Zozobras en la barca

Bart

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24 Enero 2001
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Mensajes desde Centenario

Los dos relatos de Mateo sobre la barca en el mar embravecido nos traen algunas luces acerca del por qué de las dificultades en la vida del cristiano, y en la iglesia local.

<center>Zozobras en la barca
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Eliseo Apablaza F.

Lecturas: Mateo 8:23-27 y Mateo 14:22-33.

Nos ha llamado la atención que en un mismo libro de la Biblia -en este caso, Mateo- se narren dos episodios tan parecidos en el ministerio del Señor Jesús sobre la tierra. Juan nos dice que el Señor hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales -si se escribieran una por una- ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir.

Habiendo tantas cosas que el Señor realizó y que se podían haber escrito, ¿por qué hay dos episodios tan parecidos, que casi son una repetición el uno del otro? Quisiera que tuviéramos en mente ambos episodios, que pudiéramos compararlos y extraer de ellos algunas enseñanzas.

Dos episodios parecidos pero diferentes

En el episodio del capítulo 8, vemos que el Señor iba en la barca con sus discípulos cuando se desata la tempestad. El Señor duerme, ellos se asustan, lo despiertan y piden ayuda. El Señor se levanta, reprende a los vientos y al mar, se hace una gran bonanza y los discípulos quedan maravillados, preguntándose: "¿Qué hombre es éste, que aún los vientos y el mar le obedecen?".

En el segundo episodio, en cambio, el Señor no está con ellos cuando se desata la tempestad. Están solos. Y hay otra diferencia notable: cuando el Señor se acerca caminando sobre las aguas, era la cuarta vigilia de la noche. Esto indica que el tiempo que ellos estuvieron en la barca azotados por la tempestad fue bastante prolongado. Ese día el Señor había multiplicado los panes y los peces, la gente había comido, se había saciado, y estaba tan maravillados por el milagro que habían querido hacerle rey (Juan 6:14-15). Entonces, él apresuradamente les dice a los discípulos que suban a la barca y vayan a la otra ribera, mientras él va al monte.

La cuarta vigilia de la noche era la última, entre las tres y las seis de la mañana. De manera que la travesía, desde el anochecer hasta casi el amanecer, con esa tempestad terrible, fue aún más traumática que la primera. En la primera, el Señor iba con ellos, en cambio ahora no estaba con ellos. En la primera, una vez que se desató la tempestad, los discípulos despertaron al Señor, él acalló el viento, y se produjo la paz. Aquí, en cambio, pasan horas y horas en verdadera agonía. El Señor no estaba con ellos.

Ahora bien, nosotros sabemos que en las Escrituras el mar simboliza al mundo, con toda su agitación, sus problemas y dificultades. La barca en que van los discípulos con el Señor, puede interpretarse como el corazón del creyente, donde el Señor ha venido a morar. Muchas veces el creyente se ve como esa barca siendo azotada por las olas en el mar tempestuoso. Y también puede simbolizar la iglesia, donde está el Señor con sus íntimos. También la iglesia se ve a menudo azotada por las olas del mar embravecido.

Algunas lecciones

¿Qué nos sugieren entonces estas dos travesías? Cuando nosotros comenzamos a caminar con el Señor, las tempestades que vienen todavía son pequeñas, y él, sabiendo nuestra debilidad, conociendo nuestra flaqueza, se asegura de estar allí a mano, de tal manera que apenas nosotros lo despertamos para que nos socorra, él se levanta y con su voz imperativa acalla la tempestad y se produce la bonanza. ¡Cuántas veces lo hemos vivido así!

El hecho de que aparezca ese segundo episodio más adelante -cuando se supone que los discípulos ya han aprendido algo, tienen más tiempo de andar con él-, nos sugiere que a medida que avanzamos en nuestro caminar con el Señor, suelen venir situaciones más difíciles. Entonces pareciera ser que el Señor nos deja solos por momentos, para que suframos lo que significa estar expuestos al azote de las circunstancias, del mundo que nos agobia, y parece que ya nos va a inundar, que nuestra vida va a zozobrar o que la barca -la iglesia- se va a hundir.

A medida que vamos avanzando con el Señor en esta travesía por el mar que es el mundo, vamos pasando experiencias cada vez un poco más difíciles, en las cuales aun parece que perdemos de vista al Señor. Antes le podíamos ver dormido en nuestra casa; ahora parece que no está. Es una larga noche expuestos a los vientos y al mar huracanado.

Hay otra cosa que llama la atención también en estos pasajes. Si bien es cierto que algunas dificultades que viven los hijos de Dios se deben a ellos se apartan del Señor, noten ustedes que en estos dos episodios los discípulos van en el camino correcto. En el primero, el Señor va con ellos. En el segundo caso, él les señala la dirección y les envía adelante. Ellos no se han extraviado. Esto nos sugiere que algunas experiencias dolorosas no las vivimos porque nos hayamos apartado del Señor, o porque estemos en rebelión contra Dios, sino porque él, en su perfecta voluntad, las permite. Así pues, la tempestad se desató cuando iban en el camino correcto.

En el momento que lo estamos viviendo parece difícil de aceptar y de entender. Entonces surgen dudas: "¿Estaré haciendo bien? ¿No me habré apartado? ¿No será que mi corazón engañoso me está jugando una mala pasada sin que yo me dé cuenta?". O, lo que es peor, a veces surgen pensamientos como éstos: "¿Habrá dejado de cuidarme? ¿Se habrá cansado de mí, dejándome solo, expuesto a todas las inclemencias?". Es posible que hayan subido pensamientos como estos a tu corazón en ocasiones difíciles.

Creo que lo peor que nos podría pasar sería dudar de la bondad y del amor de Dios. Eso equivaldría a aceptar la sugerencia del enemigo, que nos dice: "Él ya no te ama, se olvidó de ti; ya no está contigo, se apartó hace mucho rato de tu vida. Por eso no lo sientes, por eso no lo ves. No está ni siquiera durmiendo ahí, apoyado sobre el cabezal". Entonces nos hace bien pensar que estamos en el camino que el Señor nos trazó. Él no podría engañarnos, no podría desear nuestro mal. Si algún azote o alguna tempestad viene, es por alguna razón.

En la primera travesía, el Señor habla con voz autoritaria, reprende a los vientos y al mar y se hace grande bonanza. ¡Qué impresionados estaban los discípulos! Ellos estaban aprendiendo a andar con el Señor. ¡Qué hombre más poderoso! Incluso el comentario que hacen al final es: "¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?". Están impresionados por su poder. El poder es algo que impresiona mucho al hombre. Sin embargo, en el segundo episodio, el Señor tan sólo entra en la barca, y se calma el viento. No hay palabras de poder, no hay ningún uso de autoridad. Simplemente la presencia del Señor en la barca detiene el oleaje, y produce la paz.

Hermanos, nosotros debiéramos valorar mucho más lo que significa que el Señor esté en nuestra barca. Esto hoy día no es suficientemente valorado en la cristiandad. Cristo en nuestra barca, en nuestro hogar, en la iglesia, él es todo suficiente. Toda necesidad se suple cuando él está. El cielo es cielo porque el Señor está allí. El infierno es infierno porque el Señor no está allí. El incrédulo debería decir: "Mi casa es un infierno porque el Señor no está aquí". Y el religioso debería decir: "Mi iglesia es un caos porque el Señor no está aquí". Es el Señor quien hace la diferencia.

Los discípulos han avanzado, han crecido un poco, han madurado. Ya no necesitan ver que el Señor se levanta para hacer callar el mar. Basta que el Señor entre en la barca, y es suficiente.

¿Los milagros de Cristo o Cristo mismo?

Es bien interesante la figura de Pedro en este segundo episodio. Leí un comentario bíblico cuyo autor elogiaba a Pedro por su osadía, diciendo: "He ahí por qué Pedro era tan amado por el Señor y era el principal de los apóstoles". Yo no sé si elogiarlo por su valor cuando le dice al Señor: "Si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas". Este es un Pedro que quiere vivir el milagro de andar sobre las aguas. Él no sólo se conforma con ver el milagro, sino que quiere ser protagonista del mismo. ¿Es un Pedro osado solamente, o también vanidoso?

La osadía de Pedro no sirvió de mucho. Noten ustedes que cuando Pedro va caminando y se comienza a hundir, el Señor le extiende la mano. En todo ese largo momento en que Pedro seguramente sintió que las aguas se abrían y lo tragaban, el viento no se detuvo. El viento se calmó sólo cuando el Señor entró en la barca. La osadía de Pedro es una virtud harto discutible aquí, porque ella no le sirvió para caminar sobre las aguas: sólo le sirvió para hundirse. El Señor lo sacó a flote, no su osadía.

Y hay otra cosa interesante al final de este segundo pasaje. Cuando él sube a la barca se calma el viento. "Y entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios". Noten lo diferente de esta reacción, a la que tuvieron la vez primera ("¿Qué hombre es éste...?").

Amados hermanos, antes de creer, nosotros éramos muy susceptibles a las señales visibles, a los hechos portentosos. Éramos una réplica de Tomás. "Si tú me muestras, entonces creeré". Muchos discípulos seguían al Señor Jesús por las señales que hacía. También nosotros, cuando recién comenzamos a caminar, éramos muy susceptibles a ver grandes maravillas y cosas portentosas. Sin embargo, en este segundo episodio, que es como una segunda etapa en el crecimiento y la madurez del creyente, lo único que se dice es que el Señor entró para estar con ellos, y eso trajo la paz.

En el primero, el Señor tuvo que gritar; en el segundo no hizo nada. Sólo subió a la barca. ¿Dónde exhibió más poder el Señor? Evidentemente, la segunda vez. Ni siquiera fue necesario hablar. Pero ese hecho desató en los discípulos una admiración tal que vinieron y se postraron delante de él, diciendo: "Verdaderamente eres Hijo de Dios".

Una experiencia más profunda con Cristo

A los cristianos que están comenzando les resultaría difícil aceptar que ante una dificultad el Señor no acudiera inmediatamente en su ayuda. Por eso él trae el socorro de inmediato. Pero cuando avanzamos un poco en el camino de la fe, a veces vienen largas horas de espera, de preguntas, de turbulencia, largas horas de oscuridad. La barca se queda a oscuras, esa noche no hay luna ni estrellas. Sólo preguntas sin respuesta, problemas sin solución, callejones sin salida. Sin embargo, en el momento preciso, a la cuarta vigilia de la noche, el Señor viene.

En un pasaje análogo en el evangelio de Marcos dice: "Viéndolos remar con gran fatiga, él se acercó...". ¿Has estado remando con gran fatiga, hermano, hermana? ¿Has estado remando con gran fatiga y ya no das más? ¿Estás extenuado? ¿La noche está tan oscura que no ves absolutamente nada? ¿Sabes por qué te ha ocurrido eso? Porque tú ya has caminado algún tiempo con el Señor, y es preciso que tú experimentes la soledad, la agonía de tus fuerzas, y experimentes lo que significa estar sin él.

Esto ocurre así, para que, cuando venga su socorro, cuando él te saque del abismo, cuando él rompa tus cadenas, entonces tú puedas postrarte ante él y decirle: "Hasta ahora, te había visto como uno que podía expresar su poder en la más mínima dificultad. Pero ahora que me hiciste esperar, ahora que no tenía explicaciones, que se amontonaron tantas cosas sobre mí, que nadie me podía explicar por qué todos los vientos se desataron a una contra mí. Ahora, al comprobar que no soy nada sin ti, pero que tu sola presencia es suficiente, ahora reconozco que tú eres el Hijo de Dios".

Y entonces sentirás que el Señor te dice: "Ya habías caminado lo suficiente conmigo; ahora podías soportar un poco más. Quise probar tu fe, depurarla, para que no esté anclada en los milagros, sino en mí y sólo en mí".

Cuando las multitudes seguían al Señor por las señales que hacía, él no se confiaba de eso. ¡Cuántos le siguieron después que él multiplicó los panes! Pero bastó que él les dijera: "El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí", y la mayoría de ellos se fue.

Amados hermanos, la barca tuya tal vez esté en el medio del mar azotada por las olas, el viento es contrario, y estás muy fatigado. Pero míralo a él. Él viene caminando sobre las aguas. No es necesario que tú intentes caminar sobre las aguas. No, simplemente invítalo a venir. Dile: "Señor, aquí está mi barca. Sin ti está vacía, sin ti es como una caja de fósforos en un océano desatado, inclemente. Si tú vienes, Señor, y te subes a ella, todo estará bien".

Amén.

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