UN CORAZÓN FÉRTIL

21 Marzo 2002
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¿Saben lo que es un almácigo?

Es una pequeña área debidamente preparada con partes iguales de tierra, arena de río, abono, que sirve para sembrar aquellas semillas cuyas plantas han de ser transplantadas al lugar definitivo para su desarrollo y producción.
Dios ha hecho del corazón de cada quien un almácigo, él ha preparado nuestro corazón con todos los cuidados necesarios para que la semilla que el mismo deposite crezca y de fruto.
Pero nosotros somos los responsables del cuidado de ella, no solamente eso sino que somos responsables de dejar entrar esa semilla a nuestro corazón.

Nuestra relación personal con Dios nunca es unilateral. Siempre hay dos lados; siempre hay dos direcciones. Por una parte, está lo que Dios pone a nuestro alcance; por la otra, la manera en que respondemos a lo que Dios pone a nuestra disposición. La clase de vida que tendremos depende de la manera en que respondamos a lo que Dios pone a nuestra disposición.
Lucas 19: 20 Vino otro diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo.
Dios no nos da los dones para tenerlos guardados.
Esto está claramente ilustrado por la parábola del sembrador. Esta parábola se refiere a un hombre que salió a sembrar en un campo y la semilla cayó en cuatro diferentes clases de terreno. Primero, parte de la semilla cayó junto al camino y, debido a que el terreno estaba duro, la semilla nunca llegó ni siquiera a penetrar el suelo. Como resultado, las aves silvestres se la comieron y no produjo nada.
¿De qué sirve que Domingo a Domingo vayamos a oir la palabra de Dios si no dejamos que entre a nuestro corazón?
Nuestro corazón está tan duro que no dejamos que el Espíritu Santo more en él.
En segundo lugar. Parte de la semilla cayó en terreno pedregoso. La semilla penetró un poquito hasta donde sus raíces toparon piedra y comenzó a crecer demasiado rápido sin que sus raíces alcanzaran profundidad alguna. Por lo cual, al calentar el sol, se secó y tampoco produjo nada.
Cuántos de nosotros vamos los Domingos porque nos gusta mucho la alabanza pero al momento de llegar a la adoración ya nos sentimos fastidiados, cuando llega la predicación nos da hambre, nos da sueño, ganas de ir al baño, nos acordamos de que no le dimos de comer al perrito, etc...
Por eso nuestras raíces no alcanzan profundidad.
Por eso al calentar el sol, con cualquier prueba nuestra semilla se seca.
La tercera clase de suelo fue descrito como “entre espinos” , donde los espinos crecieron junto a la semilla y finalmente la ahogaron. No obtuvo suficiente aire ni nutrición y tampoco dio nada que fuera de utilidad.
Hemos aceptado a Dios en nuestro corazón, sí, pero no dejamos de sentir rencor, no dejamos de estar criticando, no aceptamos lo que Dios nos manda, Queremos hacer lo que nosotros queremos, Esos son los espinos que pueden ahogar nuestra relación con Dios.
Hay que nutrir nuestro corazón ¿Con qué? Leyendo la Biblia, Orando, congregándonos, Haciendo lo que Dios quiere que hagamos.
Finalmente, la cuarta clase de terreno se califica de “buena Tierra”.
Queremos enfocarnos en ésta última parte de la parábola; el objetivo que persigue Jesús, que es la buena tierra. Esto es lo que Jesús dijo acerca de la buena tierra y la semilla que cayó en ella en Mateo 13:23

“Más el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno”
Hay dos factores clave en el hombre que produce una cosecha: uno de los factores es que oye la palabra, y el otro es que la entiende. Esto es cierto en todos los que representan la buena tierra.
La palabra entiende en el diccionario tiene también el significado de comprender o de creer. Así que no solamente es oir la palabra sino comprenderla y creerla.
Y cuando tú creas en la palabra de Dios la vas a poner en práctica, cuando la pongas en práctica otros la van a ver y se van a acercar a ti y cuando esto pase tu estarás dando fruto.
Sin embargo, aunque todas las personas que tienen buena tierra llevan fruto, hay una diferencia importante en la clase de cosecha que producen. Algunos producen a ciento, otros a sesenta, y algunos sólo producen a treinta por uno. En otras palabras, por cada semilla sembrada, unos producen cien semillas, otros sesenta y algunos treinta.
Así que hay tres niveles de rendimiento: Ciento por uno, sesenta por uno y treinta por uno. Es interesante que cien es más que la suma de los otros dos números. Los otros dos, sesenta y treinta. De modo que una clase de terreno produce más que los otros dos juntos.
Veamos en especial al que rinde ciento por uno, que representa a aquellos que desean alcanzar lo mejor que Dios tiene para ellos. En otra versión de la misma parábola, que se halla en Lucas 8:15, Jesús hace particularmente referencia a la buena tierra:

“Más la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”

En esa descripción hay dos factores de vital importancia que están relacionados con nuestro tema de desear lo mejor de parte de Dios:
Lo primero es la clase de corazón. Éste es descrito como bueno y recto. Otra traducción de “recto” puede ser “sincero”. Por tanto, el primer requisito es sinceridad, franqueza, honestidad, lo cual significa no encubrir nada, ni proceder con doblez. Eso es lo primero que se requiere.




Proverbios 28:13 dice: El que encubre sus pecados no prosperará; Más el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.

Salmo 32: 5 dice: Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tu perdonaste la maldad de mi pecado.

Santiago 1: 8 dice: El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.

Santiago 4: 8 dice: Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.

Lo segundo es que hay una respuesta triple de estas personas: oyen la palabra, la retienen, y por perseverar producen una cosecha. Estos tres factores son de suma importancia en nuestro tema - oir la palabra, retenerla y perseverar -.
Hay que sembrar y esperar para que el fruto se pueda dar.
El principio desarrollado en esta parábola nos pone a todos frente a una decisión personal. Debemos darnos cuenta de la tremenda importancia de las decisiones en el andar de fe. Muchos no se dan cuenta de que el curso de nuestras vidas depende definitivamente de las decisiones que tomamos y no de nuestros sentimientos.
La decisión que se nos presenta es: ¿Cuánto yo quiero producir? ¿Me conformaré con treinta por uno? ¿Me propongo producir sesenta por uno? ¿O quiero alcanzar lo mejor que Dios tiene para mí y aspiro a producir ciento por uno?
Te hallas ante la necesidad de hacer esta decisión. El mismo hecho de que estás tomando esta enseñanza automáticamente te enfrenta a esta decisión: ¿Deseas lo mejor de parte de Dios? ¿Vas a aspirar a rendir ciento por uno, o conformarte con sesenta o treinta?
Lo que logres dependerá de la respuesta de tu corazón.
Recordemos que nadie nos puede obligar a nada si nosotros aceptamos algo es por decisión propia.

Oración.

Dios todopoderoso haz que nuestro corazón sea el almácigo que tu diseñaste.
Ayúdanos a cuidar de la semilla de tu palabra, enséñanos a reconocer cuales son los espinos que están creciendo junto a ella.
Señor Dios haz que aceptemos que tu eres nuestro cuidador, nuestro sembrador, y que lo que a ti no te guste de nosotros lo vas a podar, lo vas a arrancar de nuestra tierra.
Señor, queremos dar fruto y fruto en abundancia y sólo lo vamos a lograr si permanecemos en tu presencia. Amén
:angel: