse dado intensamente a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros libros de nuestros antepasados ... se propuso también él escribir algo en lo tocante a instrucción y sabiduría...” Eclesiástico, Prol. 1-12.
Aquí se menciona, en un documento del siglo II a.C., la división tripartita del AT –Ley, Profetas y otros Escritos- de la cual el autor habla como cosa conocida a sus lectores. Pero además prosigue: "Estáis, pues, invitados a leerlo con benevolencia y atención, así como a mostrar indulgencia allí donde se crea que, a pesar de nuestros denodados esfuerzos de interpretación, no hemos podido acertar en alguna expresión." Eclesiástico, Prol. 15-20.
Esta clase de disculpa por un trabajo posiblemente defectuoso no se escucha jamás en ningún libro del canon palestino.

2. II Macabeos
Igualmente, en otro apócrifo/deuterocanónico, 2 Macabeos, se apela a la buena voluntad del lector: "..esperando la gratitud de muchos, soportamos con gusto esta fatiga [de resumir] , dejando al historiador la tarea de precisar cada suceso y esforzándonos por seguir las normas de un resumen.” (2:27-28). “...yo termino aquí mi relato. Si ha quedado bello y logrado en su composición, eso es lo que yo pretendía; si imperfecto y mediocre, he hecho cuanto me era posible.” 2 Macabeos 15:37-38.
Los autores de los libros canónicos hablaban de parte de Dios y decían lo que Él les mandaba, sin ningún tipo de disculpas. Es claro que los autores de estos libros tenían conciencia de estar escribiendo por su propia cuenta.

3. I Macabeos
El libro primero de los Macabeos, uno de los que son considerados deuterocanónicos por la Iglesia Católica, da testimonio en reiteradas oportunidades de la convicción de su autor de la ausencia de profetas en su tiempo. Las siguientes citas (con negritas añadidas) provienen de la Biblia de Jerusalén: "Deliberaron sobre lo que había de hacerse con el altar de los holocaustos que estaba profanado. Con buen parecer acordaron demolerlo para evitar un oprobio, dado que los gentiles lo habían contaminado. Lo demolieron, pues, y depositaron sus piedras en el monte de la Casa, en un lugar conveniente, hasta que surgiera un profeta que diera respuesta sobre ellas." 1 Macabeos 4:44-46. "Con la muerte de Judas asomaron los sin ley por todo el territorio de Israel y levantaron cabeza todos los que obraban la iniquidad. Hubo entonces un hambre extrema y el país se pasó a ellos ... Tribulación tan grande no sufrió Israel desde los tiempos en que dejaron de aparecer profetas." 1 Macabeos 9:23s, 27. "En consecuencia, el rey Demetrio le concedió [a Simón] el sumo sacerdocio ... a los judíos y a los sacerdotes les había parecido bien que fuese Simón su hegumeno y sumo sacerdote para siempre hasta que apareciese un profeta digno de fe..." 1 Macabeos 14:38,41.
El autor del libro es un judío palestino quien probablemente escribió no mucho después de los sucesos que narra, probablemente a fines del siglo II a.C. Según la Introducción de la Biblia de Jerusalén, con las precauciones del caso, 1 Macabeos «es un documento precioso para la historia de aquel tiempo».
Ya que los profetas eran los hombres que hablaban de parte de Dios, la convicción de una ausencia de profetas en su propio tiempo, junto con la esperanza de que en el futuro reaparecerían, es un fuerte testimonio a favor de la idea de que a fines del siglo II a.C. ya se consideraba cerrado el canon de las Escrituras.

II. El testimonio de Filón de Alejandría
Filón de Alejandría fue un destacado filósofo judío helenista (ca. 20 a.C. – ca. 50 d.C.). Es un testigo importante del canon por tres razones (1) su vida se superpone en el tiempo con la vida terrenal de Jesús ; (2) era judío y vivía en Alejandría, la supuesta cuna del hipotético canon más extenso del Antiguo Testamento; y (3) conocía y utilizaba profusamente las Escrituras.
David M. Scholer, en el prólogo de la traducción de las obras completas de Filón al inglés, hace las siguientes observaciones:
«La preocupación de Filón de interpretar a Moisés muestra constantemente tanto su profunda devoción y compromiso con su herencia, creencias y comunidad judías, como también refleja su uso desembozado de categorías y tradiciones filosóficas ... La discusión erudita de si Filón es primariamente judío o griego está en realidad desorientada. En tiempo de Filón mucho del judaísmo estaba significativamente helenizado. El compromiso de Filón con la Ley de Moisés y la pasión por ella era genuino y rector. Filón bebió también profundamente en la fuente filosófica de la tradición platónica y la vio como fortalecedora y profundizadora de su entendimiento de la Ley de Moisés...
Filón es significativo para la comprensión del judaísmo helenístico del primer siglo d.C. Es la principal figura literaria sobreviviente del judaísmo helenizado del período del segundo Templo del judaísmo antiguo. Filón es crítico para entender muchas de las corrientes, temas y tradiciones interpretativas que existían en la Diáspora y en el judaísmo helenístico. Filón confirma el carácter multifacético del judaísmo del segundo Templo; no era ciertamente un fenómeno monolítico. El judaísmo, a pesar de sus preocupaciones por la pureza y la identidad étnica con referencia a la Ley de Moisés, también halló considerable libertad para participar en muchos aspectos de la cultura helénica, como tan claramente lo evidencia Filón.
Filón es asimismo valioso para entender la iglesia primitiva y los escritos del Nuevo Testamento, especialmente los de Pablo, Juan y Hebreos. A veces se olvida que los documentos del Nuevo Testamento fueron escritos en griego por autores que eran judíos (desde luego ahora comprometidos a entender a Jesús como Cristo y Señor), quienes eran parte de la cultura helenística del mundo grecorromano. La mayor parte de las iglesias primitivas reflejadas y descritas en el Nuevo Testamento eran parte de la trama social del mundo helenístico grecorromano. Precisamente porque Filón es un judío helenístico, es esencial para los estudios del Nuevo Testamento. La Iglesia cristiana fue la preservadora primaria de los escritos de Filón, quien era virtualmente desconocido para la tradición judía desde luego de su propio tiempo, hasta el siglo XVI.»
The Works of Philo- Complete and unabridged. Transl. C.D. Yonge; New Updated Version. Peabody: Hendrickson, 1993, pp. XIII; negritas añadidas.

Mediante la interpretación alegórica, Filón propuso una forma de compatibilizar las enseñanzas de los filósofos paganos con la revelación bíblica. Por esta razón, en sus escritos se encuentra un gran número de citas bíblicas. La mayor parte de sus citas bíblicas provienen de la Torah o Pentateuco, aunque también cita Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, los Profetas Menores Oseas y Zacarías, los Salmos, Job, Proverbios y el rollo de Crónicas-Esdras-Nehemías.
En el índice de la edición de sus obras completas ya citada (pp. 913-918), se cuentan aproximadamente mil citas de las Escrituras, lo cual da una idea de la intensidad del empleo de estos textos por parte suya. Dados todos los hechos señalados acerca de Filón , puede ser una gran sorpresa para algunos que este judío helenístico, contemporáneo de Jesús, que vivió precisamente en Alejandría, jamás cita ninguno de los libros que supuestamente pertenecían al “canon alejandrino”.
La ausencia de citas de los libros deuterocanónicos en Filón es todavía más notable cuando se piensa que algunos de estos libros, como por ejemplo, la Sabiduría de Salomón o el Eclesiástico, hubiesen provisto sobresaliente material documental para su propia tesis de la compatibilidad entre la filosofía griega y la revelación bíblica. El hecho de que Filón no emplease estos libros, que de seguro le eran conocidos, es en extremo difícil de explicar de no haber habido en Alejandría un consenso acerca de los libros canónicos esencialmente igual al de Palestina.

III. El testimonio del Targum
Pierre Grelot explica:
"La palabra targum pasó al arameo y luego al hebreo a partir del acadio targumanu, el «intérprete», que se designaba a sí mismo con una palabra de origen extranjero (hitita). En el judaísmo se la utiliza para hablar de todo un sector de la literatura rabínica que presenta «traducciones interpretativas» de los libros sagrados. Traducciones, porque los libros sagrados siguen estando en su base; se trata de hacerlos inteligibles a gentes que no leen el hebreo, oralmente o por escrito; interpretativas, porque no se trata, al menos muchas veces, de traducciones literales, sino de textos en los que la interpretación del original se ha incorporado a la lectura mediante ampliaciones más o menos extensas."
Pierre Grelot, Los tárgumes. Textos escogidos. Estella: Verbo Divino, 1987, p. 5

El empleo de estas paráfrasis en arameo de las Escrituras hebreas se incorporó al culto de la sinagoga para hacer inteligibles los textos sagrados para quienes no hablasen hebreo, especialmente para la liturgia de los hebreos de habla aramea. Existen targumes de casi todos los libros del Antiguo Testamento según el canon hebreo, de los siglos II a.C a I d.C.: de la Torá, de los Profetas Anteriores y Posteriores, de los Cinco Rollos (Megillot = Cantar, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester) y de los Escritos (Salmos, Proverbios, Job, y Crónicas).

No hay, en cambio, targumes tempranos que expliquen los libros deuterocanónicos. Los pocos que existen son tardíos, se basan en el texto griego de Tobit y en las adiciones a Daniel y la oración de Ester. Por tanto, el uso de las Escrituras parafraseadas en la liturgia hebrea, corrobora la autenticidad del canon hebreo del Antiguo Testamento.

IV. El testimonio del Nuevo Testamento
Si bien el exacto proceso de agregado de los deuterocanónicos/apócrifos al canon hebreo por el uso de la Iglesia antigua genera muchos interrogantes, lo que queda claro es que tales adiciones carecen por completo de autoridad por parte del Señor Jesús, de los Apóstoles o de los autores del Nuevo Testamento, ni explícitamente ni por vía de ejemplo a través de citarlos como Escrituras.
En cambio, es una evidencia indirecta del canon hebreo palestino, sobre el cual a todas luces sí existía un consenso en el siglo I, el modo en que Jesús hizo referencia al primer y al último mártir según el orden tradicional hebreo:
"Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el santuario. Sí os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación." Lucas 11:49-51
Jesús se refiere aquí a todos los justos y enviados de Dios que sufrieron el martirio según las Escrituras. La frase griega apo haimatos Abel eôs haimatos Zajariou, «desde (la) sangre de Abel ... hasta (la) sangre de Zacarías» (Lucas 11:51 = Mateo 23:35) parece abarcar la totalidad de los mártires del Antiguo Testamento, desde Abel a manos de su hermano Caín, hasta el de Zacarías, que se narra en 2 Crónicas:
"Yahveh les envió profetas que dieron testimonio contra ellos para que se convirtieran a él, pero no les prestaron oído. Entonces el Espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá que, presentándole delante del pueblo, les dijo: «Así dice Dios: ¿por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito, pues, por haber abandonado a Yahveh, él os abandonará a vosotros». Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey le apedrearon en el atrio de la casa de Yahveh." 2 Crónicas 24:17-21
Sin embargo, la referencia a Abel y Zacarías como el primer y el último mártir, respectivamente, registrados en las Escrituras no es cronológica. Hay al menos un mártir posterior a Zacarías, a saber, Urías, hijo de Semaías, quien fue asesinado en el siglo VII a.C., durante el reino de Joacim (Jeremías 26:20-24); en tanto que Zacarías había sido martirizado mucho antes, en el siglo IX a.C., durante del reino de Joás en Judá.
¿Cómo ha de entenderse entonces la referencia de Jesús a Abel y Zacarías? La amplitud de la lista de mártires no es evidente en el Antiguo Testamento de nuestras versiones modernas, pues el orden de los libros difiere del orden hebreo. En el Antiguo Testamento de la mayoría de las ediciones modernas, los libros de los Profetas van al final, comenzando por Isaías y finalizando con Malaquías. En cambio, los 24 libros del canon hebreo (que corresponden a los 39 de las Biblias protestantes) se ordenaban como sigue:
I. La Torah (Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio)
II. Los Profetas
A. Profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II)
B. Profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezekiel y los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías)

III. Los Escritos (Salmos, Proverbios, Job, Cantar, Rut, Lamentaciones, Qohélet [Eclesiastés], Ester, Daniel, Esdras-Nehemías, Crónicas I y II).
En otras palabras, aquí Crónicas figuraba al final de la lista. La abarcativa expresión de Jesús adquiere sentido cuando, en el contexto de juicio por la sangre inocente derramada, se entiende como referida al primer y último asesinato registrado en las Escrituras, según el orden tradicional del canon palestino: decir «desde Abel hasta Zacarías» era equivalente a «de Génesis a Crónicas», o sea desde el primer hasta el último libro del canon del Antiguo Testamento. Es como si hoy dijésemos, según el orden tradicional de nuestro Antiguo Testamento, «De Génesis a Malaquías». Luego estas palabras del Señor implícitamente corroboran el canon hebreo, y no el llamado alejandrino.
Una evidencia adicional de lo dicho proviene del hecho de en que los grandes unciales Sinaítico (Alef, siglo IV) y Alejandrino (A, siglo V) que contienen libros de los Macabeos, éstos se encuentran después de Crónicas. Por tanto, si Jesús hubiera admitido el supuesto canon alejandrino (con deuterocanónicos) los últimos mártires, tanto cronológicamente como según el orden de los libros, hubiesen sido los héroes macabeos como Judas o Jonatán.
Cabe notar que, aunque el Nuevo Testamento no da un canon o lista autorizada de libros considerados inspirados para lo que llamamos Antiguo Testamento, la evidencia indirecta sugiere firmemente un canon definido y ya fijado de libros a cuya autoridad era válido apelar.

«Primero, es difícil exagerar la importancia de los nombres o títulos adjudicados a los escritos del AT por los autores del NT : así, “Escritura” (Juan 10:35; 19:36; 2 Pedro 1:20), “las Escrituras” (Mateo 22:39; Hechos 18:24), “Santas Escrituras” (Romanos 1:2), “escritos sagrados” (2 Timoteo 3:15), “Ley” (Juan 10:34; 12:34; 15:25; 1 Corintios 14:21), “la Ley y los Profetas” (Mateo 5:17; 7:12; 22:40; Lucas 16:16; 24:44; Hechos 13:15; 28:23). Tales nombres o títulos, aunque no definen los límites del canon, ciertamente suponen la existencia de una colección completa y sagrada de escritos judíos que ya están segregados como separados y fijos.

Un pasaje (Juan 10:35) en el cual se emplea el término “escritura” parece referirse al canon del AT en su conjunto: “y la Escritura no puede ser quebrantada.” De igual modo la expresión “la ley y los profetas” es a menudo empleada en un sentido genérico refiriéndose a mucho más que meramente la primera y segunda divisiones del AT; parece más bien referirse a la antigua dispensación en su conjunto; pero el término “la Ley” es el más general de todos. Se aplica frecuentemente a todo el AT, y aparentemente tenía en tiempos de Jesús entre los judíos un lugar similar al que el término “la Biblia” tiene entre nosotros. Por ejemplo, en Juan 10:34; 12:34; 15:25, textos de los profetas o aún de los Salmos son citados como parte de “la Ley”; en 1 Corintios 14:21 también, Pablo habla de Isaías 28:11 como de una parte de “la Ley.” Estos nombres y títulos, consecuentemente, son extremadamente importantes; jamás son aplicados por escritores del NT a los apócrifos
G.L. Robinson y Roland K. Harrison, Canon of the Old Testament. En G.W. Bromiley, Ed.: International Standard Bible Encyclopedia, Rev. Ed. Grand Rapids: W.B. Eerdmans, 1979, 1: 597; negritas añadidas.

Casi todos los libros del AT según el canon palestino son citados individualmente en el NT. Las excepciones son Ester, Eclesiastés, Cantares, Esdras-Nehemías y los profetas menores Abdías, Nahum y Sofonías. Sin embargo, estos tres últimos formaban parte de un mismo rollo de los doce profetas “menores” que sí es citado; Esdras y Nehemías estaban unidos a Crónicas, que también es citado. En cuanto a Ester, Eclesiastés (Qohélet) y Cantares, probablemente los autores del NT no tuvieron necesidad de emplearlos. En resumen, si se los toma por sus títulos, se citan aproximadamente 80% de los libros del canon hebreo, porcentaje que se eleva a 90% si se los considera según los rollos de los que formaban parte.
En marcado contraste, no hay ni tan sólo una cita de un libro deuterocanónico como Escritura en todo el Nuevo Testamento. El caso de los deuterocanónicos/apócrifos es que existen muchas alusiones a ellos en el NT (ver la lista exhaustiva de Craig A. Stevens, Noncanonical writings and New Testament Interpretation. Peabody: Hendrickson, 1993; Appendix 2, pp. 190-219), lo cual indica que no eran desconocidos para los autores sagrados.
En vista de este hecho es harto significativo que, al igual que Filón de Alejandría, ellos nunca los citan como Escritura o equivalente. De hecho, los autores del NT citaron de otras fuentes, incluyendo autores paganos y obras pseudoepigráficas jamás aceptadas por los cristianos de ninguna denominación, a las cuales, desde luego, tampoco llaman “Escritura.”

V. El testimonio del Apocalipsis de Esdras
El Apocalipsis de Esdras (4 Esdras) es una obra pseudoepigráfica escrita en griego en el siglo I de nuestra era, que refleja tradiciones considerablemente más antiguas. Según este escrito hebreo, Esdras recibe el total de la revelación divina en 94 libros que dicta a cinco amanuenses. Al concluir la tarea, al cabo de cuarenta días, recibe una instrucción de Dios. Por supuesto que la historia es ficticia, pero el dato interesante se refiere al número de libros en las Escrituras hebreas:
"Y aconteció que cuando se cumplieron los cuarenta días, el Altísimo habló conmigo, y me dijo: Los veinticuatro libros que habéis escrito primero, hazlos públicos para que quienes son dignos y quienes no son dignos puedan leer de allí; pero los [otros] setenta los guardarás y se los entregarás a los sabios de tu pueblo."
The Apocalypse of Ezra. Transl. G.H. Box. London: SPCK, 1917; 14:45-46, p. 113; negritas añadidas.

En otras palabras, para el autor había 24 libros inspirados –el mismo número que en el canon palestino- que eran para lectura pública. Los 24 libros del canon hebreo corresponden a los 39 del AT de las Biblias protestantes, ya que 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes y 1 y 2 Crónicas, los Doce Profetas menores y Esdras-Nehemías se contaban cada uno como un libro.
Así:

- La Torah: (1) Génesis, (2) Exodo, (3) Levítico, (4)Números, (5) Deuteronomio.
- Los Profetas Anteriores: (6) Josué, (7) Jueces, (8) Samuel I y II, (9) Reyes I y II
- Los Profetas Posteriores: (10) Isaías, (11) Jeremías, (12) Ezekiel, (13)
- Los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías)
- Los Escritos: (14) Salmos, (15)Proverbios, (16) Job, (17) Cantar, (18) Rut, (19) Lamentaciones, (20) Qohélet [Eclesiastés], (21) Ester, (22) Daniel, (23) Esdras-Nehemías, (24) Crónicas I y II.


V. El testimonio de Flavio Josefo
En la misma época de 4 Esdras (fines del siglo I d.C.) el historiador judío romanizado Josefo (37-100) publicó Contra Apión o Antigüedades de los Judíos. Dice Paul L. Maier:
"Josefo sigue siendo nuestra única fuente superviviente para tanta información extrabíblica, y ninguna lista le haría justicia. Arroja también una luz llena de significado sobre las tácticas romanas militares y de asedio, así como algunos detalles singulares acerca de los emperadores julio-claudios. Sabe cómo sostener el interés, incluir diálogos, plasmar descripciones gráficas, ejemplificar con cosas específicas, y en general deleitar al lector con el color, drama y excitación de Palestina en las varias eras sin evitar nada del horror de sus conquistas o de sus pendencias civiles. También sobresale en sus descripciones geográficas y arquitectónicas de la tierra y de sus estructuras en la antigüedad –áreas a veces silenciadas en las Escrituras- y su exactitud está siendo progresivamente afirmada en la actualidad por excavaciones arqueológicas."
Paul L. Maier, Josefo. Las obras esenciales. Grand Rapids: Editorial Portavoz, 1994, p. 10-11.

No hay la menor indicación de que Josefo esté dando un punto de vista sectario. Por el contrario, habla como representante autodesignado de los judíos en general. Este autor destaca la exactitud y confiabilidad de los registros hebreos, que no descansaba sobre la simple voluntad humana, sino de la inspiración de Dios. Dice Josefo (negritas añadidas):


... porque no tenemos decenas de miles de libros discordantes y en conflicto, sino sólo veintidós, conteniendo los registros de todos los tiempos, los cuales han sido justamente considerados como divinos. Y de estos, cinco son los libros de Moisés ... Luego, los Profetas que siguieron, compilaron la historia del período desde Moisés hasta el reino de Artajerjes sucesor de Jerjes, rey de Persia, en trece libros, [sobre] lo que se hizo en sus tiempos. Los restantes cuatro libros comprenden himnos a Dios e instrucciones prácticas para los hombres.


Los veintidós libros que menciona Josefo corresponden a la Torá, los Profetas y los Escritos. Son con toda probabilidad los mismos 24 de la Biblia hebrea y el Antiguo Testamento protestante, artificialmente acomodados en su número a las letras del alefato o alfabeto hebreo. Para esto Rut se cuenta con Jueces y Lamentaciones con Jeremías; todos los libros históricos –incluidos Daniel y Job- se agrupan con los profetas, y se cuentan entre los Hagiógrafos o Escritos a Salmos, Proverbios Cantar y Eclesiastés. Estos, todos estos, y ningunos otros son estimados, según Josefo, como de origen divino. Josefo prosigue:


Desde el tiempo de Artajerjes hasta el nuestro propio cada suceso ha sido registrado; pero los registros no han sido considerados dignos del mismo crédito que los de época más temprana, porque la exacta sucesión de profetas no fue continuada. Pero qué fe hemos puesto en nuestros propios escritos se ve por nuestra conducta; pues aunque ha transcurrido tanto tiempo, nadie se ha atrevido a agregarles nada, ni a substraer nada de ellos, ni a alterar nada.

Antigüedades de los judíos 1:42 (negritas añadidas).

En resumen
... para la época de Jesús y los Apóstoles, el número de libros estaba fijado, y a todas luces correspondía a los del Canon palestino, el único del AT que puede llamarse propiamente tal. Además, estos libros eran tenidos por divinos, y no otros. Finalmente, nos indica la fecha aproximada del cierre del canon a mediados del siglo V a.C., al mencionar el reinado de Artajerjes.
En resumen, mucho antes que se ratificase el canon en Jamnia, existía obviamente un consenso entre los judíos acerca de cuáles libros debían considerarse sagrados y canónicos, y cuáles no.

Fernando D. Saraví

http://www.conocereislaverdad.org/elcanonbiblico3.htm
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

HASTA EL LUNES, MAÑANA ESTARE OCUPADO,... CHIQUILINES CATOLICOS.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

El Canon Bíblico
El canon del Antiguo Testamento
antes del Concilio de Trento
por Fernando Saraví
La opinión ampliamente mayoritaria hasta el siglo XVI es que el canon del AT como regla
de fe era el hebreo; admitiéndose al mismo tiempo que los libros llamados Apócrifos o Eclesiásticos y luego deuterocanónicos son útiles para la edificación pero no para fundar doctrinas.


I. El canon del Antiguo Testamento: siglos II y III
Más allá de lo que puede inferirse en base al uso de determinados libros, el primer autor cristiano cuya opinión explícita del canon del AT se ha conservado (gracias a Eusebio de Cesarea) es Melitón, obispo de Sardis en Asia Menor (m. hacia 190). En su carta a Onésimo da un «catálogo de los escritos admitidos del Antiguo Testamento» que corresponde esencialmente al canon hebreo, con la sola
omisión de Esther (Eusebio, Historia Eclesiástica IV, 26:12-14).

Un catálogo similar y probablemente contemporáneo (siglo II) , pero con el añadido de Ester, fue hallado en 1875 en el mismo manuscrito en el que se halló la Didajé, o Doctrina de los Doce Apóstoles, uno de los más antiguos documentos cristianos extracanónicos.
A mediados del siguiente siglo, el sobresaliente erudito bíblico Orígenes de Alejandría, quien puede considerarse con justicia el padre de la crítica textual, afirmaba: «No se ha de ignorar que los libros testamentarios, tal como los han transmitido los hebreos, son veintidós, tantos como número de letras hay en entre ellos». Orígenes da luego una lista de tales libros que corresponden casi exactamente al canon hebreo excepto por el añadido de la «carta de Jeremías»; como parte del libro canónico del mismo nombre, y la omisión de los Profetas menores (Eusebio, Historia Eclesiástica VI, 25: 1-2). Esto último es seguramente un desliz original o de transcripción, ya que el total nombrado es de 21 y la canonicidad de dicho libro –los Doce Profetas Menores- nunca estuvo en entredicho. Dice Orígenes explícitamente que los libros de Macabeos están «aparte de estos». Hay que reconocer, sin embargo, que en la práctica, Orígenes se negó a excluir totalmente los apócrifos, porque se los empleaba en la Iglesia, como él mismo lo explica en su Carta a Julio Africano.

II . El canon del Antiguo Testamento: siglos IV y V
Una evidencia de la «fluidez» del canon del AT en aquel tiempo, en lo que a los libros Eclesiásticos concierne, está indicada por los más antiguos códices existentes: el Sinaítico y el Vaticano, ambos del siglo IV, y el Alejandrino, del siguiente siglo. Estos manuscritos que son cristianos, incluyen el AT griego de la Septuaginta, la traducción judía alejandrina precristiana, pero (además de pérdidas accidentales) difieren en los libros apócrifos/deuterocanónicos incluidos. El Sinaítico incluye, además de Tobit, Judit, 1 Macabeos, Sabiduría de Salomón y Eclesiástico (Sirá), a 4 Macabeos (que nunca fue tenido por canónico), al tiempo que excluye 2 Macabeos y Baruc. El códice Vaticano excluye todos los libros de Macabeos; por el contrario, el Alejandrino incluye los cuatro libros de Macabeos. En otras palabras, en los manuscritos a veces faltan libros tenidos hoy por canónicos por la Iglesia de Roma, y en otras ocasiones se incluyen libros cuya canonicidad rechaza la citada Iglesia.
Atanasio, obispo de Alejandría y campeón de la ortodoxia nicena, en su carta pascual 39ª de 367 da a los obispos africanos una lista de libros del AT similar a la hebrea, con la diferencia de que incluye Baruc y la Carta de Jeremías y omite a Ester. La lista es parecida a la de Orígenes, aunque pone a Ruth separado de Jueces. Dice Atanasio:
"Pero para mayor exactitud debo ... añadir esto: hay otros libros fuera de éstos, que no están ciertamente incluidos en el canon, pero que han sido desde el tiempo de los padres dispuestos para ser leídos a aquellos que son convertidos recientes a nuestra comunión y desean ser instruidos en la palabra de la verdadera religión. Estos son la Sabiduría de Salomón, la
Sabiduría de Sirá [Eclesiástico], Ester, Judit y Tobit ... Pero mientras los primeros están incluidos en el canon y estos últimos se leen [en la iglesia], no se ha de hacer mención a los libros apócrifos. Son la invención de herejes que escriben según su propia voluntad ..."

Nicene and Post-Nicene Fathers, 2nd Series (= NPNF2), 4:551-552

Como puede verse, Atanasio tornó explícito lo que Orígenes hizo en la práctica: reconocer esencialmente el canon hebreo, al tiempo que admitía la existencia de libros que, si bien fuera del canon, tenían valor para la instrucción. Por otra parte, aquellos que él llama apócrifos son obra de herejes y deben ser excluidos.


Cuatro años antes de que Atanasio escribiese esta carta hubo un sínodo en Laodicea, en cuyo canon 59 se establecía que en las Iglesias debían ser leídos sólo los libros canónicos de los Testamentos Antiguo y Nuevo. El canon 60 da una lista esencialmente igual a la de Atanasio, pero que incluye al libro de Ester (NPNF2 14:158-159). Es posible que este canon 60 sea una adición posterior.
Cirilo, obispo de Jerusalén entre 348 y 386, sigue básicamente la opinión de Orígenes, pero incluye Baruc (NPNF2, 7:27).
Gregorio Nazianceno (330-390) da una lista de libros canónicos en verso, en donde reconoce veintidós libros; omite Ester (Himno 1.1.72.31). Anfiloquio, obispo de Iconio (m. hacia 394) da una lista igual a la de Gregorio, pero añade: «Junto con éstos, algunos incluyen Ester».
Epifanio, obispo de Salamis en Chipre (315-403) da una lista de 22 libros similar a la anónima del siglo II mencionada más arriba (Sobre pesos y medidas, 23). En otra parte, añade como apéndice a una lista de libros del Nuevo Testamento a la Sabiduría de Salomón y a la de Sirá (Panarion 76:5).
Jerónimo (346-420) fue secretario del obispo de Roma, Dámaso, entre 382 y 384. Por pedido de Dámaso, comenzó a revisar los Salmos y los Evangelios (o quizá todo el Nuevo Testamento) de la versión bíblica llamada Latina Antigua. Luego de la muerte de Dámaso, en 384, comenzó un peregrinaje hasta que se estableció en Belén (Palestina) en 386. Allí prosiguió su tarea. Comenzó con una nueva revisión del Salterio en latín conforme a la Septuaginta (LXX) . Pronto se convenció, empero, de que debía trabajar a partir del texto hebreo. Su obra de traducción del AT fue completada en 405. Al parecer no planeaba incluir los apócrifos/deuterocanónicos pero más tarde cedió al uso prevalente (eclesiástico) y realizó una traducción de Tobit y Judit «del arameo»; el resto de los apócrifos/deuterocanónicos no fue traducido por él, sino añadido por otros tal como se hallaban en la Latina Antigua. No es cierto que los incluyese por orden de Dámaso, quien había estado muerto por más de 20 años cuando Jerónimo completó su trabajo.
Jerónimo enumera el canon hebreo palestino exactamente, y da cuenta de la doble numeración como 24 ó 22, según si Rut y Lamentaciones se contasen por separado o añadidos, respectivamente, a Jueces y Jeremías. Luego escribe:
"Este prólogo a las Escrituras puede servir como un prefacio con yelmo [galeatus] para todos los libros que hemos vertido del hebreo al latín, para que podamos saber -mis lectores tanto como yo mismo- que cualquiera [libro] que esté más allá de estos debe ser reconocido entre los apócrifos. Por tanto, la Sabiduría de Salomón, como se la titula comúnmente, y el libro del Hijo de Sirá [Eclesiástico] y Judit y Tobías y el Pastor no están en el Canon."
Jerónimo trazó la diferencia entre los libros canónicos y los eclesiásticos como sigue:
"Como la Iglesia lee los libros de Judit y Tobit y Macabeos, pero no los recibe entre las Escrituras canónicas, así también lee Sabiduría y Eclesiástico para la edificación del pueblo, no como autoridad para la confirmación de la doctrina."
De igual modo, subrayó que las adiciones a Ester, Daniel y Jeremías (el libro de Baruc) no tenían lugar entre las Escrituras canónicas.

Agustín (354-430), obispo de Hipona, fue el gran autor cristiano casi contemporáneo de Jerónimo. Agustín poseía un vuelo teológico que le faltaba a Jerónimo, pero en compensación éste tenía un sentido crítico bíblico mucho más desarrollado. Aunque Agustín reconocía la importancia de las lenguas originales, no sabía hebreo, e instó en su correspondencia con Jerónimo a que éste realizase su nueva versión a partir de la Septuaginta. Da una lista del canon del Antiguo y Nuevo Testamentos en Sobre la Doctrina Cristiana 2 (8):13, en el cual incluye los apócrifos/deuterocanónicos. Sin embargo, en ocasiones Agustín demuestra haber sido consciente de la distinción entre el canon y el uso eclesiástico:

Desde el tiempo de la restauración del templo entre los judíos no hubo ya reyes, sino príncipes, hasta Aristóbulo. El cálculo del tiempo de éstos no se encuentra en las Santas Escrituras llamadas canónicas, sino en otros escritos, entre los cuales están los libros de los Macabeos, que no tienen por canónicos los judíos, sino la Iglesia...
La Ciudad de Dios, XVIII:36

Sin embargo, como otros autores cristianos antes que él, en la práctica la distinción era a menudo soslayada.


Concilios africanos. Estos se realizaron a fines del siglo IV y principios del V, y la autoridad de Agustín parece haber sido decisiva. No hay documentos del Concilio de Hipona de 393, pero otro sínodo en Cartago (397) reafirma la lista de libros del AT y NT, este último tal como hoy lo conocemos (una lista igual había sido dada 30 años antes por Atanasio en su Carta Pascual), y el AT con los libros Eclesiásticos, incluido 1 Esdras (= 3 Esdras en el Apéndice a la Vulgata), que no forma parte del Canon de Trento. La decisión fue ratificada en el sexto Concilio de Cartago de 419. No figuran las distinciones que había indicado Agustín (y otros antes que él).

El obispo de Roma Inocencio I, en una carta al obispo de Tolosa, Exuperio, da en 405 una lista de libros del AT que incluye los apócrifos/deuterocanónicos (con 1 Esdras).
Rufino, contemporáneo de Jerónimo, en su Comentario al Credo de los Apóstoles da luego del Concilio de Cartago de 397 una lista de libros del AT que corresponde exactamente al canon hebreo. Luego precisa:
Pero debiera saberse que hay también otros libros que nuestros padres no llaman canónicos, sino eclesiásticos, es decir, Sabiduría, llamado Sabiduría de Salomón, y otra Sabiduría, llamada la Sabiduría del hijo de Sirá, el último de los cuales los latinos llaman por el título general de Eclesiástico ...
A la misma clase pertenecen el libro de Tobit, y el libro de Judit, y los libros de los Macabeos ... todos los cuales se han leído en las Iglesias, pero no se apela a ellos para la confirmación de la doctrina. A los otros escritos les han llamado «Apócrifos»;. Estos no han admitido que se lean en las Iglesias.
(NPNF2 3:558)

Se atribuye a Gelasio, obispo de Roma (492-496) un decreto acerca de los libros que deben ser recibidos y los que no deben ser recibidos, que según algunos manuscritos es atribuida al papa Dámaso; sin embargo, el tal Decreto parece ser una compilación realizada en Italia en el siglo VI.


III. El canon del Antiguo Testamento: siglos VI y VII
Un siglo más tarde Gregorio Magno, obispo de Roma (590-604) continuaba insistiendo en la distinción entre libros canónicos y eclesiásticos:
Con referencia a tal particular no estamos actuando irregularmente, si de los libros, aunque no canónicos, sin embargo otorgados para la edificación de la Iglesia, extraemos testimonio. Así, Eleazar en la batalla hirió y derribó al elefante, pero cayó debajo de la misma bestia que había matado [1 Macabeos 6:46].
Library of the Fathers of the Holy Catholic Church, 2:424; negritas añadidas.

Que la cuestión del canon del AT no estaba zanjada, ni mucho menos, lo confirma no sólo Gregorio Magno, sino otros obispos como los africanos Jumilius y Primasius (siguen a Jerónimo), Anastasio de Antioquía y Leoncio, que reconocen el canon hebreo.
Sexto Concilio Ecuménico. En el sínodo de Constantinopla, llamado Trulano, reunido en 692 como una especie de continuación del Sexto Concilio Ecuménico, Tercero de Constantinopla (680-681) se ratificaron los cánones de los Concilios previos, incluyendo el de Cartago. Con esto podría pensarse que implícitamente se ratificó el canon del AT allí determinado. Sin embargo, en el mismo documento los obispos conciliares también ratificaban los «cánones» (cartas decretales) de Atanasio, Gregorio Nazianceno y Anfiloquio, los cuales, como vimos, defendían un canon virtualmente igual al hebreo (NPNF2 14:361). De modo que no queda clara la posición de estos obispos del VI Concilio Ecuménico acerca del canon del AT; es posible que ellos mismos no tuviesen una posición uniforme.
En el mismo siglo Juan de Damasco (aprox. 675-749), en su Exposición de la Fe Ortodoxa (4:18) defiende asimismo el canon hebreo, el cual explica con cierto detalle, y agrega:
Está también el Panaretus, esto es la Sabiduría de Salomón, y la Sabiduría de Jesús, publicada en hebreo por el padre de Sirá [=Eclesiástico] y posteriormente traducido al griego por su nieto, Jesús hijo de Sirá. Estos son virtuosos y nobles, pero no son contados ni fueron depositados en el arca.
(NPNF2 9:89-90)


IV.
El Canon del Antiguo Testamento: Curso Posterior
Podrían citarse muchos otros autores entre los siglos IX y XV que sostuvieron explícitamente el canon hebreo y respetaron la distinción trazada por Jerónimo. Por ejemplo,
Beda, Alcuino, Nicéforo de Constantinopla, Rabano Mauro, Agobardo de Lyon, Pedro Mauricio, Hugo y Ricardo de San Víctor, Pedro Comestor, Juan Belet, Juan de Salisbury, el anónimo autor de la Glossa Ordinaria, Juan de Columna, arzobispo de Mesina, Nicolás de Lira, William Occam, Alfonso Tostado, obispo de Avila, y el Cardenal Francisco Ximenes de Cisneros (editor de la famosa Políglota Complutense, el mayor monumento a la erudición bíblica católica del siglo XVI). La posición de este último era la siguiente:
El cardenal Ximénez de Cisneros produce en España su monumental Biblia políglota llamada Complutense (1514–1517), con el texto latino de la Vulgata en el centro, el griego de la Septuaginta de un lado y el hebreo masorético del otro, que representan respectivamente la Iglesia Griega y la Sinagoga, y dice que el texto latino se imprime en medio «como Jesús fue crucificado entre dos ladrones». Pero en cuanto a los deuterocanónicos, que van incluidos en la Complutense, explica en su Prefacio que son recibidos por la Iglesia para edificación, más bien que para fundamentar doctrinas, por lo que se ve que el dictamen de San Jerónimo sigue todavía en vigencia.
(Gonzalo Báez-Camargo, Breve historia del Canon bíblico , 1980, p. 56; negritas añadidas)

Dos importantes autoridades sobre la Biblia, en esa misma época, son Erasmo de Rotterdam, el eminente humanista, y el cardenal Cayetano. Erasmo da la lista del canon hebreo omitiendo Ester. Y de los deuterocanónicos, entre los cuales pone este libro, sin duda porque está considerándolo en su texto griego (con adiciones) y no en el hebreo, dice que «han sido recibidos para el uso eclesiástico», pero que "seguramente (la Iglesia) no desea que Judit, Tobit y Sabiduría tengan el mismo peso que el Pentateuco".
He aquí como resumen la situación en Occidente un autor católico:
En la Iglesia latina, a través de toda la Edad Media hallamos evidencia de vacilación acerca del carácter de los deuterocanónicos. Hay una corriente amistosa hacia ellos, otra distintamente desfavorable hacia su autoridad y sacralidad, mientras que oscilando entre ambas hay un número de escritores cuya veneración por estos libros es atemperada por cierta perplejidad acerca de su posición exacta, y entre ellos encontramos a Santo Tomás de Aquino. Se encuentran pocos que reconozcan inequívocamente su canonicidad. La actitud prevalente de los autores occidentales medievales es substancialmente la de los Padres griegos.
(George J. Reid, Canon of the Old Testament, en The Catholic Encyclopedia ,1913; negritas añadidas)

El peso de la evidencia indica que por mucho tiempo existió una distinción entre los libros canónicos (básicamente el canon hebreo) y los eclesiásticos, que corresponden a los apócrifos/deuterocanónicos. Lamentablemente, la nomenclatura en los autores antiguos no es uniforme, y así el propio Jerónimo llama «apócrifos» a los Eclesiásticos; pero a veces reserva tal apelativo para los libros heréticos. De igual modo, había confusión acerca del término «canónico» que en sentido estricto solía reservarse para los libros considerados inspirados y santos de manera singular, pero que con frecuencia se refería a toda la colección, incluyendo los eclesiásticos. Este problema fue notado por el Cardenal Tomás de Vío (Cayetano):
Aquí concluimos nuestros comentarios sobre los libros históricos del Antiguo Testamento. Pues el resto (esto es, Judit, Tobit, y los libros de Macabeos) son contados por Jerónimo fuera de los libros canónicos. Y son puestos entre los apócrifos. Junto con Sabiduría y Eclesiástico, como es evidente del Prólogo con Yelmo. Y no te preocupes, como un erudito principiante, si hallan en cualquier parte, sea en los sagrados concilios o los sagrados doctores, estos libros reconocidos como canónicos. Pues las palabras tanto de los concilios como de los doctores han de ser reducidas a la corrección de Jerónimo. Ahora, según su juicio, en la carta a los obispos Cromacio y Heliodoro, estos libros (y cualesquiera como ellos en el canon de la Biblia) no son canónicos, esto es, no son de la naturaleza de una regla para confirmar asuntos de fe. Empero, ellos pueden ser llamados canónicos, esto es, de la naturaleza de una regla para la edificación de los fieles, como habiendo sido recibidos y autorizados en el canon de la Biblia para este propósito. Con ayuda de esta distinción tú puedes ver tu camino claramente a través de los que dice Agustín, y lo que está escrito en el Concilio provincial de Cartago.
(Sobre el último Capítulo de Ester)

Como puede verse, todavía bien entrado el siglo XVI eminentes eruditos católicos sostenían, para el Antiguo Testamento, la distinción entre libros Canónicos propiamente dichos (los del canon hebreo) y libros Eclesiásticos (en un nivel inferior y por tanto no canónicos en sentido estricto).
El canon del Antiguo Testamento que la Iglesia Católica determinó a su entera satisfacción no solamente difiere del hebreo y protestante, sino que es diferente del aceptado en Cartago y del admitido por las diversas iglesias Ortodoxas orientales. La decisión dogmática del Concilio de Trento puso (al menos para los católicos) fin a esta distinción muy razonable y sostenida por la mayoría durante siglos.

Fernando D. Saraví

















El Canon Bíblico
La formación del canon del Nuevo Testamento
por Fernando D. Saraví
La formación del canon del Nuevo Testamento
Dr. Fernando D. Saraví
Iglesia de los Libres
República del Perú 1472
Las Heras 5539 Mendoza, Argentina
1. Resumen
2. Introducción
3. En los inicios del cristianismo
4. Nuestro Nuevo Testamento
5. Testimonio de Pablo y Pedro
6. Los Padres Apostólicos
7. Progreso hacia la determinación del canon en el siglo II
7.1 Los apologistas griegos
7.2 El desafío de las herejías
7.3 La Iglesia responde a los herejes
8. Aproximación a un consenso en el siglo III
8.1 Tertuliano apela a argumentos legales
8.2 La amenaza del montanismo
8.3 Orígenes es la autoridad dominante en el siglo III
8.4 Cipriano brilla en Cartago
9. Se alcanza virtual unanimidad en el siglo IV
9.1 Eusebio resume la situación sobre el canon
9.2 Atanasio da la primera lista completa y exclusiva
9.3 Jerónimo y Agustín
10. La Reforma Protestante y el Concilio de Trento
10.1 La posición de Lutero
10.2 El Concilio de Trento ratifica el Nuevo Testamento
11. Apéndice: Los apócrifos del Nuevo Testamento
12. Bibliografía
12.1 Fuentes
12.2 Estudios y obras de referencia

<hr style="border: 2px ridge rgb(255, 255, 255);" width="500" color="#000000">
1. Resumen
El canon del Nuevo Testamento es el conjunto exclusivo de libros escritos por los Apóstoles de Jesucristo y sus colaboradores inmediatos, que las iglesias cristianas han reconocido históricamente como poseedores de una autoridad suprema en cuestiones de doctrina y práctica, proveniente del hecho de haber sido inspirados por Dios de manera singular.
Si bien el canon quedó de hecho completo en el momento mismo en que se terminó de escribir el último libro que lo compone, el reconocimiento definitivo del canon por parte de la Iglesia universal fue un proceso que requirió varios siglos.
El reconocimiento y la delimitación del canon del Nuevo Testamento no fue el resultado de la decisión de una autoridad única ni de una decisión conciliar. Algunos factores que influyeron en la delimitación cada vez más precisa del canon fueron la desaparición de los Apóstoles, la correspondencia hallada entre la doctrina recibida oralmente y el contenido de los libros que serían canónicos, el surgimiento de herejías que pretendían quitar o agregar libros, y las persecuciones en las cuales se pretendía obligar a los cristianos a entregar sus libros sagrados.
Ya a principios del siglo II se admitió en forma general la autoridad de los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, así como de las cartas del Apóstol Pablo a las iglesias. Antes de terminar dicho siglo, los Hechos, las cartas de Pablo a Timoteo, Tito y Filemón y las cartas primeras de Pedro y Juan formaban parte de la colección.
Las epístolas 2 y 3 Juan, Judas, Santiago y 2 Pedro demoraron más en ser reconocidas generalmente, en parte por su brevedad y en parte por su circulación limitada geográficamente. La epístola a los Hebreos halló cierta resistencia, en tanto que Apocalipsis era generalmente admitido por los occidentales pero –en parte por la amenaza del montanismo – era visto con recelo en el Oriente. En cambio, ciertos libros que no forman parte del canon – como la carta de Clemente a los corintios, la Didaje y El Pastor – eran considerados de autoridad apostólica en algunas regiones.
Desde mediados del siglo II comienza a formarse un amplio y heterogéneo cuerpo de literatura hoy conocido como los libros “apócrifos del Nuevo Testamento”. Si bien la mayoría de ellos afirmaba tener autoridad apostólica, por su propia naturaleza, origen sectario y contenido fantasioso o herético, nunca fueron candidatos serios para su inclusión entre las Escrituras de la antigua Iglesia universal.
Si bien durante el siglo III no hubo grandes avances, se advierte un avance hacia un consenso general, especialmente debido a la influencia del gran biblista Orígenes. En el siglo IV, el obispo Atanasio de Alejandría proporciona la primera lista conocida conteniendo exclusivamente los 27 libros de nuestro Nuevo Testamento. Este canon fue adoptado y ratificado más tarde por Jerónimo y Agustín, por concilios regionales y diversas sedes episcopales.
En Occidente la cuestión del canon se replanteó en el siglo XVI, en la época previa y posterior a la Reforma protestante. Sin embargo, a pesar de algunas vacilaciones de Martín Lutero, los reformadores admitieron el canon histórico y, en el Concilio de Trento, los católicos hicieron lo mismo.

2. Introducción
El vocablo griego kanon significa “vara” o “caña”, y por extensión regla o instrumento de medida. En sentido figurado, “norma”, “modelo” o “principio”. Aplicado a las Sagradas Escrituras, se refiere a su carácter de “regla de la fe”. Las Escrituras canónicas son aquéllas reconocidas como inspiradas por Dios y por tanto normativas para los cristianos. El canon de la Biblia es el conjunto de los libros reconocidos como normativos por las iglesias, poseedores de una autoridad única y vinculante para todos los cristianos.
Ridderbos observa que, al reconocer este canon, la Iglesia actuó conforme a la autoridad que Cristo mismo otorgó a sus primeros discípulos, los apóstoles, y que por su propia naturaleza singular como testigos del Señor, la tarea de ellos fue única, irreemplazable e irrepetible. Su labor cristalizó definitivamente en su forma escrita:
Tal canon sólo puede ser permanente si es fijado escrituralmente. En los comienzos no existía diferencia alguna entre la tradición oral y la escrita (2 Tesalonicenses 2:15). La fijación del canon tiene entonces un carácter temporal y cualitativo: se limita a lo que lleva el sello del poder especial que Cristo confirió a los apóstoles pero que no se ha concretado aún en una limitación de la cantidad de escritos. Un círculo amplio debió estrecharse para que la tradición fuese preservada de excesos debido a errores y leyendas (...) la iglesia ha diferenciado desde un principio entre lo que sí y lo que no pertenecía a la tradición [apostólica] y finalmente ha optado únicamente por un canon escrito limitado.
(Herman Ridderbos, Historia de la salvación y Santa Escritura. La autoridad del Nuevo Testamento. Traducción de Juan L. van der Velde. Buenos Aires: Editorial Escaton, 1973, p. 54-55; cursivas en el original).
No obstante, como veremos, el reconocimiento del canon no fue un suceso instantáneo, producto de la decisión de una autoridad centralizada, ni tampoco de un consenso formal como el proveniente de una decisión conciliar.

3. En los inicios del cristianismo
La Biblia cristiana consta de dos grandes partes, llamadas Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. El conjunto de los libros que componen el Antiguo Testamento fue escrito a lo largo de varias centurias y concluido siglos antes del tiempo de Jesús. La evidencia disponible indica que la existencia de un cuerpo de Escrituras hebreas normativas, o canon del Antiguo Testamento, era generalmente reconocida por los judíos en el tiempo de Jesús.
La Biblia que Jesucristo citó, y la de sus primeros discípulos, era precisamente lo que hoy llamamos “Antiguo Testamento”. Conviene insistir en que tanto Jesús y sus discípulos, como sus interlocutores hebreos, tenían una clara noción de cuáles eran los libros tenidos por Escritura sagrada, sin necesidad de pronunciamientos oficiales sobre la extensión del canon del Antiguo Testamento. No obstante, para los cristianos el texto del Antiguo Testamento resultaba intrínsecamente incompleto sin su culminación en la revelación de Dios en Cristo, su vida, obra y resurrección.
La enseñanza de Jesús fue, hasta donde sabemos, exclusivamente por vía de la palabra hablada y el ejemplo. Durante 15 ó 20 años después de la muerte y resurrección de Jesucristo, sus discípulos predicaron el evangelio de la misma forma. Diversas circunstancias llevaron a los apóstoles y algunos de sus colaboradores a poner por escrito las enseñanzas del maestro.
Primero, la amplia región cubierta por Pablo durante sus viajes misioneros hizo que debiera comunicarse por escrito con algunas de las congregaciones que tenían problemas o planteaban dudas. Los primeros libros del Nuevo Testamento en escribirse fueron probablemente las epístolas a los gálatas y la primera a los tesalonicenses. Otras epístolas, como las dirigidas por Pablo a los romanos y a los efesios, fueron motivadas por el deseo de exponer con claridad las creencias y prácticas cristianas.
Segundo, la necesidad de proveer registros de los hechos y dichos de Jesús llevó a la composición de los Evangelios, comenzando por el de Marcos, cuyo contenido se vincula tradicionalmente con la enseñanza oral del Apóstol Pedro.

4. Nuestro Nuevo Testamento
En la Tabla 1 se presenta una lista de libros del Nuevo Testamento, según su género literario y en el orden que aparecen en las Biblias modernas. Nótese que los Hechos y el Apocalipsis son únicos en su género.
Los más antiguos documentos del Nuevo Testamento son al parecer las cartas de Pablo, a los gálatas y la primera a los tesalonicenses (aunque la epístola de Santiago puede disputar esa primacía), las cuales son datadas antes del año 50. Antes de sufrir el martirio hacia 67, Pablo continuó escribiendo cartas: la segunda a los tesalonicenses, las cartas a los corintios, romanos, filipenses, efesios, colosenses; y cuatro cartas llamadas Pastorales, a cristianos individuales, a saber, dos a Timoteo, una a Tito y otra a Filemón.
El Evangelio de Marcos fue escrito hacia 65, unas tres décadas después de la ascensión de Cristo. A este libro le siguieron los Evangelios de Mateo y Lucas, que contienen casi todo el material presente en Marcos, más otros de una posible fuente tradicional compartida, quizás escrita, que no se ha conservado.
<center> <table style="border-collapse: collapse;" id="AutoNumber2" width="680" border="1" cellpadding="0" cellspacing="0" height="382"> <tbody><tr> <td colspan="5" width="678" align="center" bgcolor="#eeeeee" height="25"> Tabla 1: El canon del Nuevo Testamento</td> </tr> <tr> <td width="134" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="28"> Evangelios</td> <td width="134" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="28"> Hechos</td> <td colspan="2" width="282" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="28"> Epístolas </td> <td width="125" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="28"> Apocalipsis</td> </tr> <tr> <td width="134" align="center" bgcolor="#ffffff" height="327" valign="top"> Mateo
Marcos
Lucas
Juan
</td> <td width="134" align="center" bgcolor="#ffffff" height="327" valign="top"> Hechos de los Apóstoles
</td> <td width="156" align="center" bgcolor="#ffffff" height="327" valign="top"> De Pablo
Romanos
1 Corintios
2 Corintios
Gálatas
Efesios
Filipenses
Colosenses
1 Tesalonicenses
2 Tesalonicenses
1 Timoteo
2 Timoteo
Tito
Filemón
</td> <td width="125" align="center" bgcolor="#ffffff" height="327" valign="top"> Católicas
Hebreos
Santiago
1 Pedro
2 Pedro
1 Juan
2 Juan
3 Juan
Judas
</td> <td width="125" align="center" bgcolor="#ffffff" height="327" valign="top"> Apocalipsis de Juan
</td> </tr> </tbody></table> </center>​

Además, tanto Mateo como Lucas aportaron dichos y hechos que no aparecen en Marcos ni en la presunta fuente común. Es probable que Mateo y Lucas se hayan completado antes del año 67. En realidad, Lucas escribió una obra en dos partes: la primera es el Evangelio y la segunda el libro de los Hechos de los Apóstoles, que finaliza con Pablo predicando en Roma, y no menciona la muerte de este Apóstol ni la de Pedro, ocurrida en el tiempo de Nerón.
Otros escritos del Nuevo Testamento, como las epístolas de Pedro y la carta a los Hebreos, probablemente datan de la misma época. El Evangelio de Juan, las cartas atribuidas a este apóstol y el Apocalipsis se habrían escrito hacia fines del mismo siglo I.
En resumen, todo el Nuevo Testamento se escribió en un intervalo de aproximadamente cinco décadas, cuando todavía existían testigos presenciales de los dichos y hechos de Jesús de Nazareth. Quienes suponen que el intervalo transcurrido entre el tiempo de Jesús y la redacción del Nuevo Testamento fue excesivo y llevó a una falta de fidelidad histórica en estas epístolas y relatos pasan por alto dos hechos importantes.
En primer lugar, que durante todo ese período, la memoria de los dichos y hechos del Señor se conservó viva en las congregaciones cristianas en todo el imperio, donde habían sido propagadas por los Apóstoles y sus discípulos, y atesoradas por los creyentes.
En segundo lugar, que las pocas décadas transcurridas entre el ministerio terrenal de Jesús y la redacción de los libros del Nuevo Testamento es un intervalo muy breve, históricamente hablando Por ejemplo, incluso si hoy no se tuvieran registros escritos o electrónicos de lo acontecido sobre el golpe militar que hubo en la Argentina en 1976, los principales hechos podrían reconstruirse muy aproximadamente a partir de testigos presenciales. Esta ilustración no excluye que, como cristianos, creamos también que los autores humanos del Nuevo Testamento fueron guiados por el Espíritu Santo tal como Jesús mismo lo prometió.

5. Testimonios de Pablo y Pedro
La certeza sobre la naturaleza inspirada y, por tanto, la autoridad divina de los escritos de los apóstoles y sus discípulos – a la par de aquéllas del Antiguo Testamento - aparece ya en libros que habrían de formar parte del canon del Nuevo Testamento. En 1 Timoteo 5:18 leemos:
Porque la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla. Y: Digno es el obrero de su salario.
La primera parte de esta cita compuesta proviene de Deuteronomio 25:4, pero la segunda son las palabras exactas del Señor tal como aparecen en el Evangelio de Lucas 10:7. Esto indica que el tercer Evangelio ya era considerado Escritura al escribirse 1 Timoteo.
Similarmente, en la segunda epístola de Pedro, las cartas de Pablo figuran prominentemente entre las Escrituras que los falsos maestros pretendían tergiversar:
Y considerad la paciencia de nuestro Señor como salvación; como también nuestro amado hermano Pablo os escribió, según la sabiduría que le fue dada, como también habla de esto en todas sus epístolas, en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, las cuales tuercen los indoctos e inconstantes (como también las otras Escrituras), para su propia perdición (2 Pedro 3:15-16).
Es claro que estas referencias no constituyen evidencia de un canon en el sentido de una lista cerrada de libros con autoridad divina. No obstante, sugieren fuertemente que los escritos de los Apóstoles y sus colaboradores inmediatos fueron considerados tempranamente a la par con las Escrituras del Antiguo Testamento. La misma noción se infiere de las obras de los denominados “Padres Apostólicos”, que a continuación se revisan.

6. Los Padres Apostólicos
Con este nombre se conoce hoy a los autores cristianos de fines del siglo I y principios del siguiente, que representan el testimonio escrito más antiguo luego del propio Nuevo Testamento. Entre ellos se incluyen Clemente de Roma, Ignacio de Antioquia, Papías de Hierápolis, Policarpo de Esmirna, y los autores de la Didajé y la Epístola de Bernabé. Sobre el conjunto de autores de esta era, en realidad post-apostólica, observa Wescott:
Los sucesores inmediatos de los Apóstoles no percibieron (...) que las memorias del Señor, y los escritos dispersos de Sus primeros discípulos, formarían una segura y suficiente fuente o prueba de doctrina cuando la tradición de entonces se hubiese tornado poco definida o corrupta (...) Pero aun así, ellos ciertamente tuvieron un sentido indistinto de que su propia obra era esencialmente diferente de aquella de sus predecesores (...) Ya comenzaron a separar a los Apóstoles de los escritores de su propio tiempo, como poseedores de un poder originador (...) Este hecho es de lo más significativo, pues muestra en qué manera la formación de un Nuevo Testamento fue un acto intuitivo del cuerpo cristiano, no derivado de razonamiento alguno, sino realizado en su crecimiento natural, como uno de los primeros resultados de su autoconciencia.
(Brooke Foss Wescott, The Bible in the Church. 3<sup>rd</sup> Ed. London & Cambridge: Macmillan & Co., 1870, p. 87-88, negritas añadidas).
En la Didajé o “Doctrina de los Doce Apóstoles”, tal vez el más antiguo tratado cristiano de instrucción moral y litúrgica, aparecen dos citas explícitas del Evangelio de Mateo, y posibles alusiones al Evangelio de Juan. No hay citas ni referencias claras a las epístolas de Pablo. El autor se basa en gran medida en la tradición oral, lo cual es comprensible en un tiempo cuando, según la evidencia interna, todavía existían apóstoles y profetas itinerantes.
Clemente de Roma fue un obispo que hacia 96 escribió una extensa carta a la Iglesia de Corinto, a raíz de algunos disturbios que allí se habían producido. Del texto se infiere que Clemente consideraba Escritura al Antiguo Testamento. Pone las palabras de Jesús en un nivel de autoridad no inferior al de los profetas, aunque no las cita como Escritura. También conoce, cita y alude a las epístolas de Pablo, en particular Romanos, Gálatas, Efesios y Filipenses, como dotadas de autoridad, aunque de nuevo, sin llamarlas Escritura. Otro tanto ocurre con Hebreos, epístola que influyó mucho en Clemente (ver especialmente 36:2-5; cf. Hebreos 1:1-3). Un sermón destinado a inculcar la santidad de vida es conocido como la Segunda epístola de Clemente pero no pertenece al obispo romano y es datada a mediados del segundo siglo. Muestra conocer los Evangelios de Mateo y Lucas, 1 Corintios y Efesios, pero su uso libre de estos junto con palabras de Jesús que no aparecen en los Evangelios sugiere la ausencia de una clara noción de canonicidad.
Ignacio de Antioquia fue un obispo que hizo un largo viaje hacia Roma, donde murió como mártir bajo Trajano, hacia 110. Durante su travesía, escribió en Esmirna cuatro cartas y otras tres en Troas. En sólo tres ocasiones escribió Ignacio “Está escrito”, y en todas ellas se refiere al Antiguo Testamento. Con respecto al Nuevo Testamento, conoció el evangelio de Mateo y probablemente el de Juan, además de varias epístolas de Pablo.
En su carta a los cristianos de Esmirna se refiere a herejes que no han sido persuadidos ni por las profecías, ni por la ley de Moisés, ni por el evangelio” (5:1), aunque no queda claro si por “evangelio” se refiere a uno o más de los escritos canónicos que llevan tal nombre. De todos modos, Ignacio exhorta a los cristianos de Magnesia a poner “todo empeño en afianzaros en los decretos del Señor y de los Apóstoles” (Magnesios XIII:1).
En otra carta, dice que no se estima a sí mismo tanto que pretenda darles “mandatos como si fuera un apóstol” (Tralianos III:3). Meztger presenta el siguiente resumen sobre la posición de este obispo de Antioquía:
La autoridad primaria para Ignacio era la predicación apostólica sobre la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, aunque no hacía mayor diferencia para él si aquélla era oral o escrita. Ciertamente conoció una colección de las epístolas de Pablo, incluyendo (en el orden de frecuencia de su empleo de ellas) 1 Corintios, Efesios, Romanos, Gálatas, Filipenses, Colsenses y 1 Tesalonicenses. Es probable que conociera los Evangelios según Mateo y Juan, y quizá también Lucas. No hay evidencia de que él considerase ninguno de estos Evangelios o Epístolas como “Escritura”.
(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 49).
La Epístola de Bernabé es un tratado de autor y lugar de composición desconocidos (probablemente escrito hacia 130), destinado a mostrar cómo el plan de salvación establecido en el Antiguo Testamento se cumple en Cristo. Emplea una interpretación fuertemente alegórica con un tono singularmente antijudío. Su autor reproduce unos pocos textos que aparecen en el Evangelio de Mateo, entre ellos Mateo 22:14, al cual antepone la fórmula “está escrito” (Epístola de Bernabé IV:14).
Los escritos de Papías, obispo de Hierápolis en Asia Menor (ca. 60-130), se han perdido excepto por fragmentos conservados por Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea. Papías amaba la tradición oral y escribió un extenso tratado con el título Exposición de las sentencias del Señor. En los fragmentos conservados hay una defensa de la autoridad de los Evangelios de Mateo y Marcos, aunque sin ninguna idea clara de canonicidad.
Policarpo de Esmirna, obispo y mártir (ca. 69-155), fue discípulo del Apóstol Juan. Policarpo fue el destinatario de una de las cartas de Ignacio y él mismo escribió a los cristianos filipenses una epístola que se ha conservado, cuya fecha aproximada (entre 107 y 108) es cercana al martirio de Ignacio.
La carta de Policarpo está llena de alusiones bíblicas, de las cuales aproximadamente 90% proceden del Nuevo Testamento (Mateo, Lucas, la mayoría de las epístolas paulinas, Hebreos, 1 Juan y 1 Pedro) . Aunque Policarpo no los llama “Escritura” y sólo emplea la fórmula “está escrito” con referencia a Efesios 4:26 (en XII:4) es evidente la autoridad e incluso superioridad que estas obras tienen para él. En un pasaje establece una especie de cadena de mando o jerarquía de autoridad, con Cristo a la cabeza, luego los Apóstoles “que nos predicaron el Evangelio” y finalmente los profetas del Antiguo Testamento “que, de antemano, pregonaron la venida de nuestro Señor” (6:3).
Al igual que su amigo y colega Ignacio antes que él, Policarpo establece una clara diferencia entre la autoridad de su propia enseñanza y la del Apóstol Pablo:
Todo esto, hermanos, que os escribo sobre la justicia, no lo hago por propio impulso, sino porque vosotros antes me incitasteis a ello. Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis edificaros en orden a la fe que os ha sido dada. Esa fe es madre de todos nosotros, a condición que la acompañe la esperanza y la preceda la caridad...
(Carta de Policarpo a los filipenses, III:1-3. Traducción de Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos. Edición bilingüe completa, 4ª Edición. Madrid: BAC, 1979, p. 663; negritas añadidas).
En resumen, en los Padres Apostólicos se destaca con claridad la autoridad de las enseñanzas del Señor y los Apóstoles, y algunos de estos autores emplean las nuevas Escrituras cristianas, pero todavía no aparece de manera definida la noción de un canon como cuerpo exclusivo de escritos inspirados. Como observa Bruce:
Estas citas no alcanzan como evidencia de un canon del Nuevo Testamento; ellas sí muestran que la autoridad del Señor y sus apóstoles era reconocida como no inferior a aquella de la ley y los profetas. La autoridad precede a la canonicidad; si no se les hubiese atribuido suprema autoridad a las palabras del Señor y sus apóstoles, el registro escrito de sus palabras nunca hubiera sido canonizado.
Se ha sugerido a veces que el reemplazo de la tradición oral en la iglesia por una colección escritas ha de lamentarse en ciertas maneras (...) Pero, en una sociedad como el mundo grecorromano, donde la escritura era el medio normal de preservar y transmitir material considerado digno de recordarse, la idea de confiar en la tradición oral para el registro de las obras y palabras de Jesús y los apóstoles no hubiese sido generalmente recomendable (sin importar lo que pudiesen pensar Papías y algunos otros).
(F. F. Bruce, The Canon of Scripture. Downers Grove: InterVarsity Press, 1988, p. 123).

7. Progreso hacia la determinación del canon en el siglo II
¿Qué hicieron las congregaciones cristianas con las nuevas Escrituras, invalorables para ellas, cuyos autores ellas conocían bien? Con toda probabilidad conservarlos celosamente y compartirlos unas con otras.
Es probable que en la primera mitad del segundo siglo ya circularan los 4 Evangelios por una parte, y las cartas de Pablo a las iglesias por otra, como colección. Poco después comenzaron a circularon juntas ambas colecciones. En una etapa posterior, los Hechos y algunas de las cartas llamadas católicas por no estar dirigidas a ninguna congregación o individuo en particular, formaron una tercera división.
Un factor que probablemente influyó en la formación de colecciones fue la transición del empleo de rollos al códice, precursor del libro moderno. El formato de rollo limitaba la extensión del escrito que podía copiarse en él. Por ejemplo, por su extensión, el Evangelio de Lucas y su continuación, los Hechos de los Apóstoles, requerirían cada uno un rollo. En cambio, un códice formado por páginas de papiro o pergamino individuales cosidas, permitía incluir volúmenes manuscritos mucho mayores, incluso toda la Biblia. Adicionalmente, el formato de códice contribuyó a establecer el orden tradicional de los libros.
También durante el siglo II, la mayoría de las Iglesias admitieron Hechos, 1 Pedro y 1 Juan como parte de las Escrituras. No obstante, algunos escritos del Nuevo Testamento no eran universalmente aceptados aún; concretamente las cartas más breves de Juan (2 y 3 Jn), Santiago, Judas y 2 Pedro. Los occidentales admitían el Apocalipsis pero muchos orientales no. Con Hebreos ocurría al revés: los orientales la aceptaban pero no los occidentales. Por su parte, las cartas pastorales (1 y 2 Timoteo, Tito) tampoco eran universalmente admitidas, y puede que no fueran conocidas en algunas iglesias.
El reconocimiento del canon del Nuevo Testamento no fue un acontecimiento, sino un proceso, no exento de prueba y error. Algunos libros como El Pastor, de Hermas, la Epístola de (Pseudo) Bernabé, la Didajé, la primera carta de Clemente a los corintios y el Apocalipsis de Pedro son algunas de las obras que eran estimadas por algunos como dignas de ser contadas entre las Escrituras. En contraste, como antes se dijo, algunos libros que componen el Nuevo Testamento todavía no habían sido aceptados universalmente. Por otra parte, también se generó, a partir de mediados del segundo siglo, un caudal de escritos de grupos cristianos marginales, que nunca fueron competidores serios para ser incluidos en el canon de la Iglesia universal (véase el Apéndice: Apócrifos del Nuevo Testamento).

7.1 Los apologistas griegos

En el siglo II, varios autores – conocidos como apologistas - redactaron obras que defendieron el cristianismo contra las injustas acusaciones de los paganos. El de mayor interés con respecto al canon es Justino Mártir (ca. 100-165). De origen palestino, se convirtió al cristianismo hacia 130. Enseñó primero en Éfeso y luego en Roma. Escribió una primera Apología dirigida al emperador Antonio Pío hacia 150, el Diálogo con Trifón el judío poco después, y más tarde una segunda Apología dirigida al senado romano. Además de su extenso uso del Antiguo Testamento en el Diálogo, destinado a mostrar que Cristo y su iglesia son el cumplimiento de las profecías de Israel, Justino menciona los “Recuerdos de los apóstoles” o simplemente “los Recuerdos” (tois genomenois). Hablando de la Eucaristía dice:
Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: Esta es mi sangre, y que sólo a ellos dio parte.
(Justino Mártir, I Apología 66:3. Traducción de Daniel Ruiz Bueno, Padres Apologetas Griegos (s. II). 2ª Ed. Madrid: BAC, 1979, p. 257; negritas añadidas).
Justino cita sobre todo los Evangelios, con mayor frecuencia el de Mateo, luego el de Lucas; existen algunas citas de Juan, y obviamente consideraba que el Apocalipsis era un libro profético dotado de autoridad apostólica. Hay algunas alusiones a las cartas de Pablo, pero casi ninguna cita. Una excepción son las palabras “Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (I Apología 19:6; cf. 1 Corintios 15:53).
El discípulo de Justino, Taciano el Sirio, dio testimonio de la autoridad de los cuatro Evangelios canónicos al componer el Diatessaron , término musical que significa “armonía de cuatro”. El Diatessaron compila con gran ingenio los relatos de los cuatro Evangelios canónicos, siguiendo básicamente el marco de referencia del Evangelio de Juan. Prácticamente no contiene otro material, excepto unos pocos textos provenientes del apócrifo conocido como Evangelio de los Hebreos. En Siria, el uso eclesiástico del Diatessaron fue tan amplio e importante, que en el siglo III hubo resistencia a reemplazarlo por los cuatro Evangelios individuales, según lo establecido por las demás iglesias.

7.2 El desafío de las herejías

Un factor que influyó en el establecimiento del canon fue la aparición de herejías que pretendían redefinir la fe cristiana. Dos de las más influyentes hacia la mitad del siglo II fueron lideradas por Marción y Valentín.
Marción era originario de Asia Menor, nacido hacia 100 de padres cristianos. Emigró a Roma y allí propagó sus ideas en una obra llamada Antítesis, que pretendía establecer una incompatibilidad total entre la Ley y el Evangelio. Marción rechazó todo el Antiguo Testamento, reteniendo de las nuevas Escrituras lo que llamaba Evangelio y Apóstol, que correspondía solamente al Evangelio de Lucas y las Cartas de Pablo, con excepción de las pastorales. Además, extrajo de los escritos de Lucas y Pablo todo cuanto pudiera considerarse favorable al Antiguo Testamento.
Valentín llegó a Roma hacia 135, procedente de Alejandría, e inicialmente estuvo en plena comunión con la Iglesia romana. No obstante, desarrolló una doctrina gnóstica incompatible con la fe apostólica. A diferencia de Marción, Valentín no rechazó el Antiguo Testamento ni los escritos apostólicos, sino que los reinterpretó radicalmente mediante una exégesis alegórica. Su obra más importante, accesible (en copto) a partir del descubrimiento de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi en 1945, es El evangelio de la verdad. El libro es una especie de meditación sobre la naturaleza del evangelio, desde una perspectiva inequívocamente gnóstica, que hace uso de escritos neotestamentarios. Bruce observa que “el tratado alude a Mateo y Lucas (posiblemente con Hechos), el evangelio y la primera carta de Juan, las cartas paulinas (excepto las pastorales), Hebreos y Apocalipsis, y (...) los cita en términos que presuponen que tienen autoridad.”
La iglesia antigua reconoció de inmediato los emprendimientos de Valentín y Marción como las innovaciones que eran, el primero principalmente por sus doctrinas ajenas a las creencias y prácticas básicas de las iglesias apostólicas y el segundo por su intento radical de fijar un canon en extremo restringido.

7.3 La Iglesia responde a los herejes

La respuesta de la iglesia católica antigua a la herejía marcionita fue reafirmar la autoridad del Antiguo Testamento, los cuatro Evangelios, las epístolas pastorales de Pablo, epístolas atribuidas a otros apóstoles, denominadas católicas, y del libro de los Hechos.
Un texto que ejemplifica la referida respuesta es el denominado Canon de Muratori, una lista “en bárbaro latín” con comentarios sobre los libros aceptados y rechazados, que fue publicada por Ludovico Antonio Muratori en 1740. El original dataría de la década entre 160 y 170. Según Bruce, este documento debe considerarse “una lista de libros del Nuevo Testamento reconocidos como poseedores de autoridad en la Iglesia de Roma de aquel tiempo”.
El fragmento que se ha conservado comienza con una frase referida al Evangelio de Marcos, luego de lo cual habla de Lucas como el tercer Evangelio, y de Juan como el cuarto (seguramente Mateo era el primero). A continuación reconoce los Hechos “de todos los apóstoles”, las diez cartas de Pablo a las iglesias, y las Pastorales. Menciona también las cartas de Judas y dos de Juan más el Apocalipsis. En cambio, rechaza El Pastor de Hermas, pues fue “escrito en Roma muy recientemente”, y supuestas cartas de Pablo a los laodicenses y alejandrinos. Aunque dice que la Iglesia recibe el apócrifo Apocalipsis de Pedro, añade que algunos no admiten que éste “sea leído en la iglesia”. En resumen, el Canon de Muratori menciona la mayor parte de los 27 libros de nuestro Nuevo Testamento; faltan las dos cartas de Pedro, Santiago, una carta de Juan (¿la tercera?) y Hebreos.
Debiera observarse que el tono de todo el tratado no es tanto el de una legislación, sino el de una declaración explicativa concerniente a un estado de cosas más o menos establecido, con sólo una única instancia de diferencia de opinión entre los miembros de la iglesia católica (a saber, el uso que había de hacerse del Apocalipsis de Pedro). La validez exclusiva de los cuatro Evangelios (...) es perfectamente clara.
(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 200).
Aunque no existe una lista de libros canónicos en las obras del prolífico Hipólito de Roma (ca. 170-236) que han llegado a nosotros, de sus escritos conservados se desprende que admitía un canon esencialmente similar al de Muratori. Está compuesto por los cuatro Evangelios, Hechos, las trece epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 y 2 Juan, y Apocalipsis, cuya autoría por el Apóstol Juan defendió Hipólito en un tratado contra un tal Gayo. Su descripción de la Escritura como constando tres partes, los Profetas, el Señor y los Apóstoles, muestra que ponía a los escritos del Nuevo Testamento a la par con los del Antiguo, y permite inferir que tenía en mente un cuerpo definido de libros.
Originario de Asia Menor y discípulo de Policarpo, Ireneo (ca. 130-200), obispo de Lyon en las Galias, fue un importante vínculo en la unidad de pensamiento y acción entre las iglesias de Oriente y Occidente, en particular en la refutación de las herejías. Su obra en cinco libros Exposición y refutación de la falsamente llamada gnosis, más conocida por su nombre latino Adversus omnes Haereses, presentaba por primera vez una filosofía cristiana de la historia y constituyó a Ireneo en “el principal vocero de la respuesta católica al gnosticismo y otras desviaciones del siglo II” (Bruce). Los gnósticos pretendían ser los auténticos preservadores de las enseñanzas de Jesús, las cuales habrían sido transmitidas secretamente a discípulos considerados dignos. En contra de esta concepción esotérica del cristianismo, Ireneo sostuvo que la auténtica tradición apostólica se hallaba viva y manifiesta en todas las iglesias fundadas por los apóstoles, en las cuales existía una sucesión ininterrumpida de obispos.
En la respuesta de Ireneo, la apelación a las Escrituras, conservadas en las iglesias apostólicas, tiene un papel fundamental. Es claro que considera cerrado el canon de los Evangelios, pues para la Iglesia universal existen sólo cuatro Evangelios o, en sus propias palabras, un solo Evangelio en cuatro formas (to euangelion tetramorfon). Decía Ireneo:
Los Evangelios no pueden ser ni menos ni más de cuatro; porque son cuatro las regiones del mundo en que habitamos, y cuatro los principales vientos de la tierra, y la Iglesia ha sido diseminada sobre toda la tierra; y columna y fundamento de la Iglesia [1 Timoteo 3:15] son el Evangelio y el Espíritu de vida; por ello cuatro son las columnas en las cuales se funda lo incorruptible y dan vida a los hombres. Porque, como el artista de todas las cosas es el Verbo, que se sienta sobre los querubines [Sal 80 (79):2] y contiene en sí todas las cosas [Sab 1,7], nos ha dado a nosotros un Evangelio en cuatro formas, compenetrado de un solo Espíritu. Como dice David, rogándole que venga: «Muéstrate tú, que te sientas sobre los querubines» [Sal 80 (79):2]. Los querubines, en efecto, se han manifestado bajo cuatro aspectos que son imágenes de la actividad del Hijo de Dios [Apocalipsis 4:7]: «El primer ser viviente, dice [el escritor sagrado], se asemeja a un león», para caracterizar su actividad como dominador y rey; «el segundo es semejante a un becerro», para indicar su orientación sacerdotal y sacrificial; «el tercero tiene cara de hombre» para describir su manifestación al venir en su ser humano; «el cuarto es semejante a un águila en vuelo», signo del Espíritu que hace sobrevolar su gracia sobre la Iglesia.
(Ireneo de Lyon, Adversus omnes Haereses III, 11:8; negritas añadidas).
http://www.multimedios.org/docs/d001092/p000021.htm#h31
La argumentación de Ireneo es evidencia del reconocimiento general de los cuatro Evangelios canónicos en su tiempo. Su justificación explícita es tan débil e indirecta que sólo podría apelar a quienes ya estuviesen persuadidos, por otras razones, de que no había sino cuatro Evangelios. Por tanto, este consenso debía de estar firmemente establecido, tanto en Oriente como en Occidente, en la segunda mitad del siglo II.
Es destacable que Ireneo es el primer autor cristiano que cita más el Nuevo Testamento que el Antiguo. En Adversus omnes Haereses hay 1075 citas del NT: 626 de los Evangelios, 54 de Hechos, 280 de las cartas de Pablo (no cita Filemón), 15 citas de las epístolas católicas (no se refiere a 2 Pedro, 3 Juan y Judas pero sí a Hebreos), y 29 del Apocalipsis. Metzger dice:
A modo de sumario, en Ireneo tenemos evidencia de que para el año 180, era conocido en el sur de Francia se conocía un Nuevo Testamento (...) de aproximadamente veintidós libros (...) Aún más importante que el número de libros es el hecho de que Ireneo tenía una colección claramente definida de libros apostólicos que consideraba como iguales al Antiguo Testamento en significación. Su principio de canonicidad era doble: la apostolicidad de los escritos y el testimonio a la tradición mantenida en las iglesias.
(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 155-156).
Por la misma época, en el norte de África, comienza a cobrar forma la idea de un canon definido. Aunque citó libremente muchas fuentes, tanto cristianas como paganas, además de numerosas tradiciones orales, Clemente de Alejandría (ca. 150-215) consideraba Escrituras básicamente los mismos libros del Nuevo Testamento que Ireneo.

8. Aproximación hacia un consenso en el siglo III
En el siglo III se verifica una coincidencia creciente en el sentir de diversos autores eclesiásticos. También en el norte de África, pero en territorio de habla latina, Tertuliano de Cartago (ca. 160-220), nacido de padres paganos, abogado de profesión y convertido al cristianismo hacia 195, fue el primer gran teólogo que escribió en latín. Escribió extensamente sobre muchos temas.

8.1 Tertuliano apela a argumentos legales

Una de las muchas obras de Tertuliano, en la cual puso al servicio de la fe sus conocimientos jurídicos, es La prescripción de los herejes (De praescriptione Haereticorum). La prescripción era una figura jurídica mediante la cual el abogado defensor podía detener el proceso iniciado por el demandante, que debía ser presentada de antemano (pre-escribir) a la substanciación del proceso. En el caso de las disputas entre la Iglesia de Cristo y los herejes, ambas partes argumentaban a partir de la Biblia. La prescripción consiste básicamente en que los herejes no pueden apelar a las Escrituras, simplemente porque no les pertenecen a ellos.
... éste es el punto al que queríamos llegar (...) para poner hoy fin a la lucha a la que nos invitan nuestros adversarios. Se arman con las Escrituras (...) fatigan a los fuertes, triunfan de los débiles y siembran inquietud en el corazón de los indecisos. Por esto tomamos esta decisión contra ellos antes de dar ningún otro paso: negarles el derecho a discutir sobre las Escrituras. Este es su arsenal; pero antes de sacar armas de él hay que examinar a quién pertenecen las Escrituras, a fin de que no pueda usarlas nadie que no tenga derecho a ellas.
(Tertuliano, La prescripción de los herejes, 15. Texto según J. Quasten, Patrología I. Hasta el Concilio de Nicea. Versión española de Ignacio Oñatibia. Madrid: BAC, 1978, p. 569).
Para Tertuliano, la tradición y autoridad de las iglesias determinaban la regla de fe (regula fidei, un término jurídico), es decir, las genuinas creencias cristianas, basadas en las Escrituras y encapsuladas en el credo bautismal. Por tanto, esta regla de fe oral y las Escrituras concordaban y se sostenían mutuamente.
Tertuliano consideraba a los Evangelios, Hechos, Epístolas y Apocalipsis con igual autoridad que el Antiguo Testamento. Defendió contra Marción la autoridad de los cuatro Evangelios, los Hechos, las epístolas Pastorales y Hebreos (que creía ser obra de Bernabé). En sus obras cita casi todos los libros del Nuevo Testamento, con excepción de 2 Pedro, Santiago y las dos cartas breves de Juan. Una contribución distintiva de Tertuliano acerca de la importancia del Nuevo Testamento fue que lo consideró con una autoridad de carácter judicial, empleando para él términos propios del derecho romano como Instrumentum y Testamentum.

8.2 La amenaza del montanismo

Un hecho curioso de la historia del cristianismo es que en 207 Tertuliano abrazó el montanismo, un movimiento apocalíptico de moral muy estricta, fundada por Montano en Frigia, entre 156 y 172. Aunque Tertuliano permaneció doctrinalmente ortodoxo, quedó fuera de la comunión católica por lo que él consideraba laxitud en la disciplina eclesiástica. Por su propia naturaleza, sin embargo, el montanismo representaba una amenaza doctrinal:
Vivía en la expectación del rápido derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia, del cual veía la primera manifestación en sus propios profetas y profecías. Montano mismo (...) proclamó que la Jerusalén celestial pronto descendería cerca de Pepuza, en Frigia. Dos mujeres, Prisca y Maximila, estaban estrechamente asociadas con él.
(F. L. Cross, Editor, The Oxford Dictionary of the Christian Church. London: Oxford University Press, 1958, p. 918-919, s.v. Montanism).
Las profecías de los lideres montanistas comenzaron a ponerse por escrito y eran consideradas por sus seguidores a la par del Antiguo Testamento y los escritos apostólicos; Maximila llegó a decir que luego de ella no habría más profecía, sino que vendría el fin. Una reacción al montanismo fue, sobre todo en Oriente, poner en entredicho toda la literatura apocalíptica, incluido el Apocalipsis de Juan (defendido, como vimos, por Hipólito).
En general, las iglesias apostólicas no estaban, empero, dispuestas a aceptar nuevas escrituras de origen dudoso, por más que sus defensores las atribuyeran al Espíritu Santo. Un obispo cuyo nombre se desconoce ejemplifica esta posición. Dirigiéndose a otro obispo, dice que ha vacilado en escribir contra los montanistas,
...no por dificultad en poder refutar la mentira y dar testimonio de la verdad, sino por temor de que (...) pareciera a algunos en cierto modo que yo agrego o sobreañado algo nuevo a la doctrina del Nuevo Testamento, a la que no puede añadir ni quitar nada quien haya elegido vivir conforme a este mismo Evangelio.
(Citado por Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, V, 16:3. Versión de Argimiro Velasco Delgado. Madrid: BAC, 1973, 1:309).
Los escrúpulos expresados en esta carta, que es datada entre 192 y 193, indican que antes de finalizar el siglo II había conciencia de que el canon estaba cerrado y no era lícito añadirle ni quitarle nada. Además, esta es la mención más antigua que se conoce de la expresión griega kainês diathêkês (nuevo testamento) con referencia a los Evangelios y demás escritos genuinos de los apóstoles.

8.3 Orígenes es la autoridad dominante del siglo III

El teólogo, exegeta, y erudito bíblico Orígenes (ca. 185-254) recibió educación cristiana en el hogar paterno y fue discípulo de Clemente de Alejandría en la Escuela Catequética de esa ciudad. Luego de la persecución de 202, asumió la dirección de la mencionada Escuela. Viajero e incansable estudioso, en 230 viajó a Palestina, donde fue ordenado sacerdote y en 231 se estableció en Cesarea, donde fundó una famosa escuela. Orígenes fue un autor extraordinariamente prolífico (se dice que dictaba a varios escribas a la vez) pero lamentablemente muy poco de su amplia producción ha sobrevivido. Comentó virtualmente toda la Biblia en su predicación, en notas breves y en comentarios extensos y detallados. Se ha escrito de él:
Orígenes fue esencialmente un erudito bíblico cuyo pensamiento se nutría en la Escritura, cuya inspiración e integridad defendió contra los marcionitas. Reconocía un triple sentido –literal, moral y alegórico- de los cuales prefería el tercero.
(F. L. Cross, Editor, The Oxford Dictionary of the Christian Church. London: Oxford University Press, 1958, p. 992, s.v. Origen).
Aunque la interpretación alegórica de Orígenes sea discutible, es innegable su enorme contribución a los estudios bíblicos. Una de sus obras fue la Hexapla, una edición crítica del Antiguo Testamento en seis columnas paralelas con 1) el texto hebreo; 2) el texto hebreo en caracteres griegos; 3) la versión griega de Aquila; 4) la versión griega de Símaco; 5) la Septuaginta (traducción judía precristiana, la más empleada por los cristianos de habla griega) y 6) la versión de Teodoción.
Orígenes fue más explícito y concreto con respecto al canon del Antiguo Testamento que al del Nuevo. Al parecer, Orígenes no dejó una lista precisa de libros del Nuevo Testamento, y es posible que sus opiniones hayan variado con el tiempo.
Es difícil resumir las opiniones sobre el canon sostenida a lo largo de los años por una mente tan fértil y amplia como la de Orígenes. Ciertamente puede decirse, empero, que consideraba cerrado el canon de los cuatro Evangelios. Aceptó catorce epístolas de Pablo, como también Hechos, 1 Pedro, 1 Juan, Judas y Apocalipsis, pero expresó reservas concernientes a Santiago, 2 Pedro, y 2 y 3 Juan. En otras ocasiones Orígenes, como Clemente antes que él, acepta como evidencia cristiana cualquier material que halla convincente o atractivo, incluso designando a veces como “divinamente inspirados” tales escritos.
(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 141).
De todos modos, el testimonio de Orígenes sobre el canon del Nuevo Testamento fue compilado de varias de sus obras por Eusebio, en el Libro Sexto de la Historia Eclesiástica (25:3-14).
En su Comentario sobre el Evangelio según Mateo, Orígenes afirma reconocer sólo los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. En la Exposición del Evangelio según Juan, menciona las cartas de Pablo, la primera de Pedro y “quizás también una segunda, pues se la pone en duda”. De Juan, el Evangelio y el Apocalipsis, además de “una Carta de muy pocas líneas, y quizá también una segunda y una tercera, pues no todos dicen que éstas sean genuinas.”
Finalmente, en una homilía sobre Hebreos nota diferencias con el estilo rudo de Pablo; pero “los pensamientos de la carta son admirables y no inferiores a los de cartas que se admiten ser del apóstol”, y añade luego: “por mi parte (...) diría que los pensamientos sí son del Apóstol, pero el estilo y la composición son de alguien que evocaba de memoria las enseñanzas del Apóstol”.
En otra parte da testimonio de los Hechos. Orígenes reúne estos escritos bajo el título de “Nuevo Testamento” y dice que son Escrituras divinas. Sobre la carta de Judas dice en su ya mencionado Comentario sobre el Evangelio según Mateo que es muy breve, pero está “llena con las saludables palabras de la gracia celestial”. Menos clara es su posición sobre la carta de Santiago. No obstante, en sermón sobre la caída de Jericó, menciona virtualmente todos los libros del Nuevo Testamento -incluida la carta de Santiago - como las “trompetas de los Apóstoles enviados por Cristo”.
A pesar de ciertas dudas persistentes con respecto a algunos de los escritos más breves, la contribución de Orígenes es un avance hacia el reconocimiento final del Nuevo Testamento tal como ha llegado a nosotros.

8.4 Cipriano brilla en Cartago
Nacido a principios del siglo III en un hogar de buena posición, Cipriano llegó a ser maestro de retórica en Cartago. Desencantado del paganismo, se convirtió al cristianismo hacia 246 y se dedicó a estudiar profundamente las Escrituras y los escritos de Tertuliano, a quien llamaba “el Maestro”. Su prestigio fue tal, que apenas dos años después de convertido fue elegido obispo de Cartago por aclamación popular. En los diez años de su obispado, hasta su martirio el 14 de septiembre de 258, Cipriano escribió al menos seis tratados y 65 largas epístolas de profundo valor doctrinal y sabiduría pastoral.
Cipriano llegó a memorizar gran parte de las Escrituras y demostró haberlas estudiado a fondo. Los libros del Nuevo Testamento que más citó fueron, en orden decreciente, Mateo, Juan, Lucas, 1 Corintios, Romanos y Apocalipsis. No obstante, citó también los demás libros del Nuevo Testamento, con excepción de Santiago, Judas 2 Pedro, 2 y 3 Juan. Aunque no citó textos de Hebreos, con toda probabilidad conocía esta epístola, primero porque su admirado Tertuliano la empleó y segundo porque parafrasea Hebreos 1:1-2 en uno de sus tratados (Sobre la oración del Señor): “Le plugo a Dios que muchas cosas fueran dichas y oídas mediante sus siervos, los profetas, pero ¡cuánto mayores son aquellas habladas por el Hijo!”

9. Se alcanza virtual unanimidad en el siglo IV
Un acontecimiento que, siendo malo, tuvo un efecto saludable en la fijación del canon de las Escrituras fueron las persecuciones contra los cristianos. A los cristianos identificados como tales se les exigía que entregasen sus libros sagrados si querían evitar los castigos, o incluso la muerte. La última gran persecución tuvo lugar a raíz de un decreto del emperador Diocleciano, publicado el 23 de febrero de 303. El decreto, al parecer sancionado por instigación del procónsul de Bitinia, Hierocles, disponía que los templos cristianos fuesen arrasados y sus Escrituras confiscadas para ser quemadas. Esto último tornó importante, tanto para los perseguidores como para los perseguidos, saber exactamente cuáles documentos cristianos eran parte de las Sagradas Escrituras. De igual modo, luego de concluida la persecución, los líderes de la Iglesia debían saber quiénes habían entregado (traditores) copias de las Sagradas Escrituras, y quiénes habían evitado el castigo entregando libros menos importantes.
En un códice del siglo VI, llamado Claromontanus (catalogado D 06), que contiene las epístolas de Pablo y la epístola a los Hebreos, se encuentra entre Filemón y Hebreos una lista de libros del Nuevo Testamento, con el número de líneas de cada uno. La opinión general es que la lista fue hecha en Alejandría, más o menos por la misma época que la persecución de Diocleciano. La lista incluye específicamente las epístolas católicas 2 Pedro, Santiago, 2 y 3 Juan y Judas.
Luego de varios años de cruenta persecución contra los cristianos, que había sido un fracaso y además era vista con disgusto por muchos paganos, se promulgó en 311 el edicto de tolerancia de Galerio.
...los emperadores otorgan perdón y permiten «que haya de nuevo cristianos y celebren sus reuniones religiosas, a condición de que no maquinen nada contra el orden público». Se promete un nuevo rescripto a los gobernadores, en el que se les darán instrucciones más concretas sobre la ejecución del edicto. A los cristianos se les manda que rueguen a su dios por el bien del emperador, del Estado y del suyo propio.
(Karl Baus, De la Iglesia primitiva a los comienzos de la gran Iglesia. En Hubert Jedin, Director: Manual de historia de la Iglesia. Traducción castellana de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Editorial Herder, 1980, 1:568).
Si bien el cumplimiento de lo que se disponía fue dispar, y de hecho poco después recrudecieron las persecuciones contra los cristianos orientales, la paz definitiva con el Imperio llegó con la victoria de Constantino sobre Majencio en 312. El posterior acuerdo entre Constantino, emperador de occidente y Licinio, su par oriental, en 313 (mal llamado el “edicto de Milán”) inició una política no sólo de tolerancia, sino de franco favor imperial hacia los cristianos.

9.1 Eusebio resume la situación sobre el canon
La situación definitiva comienza a perfilarse luego del acceso al poder de Constantino y es presentada por el historiador de la Iglesia, Eusebio de Cesarea (ca. 260-340), en el Libro Tercero de su Historia Eclesiástica:
Llegados aquí, es razón de recapitular los escritos del «Nuevo Testamento» ya mencionados. En primer lugar hay que poner la santa tétrada de los Evangelios, a los que sigue el escrito de Los Hechos de los Apóstoles.
Y después de éste hay que poner en la lista las Cartas de Pablo. Luego se ha de dar por cierta la llamada I de Juan, como también la de Pedro. Después de éstas, si parece bien, puede colocarse el Apocalipsis de Juan, acerca del cual expondremos oportunamente lo que de él se piensa. Estos son los que están entre los admitidos.
De los libros discutidos, en cambio, y que, sin embargo, son conocidos de la gran mayoría, tenemos la Carta llamada de Santiago, la de Judas y la II de Pedro, así como las que se dicen ser II y III de Juan, ya sean del evangelista, ya de otro del mismo nombre.
Entre los espurios colóquense el escrito de los Hechos de Pablo, el llamado Pastor yel Apocalipsis de Pedro, y además de éstos, la que se dice Carta de Bernabé y la obra llamada Enseñanza de los Apóstoles, y aun, como dije, si parece, el Apocalipsis de Juan; algunos, como dije, lo rechazan, mientras otros lo cuentan entre los admitidos.
Mas algunos catalogan entre éstos incluso el Evangelio de los Hebreos. en el cual se complacen muchísimo los hebreos que han aceptado a Cristo. Todos estos son libros discutidos.
Pero hemos creído necesario tener hecho el catálogo de éstos igualmente, distinguiendo los escritos que, según la tradición de la Iglesia, son verdaderos, genuinos y admitidos, de aquéllos que, diferenciándose de éstos por no ser testamentarios, sino discutidos, no obstante, son conocidos por la gran mayoría de los autores eclesiásticos, de manera que podamos conocer estos libros mismos y los que con el nombre de los apóstoles han propalado los herejes pretendiendo que contienen, bien sean los Evangelios de Pedro, de Tomás, de Matías o incluso de algún otro distinto de éstos, o bien de los Hechos de Andrés, de Juan y de otros apóstoles. Jamás uno solo entre los escritores ortodoxos juzgó digno el hacer mención de estos libros en sus escritos.
Pero es que la misma índole de la frase difiere enormemente del estilo de los apóstoles, y el pensamiento y la intención de lo que en ellos se contiene desentona todavía más de la verdadera ortodoxia: claramente demuestran ser engendros de herejes. De ahí que ni siquiera deben ser colocados entre los espurios, sino que debemos rechazarlos como enteramente absurdos e impíos.
(Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, III, 25:1-7. Versión de Argimiro Velasco Delgado. Madrid: BAC, 1973, 1:165-166).

Eusebio propone tres categorías de escritos: Los aceptados por todos, los discutidos y los “engendros de herejes”. La calificación de “espurio” no significa apócrifo o herético en Eusebio; él la aplica a escritos que son ortodoxos pero que no son admitidos universalmente como “divinas Escrituras” . Los libros heréticos son otra cosa, y deben ser totalmente rechazados.
Entonces, a principios del siglo IV todos los cristianos reconocían como Escrituras los cuatro Evangelios canónicos, los Hechos, las epístolas paulinas, 1 Juan y 1 Pedro. Por otra parte, todavía no todos, pero si la mayoría, admitían 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Santiago y Judas.
La situación del Apocalipsis de Juan es muy curiosa, pues Eusebio no lo coloca entre los “discutidos”, sino que lo incluye en las otras dos categorías simultáneamente: entre los reconocidos y entre los espurios, aclarando en ambos casos, “si parece bien”.
La probable razón de esta extraña actitud es que Eusebio sabía que el Apocalipsis era de hecho generalmente aceptado, pero él mismo tenía reservas sobre el libro, por ser adversario del milenarismo.
Eusebio y Constantino se hicieron amigos en 325. Algunos años más tarde, el emperador le encargó al obispo, en una carta preservada en la “Vida de Constantino” escrita por el mismo Eusebio, 50 ejemplares de las Escrituras cristianas (ambos Testamentos) en griego para las Iglesias de la capital imperial, Constantinopla. Decía el emperador:
Ocurre (...) que grandes números se han unido a la santísima iglesia en la ciudad que lleva mi nombre. Parece, por tanto, muy necesario (...) aumentar también el número de iglesias (...) He pensado práctico (...) ordenar cincuenta copias de las sagradas Escrituras, la provisión y uso de las cuales, tú sabes, es de la mayor necesidad para la instrucción de la Iglesia, que sean escritas en pergamino preparado de manera legible, y en una forma portable y conveniente, por amanuenses profesionales muy avezados en su arte (...) Tienes autoridad también, en virtud de esta carta, para emplear dos carruajes públicos para su transporte, disposición mediante la cual las copias, cuando estén adecuadamente escritas, serán más fácilmente enviadas para mi inspección personal.
(Eusebio, Vida de Constantino, IV, 36. En Philip Schaff y Henry Wace, Editors: A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, Second Series [1891]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1991; 1:549).
Las copias, sufragadas por el emperador, se prepararon de inmediato en la forma de “volúmenes magníficos y elaboradamente encuadernados”, al decir de Eusebio. Es probable que, con esta acción, Eusebio haya contribuido a la formación del canon, pues con toda probabilidad las copias contenían los 27 libros que reconocemos como canónicos hasta hoy, y posiblemente en el mismo orden que en las Biblias modernas. Tal vez Eusebio hubiera estado inclinado a omitir el Apocalipsis, pero es difícil creer que se atreviera, conociendo el aprecio que el emperador tenía por este libro, que por lo demás era generalmente aceptado por la mayoría.
Cabe notar que Constantino no tuvo ninguna influencia directa en determinar cuáles Escrituras eran canónicas, sino que se limitó a solicitar copias, sin dar la menor instrucción sobre qué libros debían contener o cuáles omitirse. Bruce observa que si, como parece, las 50 copias contenían de hecho los 27 libros, esto “hubiera provisto un ímpetu considerable hacia la aceptación del ahora familiar canon del Nuevo Testamento”. Evidentemente, el empleo de una edición tal en las Iglesias de Constantinopla favorecerían la admisión general de los libros aceptados hasta hoy.

9.2 Atanasio da la primera lista completa y exclusiva
Tradicionalmente, los obispos de Alejandría anunciaban la fecha de celebración de la Pascua mediante cartas circulares, que además solían contener instrucciones u otras enseñanzas. Pocas décadas después que Eusebio, Atanasio (ca. 296-373) obispo de Alejandría y campeón de la ortodoxia nicena, proporciona una lista de libros del Nuevo Testamento en su 39ª Carta pascual para el año 367. El orden difiere del acostumbrado en nuestras Biblias, pero los libros son exactamente los mismos. Nótese además que Atanasio no establece ninguna diferencia de jerarquía entre los 27 libros.
De nuevo, no debemos vacilar en nombrar los libros del Nuevo Testamento. Son como sigue:
Cuatro Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.Luego de estos los Hechos de los Apóstoles y las siete epístolas de los apóstoles llamadas católicas, como sigue: una de Santiago, dos de Pedro, tres de Juan y, ... una de Judas.

A continuación hay catorce epístolas del Apóstol Pablo, escritas en orden como sigue: Primero a los romanos, entonces dos a los corintios, y después de éstas a los Gálatas y luego a los efesios; entonces a los filipenses; luego a los colosenses y dos a los tesalonicenses y aquélla a los hebreos. Luego hay dos a Timoteo, una a Tito y la última a Filemón.
Además, el Apocalipsis de Juan.

(Atanasio, Carta Pascual 39. En Philip Schaff y Henry Wace, Editors: A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, Second Series [1891]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1991; 4:551).
Es probable que la visita de Atanasio a Roma en 340 – durante su segundo exilio – cuando Julio I era obispo de esa ciudad, haya sido decisiva para la aceptación de Hebreos por parte de la Iglesia de Roma y aquéllas bajo su influencia. La misma lista es proporcionada más tarde en el norte de Italia por Rufino de Aquilea (345-410).

9.3 Jerónimo y Agustín
El más grande erudito bíblico posterior a Orígenes, Jerónimo (ca. 342-420) también admitía como canónicos los 27 libros, como lo demuestra, por ejemplo, en su Epístola 53 a Paulino, obispo de Nola, sobre el estudio de las Escrituras:
Trataré brevemente del Nuevo Testamento. Mateo, Marcos, Lucas y Juan son el equipo cuádruple del Señor, los verdaderos querubines o depósito de conocimiento (...)
El Apóstol Pablo le escribe a siete iglesias (pues la octava epístola, a los hebreos, no es generalmente contada con las otras). Instruye a Timoteo y Tito; intercede ante Filemón por su esclavo fugitivo...

Los Hechos de los Apóstoles parece relatar una historia sin adorno y describir la niñez de la iglesia recién nacida, pero una vez que nos damos cuenta de que su autor es Lucas, el médico cuya alabanza está en el evangelio, veremos que todas sus palabras son medicinas para el alma enferma. Los apóstoles Santiago, Pedro, Juan y Judas produjeron siete epístolas, a la vez espirituales y concisas.

El Apocalipsis de Juan tiene tantos misterios como palabras. Al decir esto, he dicho menos de lo que el libro merece ...

(Jerónimo, Carta LIII. En Philip Schaff y Henry Wace, Editors: A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, Second Series [1892]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1991; 6:101-102).
Otro que recibió el canon del Nuevo Testamento como se admitía ya en esa época fue Agustín de Hipona, quien hacia 397 enumera los mismos libros que Atanasio, aunque en diferente orden. Empero, la siguiente instrucción del mismo Agustín da testimonio de que el canon no estaba cerrado más allá de toda duda.
Ahora, con respecto a las Escrituras canónicas, [el intérprete] debe seguir el juicio del mayor número de iglesias católicas; y entre éstas, desde luego, un elevado lugar debe darse a aquellas consideradas dignas de ser la sede de un apóstol y de recibir epístolas. Consecuentemente, entre las Escrituras canónicas juzgará conforme a la siguiente norma: Preferir aquellas que son recibidas por todas las iglesias católicas a aquéllas que algunas [iglesias] no reciben. Entre aquéllas [Escrituras], de nuevo, que no son recibidas por todas, preferirá las que tengan la sanción del mayor número y de aquellas de mayor autoridad, a quéllas sostenidas por un número menor o son de menor autoridad. Empero, si hallase que algunos libros son defendidos por el mayor número de iglesias, y otros por las de mayor autoridad (aunque no es muy probable que esto ocurra), pienso que en tal caso la autoridad de ambos lados debe ser considerada como igual.
(...)
El [canon] del Nuevo Testamento, de nuevo, es contenido en los siguientes: Cuatro libros del Evangelio, según Mateo, según Marcos, según Lucas, según Juan; catorce epístolas del Apóstol Pablo – una a los romanos, dos a los corintios, una a los gálatas, a los efesios, a los filipenses, dos a los tesalonicenses, una a los colosenses, dos a Timoteo, una a Tito, a Filemón, a los hebreos; dos de Pedro; tres de Juan; una de Judas; y una de Santiago; un libro de los Hechos de los Apóstoles; y uno del Apocalipsis de Juan.
(Agustín, Sobre la doctrina cristiana, II, 8. En Philip Schaff, Editor: A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, First Series [1886]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1993; 2:538-539).
La regla enunciada por Agustín es muy reveladora sobre el verdadero proceso de formación del canon. Por cierto que el canon del NT no estaba reconocido hacia fines del siglo I, pero tampoco fue la Iglesia de Roma la que lo estableció. Esta última idea es un anacronismo fatal, ya que en el siglo IV la Iglesia de Roma, hoy conocida como Iglesia Católica, no tenía la autoridad ni el poder que luego se arrogó. Por tanto, no hubiera podido determinar por sí misma ningún canon, ni siquiera en el supuesto de que lo hubiera tenido claro.
Lo cierto es que el canon fue reconocido y proclamado no por la Iglesia Católica romana, sino por la iglesia católica (o universal) antigua, que ciertamente no era gobernada desde Roma, por más que ésta fuese una sede apostólica de enorme influencia.
De hecho, los obispos de Roma no llevaron la voz cantante en el tema del canon, ni mucho menos. Aunque según el testimonio de Eusebio hacia principios del siglo IV el consenso final estaba próximo, fue fundamental la intervención de los obispos africanos, primero Atanasio y luego Agustín, bajo cuya influencia los sínodos de Hipona (393) y el III y VI de Cartago, respectivamente de 397 y 419, determinaron los límites del canon.
No obstante, estos sínodos o concilios regionales no tenían autoridad sobre toda la Iglesia, como sí la hubiera tenido un concilio ecuménico. Es por esta razón, y considerando la importancia del consenso de los obispos, que los correspondientes cánones se enviaron al obispo de Roma y a otros obispos para su confirmación.
Ningún decreto papal podía, en ese tiempo, reemplazar al consenso universal. De hecho, un sínodo regional asiático, el de Laodicea de 363, omitió el Apocalipsis tal como lo hacía el obispo Cirilo de Jerusalén.
En realidad, ningún concilio ecuménico de la antigüedad discutió seriamente el asunto del canon. Es cierto que en el Concilio Quinisexto de Constantinopla (553,680) se ratificaron las listas canónicas presentadas en Cartago y en las Constituciones Apostólicas como si hubieran sido una sola, pero estas listas no eran coincidentes. Por tanto, esta decisión conciliar, en todo caso, enturbió las aguas en lugar de aclararlas.
Con respecto a los obispos de Roma, la lista enviada por Inocencio I al obispo Exuperio en 405 omite Hebreos según los mejores manuscritos.
A veces se menciona una lista atribuida al papa Dámaso, supuestamente de 382 y por tanto apenas posterior a la de Atanasio. Es posible, pero en todo caso tal lista de hecho no puso fin a las diferencias. Además, la misma lista, conservada en un documento italiano (no de Roma) de principios del siglo VI llamado Decreto Gelasiano, se atribuye variablemente también a los obispos romanos Gelasio (492-496) u Hormisdas (514-523).

10. La Reforma Protestante y el Concilio de Trento
En los siglos que van desde fines del siglo IV al siglo XVI, el canon del Nuevo Testamento quedó de hecho fijado sin mayores discusiones. A principios del siglo XVI, con el impulso dado al estudio por la invención (en el siglo anterior) de la imprenta de tipos móviles, y la edición impresa del Nuevo Testamento en griego por Erasmo de Rotterdam en 1516, eruditos de diversas tendencias discutieron la importancia relativa de los libros canónicos.

10.1 La posición de Lutero

Uno de ellos fue el reformador Martín Lutero (1483-1546), quien por sus puntos de vista sobre los libros del Nuevo Testamento ha sido excesiva e injustamente criticado. En su primera edición de la versión alemana de la Biblia, Lutero numeró los libros del NT de Mateo a 3 Juan, y dejó separados, sin numeración, cuatro libros: Hebreos, Santiago, Judas y Apocalipsis. Sin duda, Lutero no los ponía al mismo nivel que el resto (dentro de los cuales, por otra parte, atribuía más importancia al Evangelio de Juan y 1 Juan, Romanos, Gálatas, Efesios y 1 Pedro que a las otras cartas paulinas, Hechos, 2 Pedro, y 2 y 3 Juan). De todos modos, y pese a sus propias reservas ante los cuatro libros citados, insistió en que tal era su opinión , la cual no deseaba imponer a otros, y que no pretendía sacar esos libros del NT.
Hay que recordar que esta posición de considerar una jerarquía dentro de los escritos canónicos (un “canon dentro del canon”) era también sostenida por algunos eruditos católicos, comoel dominicoTomás de Vío (“Cayetano”, 1469-1534) sin que nadie les calumniase. Por otra parte, la mayoría de los demás reformadores, incluido Calvino, así como las grandes confesiones protestantes, admitieron sin discusión los 27 libros del Nuevo Testamento.

10.2 El Concilio de Trento ratifica el Nuevo Testamento

El Concilio de Trento no realizó ninguna innovación con respecto al canon del Nuevo Testamento, sino que admitió lo que era un consenso de largos siglos. Muy distinto fue su deslucido papel con respecto al canon del Antiguo Testamento, como lo hemos observado en otra parte.
Finalmente, sobre la razón por la cual los libros que componen nuestro Nuevo Testamento son esos y no otros, podemos de buen grado asentir lo afirmado por la Iglesia Católica nada menos que en el Concilio Vaticano I, sobre los libros del canon:
Ahora bien, la Iglesia los tiene por sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin error; sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido transmitidos a la misma Iglesia.
(Concilio Vaticano I, Sesión III del 24 de abril de 1870; Constitución dogmática sobre la fe católica, Capítulo 2 , De la revelación; Denzinger # 1787; negritas añadidas).
Dado que los libros sagrados tienen una autoridad intrínseca que proviene de su Autor, su carácter canónico no depende de la sanción humana en general, ni eclesiástica en particular. La Iglesia católica antigua (de la cual por entonces era parte la Iglesia de Roma) no decidió ni decretó el canon, sino que lo discernió o reconoció, y a continuación lo confesó y proclamó.

11. Apéndice: Los apócrifos del Nuevo testamento
A partir del siglo II existe un cuerpo creciente de literatura cristiana que pretende ser inspirada, cuya autoría, con pocas excepciones, se atribuye pseudoepigráficamente a algún apóstol. Estas obras tenían generalmente una de dos intenciones, a saber:
1) Rellenar huecos en ciertos aspectos de la vida de Jesús o de sus Apóstoles que a juicio de sus autores no eran suficientemente descritos en los genuinos escritos apostólicos. Un tema favorito fue la infancia de Jesús; otro, lo ocurrido en el intervalo entre su muerte y su resurrección; un tercero, la actividad de los Apóstoles que no se describe en el libro de los Hechos.
2) Inculcar ciertas doctrinas sincréticas, nacidas del mestizaje entre el cristianismo y ciertas filosofías, en general neoplatónicas, que habrían sido enseñadas por Jesús de manera privada a los Apóstoles y transmitidas sólo a los discípulos dignos de recibir tal conocimiento (gnosis). En esta categoría están los evangelios gnósticos.
Estos libros, que fueron tenidos en gran estima por ciertos grupos marginales pero que nunca fueron recibidos como auténticos por el conjunto de las iglesias antiguas, se denominan apócrifos del Nuevo Testamento.
La palabra griega apokryfa significa originalmente “oculto”, pero dicha calificación podía significar dos cosas muy diferentes.
Desde el punto de vista de quienes aprobaban estos escritos, ellos estaban “ocultos” o retirados del uso común porque eran considerados como conteniendo conocimiento misterioso o esotérico, demasiado profundo para ser comunicado a nadie, excepto los iniciados. Desde otro punto de vista, sin embargo, se juzgaba que tales libros merecían ser “ocultados” porque eran espurios o heréticos. Así, el término tuvo originalmente una significación honorable así como una peyorativa, dependiente de quién hiciera uso de la palabra.
(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 165; negritas añadidas).
En la actualidad la denominación de “apócrifo” no implica necesariamente una de estas dos valoraciones opuestas, sino que se vincula primariamente con el concepto de un canon fijado del Nuevo Testamento. En este sentido, son apócrifas todas aquellas obras que, no obstante la pretensión de sus autores, fueron excluidas del canon por no ser consideradas dignas de ser incluidas en él.
Los apócrifos del Nuevo Testamento tienden, con resultado variable, a imitar las formas literarias propias de los libros genuinos. Por ello se clasifican en evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis apócrifos (Tabla 2). La adaptación formal de la literatura apócrifa a las formas literarias de las Escrituras canónicas es un testimonio indirecto de la antigüedad y el reconocimiento general de estas últimas.
El género más temprana y frecuentemente imitado es el de los Evangelios canónicos. Un hecho interesante es que, pese a llevar el nombre de los Apóstoles, los apócrifos fuesen generalmente excluidos de seria consideración en cuanto a su inclusión en el canon. En contraste, el hecho de que los cuatro Evangelios canónicos sean anónimos, y que sólo dos de ellos (Mateo y Juan) se hayan atribuido tradicionalmente a Apóstoles, no fue obstáculo para su pronto reconocimiento de su autoridad apostólica y su inspiración divina.
Algunos de los apócrifos se han perdido, y hoy conocemos su existencia por referencias en la literatura cristiana primitiva. En su edición de 1924 de los apócrifos del Nuevo Testamento, Montague Rodhes James hizo las siguientes acertadas observaciones acerca de estos libros:
Interesantes como son (...), no logran ninguno de los dos principales propósitos por los que fueron escritos, inculcar la verdadera religión y transmitir la verdadera historia.
Como libros religiosos pretendían reforzar el conjunto existente de creencias cristianas: ya por revelación de nuevas doctrinas (...) , o destacando alguna virtud particular, como castidad y temperancia; o reforzando la creencia en ciertas doctrinas o acontecimientos, v.g., el nacimiento virginal, la resurrección de Cristo, la segunda venida, el estado final – mediante la producción de evidencia que, de ser verdad, fuese irrefutable. Para todos estos propósitos, estos escritos se arrogan la suprema autoridad (...) Como libros de historia, apuntan a suplementar los escasos datos (como parecían ser) de los Evangelios y Hechos (...)
Pero, como he dicho, fracasan en su propósito (...) Sus autores no hablan con las voces de Pablo ni Juan, o con la apacible simplicidad de los tres primeros Evangelios. No es injusto decir que cuando intentan lo primero son teatrales, y cuando ensayan la segunda, son insípidos. En resumen, el resultado de algo semejante al estudio atento de la literatura (...) es un reforzado respeto por el buen sentido de la Iglesia Universal, y por la sabiduría de los eruditos de Alejandría, Antioquia y Roma (...)
Si bien no son buenas fuentes de historia en un sentido, lo son en otro. Registran las imaginaciones, esperanzas y temores de los hombres que los escribieron; muestran lo que era aceptable para los cristianos incultos de los primeros tiempos, qué les interesaba, qué admiraban, qué ideales de conducta valoraban para esta vida, qué pensaban hallar en la venidera (...) y para el amante y estudiante de la literatura y el arte medieval revelan la fuente de una parte considerable de su material y la solución de muchos enigmas. De hecho, han ejercido una influencia (totalmente desproporcionada con sus méritos intrínsecos) tan grande y amplia, que nadie que se interese en la historia del pensamiento y el arte cristianos puede permitirse descuidarlos.

(Citado por J. K. Elliott, The Apocryphal New Testament. A collection of Apocryphal Christian Literature in an English Translation. Oxford: Clarendon Press, 1993, p. xiv-xv; negritas añadidas).
<center> <table style="border-collapse: collapse;" id="AutoNumber3" width="680" border="1" cellpadding="0" cellspacing="0" height="74"> <tbody><tr> <td colspan="4" width="678" bgcolor="#eeeeee" height="26">
Tabla 2: Algunos apócrifos del Nuevo Testamento
</td> </tr> <tr> <td width="228" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="27"> Evangelios</td> <td width="105" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="27"> Hechos</td> <td width="205" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="27"> Epístolas</td> <td width="137" align="center" bgcolor="#f5f5f5" height="27"> Apocalipsis</td> </tr> <tr> <td width="228" align="center" bgcolor="#ffffff" height="19" valign="top">
Del siglo II
De los Hebreos
De los Ebionitas
Pedro
Protoevangelio de Santiago
Papiro Egerton 2 (sin nombre)
De Nag-Hammadi (gnósticos)
De Juan (apócrifo)
De la verdad (Valentín)
De Tomás
De Felipe
De María Magdalena
Tardíos (siglos IV al VI)
Historia de José el carpintero
Tránsito de María
Según Tomás (maniqueo)
De Mateo (apócrifo)

</td> <td width="105" align="center" bgcolor="#ffffff" height="19" valign="top">
De Juan
De Pablo
De Pedro
De Tomás
De Andrés
De Pilatos

</td> <td width="205" align="center" bgcolor="#ffffff" height="19" valign="top">
De los Apóstoles
(Epistula apostolorum)
De Pablo
3 Corintios
Laodicenses
Correspondencia entre
Pablo y Séneca
De Pedro
Predicación de Pedro

</td> <td width="137" align="center" bgcolor="#ffffff" height="19" valign="top">
De Pedro
De Pablo
De Tomás
De Juan
De Esteban
De la Virgen

</td> </tr> </tbody></table> </center>​
A pesar de lo dicho, cada tanto surge, generalmente de personas ajenas al ámbito académico, la tesis de que los textos apócrifos revelan la verdadera historia de Jesús, que habría sido distorsionada por los autores canónicos. En este sentido, la propuesta más reciente – pero seguramente no la última – es la de Dan Brown, en su extraordinario éxito de ventas, El Código Da Vinci. Si bien se trata de una novela, en su prefacio hay una declaración, con el título “Los hechos”, según la cual:
Todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta obra son veraces.
(Dan Brown, El Código Da Vinci. Traducción de Juanjo Estrella. Buenos Aires: Editorial Umbriel, 2003, p. 11).
La verdad es que la obra contiene una serie de afirmaciones discutibles o descaradamente falsas. En el tema que nos ocupa, Brown sostiene, a través de un ficticio historiador miembro de la Royal Society británica, cosas como las siguientes.
En el concilio de Nicea, convocado por Constantino, “se debatió y se votó sobre (...) la divinidad de Jesús (...) hasta ese momento de la historia, Jesús era, para sus seguidores, un profeta mortal ... un hombre grande y poderoso, pero un hombre, un ser mortal (...) Al proclamar oficialmente a Jesús como Hijo de Dios, Constantino lo convirtió en una divinidad...” (p. 290).
Es cierto que Constantino convocó el Concilio. De hecho, todos los concilios ecuménicos de la antigüedad fueron convocados por emperadores. No obstante, las decisiones adoptadas fueron responsabilidad de los obispos reunidos. Además, es un disparate afirmar que hasta Nicea los cristianos consideraban que Jesús era meramente un hombre. Existe abundantísima evidencia de la literatura cristiana previa a Nicea que atestigua la creencia en la divinidad de Cristo. Los cristianos nunca mantuvieron su fidelidad hasta la muerte por alguien que consideraban sólo un hombre.
Además, semejante cambio doctrinal hubiera generado un escándalo de proporciones colosales, de lo cual no hay rastro. En realidad, ninguno de los participantes en la controversia sostenía semejante cosa, pues todos aceptaban que Jesucristo era un ser divino. La discusión radicaba en si él era co-igual con el Padre –como opinaba la mayoría – o si, como enseñaba Arrio, estaba un escalón más abajo, como el primero y más poderoso de los seres creados.
Hay “miles de páginas de papeles anteriores a la época de Constantino, no manipulados, que lo reverenciaban absolutamente en tanto que maestro y profeta humano” (p. 318).
La verdad es que ningún documento cristiano antiguo, canónico o apócrifo, considera a Jesús como exclusivamente humano. Hay, sí, documentos gnósticos que pretendían separar lo humano y lo divino en Jesucristo, considerando que un espíritu superior, el Cristo, moró transitoriamente en el hombre Jesús; pero al contrario de lo afirmado, exaltaban lo divino y rebajaban lo humano.
“Circulan rumores de que en el tesoro también está incluido el documento «Q» del que hasta el Vaticano admite su existencia. Supuestamente, se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra.” (p. 318).
El documento Q (del alemán Quelle, “fuente”) es un documento hipotético cuya existencia se postuló para explicar el material común a los Evangelios de Mateo y Lucas, que no aparecen en el Evangelio de Marcos. De modo que aún si existiera Q, en todo caso ayudaría a explicar la redacción de los Evangelios canónicos. Que Q pueda haber sido escrito por Jesús mismo es pura fantasía.
“Constantino encargó y financió la redacción de una nueva Biblia que omitiera los evagelios en los que se hablaba de los rasgos «humano» de Cristo y que exagerara los que lo acercaban a la divinidad.” (p. 291).
Como vimos antes, Constantino simplemente encargó a Eusebio cincuenta copias de la Biblia para su uso en las iglesias de Bizancio (Constantinopla). No hay la menor evidencia de que haya indicado qué libros debía contener y cuáles no; esto lo dejó enteramente en manos del obispo. Es poco probable que hubiera sido capaz de hacer tal cosa, aun si hubiera querido.
Por lo demás, los cristianos, que pocos años antes habían mostrado su veneración por las Escrituras negándose a entregarlas incluso al precio de su propia vida, no hubieran admitido cambios de los cuales no hay el menor rastro en la historia. Finalmente, hay que notar que los Evangelios canónicos sí enseñan claramente la humanidad de Cristo. Sobre su divinidad no son tan claros, con excepción del Evangelio de Juan. La situación es exactamente opuesta a la que presenta Brown.
“Para la elaboración del Nuevo Testamento se tuvieron en cuenta más de ochenta evangelios, pero sólo unos pocos acabaron incluyéndose, entre los que estaban los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan ...” (p. 292).
Como se ha descripto antes, la formación del Nuevo Testamento no fue producto de una decisión súbita de algún concilio, mucho menos de un emperador. Es simplemente falso que en la fijación del canon se hayan tenido en cuenta “más de ochenta evangelios” (no había tantos) como si fueran candidatos con iguales probabilidades. En este proceso, desde el principio se aceptaron los cuatro Evangelios canónicos, para la Iglesia antigua en su conjunto, ningún apócrifo fe jamás un contendiente serio.
“las copias de los rollos de Nag Hammadi y del Mar Muerto” son “los primeros documentos del cristianismo” (p. 305).
Los rollos del Mar Muerto contienen manuscritos bíblicos y material propio de la secta de los Esenios, que era judía. Los rollos son anteriores al Nuevo Testamento, y no hay ningún material específicamente cristiano.
La biblioteca de Nag Hammadi ha proporcionado copias de apócrifos de tendencia gnóstica en copto (no en arameo como dice Brown) que son traducciones del griego. Los más antiguos de estos escritos datan de mediados del siglo II y no provienen de un ambiente palestino, de modo que están cronológica, geográfica y culturalmente muy alejados de los hechos de la vida de Jesús.
Por su propia naturaleza y trasfondo neoplatónico, no proveen material confiable para la idea central de El Código Da Vinci, a saber, que Jesús desposó a María Magdalena y tuvo descendencia con ella. No solamente despreciaban lo natural a favor de lo espiritual, sino que no tenían un concepto muy elevado de las mujeres. Según el Evangelio de Tomás, la única forma en que una mujer puede salvarse es transformándose en varón (logion 114):
Simón Pedro le dijo: Que María salga de en medio de nosotros pues las mujeres no son dignas de la vida. Jesús dijo: Yo la guiaré para hacerla macho, para que también se vuelva un espíritu viviente semejante a vosotros que sois machos. Pues toda mujer que se hiciera macho entrará en el Reino de los cielos.
(El evangelio según Tomás. Apócrifo-gnóstico. Versión bilingüe copto-castellano. Barcelona: Siete y Media Editores, 1980, p. 107).
Finalmente, los evangelios apócrifos de Nag Hammadi son mayormente colecciones de supuestos dichos de Jesús y de los Apóstoles, que no narran casi nada de los hechos de la vida del Señor.

12. Bibliografía
12.1 Fuentes
Denzinger, Enrique. El magisterio de la Iglesia. Manual de los símbolos, definiciones y declaraciones de la Iglesia en materia de fe y costumbres. Versión de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Editorial Herder, 1963.
Elliott, J.K. The Apocryphal New Testament. A collection of Apocryphal Christian Literature in an English Translation. Oxford: Clarendon Press, 1993.
Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica (2 Vol.). Versión, introducción y notas de Argimiro Velasco Delgado. Madrid: BAC, 1973.
Roberts, Alexander; Donaldson, James. The Ante-Nicene Fathers. Translations of the writings of the Fathers down to A.D. 325 [1884] (10 Vol.). Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1993.
Ruiz Bueno, Daniel. Padres Apologetas Griegos (s. II), 2ª Edición. Madrid: BAC, 1979
Ruiz Bueno, Daniel. Padres Apostólicos. Edición bilingüe completa, 4ª Edición. Madrid: BAC, 1979.
Santos Otero, Aurelio de. Los evangelios apócrifos. Edición crítica y bilingüe. 3ª Edición. Madrid:BAC, 1979 (hay una edición más actual).
Philip Schaff (Editor). A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, First Series [1886] (14 Vol.). Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1993.
Schaff, Philip; Wace, Henry (Editors): A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, Second Series [1891] (14 Vol.). Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1991.
En la Internet puede encontrarse abundante material, aunque de calidad diversa. Una de las páginas más completas, con vínculos a muchas otras, es http://escrituras.tripod.com

12.2 Estudios y obras de referencia
Báez-Camargo, Gonzalo. Breve historia del canon bíblico. México: Ediciones Luminar, 1980.
Bromiley, Geoffrey W. (General Editor). The International Standard Bible Encyclopedia. Revised Edition (4 vol.). Grand Rapids: Wm.B. Eerdmans, 1979-1988.
Bruce, F.F. ¿Son fidedignos los documentos del Nuevo Testamento?. Traducción española de Daniel Hall. Miami: Editorial Caribe, 1972.
Bruce, F. F. The Canon of Scripture. Downers Grove: InterVarsity Press, 1988.
Comfort, Philip Wesley (Editor). The Origin of the Bible. Wheaton: Tyndale House Publishers, 1992.
Cross, F. L. (Editor). The Oxford Dictionary of the Christian Church. London: Oxford University Press, 1958.
Di Berardino, Angelo (Director). Patrología III. Versión española de J. M. Guirau. Madrid: BAC, 1981.
Enciclopedia Católica. Versión en español de The Catholic Encyclopedia, dirigida por Charles G. Herbermann (1907). http://www.enciclopediacatolica.com
George, Augustin y Grelot, Pierre (Directores). Introducción crítica al Nuevo Testamento (2 vol.). Traducción de Marciano Villanueva. Barcelona: Editorial Herder, 1983.
Jedin, Hubert (Director). Manual de historia de la Iglesia, Tomo 1. Versión de Daniel Ruiz Bueno. Barcelona: Editorial Herder, 1980.
Metzger, Bruce M. The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987.
Quasten, Johannes. Patrología, 3ª Ed. (2 Vol.). Versión española de Ignacio Oñatibia. Madrid: BAC, 1977, 1978.
Ridderbos, Herman. Historia de la salvación y Santa Escritura. La autoridad del Nuevo Testamento. Traducción de Juan L. van der Velde. Buenos Aires: Editorial Escaton, 1973.
Trebolle Barrera, Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia. Madrid: Trotta, 1993.
Wescott, Brooke Foss. The Bible in the Church. 3<sup>rd</sup> Ed. London & Cambridge: Macmillan & Co., 1870.







 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

A dormir se ha dicho don kalito.

Duerme con los angelitos y con santa teresita y santa maria, asi como conmigo, espero que no sea mas bien una pesadilla.

Chau iluminado.

Mañana te espero, claro espero que respondas a lo que se te preunta. Demoras mucho al responder,..seguro que me daras una buena respuestas y respnderas a lo que dices tienes todas las respuestas, seguro que por eso demoras mucho, porque estas leyendo casi tes horas y no puedes responder, pero es que quizas te ries tanto de mis escritos que no pudiste esponderme, teentiendo, alguien con tu intelecto y sabiduria, asi como tu iluminacion son notorias y ves como me equivoco en mi planteamiento.

Bendiciones

¿Con esto admites que has fracaso en el tema de Tobit y las Limosnas? Porque no pienso moverme de aqui hasta que aceptes que fallaste o aceptes la Verdad Cristiana del Catolicismo.

Vaya contigo muchachito.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

¿Con esto admites que has fracaso en el tema de Tobit y las Limosnas? Porque no pienso moverme de aqui hasta que aceptes que fallaste o aceptes la Verdad Cristiana del Catolicismo.

Vaya contigo muchachito.


JAJAJAJAJAJAJ, QUE GRACIOSO, HAZTE VER CON UN PSICOLOGO, ADEMAS APRENDE A LEER, PORQUE EN TU RESPUESTA AMI ESCRITO NO ACEPTE QUE TENIAS RAZON EN ALGO, ES MAS NUNCA HAS PODIDO RESPONDER NADA.

POBRE KIKIN.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

KALITOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO



A dormir se ha dicho don kalito.

Duerme con los angelitos y con santa teresita y santa maria, asi como conmigo, espero que no sea mas bien una pesadilla.

Chau iluminado.

Mañana te espero, claro espero que respondas a lo que se te preGunta. Demoras mucho al responder,..seguro que me daras
una buena respuestas y respnderas a lo que dices tienes todas las respuestas, seguro que por eso demoras mucho, porque
estas leyendo casi tes horas y no puedes responder, pero es que quizas te ries tanto de mis escritos que no pudiste esponderme,
te entiendo, alguien con tu intelecto y sabiduria, asi como tu iluminacion son notorias y ves como me equivoco en mi planteamiento. JAJAJAJAJAJAJA
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

la resurreccion nada de malo tiene, sino que el perdon de pecados sea por un sacrificio por los muertos, cosa que la ley no enseñaba, asi que si el enseñaba eso deberia ser una añadidura la ley de Moises
Tú no negarás que 2 Macabeos es un libro judío, y como tal, muestra las creencias y prácticas de los judíos de ese tiempo, en este caso, los sacrificios de expiación por los muertos. Pero no sólo se trata de una creencia antigua, porque hoy en día sigue siendo la creencia de los judíos porque ofrecen oraciones y memoriales a favor de las almas de sus fallecidos.

La única diferencia es que hoy en día ya no se practica eso de holocaustos o sacrificios de animales vivos; ahora se practican sacrificios espirituales aceptables a Dios (1 Pe. 2:5), tales como las alabanzas y los actos de bondad (Heb. 3:15-16).

Así que la idea principal de 2 Macabeos 12:44-45 es la preocupación por las almas de los difuntos, algo así como cuando el propio apóstol Pablo en una de sus cartas expresa una breve oración a favor de un difunto:

“Que el Señor le conceda hallar misericordia del Señor en aquel día.” (2 Tim. 1:18)

¿Qué tiene de malo o de anti-bíblico preocuparse por el alma de un difunto?
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Fueron parte de la septuaginta, pero no el texto hebreo, ni siquiera del canon que Jesu aprobo, pues aun cuando Jesus tuvo esa version, nunca cito como libros inspirados a esos libros.
pero la rechazo, porque dijo: "la ley, los profetas y los salmos"
Pues te contradices grandemente al decir que aunque los deuterocanónicos eran parte de la Biblia Septuagenta, aún así fueron rechazados. Si fueron rechazados, ¿cómo es posible que fueran parte de la Escritura inspirada?

En fin, tremenda contradicción de tu parte.


porque en la frase: " la ley, los profetas y los almos" estaba todo el antiguo testamento.

¿acaso quieres pruebas de ello?

informate sobre la division de el canon del antiguo tetsamento y veras que lo que digo es cierto
Pero mira qué viveza. Según tú, los libros históricos y de sabiduría son inspirados aunque no estén listados en la frase “la ley, los profetas y los salmos,” pero los deuterocanónicos no. Se nota que no hay imparcialidad en la aplicación de esa susodicha regla.


Ellos no decartaron nada en ese concilio, sino que quien los hizo fue JESUS, PERO ANTES DE Jesus, eso ya se sabia, el canon ya existia.
Entonces, si no desecharon nada, ¿quiere eso decir que los de Jamnia conservaron los deuterocanónicos al igual que en la Septuagenta griega? Me parece que fue lo contrario.

Para tu información, los judíos de Jamnia no tenían un canon establecido, siendo esa la razón por la cual se reunieron en el año 90 en reacción al surgimiento de los primeros judíos cristianos quienes preferían la Septuagenta completa, y fue precisamente en ese año que los de Jamnia intentaron establecer su canon, echando por la borda a los deuterocanónicos en el proceso.


Ya te dije, en la afirmacion "la ley los profetas y los salmos estaba" estaban ya esos libros historicos, asi como losde sabiduria.
Tal como me lo imaginé cuando te hice la pregunta, no existe un texto bíblico alguno donde Jesús incluya en alguna afirmación a los libros históricos y los de sabiduría como inspirados. El problema es que no hay imparcialidad en la aplicación de esa susodicha regla.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

JAJAJAJAJAJAJ, QUE GRACIOSO, HAZTE VER CON UN PSICOLOGO, ADEMAS APRENDE A LEER, PORQUE EN TU RESPUESTA AMI ESCRITO NO ACEPTE QUE TENIAS RAZON EN ALGO, ES MAS NUNCA HAS PODIDO RESPONDER NADA.

POBRE KIKIN.

Ja, por favor, mirate, he traido mas textos Biblicos y he demostrado la concordancia entre lo dicho por Tobi y lo dicho en el Nuevo Testamento. ¿Cual es la Conclusion? Que el libro de Tobit es CANONICO y REAL. Se acabo edanny, perdiste. Admitelo para poner las demas respuestas.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Tú no negarás que 2 Macabeos es un libro judío, y como tal, muestra las creencias y prácticas de los judíos de ese tiempo, en este caso, los sacrificios de expiación por los muertos. Pero no sólo se trata de una creencia antigua, porque hoy en día sigue siendo la creencia de los judíos porque ofrecen oraciones y memoriales a favor de las almas de sus fallecidos.

Lo que creyeran algunos judios es irrelevante, ademas ¿quien te dijo que un judio no se contradecia? Deberias demostar eso, 2Mcabeos denostraria que hay escritos falos, demas en los escritos profeticos se dice que hasta los sacerdotes falsearon la ley ¿cuanto mas otros?

La única diferencia es que hoy en día ya no se practica eso de holocaustos o sacrificios de animales vivos; ahora se practican sacrificios espirituales aceptables a Dios (1 Pe. 2:5), tales como las alabanzas y los actos de bondad (Heb. 3:15-16).

Mira, lo que enseña ese librucho satanico en realidad enseña algo que contradice la biblia
y eso ya lo demostre, asi que lee lo que respondi en otros post.


Así que la idea principal de 2 Macabeos 12:44-45 es la preocupación por las almas de los difuntos, algo así como cuando el propio apóstol Pablo en una de sus cartas expresa una breve oración a favor de un difunto:

“Que el Señor le conceda hallar misericordia del Señor en aquel día.” (2 Tim. 1:18)

¿Qué tiene de malo o de anti-bíblico preocuparse por el alma de un difunto?

Bueno los difuntos estan en un lugar y de alli no los saca nadie.Despues de la muerte el juicio (Hebreos 9:27)
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Pues te contradices grandemente al decir que aunque los deuterocanónicos eran parte de la Biblia Septuagenta, aún así fueron rechazados. Si fueron rechazados, ¿cómo es posible que fueran parte de la Escritura inspirada?

¿quien dijo que eran parte de la escritura sagrada?

eran parte de la septuaginta, no de la escritura sagrada.

Ahora mismo los evangelicos tenemos ademas de la biblia, algun escrito, o articulo y estudios, sin que estos necesariamente sean inspirados, porque los escritos o articulos pueden fallar, lo mismo que los escritos añadidos en la septuaginta.

¿leiste las pruebas que di del canon del Antiguo Teestamento?


En fin, tremenda contradicción de tu parte.

Solo en tu mente

Pero mira qué viveza. Según tú, los libros históricos y de sabiduría son inspirados aunque no estén listados en la frase “la ley, los profetas y los salmos,” pero los deuterocanónicos no. Se nota que no hay imparcialidad en la aplicación de esa susodicha regla.

despistado, ya di varias pruebas en la que los libros historicos son parte del canin hebreo, lee el escrito de Fernando Saravi, solo voy a darte un ejemplo:

Si bien el exacto proceso de agregado de los deuterocanónicos/apócrifos al canon hebreo por el uso de la Iglesia antigua genera muchos interrogantes, lo que queda claro es que tales adiciones carecen por completo de autoridad por parte del Señor Jesús, de los Apóstoles o de los autores del Nuevo Testamento, ni explícitamente ni por vía de ejemplo a través de citarlos como Escrituras.
En cambio, es una evidencia indirecta del canon hebreo palestino, sobre el cual a todas luces sí existía un consenso en el siglo I, el modo en que Jesús hizo referencia al primer y al último mártir según el orden tradicional hebreo:
"Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el santuario. Sí os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación." Lucas 11:49-51
Jesús se refiere aquí a todos los justos y enviados de Dios que sufrieron el martirio según las Escrituras. La frase griega apo haimatos Abel eôs haimatos Zajariou, «desde (la) sangre de Abel ... hasta (la) sangre de Zacarías» (Lucas 11:51 = Mateo 23:35) parece abarcar la totalidad de los mártires del Antiguo Testamento, desde Abel a manos de su hermano Caín, hasta el de Zacarías, que se narra en 2 Crónicas:
"Yahveh les envió profetas que dieron testimonio contra ellos para que se convirtieran a él, pero no les prestaron oído. Entonces el Espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá que, presentándole delante del pueblo, les dijo: «Así dice Dios: ¿por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito, pues, por haber abandonado a Yahveh, él os abandonará a vosotros». Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey le apedrearon en el atrio de la casa de Yahveh." 2 Crónicas 24:17-21
Sin embargo, la referencia a Abel y Zacarías como el primer y el último mártir, respectivamente, registrados en las Escrituras no es cronológica. Hay al menos un mártir posterior a Zacarías, a saber, Urías, hijo de Semaías, quien fue asesinado en el siglo VII a.C., durante el reino de Joacim (Jeremías 26:20-24); en tanto que Zacarías había sido martirizado mucho antes, en el siglo IX a.C., durante del reino de Joás en Judá.
¿Cómo ha de entenderse entonces la referencia de Jesús a Abel y Zacarías? La amplitud de la lista de mártires no es evidente en el Antiguo Testamento de nuestras versiones modernas, pues el orden de los libros difiere del orden hebreo. En el Antiguo Testamento de la mayoría de las ediciones modernas, los libros de los Profetas van al final, comenzando por Isaías y finalizando con Malaquías. En cambio, los 24 libros del canon hebreo (que corresponden a los 39 de las Biblias protestantes) se ordenaban como sigue:
I. La Torah (Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio)
II. Los Profetas
A. Profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II)
B. Profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezekiel y los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías)

III. Los Escritos (Salmos, Proverbios, Job, Cantar, Rut, Lamentaciones, Qohélet [Eclesiastés], Ester, Daniel, Esdras-Nehemías, Crónicas I y II).
En otras palabras, aquí Crónicas figuraba al final de la lista. La abarcativa expresión de Jesús adquiere sentido cuando, en el contexto de juicio por la sangre inocente derramada, se entiende como referida al primer y último asesinato registrado en las Escrituras, según el orden tradicional del canon palestino: decir «desde Abel hasta Zacarías» era equivalente a «de Génesis a Crónicas», o sea desde el primer hasta el último libro del canon del Antiguo Testamento. Es como si hoy dijésemos, según el orden tradicional de nuestro Antiguo Testamento, «De Génesis a Malaquías». Luego estas palabras del Señor implícitamente corroboran el canon hebreo, y no el llamado alejandrino.

Entonces, si no desecharon nada, ¿quiere eso decir que los de Jamnia conservaron los deuterocanónicos al igual que en la Septuagenta griega? Me parece que fue lo contrario.

Para tu información, los judíos de Jamnia no tenían un canon establecido, siendo esa la razón por la cual se reunieron en el año 90 en reacción al surgimiento de los primeros judíos cristianos quienes preferían la Septuagenta completa, y fue precisamente en ese año que los de Jamnia intentaron establecer su canon, echando por la borda a los deuterocanónicos en el proceso.


Tal como me lo imaginé cuando te hice la pregunta, no existe un texto bíblico alguno donde Jesús incluya en alguna afirmación a los libros históricos y los de sabiduría como inspirados. El problema es que no hay imparcialidad en la aplicación de esa susodicha regla.

¿ah no? pues lee bien el texto que di anteriormente.

Ademas que debes dar una explicacion de todo los articulos que puse de Saravi.
En esos articulos se muestran las evidencias a favor de el canon ya establecido, internamente y externamente, aun los apocrifos reconocen esto.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Ja, por favor, mirate, he traido mas textos Biblicos y he demostrado la concordancia entre lo dicho por Tobi y lo dicho en el Nuevo Testamento. ¿Cual es la Conclusion? Que el libro de Tobit es CANONICO y REAL. Se acabo edanny, perdiste. Admitelo para poner las demas respuestas.

hay chiquilin, como los adventistas has traido textos que no te favorecen en nada de tus ideas falsas. Tampoco quisiste dar respuestas por los demas ejemplos de error historico de los apocrifos, asi como contradictorio a los escritos biblicos por parte de tus apocrifos.

Perdiiiiiiiii, dejame llorar jajajajajajajjajajajajajajajajja.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

HOLA KALITO COMO ´TAS

YO TRISTE PORK KIKIN NO QUIERE JUGAR CON CHAVITO, JEJEJEJEJEJEJEJEJEJEJEJEJEJE.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Lo que creyeran algunos judios es irrelevante, ademas ¿quien te dijo que un judio no se contradecia? Deberias demostar eso, 2Mcabeos denostraria que hay escritos falos, demas en los escritos profeticos se dice que hasta los sacerdotes falsearon la ley ¿cuanto mas otros?
¿Cómo que irrelevante? Es relevante por la sencilla razón de que esos mismos judíos que no reconocieron la canonicidad de 2 Macabeos, en la práctica creían y practicaban eso mismo que aparece en el libro.

Sencillamente esa era la creencia de los judíos fariseos en los tiempos de Jesús, y hoy en día de los judíos ortodoxos, basados en su interpretación de (Deuteronomio 21:8) “Perdona a tu pueblo Israel refiriéndose a los vivos; a quien has redimido refiriéndose a los muertos.

¿Te das cuenta? Deuteronomio es parte de los libros de la ley, el cual Jesús reconoce como inspirado.



Mira, lo que enseña ese librucho satanico en realidad enseña algo que contradice la biblia
y eso ya lo demostre, asi que lee lo que respondi en otros post.
Basado en lo que dices, aquí te veo falto de argumentos sólidos ante lo que te dije sobre los sacrificios espirituales aceptables a Dios (1 Pe. 2:5), tales como las alabanzas y los actos de bondad (Heb. 3:15-16). Aparte de tu opinión personal, hasta el momento no has demostrada que el libro sea satánico.



Bueno los difuntos estan en un lugar y de alli no los saca nadie.Despues de la muerte el juicio (Hebreos 9:27)

¡Qué bueno! Veo que no contradices la acción del apóstol Pablo de preocuparse por el alma de un difunto con una breve oración (un pequeño sacrificio espiritual acceptable a Dios):

“Que el Señor le conceda hallar misericordia del Señor en aquel día.” (2 Tim. 1:18)
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

¿quien dijo que eran parte de la escritura sagrada?

eran parte de la septuaginta, no de la escritura sagrada.

Ahora mismo los evangelicos tenemos ademas de la biblia, algun escrito, o articulo y estudios, sin que estos necesariamente sean inspirados, porque los escritos o articulos pueden fallar, lo mismo que los escritos añadidos en la septuaginta.

¿leiste las pruebas que di del canon del Antiguo Teestamento?
Ahora resulta que sí reconoces que los deuterocanónicos eran parte de la Septuagenta griega, pero pones en entredicho que ésta sea escritura sagrada. Si la usaron Jesús y los apóstoles, ¿era o no era escritura sagrada? Una de dos.



despistado, ya di varias pruebas en la que los libros historicos son parte del canin hebreo, lee el escrito de Fernando Saravi, solo voy a darte un ejemplo:
¡Ah! Y yo que pensé que nos estabamos concentrando en la frase de Jesús, “la ley, los profetas y los salmos.” Ahora resulta que debemos enfocarnos en la persona de Fernando Saravi y su comentario sobre el canon hebreo.

Ya se sabe que el canon hebreo descarta a los deuterocanónicos, pero el problema con el canon hebreo es que Jesús y los apóstoles no lo usaron, sino usaron el griego, ¿cuándo vas a ponernos comentarios sobre el canon griego para variar un poco? Si la escritura hebrea era la correcta, ¿porqué entonces no la usaron Jesús y los apóstoles?



¿ah no? pues lee bien el texto que di anteriormente.

Ademas que debes dar una explicacion de todo los articulos que puse de Saravi.
En esos articulos se muestran las evidencias a favor de el canon ya establecido, internamente y externamente, aun los apocrifos reconocen esto.

Si eso que dices es verdad, entonces sólo explícame porqué Jesús y los apóstoles no usaron ese supuesto canon hebreo ya establecido, y en vez prefirieron el canon griego (la Septuagenta).
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

¿Cómo que irrelevante? Es relevante por la sencilla razón de que esos mismos judíos que no reconocieron la canonicidad de 2 Macabeos, en la práctica creían y practicaban eso mismo que aparece en el libro.

Solo pudieron poner en practica los que crian eso, pero no me estas demostrando que eso lo hacia Moises u otras personas que estaban en el pacto, ademas lo dado en la ley
Mosaica era lo que se debia obedecer y nada que lo contradijera.

¿puedes demostrar que todos los que estaban bajo la ley mosiaca guardaban lo que tu supones?

espero las pruebas, alo mucho podras decir que los que creian en 2 Macabeos lo pondrian en practica, pero ¿comome demuestras que eso lo hacian otros?

Ademas el canon no incluia ese libro, asi que solo los herejes de ese teimpo lo pondrain en practica



Sencillamente esa era la creencia de los judíos fariseos en los tiempos de Jesús, y hoy en día de los judíos ortodoxos, basados en su interpretación de (Deuteronomio 21:8) “Perdona a tu pueblo Israel refiriéndose a los vivos; a quien has redimido refiriéndose a los muertos.

tengo dos preguntas:

1. ¿puedes demostar que los redimidos son los muertos? Para que necesitan perdon los redimidos si ya estan redimidos?

2. ¿Te das cuenta? Deuteronomio es parte de los libros de la ley, el cual Jesús reconoce como inspirado.




Basado en lo que dices, aquí te veo falto de argumentos sólidos ante lo que te dije sobre los sacrificios espirituales aceptables a Dios (1 Pe. 2:5), tales como las alabanzas y los actos de bondad (Heb. 3:15-16). Aparte de tu opinión personal, hasta el momento no has demostrada que el libro sea satánico.

aclaraciones:

el perdon en la biblia solo se hacia por medio del arrepentimiento
el perdon debia hacerse por derramamiento de sangre, no por limosnas como dice Tobit

Si era suficiente las limosnas y demas bondades, entonces por demas murio Cristo, pues las obras quitarian el pecado.


¡Qué bueno! Veo que no contradices la acción del apóstol Pablo de preocuparse por el alma de un difunto con una breve oración (un pequeño sacrificio espiritual acceptable a Dios):

“Que el Señor le conceda hallar misericordia del Señor en aquel día.” (2 Tim. 1:18)

que bueno que reconoces que no contradigo la accion del apostol Pablo.

si las oraciones fueran necesarias por los muertos, lo haria, pero despues de la muerte es el juicio (Hebreos 9:27)


Y sobre el texto que citas, es para que lo tomes tu, porque yo ya lo tome cuando creia algunas cosas catolicas, pero ya soy libre y soy perdonado, porque me arrepenti y pue mi fe en el sacrificio de Cristo, despues de mi muerte no hay perdon.
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Ahora resulta que sí reconoces que los deuterocanónicos eran parte de la Septuagenta griega, pero pones en entredicho que ésta sea escritura sagrada. Si la usaron Jesús y los apóstoles, ¿era o no era escritura sagrada? Una de dos.

1. Los deuterocanonicos si eran parte de la septuaginta, eso siempre lo he dicho, lo que pasa es que no sabes leer y te parece que yo henegado eso, pero bueno no espero mas de ti, catolico.

2. Ya te dije que si Jesus la uso, es porque esa version era la que habia, pero nunca dijo que los deuterocanonicos fueran parte del canon, mas bien nunca los cito como libros y esmas para que la cosa quede clara,
dijo que el canon era desde genesis hasta Cronicas, en la cual no habia un solo apocrifo (MATEO 23: 29-36)

3. Todos pueden usar la version que tengan y lo que hay en el tiempo en que uno vive, es mas si yo hubiera estado en ese tiempo hubiera usado la septuaginta, pero nunca citaria un solo libro como inspirado por Dios
yeso es lo que Jesus hizo.

4. Nosotros usamos versiones que tiene articulos que aun no son verdaderos, pero estyan en nuestras biblias, pero reconocemos que lo unico infalible es la biblia, no los articulos que ponemos en las biblias.

Segun tu principio, todo lo que este en la septuaginta, pero dejame decirte que Jesus no acaptaba los apocrifos porque eran como articulos de fe, ¿porque no los cito?



¡Ah! Y yo que pensé que nos estabamos concentrando en la frase de Jesús, “la ley, los profetas y los salmos.” Ahora resulta que debemos enfocarnos en la persona de Fernando Saravi y su comentario sobre el canon hebreo.

Despistado, Saravi hace una exegesis sobre esa frase, ademas en la frase "la ley los profetas y los salmos" se habla de todo el canon.

el termino salmos solo se usa para hablar de toda la seccion de los libros poeticos...

Ahora ni siquera te atreves a refutar lo que dice Saravi, porque no puedes. Pruebas externas e internas demuestras que el canon ya estaba cerrado, aun los apocrifos o articulos de fe, aceptaban el canon
que no los incluye a ellos mismos.

Ya se sabe que el canon hebreo descarta a los deuterocanónicos, pero el problema con el canon hebreo es que Jesús y los apóstoles no lo usaron, sino usaron el griego, ¿cuándo vas a ponernos comentarios sobre el canon griego para variar un poco? Si la escritura hebrea era la correcta, ¿porqué entonces no la usaron Jesús y los apóstoles?

¿acaso me diras que si lasescritura correcta fuera el hebreo significa que el idioma griego sea falso? ¿quien dicetal cosa?
Si Jesus no uso el canon hebreo era no por cuestiones de idioma sino delo que tenian en su tiempo.

¿porque crees que Jesus y sus apostoles no usaron el canon hebreo? ¿etsbana en contra de lo que usaron sus propios hijos en epocas pasadas?
el asunto no esta en que el idioma griego sea falso, sino en los escritos deuterocanonicos. los mismosdeuterocanonicos pueden ser escritos correctamente, pero diciendo mentiras.


Si eso que dices es verdad, entonces sólo explícame porqué Jesús y los apóstoles no usaron ese supuesto canon hebreo ya establecido, y en vez prefirieron el canon griego (la Septuagenta).

No lo tenian, asi de simple. ¿estaria Jesus en contra de lo que usaron sus antepasados que por cierto eran muchos de ellos sus hijos?
ademas ¿porque los mismos apocrifos hablaban del canon hebreo como lo unico verdadero, sin que estos se incluyan?
¿porque Jesu cito desde Genesis hasta Cronicas, como el canon verdadero?
 
Re: DISACUTAMOS LOS ERRORES O SUPUESTOS ERRORES DE LOS APOCRIFOS QUE LA ICAR ACEPTA

Si bien el exacto proceso de agregado de los deuterocanónicos/apócrifos al canon hebreo por el uso de la Iglesia antigua genera muchos interrogantes, lo que queda claro es que tales adiciones carecen por completo de autoridad por parte del Señor Jesús, de los Apóstoles o de los autores del Nuevo Testamento, ni explícitamente ni por vía de ejemplo a través de citarlos como Escrituras.
En cambio, es una evidencia indirecta del canon hebreo palestino, sobre el cual a todas luces sí existía un consenso en el siglo I, el modo en que Jesús hizo referencia al primer y al último mártir según el orden tradicional hebreo:
"Por eso dijo la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y a algunos los matarán y perseguirán, para que se pidan cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, el que pereció entre el altar y el santuario. Sí os aseguro que se pedirán cuentas a esta generación." Lucas 11:49-51
Jesús se refiere aquí a todos los justos y enviados de Dios que sufrieron el martirio según las Escrituras. La frase griega apo haimatos Abel eôs haimatos Zajariou, «desde (la) sangre de Abel ... hasta (la) sangre de Zacarías» (Lucas 11:51 = Mateo 23:35) parece abarcar la totalidad de los mártires del Antiguo Testamento, desde Abel a manos de su hermano Caín, hasta el de Zacarías, que se narra en 2 Crónicas:
"Yahveh les envió profetas que dieron testimonio contra ellos para que se convirtieran a él, pero no les prestaron oído. Entonces el Espíritu de Dios revistió a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá que, presentándole delante del pueblo, les dijo: «Así dice Dios: ¿por qué traspasáis los mandamientos de Yahveh? No tendréis éxito, pues, por haber abandonado a Yahveh, él os abandonará a vosotros». Mas ellos conspiraron contra él, y por mandato del rey le apedrearon en el atrio de la casa de Yahveh." 2 Crónicas 24:17-21
Sin embargo, la referencia a Abel y Zacarías como el primer y el último mártir, respectivamente, registrados en las Escrituras no es cronológica. Hay al menos un mártir posterior a Zacarías, a saber, Urías, hijo de Semaías, quien fue asesinado en el siglo VII a.C., durante el reino de Joacim (Jeremías 26:20-24); en tanto que Zacarías había sido martirizado mucho antes, en el siglo IX a.C., durante del reino de Joás en Judá.
¿Cómo ha de entenderse entonces la referencia de Jesús a Abel y Zacarías? La amplitud de la lista de mártires no es evidente en el Antiguo Testamento de nuestras versiones modernas, pues el orden de los libros difiere del orden hebreo. En el Antiguo Testamento de la mayoría de las ediciones modernas, los libros de los Profetas van al final, comenzando por Isaías y finalizando con Malaquías. En cambio, los 24 libros del canon hebreo (que corresponden a los 39 de las Biblias protestantes) se ordenaban como sigue:
I. La Torah (Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio)
II. Los Profetas
A. Profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II)
B. Profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezekiel y los Doce (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías)

III. Los Escritos (Salmos, Proverbios, Job, Cantar, Rut, Lamentaciones, Qohélet [Eclesiastés], Ester, Daniel, Esdras-Nehemías, Crónicas I y II).
En otras palabras, aquí Crónicas figuraba al final de la lista. La abarcativa expresión de Jesús adquiere sentido cuando, en el contexto de juicio por la sangre inocente derramada, se entiende como referida al primer y último asesinato registrado en las Escrituras, según el orden tradicional del canon palestino: decir «desde Abel hasta Zacarías» era equivalente a «de Génesis a Crónicas», o sea desde el primer hasta el último libro del canon del Antiguo Testamento. Es como si hoy dijésemos, según el orden tradicional de nuestro Antiguo Testamento, «De Génesis a Malaquías». Luego estas palabras del Señor implícitamente corroboran el canon hebreo, y no el llamado alejandrino.