Re: Video: De Mormón a Evangélico y de allí a la Iglesia de Cristo
Sabadv, Gracias por tu respuesta!. y Joaco, Tienes razón en que muchos supuestos "católicos" son un antitestimonio de cristianismo. Pero un verdadero católico no dejaría la Iglesia, porque realmente entendería y amaría el gran Talento que se le dió y por el cual Jesús le va a preguntar que tesoros espirituales le lleva por hacerlo fructificar, que hizo de él, lo enterro? lo desprecio? lo rechazo?.
Ese gran tesoro es: EL VERDADERO CUERPO Y SANGRE DE JESUS EN LA EUCARISTIA, ESE MISMO CUERPO QUE ESTUVO EN EL CALVARIO!!!! Un católico no lo dejaría por NADA del mundo. Los que se van, obviamente no entienden la gran entrega del Señor, su gran locura de amor, su presencia Viva y Real que cubre toda la tierra. En las Iglesias del mundo, está Jesús en Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad, y desde allí su Fuerza de Amor Infinito sostiene a la tierra y a sus habitantes. Cada 30 segundos en cualquier parte del mundo, se está celebrando una eucaristía, allí Jesús, a travez del corazón herido de amor del sacerdote, corazón ungido, revive su sacrificio de amor y por el Sacrificio Eterno, el pan se convierte en su Cuerpo y el vino en su Sangre.
Un supuesto católico que cree en la reencarnación, se devuelve mas de 4000 años, y desperdicia la sangre del pueblo judio, la sangre del Señor Jesús y la sangre de todos los mártires que tuvieron que ser sacrificados para que hoy, nosotros pudieramos nacer católicos y recibir el gran milagro de amor el Cuerpo y la Sangre de Dios. Un católico que sale de la Iglesia a una iglesia separada, rechaza cenar en la mesa de la Casa Paterna, el Maná Divino que en su entrega de amor se esfuerza por alimentarlo y vitalizarlo y hacerlo fructificar para la gloria de Dios y el bien de sus hermanos.
POR ESO A TODO CRISTIANO, SOBRE TODO A LOS EX-CATOLICOS, EN EL NOMBRE DE JESUS, LES PIDO QUE PROFUNDICEN EN LAS ESCRITURAS SOBRE EL CUERPO Y LA SANGRE DEL SEÑOR EN LA EUCARISTIA.
Encuentro con la Eucaristía
Por Fernando Casanova. Pastor Evangélico. Ph D en Teología.
Aceptando el reto lanzado por un fraile capuchino fui a ver una Hora Santa. El religioso me enteró de una comunidad “muy eucarística”, que tenían exposiciones del Santísimo programadas, y que se aprestaban esa misma noche a celebrar una adoración eucarística. Y me remitió a la parroquia Santa Bernardita, de Country Club, esa misma noche a las 7:30.
Quedé absorbido de inmediato por los detalles de ambientación y embellecimiento del altar, la ornamentación majestuosa del presbítero, una custodia hermosísima, incienso por el altar, luces de escenario, música sublime… y la disposición y devoción de aquellos fieles no tenían precedentes en mi memoria.
Hasta que caí en la cuenta de lo que hacían:
¡adoraban un trozo de pan!
Y para colmo el sacerdote le oraba con tanta seguridad y confianza, muy solemne, pero con familiaridad, similar a mis oraciones, pero él oraba con más convicción, como si de veras estuviera frente al Señor. Ese cura, y las cerca de 200 personas que le acompañaban, estaban convencidos de que lo que estaba colocado en la custodia los escuchaba, y de que era Jesucristo.
Se me ocurrió que si esas personas estaban equivocadas, y yo deseaba que lo estuvieran, entonces lo que me habían enseñado de niño era cierto a fin de cuentas: los católicos son idólatras. Durante algunos años me tuvieron a la defensiva con los temas y circunstancias que narraba al principio, pero ya no. Era imposible que estuvieran en lo correcto. Era increíble para mí que pensaran que adoran a Jesús y que se lo puedan comer.
Pero… y si están en lo correcto. El capuchino era un joven muy inteligente y creía sin ambigüedades en la antiquísima doctrina de su Iglesia al respecto.
No obstante, por alguna razón, sentía que ahora sí los había atrapado. Había analizado el punto de vista de la crítica protestante a la Iglesia Católica en este asunto y no le encontraba posibilidad a esa idea de la presencia real y verdadera del cuerpo y la sangre de Cristo en la misa, y mucho menos en los altares para culto de adoración. No podían tener la razón, ahora no.
De momento el sacerdote se levanta en procesión y comienza a ser seguido por sus acólitos. Tenía la custodia, la llevaba en solemne desfile. Las luces le seguían y el humo del incienso le precedía. A medida que se acercaba se escuchó el tintineo insistente de de unas campanitas. Y una vez más la excelente música y la voz bellísima de una joven se juntaron para cantarle a la presencia. Cuando tuve el Santísimo como a 10 pies de distancia se me ocurrió una idea para romper de una vez por todas con el catolicismo: “Si logro demostrar fuera de toda duda razonable, por la Biblia, que esta gente esta adorando a un trozo de harina cosida, y no a Jesucristo, entonces serán en realidad unos idólatras, unos alucinados que han estado confundidos o engañados por no atenerse a la realidad de los sentidos y por desconocer las escrituras. ¡Esto no esta en la Biblia!”
Y retomé la Biblia para contradecir y desenmascarar la falsedad de esa práctica idolátrica. Mi temor se convirtió en un apabullante optimismo, pues estaba seguro de que había descubierto la puerta para salir del atolladero en el cual me tuvo el catolicismo por los pasados tres años. Tramé primero desbaratar la legitimidad de esa práctica mediante el estudio bíblico, y luego, con el entusiasmo de aquella indudable victoria sobre la idolatría católica, podría volver a encarar los otros temas que me tenían a la defensiva frente al catolicismo.
Esta coyuntura fue para mí la posibilidad de lograr al menos un empate: “Si los protestantes estamos mal, ellos también, y si ambos estamos equivocados alguna salida habrá, como el agnosticismo o incluso otra religión.” Así estaban las cosas en mi corazón.
La Eucaristía según los evangélicos
Yo enseñaba teología sistemática en dos instituciones evangélicas y había repasado bien la noción de la Santa Cena en el ámbito de nuestras iglesias. Nuestra celebración de la Santa Cena respondía a una idea accesoria (=adjunta, accidental) de una imagen secundaria (no esencial o determinante) del partimiento (o fracción) del pan o de la eucaristía, según la cultura religiosa que fluía en nuestra tradición de parte de los grupos wesleyanos y bautistas de los cuales salieron nuestras denominaciones pentecostales. En consonancia con nuestra parca y escueta doctrina sobre este tema enseñábamos que la Santa Cena (o partimiento del pan o Eucaristía) era una remembranza de la cena pascual que tuvo Jesús con sus discípulos, que tenía un valor simbólico que aludía al sacrificio expiatorio de Cristo y cuya excelsitud estribaba más en el hecho de ser ordenanza (“hagan esto en recuerdo mío”) que de todo lo demás que pudiera constatarse en la Biblia, los Padres de la Iglesia y hasta en las iglesias de la Reforma protestante: «Celebramos de vez en cuando la Santa Cena porque Él lo mando como un acto simbólico (complementario [no necesario] a la predicación) de la muerte del Señor y porque ?y he aquí la gran aportación del pentecostalismo? era posible recibir un milagro de sanidad en ese momento.
La Eucaristía según San Pablo
Este profesor creía que el único texto eucarístico importante era 1 Co 11, 23-34, pero sobre todo los versículos 23 al 26; los demás (en especial del 27 al 34) eran consideraros como una explicación de las consecuencias de referirse al símbolo de la Cena sin gozar de la plenitud de la gracia divina. Para la celebración utilizábamos los versículos 23-26, y eran por lo tanto los que conocían nuestros fieles. Confieso que comencé a preocuparme cuando me percaté de la ineptitud de mi tradición, de los teólogos evangélicos y de mis primeros profesores pentecostales, al no tomar en consideración textos importantes con un inequívoco sabor eucarístico. Para comenzar, ni siquiera contábamos con una reflexión coherente de nuestros maestros y líderes con relación a las terribles consecuencias de enfermedad y muerte de 1 Co 11, 27-24 por causa del mal entendimiento de un símbolo, de algo que según nosotros era prescindible de la sustancia y la definición pentecostal del culto cristiano. Y otro tanto de desesperación me invadió cuando di al traste con la poca consideración que dábamos a los relatos de la institución de la Eucaristía (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20) ni de su sugestivo contexto pascual, ni de su trasfondo sacerdotal (Gn 14, 17-20) y soteriológico (Ex 12), y mucho menos nos habíamos enterado del consenso que siempre ha existido en la opinión de que Jn 6, 25-59 y Lc 24, 13-35 son textos eminentes que destacan un valor trascendental a la Eucaristía, o la Cena del Señor, o como hayamos querido llamarle.
Pero, en cuanto a nuestro pasaje preferido de 1 Co, lo increíble es que tampoco subrayáramos su contexto literario, imposibilitando de esta manera el descubrimiento de otros aspectos, riquezas y beneficios de la Eucaristía. Y este contexto literario que añade significado al mencionado texto es 1 Co 10. Este capítulo 10 sirve a la intención de Pablo de exigirle a sus lectores que frente a la mesa eucarística ellos tienen que decidirse (10, 20-21): la mesa del Señor o la mesa de los demonios. Con esto quiere matizar que frente a este acontecimiento cumbre del culto cristiano, todos tienen que tomar una decisión definitiva y radical. Luego, al combinarlo con el capítulo 11, pude comprender el valor de la Cena según San Pablo, al señalarla como signo de contradicción (en el capítulo 10): motivo excelente de conversión y razón de ser de una vida íntegra delante del Señor y de los hermanos, y esto, porque en este acontecimiento del partimiento del pan y de la “copa de bendición” tenemos comunión (común?unión) con el cuerpo y la sangre del Señor (10, 16).
Entonces pude ir sobre el capítulo 11, en especial por los versículos enigmáticos del 27 al 31. Tomemos el 29: dice que en esta Cena (que para mi era un recuerdo por referencia simbólica) se es juzgado por Dios si no se discierne el cuerpo y la sangre del Señor. Este no es el lugar para discurrir sobre disquisiciones exegéticas del texto en cuestión, pero la realidad es que “discernir” (diakríno) se refiere aquí a “darse cuenta” (determinar; decidirse por la realidad de lo que está de fondo; distinguir la verdad de lo que está frente a uno) de la presencia que subyace frente a uno en la mesa del Señor. En la antigüedad el cernidor (del verbo “cernir”) era un instrumento para separar (o para dis-cernir) el trigo de los demás componentes de la planta y de la tierra, pero también de otras plantas que podían confundirse como verdadero trigo. El discernir con el cernidor era la acción de darse cuenta, de identificar, de establecer un juicio certero de que lo que quedó después del ejercicio discernidor fue el trigo de verdad, lo que en realidad se buscaba, lo que importaba y daba sentido a la búsqueda. En otras palabras, el que no se da cuenta del verdadero cuerpo (mé diakrínon tó sóma [v. 28]) del Señor, el que no descubre esa realidad maravillosa que es Cristo mismo, se está metiendo en un grave problema que puede costarle la salud o la muerte (11, 30) ?Ahora sí tenía sentido eso de las consecuencias nefastas de enfermedad y muerte para los profanadores, es decir, para aquellos que menospreciaban, que no distinguían, que no se decidían, que no se daban cuenta del auténtico cuerpo de Cristo. El Dios del nuevo testamento no iba a matar a alguien simplemente por haber mal interpretado un mero símbolo?.
La Eucaristía según San Juan
Lo próximo fue el capítulo 6 de San Juan, versículos 22-71. ¡Increíble!: más de 40 versículos que versan sobre la Cena del Señor. Un pasaje bíblico impresionante que el catolicismo utiliza para sustentar su fe inamovible en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía.
Las referencias anti-presencia real a las que había recurrido veían un sentido “oscuro” este capítulo, o sea, no evidente o claro, sino que la plática de Jesús a sus interlocutores incrédulos debía entenderse siempre en sentido figurado. Una vez más se recurría al símbolo, a la Eucaristía como una representación, sólo como una referencia pedagógica tipo metáfora y cuya observancia de nuestra parte (no muy frecuente, por cierto) mostraba el grado de cumplimiento de un deseo del Señor: “hagan esto”.
Pero ahora, yendo sobre el pasaje en cuestión y mientras me refería a la otra cara de la moneda, es decir, cuando decidí ir sobre las palabras, escudriñándolas y tomando en serio la repercusión de la intransigencia del Señor y del empecinamiento de San Juan evangelista, pude descubrir el verdadero sentido de Jn 6, 22-71.
Lo primero que me señaló una interpretación literal de Jn 6 fue el sentido natural y recurrente de las palabras del Señor a través de todo el capítulo, de manera insistente y sin importar la resistencia de los incrédulos, ni las consecuencias para el éxito numérico de su ministerio o la reacción de sus simpatizantes (cf, 6, 2-3. 14. 22-23. 60.): “yo soy el pan vivo bajado del cielo”, “quien come de este pan vivirá para siempre”, “y el pan que voy a dar es mi carne, la cual entregaré por la vida del mundo”, “mi carne es verdadera comida… mi sangre es verdadera bebida”, “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él”, “el que me coma vivirá por mí”, “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros”, “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, etcétera. Esta obstinación, reiterada y con tanta fuerza, no sólo desde el punto de vista de la interacción de los personajes en cuestión, sino también desde la óptica del lenguaje tenaz, gráfico, directo y sin ambigüedad de ningún tipo, se hace patente aquí en Jn 6; no hay precedente que pueda sugerir que una narrativa y diálogo como estos aludan a un entendimiento exclusivamente simbólico.
Junto a este sentido natural y demandante que anuncia la significación literal del pasaje en cuestión, y que por lo tanto lo señala como evidencia de la presencia real de Cristo en la Santa Comunión, tenemos el hecho de que Jesús no corrige la interpretación literal de sus oyentes. Esto es importantísimo porque es harto conocido y aceptado que una característica de este evangelio es que cuando, o cada vez que el Señor es mal interpretado o mal entendido, Él siempre corrige. Siempre: 3, 5; 4,34; 7, 38-39; 21, 21-23 (y hasta en Mt 16, 6ss). Pero aquí, de manera atípica, y por lo tanto desconcertante para mí, El Jefe no corrigió, no se echó para atrás, no lo echó a votación ni les dijo que cada cual podía tener su propia idea o interpretación porque, total, somos hijos de un mismo Padre y le servimos a un mismo Dios. Algunos dirían: “¡qué falta de perspectiva democrática, y de pluralidad, y de diálogo, y de tolerancia!... ¡pero qué nivel de intransigencia, y de integrismo, y de arrogancia!... ¡no está a la altura de los tiempos, carece de enfoque histórico crítico, no es capaz de un discurso estructuralista consecuente con la mentalidad de los que no piensan como él! ¡Es un fundamentalista!” El Señor es un buen maestro y quiere que todos lleguen al conocimiento de la verdad, y por lo mismo, ahora, cuando tiene una multitud cautiva de 10 mil personas que lo seguían, se vuelve a ellos para decirles lo que él cree, lo que quiere, la verdad, de frente, duro, sin tapujos ni relativismos acomodaticios: tenían que comérselo y bebérselo.
Lo tercero que me señaló una interpretación literal de Jn 6 fue que no encontré en toda la Biblia algún precedente que exprese a pan y vino como símbolos de cuerpo y sangre. En efecto, lo pude corroborar: no existe ninguna referencia bíblica que proponga una comparación espacial semejante, no hay ni siquiera una sola identificación simbólica de pan y vino como cuerpo (“carne”) y sangre… ninguna, nada de nada. Lo próximo fue el versículo 51b, que según la versión evangélica de mi Biblia Reina-Valera de 1995, decía: “y el pan que yo daré es mi carne, la cual entregaré por la vida del mundo”. Volví a leerlo. Lo meditaba y estudiaba, y pude así encontrar su repercusión literal ?o “literalista”, como señalábamos despectivamente a la versión católica?, a tono con todo lo que ya había desenvuelto.
Sabemos que Juan tenía una lucha acérrima en contra del gnosticismo, una herejía que circundaba la comunidad para la cual escribía y que enseñaba, entre otras cosas peligrosas para la supervivencia de la fe cristiana, que Cristo había venido en apariencia, en espíritu, porque la carne era mala (la prisión del espíritu y del alma y la coartadora de la verdadera y más conveniente divinización, que era la meta de los aventajados por una condición inherente a su superioridad espiritual). Pensaban que el Verbo de Dios no pudo haberse manchado mediante el contacto con el principio de corruptibilidad, con la materia, con carne, en un cuerpo humano convencional, limitante, no divino. Por lo tanto, Cristo, como Verbo encarnado, no murió en la cruz. “Lo perfecto es eterno, espiritual, no corpóreo, no físico, no puede morir: Cristo no murió” ?El apócrifo gnóstico de Tomás dice que el Señor les hizo pensar que murió, y que comía y dormía, pero él más bien los engañaba?. No es difícil para ninguno de nosotros suponer el riesgo que esta corriente representaba si se infiltraba y repercutía en el cristianismo, sobre todo si entendemos a este último como la expresión de la verdad de Dios que deviene a partir de la versión judía de la revelación, y que logra su cumbre y sentido total en las personas y la palabra de Jesucristo, sus apóstoles y la Iglesia (el nuevo Israel). Es decir, que este “detalle” de la peligrosidad gnóstica es entendible para nosotros, los que aceptamos la naturaleza judeo-cristiana de la verdad que nos condiciona y define (revelación, alianza (pacto, testamento); encarnación (a propósito, ver alusión a la encarnación del verbo de 1, 14, en 6, 41-42, y cómo los judíos que resienten el lenguaje literal de Jesús son propuestos como no elegidos [v. 43]), vida, pasión, muerte y resurrección corporal de una persona 100 por ciento Dios y 100 por ciento humano), que todos tenemos acceso a los beneficios de Dios, en y por Cristo, y no solamente unos cuantos privilegiados y sabiondos de una cierta provisión misteriosa , como aducían los gnósticos. Pues bien, la repercusión de Jn 6, 51b es que la carne que se nos dará para comer es la misma que padeció en el Gólgota. Y esto, teniendo presente la disyuntiva del evangelista con la herejía gnóstica. Juan estaba muy consciente de que la carne que daría Jesús para comer no podía ser mal entendida como algo etéreo e incorpóreo, y por lo tanto tan indeterminado como un fantasma. Juan, en línea con la predicación apostólica, pregonaba la vida humana, pasión, muerte y resurrección de un hombre de carne y hueso llamado Jesús de Nazaret. Ése mismo es el que se da como pan, se da a sí mismo, tal real y literal como lo tenía fijado el evangelista en su mente.
Lo siguiente que me señaló una interpretación literal de Jn 6, fue la imposibilidad de encontrar en la Biblia un precedente simbólico de comer la carne y beber la sangre que fuera coherente con el relato de Jn 6, 22-71, y que pudiera fundamentar una salida alegórica a este problema ?Ya lo consideraba un gran problema y estaba muy asustado. «La verdad católica de nuevo»?.
Resultó que siempre que la Biblia habla simbólicamente de comerse la carne o beberse la sangre de alguien (cf. Is 49, 26; M 3, 3), implica perseguir sangrientamente o destruir a una persona o a un pueblo”. Si era consistente con este antecedente simbólico y lo aplicaba al pasaje de Jn, tendríamos al Señor diciendo que aquellos que lo persigan, castiguen, le falten el respeto, lo injurien y lo destruyan, serán recompensados con la vida eterna (viz., 6, 50. 54.), tendrán vida en ellos (v. 53), vivirán por el Señor (v. 57) y vivirán para siempre (v. 51. 58.). Sólo un loco podría aceptar una aplicación tan disparatada. Entonces, una identificación simbólica de las afirmaciones comer y beber carne y sangre, tal y como aparecen en Jn 6, es imposible.
Otro hallazgo que me señaló una interpretación literal de Jn 6, fue el cambio de verbo ocurrido en el versículo 54. Hasta el v. 53 el Señor habla de comérselo, y para ello Juan utiliza el verbo fagéin (afagon, fáge, fagete), que es la palabra más común para designar el acto de comer, como consumir o ingerir alimentos. Ustedes saben que el nuevo testamento se escribió en griego koiné, y que se trata de una lengua muerta que no guarda correspondencia exacta con los idiomas que han bebido de él, como el español, por ejemplo. Pues lo que pasa aquí es que no hay un conseguimiento preciso de este cambio de conceptos, y por eso no aparece dicho cambio en nuestras versiones modernas. Sin embargo, se da un cambio significativo. Verán.
Fue en el instante más neurálgico de la discusión, cuando lo judíos lo impugnaban ?¡por última vez en el capítulo!? preguntándose “¿cómo puede éste darnos a comer su carne?, que El Jefe cambia la palabra comer, de fagéin y sus derivados, a trógon (ho trógon mou tén sarka), lo cual implica una matización mucho más radical aún que señala indudablemente un sentido literal franco e indefectible. No me quedó más remedio que reconocer la verdad que tenía de frente: Ahora, en este preciso momento de incredulidad y de minusvalía de parte de los judíos hacia Jesús, este se atreve a cambiar, de comer o ingerir su carne, a morder, mordisquear, mascar, mascullar, roer; denota un proceso lento de carcomer, supone un énfasis perentorio en el acto de comer, como si se estuviera avanzando conscientemente en la ingestión inflexible de un alimento.
Busqué si se repetía el término en este evangelio y lo encontré en 13, 18, una vez más, en contexto eucarístico, mientras se efectuaba la última cena de Jesús con sus discípulos. Supe que me estaba metiendo en un problema. La Eucaristía como símbolo no tenía fundamento en Jn 6.
Y se me hizo patente cuando me aferré a cierta idea de los partidarios de la interpretación simbólica de Jn 6. Me sentí tan ridículo cuando descubrí la idiotez de esa posibilidad simbólica de cierto versículo del capítulo 6 de San Juan.
¿Y cuál era el argumento que presentaba a la Eucaristía como símbolo en jn 6? Pues el versículo 63: “El espíritu es el que da vida; la carne no sirve de nada”.
Desconcertante, ¿ah? ¿Con que el Señor a estado diciendo que su carne y su sangre son para vida eterna y comunión con el Padre y con él, y ahora se contradice para significar que su “carne no sirve de nada”? Es insólito hasta dónde son capaces de llegar algunos para defender lo indefendible, porque cuando empecé a auscultar la opinión de algunos colegas ministros me respondían con el argumento de Zwinglio, ese de que Jesús se contradecía para decir que la carne que padecerá por nosotros y por la cual seremos alimentados para vida eterna, no vale nada, es nada, como basura, igualito que los gnósticos. Entonces aquella herejía era la verdad, si es que son consecuentes en su interpretación y continúan con la misma apreciación de la frase “El espíritu es el que da vida”. Esto sería incluso un intento atroz de preferir una noción heterodoxa y por lo tanto dañina, con tal de menguar un principio de literalidad como sentido correcto de un texto bíblico por el simple hecho de que no me conviene, o porque se supone que los católicos siempre estén mal.
Ya me había metido bastante con el evangelio de Juan y sabía a qué se refería el Señor en el versículo 63.
Las palabras en cuestión se refieren a uno de dos sentidos por los cuales Juan usa sarx (carne): como sinónimo de mentalidad o actitud carnal, como una mente dominada por las cosas materiales, que juzga según los sentidos (cf., 8, 15) ?esos sentidos que esbozábamos como lo concluyente en materia de la presencia real y la Eucaristía?, que se aferra a lo natural y por lo tanto no descubre la verdad espiritual que determina los asuntos divinos. Por eso, lo que se devela aquí es más bien otra prueba de la noción literal de presencia real, y así lo remacha sin duda el final del versículo 63: “Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.” O sea, las palabras del Señor con relación al pan de vida expresan una realidad divina que sólo el Espíritu es capaz de hacernos comprender y que por lo mismo es brote de vida eterna para los creyentes (cf., Jn 1, 33; 14, 26).
Tuve que reconocer que este acontecimiento que ha celebrado la Iglesia Católica por 2,000 años, con tanta fe y a un costo tan alto, supone una poderosa presencia especial de Dios. Una presencia que tiene que producir una excelente oportunidad de conversión. Esta oportunidad que provee Dios en la Eucaristía se constituyó para mí en una fuente reconciliación y de liberación también.
Y de esta manera tuve que actuar de acuerdo a mi conciencia, convencido y poseído de esta gran verdad de la Iglesia del Señor: una, santa, católica y apostólica. No me quedó más remedio. Tuve que renunciar a mi ministerio. Sufrí mucho.
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