Re: Don Profetico Adventista en Crisis e Historia Adventista
Estimado javierandrés. Saludos cordiales.
Tú dices:
¿Elena de White la luz menor para alumbrar la luz mayor?
Respondo: Al igual que Juan el Bautista, Ellen White cumple la misión de mensajera del Señor. No es que la luz menos alumbre a la luz mayor, pero sí sirve para guiar al pueblo hacia la Biblia, cuando uno lee el Conflicto de los Siglos, el Deseado de todas las Gentes, el Camino a Cristo u otro de estos interesantes libros, deseará estudiar más a fondo la Biblia y amar más al Autor de las palabras de vida.
¿Sabiás que Juan era una antorcha que alumbraba?
A diferencia del llamado de Moisés, Juan el Bautista no fue llamado a asumir una posición de liderazgo. La misión que Dios le encomendó fue preparar el camino para Aquel que vendría después de él. Juan se mostró contento con su papel secundario y dispuso su vida cumplir esta misión.
«¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta... Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el bautista» (Mt. 11:7-11). A él le fue encomendada una de las tareas más importantes de todos los tiempos: la de presentar al Mesías al mundo. En Juan estaban combinadas todas las importantes cualidades del verdadero profeta.
No se ha levantado otro mayor.
Ver com. Luc. 1: 15. En carácter, en convicción y en fidelidad, ningún otro profeta había sobrepasado a Juan el Bautista. Además, ningún profeta había tenido mayor privilegio que el de ser el heraldo personal del Mesías en su primera venida (DTG 74-75). Con toda probabilidad, cualquiera de los profetas del AT habría sacrificado alegremente todos sus privilegios a cambio del supremo privilegio de presentar a Cristo al mundo. Al igual que Abrahán, todos habían esperado el día cuando Cristo habría de venir, y se alegraban aun de verlo por fe (ver com. Juan 8: 56).
Cristo acaba de proclamar a Juan como el mayor de todos los profetas (ver com. vers. 11). Era el mayor en el sentido de que tuvo el privilegio de anunciar la venida de Aquel de quien todos los profetas habían dado testimonio (Luc. 24: 27; Juan 5: 39, 46).
Cristo confirma el hecho de que Juan el Bautista era aquél de quien profetizaron Malaquías (cap. 3: 1; 4: 5-6) y también Isaías (cap. 40: 3-5).
Es aquel Elías.
Juan no era Elías traído del cielo (Juan 1: 21), pero vino, más bien, "con el espíritu y el poder de Elías" (ver com. Luc. 1: 17), con una tarea similar a la de Elías: la de llamar a los seres humanos al arrepentimiento (ver com. Mat. 3: 2).
A diferencia de Moisés, Juan el Bautista no recibió de Dios poder para hacer señales milagrosas para aumentar su popularidad o para acreditar su ministerio.
El hombre enviado de Dios
«Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. Juan no era la luz sino para que diese testimonio de la luz» (Jn. 1:6-8). El hombre a quien Dios utiliza, en primer lugar es un hombre que vive consciente, veinticuatro horas al día, de su irresistible vocación divina. «Fue un hombre enviado de Dios.»
En Juan 5:55, leemos: «Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él dio testimonio de la verdad».
Refiriéndose a Juan, Jesús dijo: “Él era antorcha que ardía y alumbraba y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz” (Juan 5:35).
Dijo el Señor: «Y vosotros quisisteis regocijaros por un poco de tiempo en su luz».
El evangelio de Juan habla de Juan el Bautista como una antorcha que alumbraba a muchos que buscaban su luz.
El libro de Santiago dice: "mira cuán grande incendio puede originar una pequeña llama...", algunas versiones dicen un pequeño fósforo.
Su ministerio fuertemente cargado de una palabra que despertaba convicción de pecado. Irónicamente lo que en él alumbraba. Era La Palabra, y por lo que leemos en el relato de Juan, sus palabras estaban respaldadas por su vida. Un hombre consciente de su llamado, “Yo soy solo una voz que clama en el desierto [...]El que viene detrás de mi, del cual no soy digno de desatar la correa de su calzado, el os bautizara en el Espíritu Santo y fuego” y al encontrar al que era el motivo de su prédica dijo: “Es necesario que El crezca y que yo mengüe” Podríamos decir que el principio de la Antorcha nace en nuestro interior. Cuando el Señor dijo: “Mira que la luz que hay en ti no sean tinieblas.
Juan 3:26 al 33 «Y vinieron a Juan y le dijeron: Maestro, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Juan dijo: Mira, el hombre no puede recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye se goza grandemente a la voz del esposo; así pues este mi gozo está cumplido». Lean cómo termina el discurso del precursor: «Es necesario que él [Jesucristo] crezca, pero que yo [Juan] mengüe». Es un hombre que en verdad deja de ser para que Jesucristo sea, es un hombre que muere, para que Jesucristo viva.
«¿Quién eres?» Cuando vieron que Juan estaba en la cúspide de su misión, dijeron los enviados: «
¿Eres tú el Cristo, eres tú Elías, eres tú el profeta?» No, no, no, dijo el precursor a tales interrogantes. «
Pues entonces ¿quién eres? Dinos para que demos testimonio de ti a los que nos han enviado». Dijo él: «
Yo soy una voz». Esto es, yo soy tan sólo un sonido que pasa, una expresión que va a desaparecer, eso soy yo.
Eran muchos los que lo seguían, pero su misión no era llamar a hombres para que fuesen detrás de él.
Él era heraldo del Rey de reyes y del Señor de señores; él era el precursor que iba delante de su faz, el que iba preparando el camino para que en él transitase el Señor Jesucristo.
“
Viene tras mí el que es más poderoso que yo”, predicaba Juan, “a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado” (Marcos 1:7).
Aun sin que podamos ver ninguna obra portentosa hecha por él. No hay sanidades, ni milagros, solo una voz que clamaba en el desierto. Pero, claro, ¡Qué voz! La que anunciaba el camino de la venida del Mesías…
Y cuando Jesucristo apareció, apuesto y hermoso, señalado entre diez mil en las márgenes del río Jordán, el bautizador lo contempló y dijo: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». De inmediato se fue tras el telón, desapareció.
“Este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengue” (Juan 3:29,30).
Cuando Jesucristo comenzó a crecer, Juan empezó a menguar; cuando Jesucristo comenzó a ser, él empezó a dejar de ser.
Dios utiliza en la tarea evangelística y misionera a los hombres y a las mujeres que dejan de ser para que Cristo sea, que le dan toda la gloria, el honor, y el imperio al Señor Jesucristo.
«Y se fue de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde primero había estado bautizando Juan; y ahí se quedó. Y muchos venían a Él y le daban este testimonio: Juan [el precursor, el bautizador, el heraldo del Rey], Juan a la verdad ninguna señal hizo; pero todo, [absolutamente todo] lo que dijo respeto de éste [Jesús], era verdad» (Jn. 10:40-42).
La pasión que Juan sentía por el Señor le consumía y, al arder por Cristo, su vida alumbraba y calentaba a los que le rodeaban. Una vida cristiana apasionada y llena del Espíritu es muy atractiva y aún contagiosa. ¿Y usted qué? ¿Será que los que le conocen usarían la palabra “apasionada” para describir su vida cristiana? ¿Será que su manera de vivir y de hablar enciende el amor por Cristo en los corazones de otros? Aquellos hombres privilegiados que caminaron con Jesús hasta Emaús exclamaron “¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lucas 24:32). Sólo una verdadera comunión personal con Cristo pone a arder nuestro corazón. Que Cristo sea la pasión de nuestra vida.
Él "hace a sus ministros llamas de fuego" Sal.104:4
El cristiano debe reflejar la luz de Cristo: «
Entre los cuales resplandecéis como luminares en el mundo», afirma el de Tarso. «
Alumbre vuestra luz delante de los hombres», dijo el Señor.
Normalmente los humanos le damos mucho valor a lo temporal. Apreciamos los aplausos y elogios de nuestros semejantes. Pero la aprobación de los hombres sólo vale algo si estos hombres valen algo. ¿Y qué valor pueden tener estos hombres? “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (Santiago 4:14). La Palabra de Dios es clara: “
Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
Es posible que los hermanos con quienes nos congregamos nos describan como “doctrinalmente profundos y muy espirituales”.
Pero… ¿qué piensa el Señor Jesucristo de nosotros? Lo que somos ante los ojos de Dios eso es lo que somos en realidad. ¡Nada más
Juan el Bautista sirvió de puente entre el AT y el NT (DTG 191-192). El AT termina con la profecía de que él vendría (ver com. Mal. 3: 1; 4: 5-6), y el NT comienza con el registro del cumplimiento de esa profecía (Mat. 3: 1-3; Mar. 1: 1-3). Los mensajes proféticos del AT se centralizan en la venida del Mesías y en la preparación de un pueblo listo para recibirlo (Mat. 11: 13-14).
En Juan, lo antiguo llegó a su apogeo y dio lugar a lo nuevo. La misma generación que escuchó a Juan también fue testigo de la venida del Mesías y del establecimiento de su reino. Además, fue esta misma generación la que finalmente vio cumplirse plenamente todo lo que los profetas del AT habían predicho acerca de Jerusalén y de la nación judía (ver com. cap. 23: 36; 24: 15-20, 34).
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo.