En la iglesia hay diáconos, presbíteros y obispos. Algunos de esos obispos por causas históricas y políticas ostentaron cierta primacía espiritual como primados de la Iglesia, siendo primados los obispos de Roma, Constantinopla, Jerusalem, Antioquía y Alejandría. Así se configuró la iglesia por mil años.
Los primados no podían jamás interferir en los asuntos de los obispos de diócesis ajenas a las suyas, así legislaron los concilios ecuménicos de la Iglesia, estableciendo la absoluta independencia de cada obispo reunido en sínodo. Tan sólo el concilio ecuménico podía tener autoridad sobre cada obispo.
Los primados sólo ostentaban cierta autoridad espiritual sobre otros obispos de menor categoría, pero por no ser más que obispos, no podían injerir en sus asuntos propios, sínodos o decisiones particulares.
¿De dónde sale entonces la tiranía papal y los cardenales?
El obispo de Roma, patriarca de las iglesias occidentales, acabó por imponerse como un rey en la iglesia, injeriendo en los asuntos propios de los obispos de sus provincias y convirtiéndose en una cabeza autoritaria de una iglesia que antes de que se implantase el ritual romano era diversa y plural. No conforme con ésto quiso implantar su autoridad y poder sobre los otros cuatro patriarcados, quienes muy a su pesar se vieron obligados a romper toda relación con el papado, así nacieron los ortodoxos. Al mismo tiempo cinco siglos más tarde los ingleses también reaccionaron contra la tiranía papal rompiendo con la iglesia romana y recuperando su antigua liturgia e independencia episcopal, así nace la Iglesia Anglicana, que no es como dicen los católico-romanos la creación del rey de Inglaterra, sino una iglesia que ya harta de las injerencias papistas en sus asuntos acabó por romper, el caso particular del monarca vino siendo la gota que colmó el vaso y la oportunidad ansiada de que el poder político permitiese la rotura y reforma de la Iglesia.
Campando a sus anchas los papas rompieron con todo el derecho canónico de los concilios ecuménicos de la Iglesia y establecieron modos extraños e ilegítimos de control de los obispos, siendo ordenados éstos por el papa y siendo el papa ordenado por un colegio de cardenales (los curas de las iglesias de Roma) que no encuentra analogía posible en la fe ortodoxa.
Y no contentos con secuestrar a la iglesia y a sus obispos, los papas acabaron por someter la misma autoridad de los concilios bajo sus pies, pisando de este modo todo el derecho inspirado que conformó siempre a la Iglesia y además blasfemando contra el Espíritu Santo al arrogarse el don de la infabilidad en la persona del Papa, don que sólo pertenece al Espíritu Santo. De esta guisa, también algunos obispos romanos se separaron de la impiedad de Roma formando la Unión de Utrech, actualmente en plena comunión con la Iglesia Anglicana.