Yo enseñaba amar más a las criaturas que al Creador
"Y acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Marcos 12:28-31).
Un día, aún como sacerdote y misionero católico en Angola (África), llegué de mi misión del interior para pasar algunos días en Luanda, la capital del païs. Como siempre, decidí visitar a mis amigos polacos en una misión cerca de la ciudad. Esa misión Kifangondo queda entre el pueblo de Kimbundo junto al famoso santuario de San Antonio.
Aquel día estaba frente a la casa de la misión, cuando se acercaron dos mujeres de mi antigua parroquia de Cristo Rey, de la capital de Luanda. Después de saludarlas y oírlas hablar que habían venido para pedirle "esto y aquello", bromeando les pregunté: ¿pero, por qué ustedes no fueron pedírselo a Cristo Rey, en la iglesia de la parroquia cerca de su casa?
Una de ellas respondió: "Venimos para acá, pues San Antonio es más poderoso que Cristo Rey".
Aquel día no hice nada para negar, para explicar, para defender a Jesús y mostrar el gran engaño en la manera de pensar de esas dos mujeres. Pasaron los años y viví momentos parecidos en diferentes lugares de Angola, Brasil, Cuba y Polonia.
Muchas veces con mis devociones y predicaciones yo mismo llevaba a las personas a pensar que "ése u otro santo o ángel" es tan poderoso que sólo él puede ayudarnos, solucionar delante de Dios nuestros problemas, proteger las personas, los lugares y a aquellos que amamos. Leía la Biblia, discutía con los evangélicos, pero siempre tuve buenas respuestas con la ayuda de libros y de la tradición católica, para defender la posición mía y la de los católicos referente a la veneración de María, santos o ángeles. Bendecía los cuadros, estatuas, rosarios, medallas y otros objetos de devoción popular.
Hacía fiestas de los santos, predicaba la especialidad de cada uno (por ejemplo, en Brasil: Santa Eduvigis, patrona de los adeudados; Santa Bárbara, invocada contra los rayos y tempestades; San Blas, enfermedades de la garganta; Santa Lucía, enfermedades de los ojos...etc..ete...). Rezaba con el pueblo novenas, hacía propaganda de escapularios y de diferentes medallas milagrosas, incentivaba a las comunidades para que escogiesen algún santo patrono o un título de María, etc.etc...
Yo creía que era la voluntad de Dios para que las personas confiaran: 1.- en diferentes "santas" criaturas (santos, ángeles, María de Czestochowa, Muxima, Guadalupe etc.); 2.- en diferentes objetos, como la fuente de la gracia de Dios (las imágenes milagrosas, aguas benditas, diferentes reliquias, etc.).
Pero llegó un día que debía predicar sobre el pasaje del Evangelio que encabeza este artículo. Era normal que sobre el amor de Dios ya había predicado muchísimas veces, como también lo había oído en muchas otras predicaciones. Pero esa vez fui tocado por una sensación de pequeñez acerca de todo lo que es creado y de la enorme exigencia de Dios, para solamente Él ser por mí y por todos amado con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas...
De repente, mirando al pueblo y a las imágenes que estaban delante de mí, tuve la sensación de que existía algo muy errado en mi vida sacerdotal. Pasó todavía bastante tiempo hasta poder entender que cada vez que oraba a las criaturas humanas o espirituales, o confiaba en el poder de los objetos, ¡dejaba de orar y confiar en la presencia, en el amor y en el poder de Dios! No todos somos como aquellas dos angoleñas. Para nosotros Cristo Rey es más poderoso que cualquier santo. Pero también puede ser que nosotros los cristianos, tanto católicos como ortodoxos, y muchos ¡evangélicos!, estamos acostumbrados a que, para conseguir algo de Dios, debemos usar las criaturas: María, los santos, los ángeles, dar ofrendas, pagar los diezmos, encender velas, etc. ¿Dios no nos ayudaría solamente por Su amor, y por amarle a Él de todo corazón, con todas nuestras fuerzas...?
Yo necesité mucho tiempo para entender, cómo las "santas" criaturas me apartaban del Creador que es puro amor.
Ustedes, que están leyendo estas palabras, por favor, piensen sinceramente: ¿para amar y ser amado de verdad es o no es necesaria una total confianza mutua? Si nosotros amamos a Dios, entonces, ¿de qué tenemos miedo? ¿Tenemos miedo de que Dios, que es Amor (1 Juan 4:8,16), no va atendernos, sin ayuda de los "santos", ángeles, reliquias, diezmos dados con la intención de recibir algo a cambio?
Amigos, ¡sigan los mandamientos de amor a Dios y al prójimo! ¡Amen a Dios de verdad y confíen que ustedes también son por Él amados! Y no olviden, ¡"en el amor no hay temor" (1 Juan 4:18), tampoco un temor de que Dios podría no oírnos directamente!
Ama a Dios, ora solamente a Él en Cristo y olvida toda esa invención de los hombres de las iglesias, quienes te enseñan que es necesario dirigirse primero a las criaturas, para ser atendidos por Dios. Cada vez que usted se dirige a María, deja de dirigirse al mismo tiempo a Dios. Cada vez que usted se dirige a los "santos" o ángeles, deja de dirigirse al único Dios Todopoderoso, Omnisciente y Omnipresente. Cada vez que usted ora pidiendo la ayuda de criaturas humanas, angelicales u objetos sagrados, deja de creer en la amorosa presencia de Dios, en Dios Amor, que es, en ese momento, despreciado por usted.
Perdóname, Señor, mi pasado. Perdóname la ignorancia y la mala voluntad.
Perdóname todas la predicaciones en las que ensalzaba a Tus criaturas en vez de ensalzar solamente Tu amorosa presencia.
Perdóname por llevar tantas personas a la devoción a María, a los "santos" y ángeles, y no a una total entrega a Ti, a Quien esas personas deberían dirigirse con sus alabanzas, agradecimiento y peticiones. Ayúdame a corregir mis errores del pasado, y enseña a todos a usar todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas para amarte a Ti. ¡Amén!
Miroslaw Kropidlowski
http://www.epos.nl/ecr/
"Y acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos" (Marcos 12:28-31).
Un día, aún como sacerdote y misionero católico en Angola (África), llegué de mi misión del interior para pasar algunos días en Luanda, la capital del païs. Como siempre, decidí visitar a mis amigos polacos en una misión cerca de la ciudad. Esa misión Kifangondo queda entre el pueblo de Kimbundo junto al famoso santuario de San Antonio.
Aquel día estaba frente a la casa de la misión, cuando se acercaron dos mujeres de mi antigua parroquia de Cristo Rey, de la capital de Luanda. Después de saludarlas y oírlas hablar que habían venido para pedirle "esto y aquello", bromeando les pregunté: ¿pero, por qué ustedes no fueron pedírselo a Cristo Rey, en la iglesia de la parroquia cerca de su casa?
Una de ellas respondió: "Venimos para acá, pues San Antonio es más poderoso que Cristo Rey".
Aquel día no hice nada para negar, para explicar, para defender a Jesús y mostrar el gran engaño en la manera de pensar de esas dos mujeres. Pasaron los años y viví momentos parecidos en diferentes lugares de Angola, Brasil, Cuba y Polonia.
Muchas veces con mis devociones y predicaciones yo mismo llevaba a las personas a pensar que "ése u otro santo o ángel" es tan poderoso que sólo él puede ayudarnos, solucionar delante de Dios nuestros problemas, proteger las personas, los lugares y a aquellos que amamos. Leía la Biblia, discutía con los evangélicos, pero siempre tuve buenas respuestas con la ayuda de libros y de la tradición católica, para defender la posición mía y la de los católicos referente a la veneración de María, santos o ángeles. Bendecía los cuadros, estatuas, rosarios, medallas y otros objetos de devoción popular.
Hacía fiestas de los santos, predicaba la especialidad de cada uno (por ejemplo, en Brasil: Santa Eduvigis, patrona de los adeudados; Santa Bárbara, invocada contra los rayos y tempestades; San Blas, enfermedades de la garganta; Santa Lucía, enfermedades de los ojos...etc..ete...). Rezaba con el pueblo novenas, hacía propaganda de escapularios y de diferentes medallas milagrosas, incentivaba a las comunidades para que escogiesen algún santo patrono o un título de María, etc.etc...
Yo creía que era la voluntad de Dios para que las personas confiaran: 1.- en diferentes "santas" criaturas (santos, ángeles, María de Czestochowa, Muxima, Guadalupe etc.); 2.- en diferentes objetos, como la fuente de la gracia de Dios (las imágenes milagrosas, aguas benditas, diferentes reliquias, etc.).
Pero llegó un día que debía predicar sobre el pasaje del Evangelio que encabeza este artículo. Era normal que sobre el amor de Dios ya había predicado muchísimas veces, como también lo había oído en muchas otras predicaciones. Pero esa vez fui tocado por una sensación de pequeñez acerca de todo lo que es creado y de la enorme exigencia de Dios, para solamente Él ser por mí y por todos amado con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas...
De repente, mirando al pueblo y a las imágenes que estaban delante de mí, tuve la sensación de que existía algo muy errado en mi vida sacerdotal. Pasó todavía bastante tiempo hasta poder entender que cada vez que oraba a las criaturas humanas o espirituales, o confiaba en el poder de los objetos, ¡dejaba de orar y confiar en la presencia, en el amor y en el poder de Dios! No todos somos como aquellas dos angoleñas. Para nosotros Cristo Rey es más poderoso que cualquier santo. Pero también puede ser que nosotros los cristianos, tanto católicos como ortodoxos, y muchos ¡evangélicos!, estamos acostumbrados a que, para conseguir algo de Dios, debemos usar las criaturas: María, los santos, los ángeles, dar ofrendas, pagar los diezmos, encender velas, etc. ¿Dios no nos ayudaría solamente por Su amor, y por amarle a Él de todo corazón, con todas nuestras fuerzas...?
Yo necesité mucho tiempo para entender, cómo las "santas" criaturas me apartaban del Creador que es puro amor.
Ustedes, que están leyendo estas palabras, por favor, piensen sinceramente: ¿para amar y ser amado de verdad es o no es necesaria una total confianza mutua? Si nosotros amamos a Dios, entonces, ¿de qué tenemos miedo? ¿Tenemos miedo de que Dios, que es Amor (1 Juan 4:8,16), no va atendernos, sin ayuda de los "santos", ángeles, reliquias, diezmos dados con la intención de recibir algo a cambio?
Amigos, ¡sigan los mandamientos de amor a Dios y al prójimo! ¡Amen a Dios de verdad y confíen que ustedes también son por Él amados! Y no olviden, ¡"en el amor no hay temor" (1 Juan 4:18), tampoco un temor de que Dios podría no oírnos directamente!
Ama a Dios, ora solamente a Él en Cristo y olvida toda esa invención de los hombres de las iglesias, quienes te enseñan que es necesario dirigirse primero a las criaturas, para ser atendidos por Dios. Cada vez que usted se dirige a María, deja de dirigirse al mismo tiempo a Dios. Cada vez que usted se dirige a los "santos" o ángeles, deja de dirigirse al único Dios Todopoderoso, Omnisciente y Omnipresente. Cada vez que usted ora pidiendo la ayuda de criaturas humanas, angelicales u objetos sagrados, deja de creer en la amorosa presencia de Dios, en Dios Amor, que es, en ese momento, despreciado por usted.
Perdóname, Señor, mi pasado. Perdóname la ignorancia y la mala voluntad.
Perdóname todas la predicaciones en las que ensalzaba a Tus criaturas en vez de ensalzar solamente Tu amorosa presencia.
Perdóname por llevar tantas personas a la devoción a María, a los "santos" y ángeles, y no a una total entrega a Ti, a Quien esas personas deberían dirigirse con sus alabanzas, agradecimiento y peticiones. Ayúdame a corregir mis errores del pasado, y enseña a todos a usar todo su corazón, toda su alma, toda su mente y todas sus fuerzas para amarte a Ti. ¡Amén!
Miroslaw Kropidlowski
http://www.epos.nl/ecr/