-Como nunca antes en la historia de la humanidad se hace patente el horror cotidiano ya descrito desde antiguo en Rom 3:10-18 y aun antes.
Las noticias del día de hoy compiten con las de ayer en cuanto a cuales sean peores. Abusos, corrupción, delitos y crímenes estremecen a lectores, oyentes o telespectadores, lacerando nuestra alma ante la impotencia personal de no poder hacer nada para frenar tal ola de maldad.
La gente organiza marchas reclamando a los gobiernos por más seguridad y patrullaje policial. ¡Pero eso es imposible! ¿De dónde sacar un funcionario policial para ponerlo de custodia tras cada ciudadano? Y aun eso nada garantizaría. Habría que hacer dormir al policía en medio de la cama matrimonial para prevenir la eventualidad de un femicidio. También tendrían que distribuirse policías en salones, corredores y puertas de los institutos de enseñanza para evitar que algún descontento atente contra alumnos y maestros. Más policías todavía patrullando calles y rutas para impedir el robo de vehículos. A otros habría que acomodarlos en algún asiento delantero del ómnibus para evitar el imprevisto atraco al conductor y pasajeros, etc. etc.
No pretendo hacer proselitismo religioso ni presentarme como ecumenista, pero lo cierto es que en nuestras sociedades modernas occidentales queda mal hablar de Dios. Sean cristianos, judíos o musulmanes, tenemos vergüenza de hablar de Dios, pues tememos faltar al laicismo de nuestras constituciones republicanas.
Sin embargo, lo único que le falta a nuestra moderna sociedad es precisamente lo indispensable: nos falta Dios. Gobernantes y gobernados actuamos como si no hubiera Dios. Al no haber temor de Dios, no hay límite alguno a las atrocidades que todavía se puedan cometer.
Entonces, la única solución es Dios. ¿Nos atreveremos a hablar de Él públicamente? En la iglesia, la sinagoga y la mezquita es fácil ¿pero afuera?
Saludos cordiales
Las noticias del día de hoy compiten con las de ayer en cuanto a cuales sean peores. Abusos, corrupción, delitos y crímenes estremecen a lectores, oyentes o telespectadores, lacerando nuestra alma ante la impotencia personal de no poder hacer nada para frenar tal ola de maldad.
La gente organiza marchas reclamando a los gobiernos por más seguridad y patrullaje policial. ¡Pero eso es imposible! ¿De dónde sacar un funcionario policial para ponerlo de custodia tras cada ciudadano? Y aun eso nada garantizaría. Habría que hacer dormir al policía en medio de la cama matrimonial para prevenir la eventualidad de un femicidio. También tendrían que distribuirse policías en salones, corredores y puertas de los institutos de enseñanza para evitar que algún descontento atente contra alumnos y maestros. Más policías todavía patrullando calles y rutas para impedir el robo de vehículos. A otros habría que acomodarlos en algún asiento delantero del ómnibus para evitar el imprevisto atraco al conductor y pasajeros, etc. etc.
No pretendo hacer proselitismo religioso ni presentarme como ecumenista, pero lo cierto es que en nuestras sociedades modernas occidentales queda mal hablar de Dios. Sean cristianos, judíos o musulmanes, tenemos vergüenza de hablar de Dios, pues tememos faltar al laicismo de nuestras constituciones republicanas.
Sin embargo, lo único que le falta a nuestra moderna sociedad es precisamente lo indispensable: nos falta Dios. Gobernantes y gobernados actuamos como si no hubiera Dios. Al no haber temor de Dios, no hay límite alguno a las atrocidades que todavía se puedan cometer.
Entonces, la única solución es Dios. ¿Nos atreveremos a hablar de Él públicamente? En la iglesia, la sinagoga y la mezquita es fácil ¿pero afuera?
Saludos cordiales