Saludo a todos los hnos. y amigos del foro con la paz del Señor. Hace unos días me tocó vivir una situación muy difícil, pues asistí a un pleito entre dos hnos. los que se acusaban mutuamente de hipocresía e infidelidad. Por supuesto, este cuadro se veía con mayor tristeza al saber que hasta entonces habían sido, además de hnos. en la fe, muy buenos amigos. Bueno, dejando de lado este caso particular, y meditando en todo lo que hace que dos hnos. se enfrenten como enemigos, y ésto no de ahora, la Biblia nos hace conocer gran cantidad de casos como este. Digo que hoy parece crecer día a día el número de personas afectadas por EL RESENTIMIENTO en el seno de la Iglesia Cristiana, y este mal está alcanzando por igual a pastores, ministros laicos, como a cualquier creyente en cualquier iglesia de cualquier lugar del mundo. Muchos de nosotros hemos dejado atrás un pasado con experiencias muy tristes; hemos sido heridos, robados y abandonados a la vera del camino; muchos pasaron a nuestro lado, apenas si miraron nuestro dolor y nuestra soledad, pero ninguno de ellos movió un solo dedo para ayudarnos. Hasta que un día, alguien se acercó, alguien tuvo compasión al vernos en el estado en que estábamos; caídos, heridos, abandonados. Alguien dejó lo suyo propio y puso todo su interés en nosotros; ese alguien fue Jesús de Nazareth. Ciertamente, Él sanó nuestras heridas y se ocupó de cada una de nuestras necesidades. Sin embargo, casi sin darnos cuenta, fuimos creciendo y confiando en el Camino del Señor. Hasta que ¡Pum! Súbitamente, sin previo aviso, recibimos la estocada del primer desengaño. Alguien al que estimábamos y creíamos una hna. o un hno. fiel y sincero, al que le habíamos brindado nuestra sincera amistad, nos decepciona. De pronto descubrimos su hipocresía y sentimos profundamente ese dolor agudo que causa el impacto de la decepción. Ahora, bien, cada decepción es única, así como aquel que la sufre es único. El factor común es el dolor, el sufrimiento que le sigue con mayor o menor intensidad. Si bien todo esto sucede, casi siempre, de golpe, y sabemos que la Palabra de Dios abunda en respuestas claras y precisas, esas heridas dejan en muchos cristianos una libertad "condicionada" después de sufrir repetidas decepciones. Creo que podríamos considerar este asunto, para edificarnos y fortalecernos mutuamente; ver si es posible desarrollar una filosofía cristiana contra el rencor y la amargura y, así, poder atender las diversas situaciones decepcionantes que repentinamente se presenten, sin dejarnos arrastrar a las trampas del resentimiento por el orgullo y el temor. Digo que sería muy positivo, teniendo en cuenta la gran cantidad de hnos. que operan en el foro y de cuya sabiduría y discernimiento me gozo en el Señor. Sé por mi propia experiencia que no es nada fácil ni sencillo emprenderla contra este tipo de espíritu, que se manifiesta en nuestra carne cuando somos heridos. Nos manipula con el orgullo, con nuestros derechos pisoteados, con la dignidad y la honra por el suelo; en fin, maneja todo tipo de ló(gi)ca con astucia infernal, concediéndonos un papel protagónico en el 'drama' que el mismo enemigo creó para sorprendernos y hacernos caer en sus trampas. Aclaro que también nosotros decepcionamos muchas veces. Sabemos que aquel que hiere y decepciona es porque ha sufrido la herida de la decepción y no ha sido sanado. Aunque el tema es muy amplio, sería bueno saber qué es más conveniente hacer en forma práctica, que conducta adoptar para escapar de la metodología negativa y pesimista de pensar y esperar siempre lo peor para no sufrir más a causa de las decepciones, pues aunque conocemos la maravillosa relación con Cristo, y deseamos profundizarla más y más cada día, así deseamos tener también una sincera y fructífera comunión con todos nuestros hnos. en Cristo, sin que ninguna raíz de amargura la estorbe. Muchas gracias por sus aportes, los que serán muy valiosos y apreciados. El Señor los bendiga. Nito Avellaneda. 
