Reconozco que fue un sueño tonto, molesto. Soñé que mi amigo y vecino Alfredo había muerto y que buscaba algo. Naturalmente era en el cielo, pues él como buen creyente y católico practicante no podía ir al morirse más que a ese cielo que tanto anhelaba.
Hombre bueno, cordial, padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos todos buenos, no podía llevar otro camino cuando muriera.
Yo, en el sueño lo veía muerto y en el tanatorio rodeado por su fiel esposa sus hijos y sus nietos. Más tarde lo veía en el cielo pero sin poder entrar en el gran palacio de Dios. Estaba a las afueras, en una gran explanada ante los muros de la entrada repleta de musulmanes vestidos con sus túnicas. Gentes para las que al parecer antes, y según nos enseñaban por este mundo, no había cielo para ellas. Sin embargo ahora al parecer las cosas habían cambiado. Los tiempos eran otros y los musulmanes se encontraban en aquella explanada esperando pacientemente que les llegara la hora en la que Dios les sometiera a juicio.
También estaban esperando a las puertas del cielo poder entrar otros muchos buenos creyentes cristianos. Entre ellos naturalmente se encontraba a Alfredo un tanto extrañado pues el pensaba y creía que al cielo solo llegaban buscando a Dios, monjitas vírgenes, viejos y caritativos sacerdotes y laicos que habian dedicado toda su vida a amar a Dios y a sus prójimos.
En mi sueño observaba a mi amigo y vecino sorprendido porque él siempre había pensado que en el cielo, se encontraría con las inocentes víctimas acosadas por guerras interminables, catástrofes naturales como terremotos, huracanes, tsunamis y otros elementos devastadores o quizás también cristianos martirizados en la antigua Roma.
Incluso no le hubiese asombrado cruzarse con tantísimos judíos machacados y triturados en los campos de exterminio de la Alemania nazi y muertos en las cámaras de gas; o también a todos esos enfermos y sobre todo niños que morían en los hospitales víctimas a veces de no haber recibido las medicinas y las ayudas necesarias o por médicos que no les habían prestado la suficiente atención o lo que es peor que su profesionalidad no fuera lo suficientemente eficaz.
Al final en mi sueño me encontré con Juan de la Cruz y Teresa de Ávila que le decían a mi amigo Alfredo que tendría que esperar pacientemente hasta que le llegara la hora del juicio, la hora de la audiencia con el Todopoderoso.
En cualquier caso esto fue un sueño y como tal se disipó al despertar, aunque para mí me sirva para entender que Dios es amor y ofrece su palacio a todos aquellos que en estos tiempos de violencia y egoísmos han compartido ese amor como nos enseñó en su vida pública Jesús, aquel mocetón de Judea.
Y también para comprender que el verdadero amor a Dios lo tienen unas iglesias y otras, y hasta sectas, porque todas las religiones coinciden en lo más elevado; el amor, la paz y la comunidad de los hombres al servicio de su creador.
O aquellos cristianos de fe católica casi intransigentes, que piensan estar siempre en posesión de la verdad y que su religión es la verdadera, dando lecciones de espiritualidad a todos esos que no piensan como ellos, sin darse cuenta que las bienaventuranzas se dirigen a todos los hombres sin excepción alguna, cualquiera que fuere su religión porque Dios ama a todos los hombres.
Así las cosas, este sueño me ha servido para sentirme otra vez llamado a seguir humildemente la historia de los hombres y de las mujeres e intentar dejar entre ellos el mensaje de amor de un Dios que es como el mar; puedes ver su inicio, pero jamás verás su final.
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Hombre bueno, cordial, padre de cuatro hijos y abuelo de ocho nietos todos buenos, no podía llevar otro camino cuando muriera.
Yo, en el sueño lo veía muerto y en el tanatorio rodeado por su fiel esposa sus hijos y sus nietos. Más tarde lo veía en el cielo pero sin poder entrar en el gran palacio de Dios. Estaba a las afueras, en una gran explanada ante los muros de la entrada repleta de musulmanes vestidos con sus túnicas. Gentes para las que al parecer antes, y según nos enseñaban por este mundo, no había cielo para ellas. Sin embargo ahora al parecer las cosas habían cambiado. Los tiempos eran otros y los musulmanes se encontraban en aquella explanada esperando pacientemente que les llegara la hora en la que Dios les sometiera a juicio.
También estaban esperando a las puertas del cielo poder entrar otros muchos buenos creyentes cristianos. Entre ellos naturalmente se encontraba a Alfredo un tanto extrañado pues el pensaba y creía que al cielo solo llegaban buscando a Dios, monjitas vírgenes, viejos y caritativos sacerdotes y laicos que habian dedicado toda su vida a amar a Dios y a sus prójimos.
En mi sueño observaba a mi amigo y vecino sorprendido porque él siempre había pensado que en el cielo, se encontraría con las inocentes víctimas acosadas por guerras interminables, catástrofes naturales como terremotos, huracanes, tsunamis y otros elementos devastadores o quizás también cristianos martirizados en la antigua Roma.
Incluso no le hubiese asombrado cruzarse con tantísimos judíos machacados y triturados en los campos de exterminio de la Alemania nazi y muertos en las cámaras de gas; o también a todos esos enfermos y sobre todo niños que morían en los hospitales víctimas a veces de no haber recibido las medicinas y las ayudas necesarias o por médicos que no les habían prestado la suficiente atención o lo que es peor que su profesionalidad no fuera lo suficientemente eficaz.
Al final en mi sueño me encontré con Juan de la Cruz y Teresa de Ávila que le decían a mi amigo Alfredo que tendría que esperar pacientemente hasta que le llegara la hora del juicio, la hora de la audiencia con el Todopoderoso.
En cualquier caso esto fue un sueño y como tal se disipó al despertar, aunque para mí me sirva para entender que Dios es amor y ofrece su palacio a todos aquellos que en estos tiempos de violencia y egoísmos han compartido ese amor como nos enseñó en su vida pública Jesús, aquel mocetón de Judea.
Y también para comprender que el verdadero amor a Dios lo tienen unas iglesias y otras, y hasta sectas, porque todas las religiones coinciden en lo más elevado; el amor, la paz y la comunidad de los hombres al servicio de su creador.
O aquellos cristianos de fe católica casi intransigentes, que piensan estar siempre en posesión de la verdad y que su religión es la verdadera, dando lecciones de espiritualidad a todos esos que no piensan como ellos, sin darse cuenta que las bienaventuranzas se dirigen a todos los hombres sin excepción alguna, cualquiera que fuere su religión porque Dios ama a todos los hombres.
Así las cosas, este sueño me ha servido para sentirme otra vez llamado a seguir humildemente la historia de los hombres y de las mujeres e intentar dejar entre ellos el mensaje de amor de un Dios que es como el mar; puedes ver su inicio, pero jamás verás su final.
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