Apreciado smm:
Aunque nos asiste derecho a creer a cualquiera y cualquier cosa, como nos venga en gana, los hijos de Dios “sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo” (1Jn 5:20). En este tiempo, y desde aquel Pentecostés (Hechos 2), la persona asignada por el Hijo y el Padre con autoridad para guiarnos a toda verdad, es el Espíritu Santo (Jn 16:13-15), cuya unción tenemos, de modo que no necesitamos que nadie nos enseñe mentira alguna (1Jn 2:27). Cuando el Señor en su segunda venida aparezca, seamos transformados y arrebatados al encuentro con Él en las nubes (1Ts 4:17), ante el advenimiento de “lo perfecto” se acabará lo parcial de nuestro actual conocimiento (1Co 13:10).
1 – Jamás insinué siquiera que la presciencia divina exima al hombre de responsabilidad. Tan sólo digo que las transgresiones del hombre a sus mandamientos nunca alcanzan a frustrar la voluntad de Dios, pues su propósito original es inalterable y ninguna de sus criaturas podría malograrlo. Que Dios permita que el hombre peque contra Él, no supone condescendencia de su parte, ni que ahora deba elaborar un plan B. Es insondable el misterio de su soberana voluntad cuando ocurren cosas que ahora no nos explicamos; pero lo que ahora no entendemos, podremos entenderlo después (Jn 13:7). La cita que das de Gn 6:5 no refiere al Edén sino a la excesiva maldad de los antediluvianos, aunque el pesar de su corazón comenzara con la primera transgresión de Adán y Eva. El disgusto de Dios por cada pecado de cada hombre es ajeno al factor sorpresa, que afecta a hombres pero nunca a Dios.
a) Tienes razón. Cualquier interpretación particularmente mía de la Escritura puede ser tan incorrecta como la de cualquier otro. Por eso procuro leer la Biblia con oración, confiando en la guía del Espíritu de verdad. A veces me equivoco, y Dios usa entonces a otro hermano para que me advierta del error. El problema está únicamente con los incorregibles que jamás admiten haberse equivocado aunque sus errores sean expuestos en toda su fealdad por el concluyente testimonio de las Escrituras. No quiero engañarme a mí mismo confiando en una autoridad que no tengo, y mucho menos en la de ningún otro que de pretender tenerla eso lo desautorizaría más todavía. Pero la Palabra de Dios y el Espíritu Santo que la inspiró se llevan bien, y sólo aspiro a jamás alzar mi mano para manipularlos, sino a inclinar mi cabeza sometiéndome en obediencia.
b) Todo cuanto he dicho en este apartado continúa en pie, y con apenas negarlo no lo refutas. Insistes con que Juan debió seguir a Jesús, cuando todas las citas que hablan de su misión indican que debía precederle, no seguirle. ¿Acaso no precedió también Juan a Jesús en su muerte cuando era todavía un hombre joven? Tan de mala gana el rey Herodes consintió en su muerte como Pilato a la de Jesús.
c) Aquí aseveras que: “Juan no murió por defender a Jesús como Mesías, sino dudando si lo era o si debían esperar a otros. Esa es la realidad que se desprende de los evangelios.”. Con lo que dices debo colegir entonces que para ti ¡Juan se mantuvo todavía dudando tras el regreso de sus discípulos y escuchar sus elocuentes testimonios! Yo descarto la duda de Juan desde antes de mandar consultar a Jesús con su pregunta; ¡pero tú la mantienes aún después de recibida la concluyente respuesta!
d) Tras la cita de Jn 1:31-34 dices:
“Cuando Juan dice “Yo no le conocía” ¿Acaso no expresa su estupor de que Jesús –su primo al que sí conocía- fuese el Mesías, al que no era digno de desatar sus sandalias?”.
Respondo: no, nunca hubo el tal estupor. Lo que dijo Juan de Jesús (“Yo no lo conocía”), podría yo decir de algunos primos míos, que habiendo pasado mucho tiempo sin verlos, de cruzarme con ellos por la calle ni cuenta me daría. Una cosa es saber algo de un familiar; otra, poder reconocerle al verle. Te olvidas de un texto con que concluye el relato de Lucas sobre el nacimiento del Bautista: “El niño crecía y se fortalecía en espíritu, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel” (1:80). Siendo que su padre Zacarías oficiaba su sacerdocio en el Templo en Jerusalén, y que vivían en una ciudad de Judá (v.39), estaban a mucha distancia de Nazaret, en la Galilea, donde vivía Jesús con su familia. Juan el Bautista se presentó predicando en el desierto de Judá (Mt 3:1), y fue junto al Jordán donde se encontraron; adonde Jesús llegó procedente de Nazaret de Galilea (Mr 1:9). La señal que Dios mismo le había dado a Juan para reconocer al Mesías (el Cristo, el Cordero, el Hijo de Dios), era el descenso y permanencia sobre Él del Espíritu Santo (Jn 1:32-34). La distinta misión que cada cual tenía de Dios, era más importante y trascendente que cualquier vínculo sanguíneo. Este conocimiento que ahora tenía Juan de Jesús excedía al del parentesco.
e) La falta de extrañeza en Jesús al oír la pregunta que le enviaba Juan, y que no aprovechara la retirada de sus discípulos, para hablando de Juan, no dejar traslucir su tristeza por las dudas del Bautista, sino por lo contrario, encomiarlo, da a pensar que captó de primera la intención de quien formulaba la consulta: eran los mensajeros y demás discípulos del Bautista los que todavía no habían percibido quien realmente era Jesús de Nazaret. Ahora, su convencimiento contagiaría a los demás. Jesús no necesita preguntarles si ellos creían o no, o si todavía dudaban (Jn 2:25). Que expresamente les mandara “haced saber a Juan lo que habéis visto y oído” (Lc 7:22) no era un salvavidas a una fe de Juan próxima a naufragar, aunque sí una confirmación que confortaría al presidiario.
f) Yo no veo contradicción alguna entre la negación del Bautista a la pregunta de si él era Elías (Jn 1:21), y el testimonio positivo de Jesús en tal sentido en Mt 11:14 y 17:10-13. Esto se explica en las propias palabras del ángel a Zacarías: “E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1:17). Moralmente prefigurada en la persona y misión de Juan, la venida literal de Elías es todavía futura (Mt 17:11). Las personas de Elías y Juan son distintas, pero el poder de Dios operando en sus vidas y ministerios es el mismo.
No mentí cuando negué en este Foro que yo fuera pastor (en el sentido que vulgarmente se entiende), aunque hice y hago cuanto los pastores hacen salvo título, cargo y sueldo.
“To be or not tu be” difiere entre la realidad personal y la apreciación ajena.
Concluyes diciendo: “decidieron que Jesús estaba mintiendo”. No solamente desconozco donde la Biblia dice tal cosa, sino que ni siquiera recuerdo declaración alguna que remotamente haga pensar que alguien insinuó siquiera lo que afirmas.
Cordiales saludos.
Ricardo.