Re: Tribulaciones en mi Matrimonio Ayudenme en sus oraciones
DIOS TE BENDIGA GABRIEL!! QUE TIENES EL MISMO NOMBRE DEL ANGEL DE NAZARET QUE ANUNCIO EL MILAGRO ESPERADO POR SIGLOS, LA PROMESA DE DIOS, DIOS CON NOSOTROS!! Con cariño te digo que: ¡¡¡NADA DE DIVORCIO MI HERMANO QUERIDO!!!
PREDICACIÓN MATINAL DE JESUS EN EL POBLADO SOBRE EL LAGO
<<El Hombre-Dios, vol 8 pág. 112-115. María Valtorta>>
(Escrito el 27 de junio de 1946)
La familia.
La familia, organismo que es el más pequeño y el mayor en el mundo. El más pequeño en comparación a una ciudad, una región, una nación, un continente. El mayor por ser el más antiguo; porque lo puso Dios, cuando el concepto de patria y país no existía, pero ya estaba vivo y activo el núcleo de familia, fuente de la raza y de las razas, reino pequeño en donde el hombre es rey y la mujer reina y los hijos súbditos. ¿Puede alguna vez perdurar un reino que se divida dentro de si y en que sus habitantes sean mutuamente enemigos? No lo puede, y en verdad una familia no dura si no hay obediencia, respeto, economía, buena voluntad, diligencia y amor.
Para que mi bendición sea fructosa en una familia, necesita de buena voluntad y vosotros sabéis en que consista esta buena voluntad que debe ser el alma de la familia para que sea santa la casa. El hombre debe ser la cabeza, pero no déspota ni de la esposa, ni de los hijos, ni de los empleados; y al mismo tiempo debe ser el rey, verdaderamente rey en el sentido bíblico de la palabra. Recordáis el pasaje del primer libro de los reyes? Los ancianos de Israel se reunieron en Ramata y donde vivía Samuel y le dijeron: “Mira tu has envejecido y tus hijos no caminan en la rectitud que lo hacías. Pon para juez nuestro a un rey como lo tienen todas las naciones”
Rey quiere decir, pues, “Juez” y debería ser un juez justo para no hacer a sus súbditos infelices en la vida con guerras, con abusos, impuestos injustos, ni en la eternidad con un reino de molice y vicio. ¡Ay! De los reyes que faltan a su cargo, que cierran sus orejas a los clamores de sus súbditos, que cierran sus ojos a las necesidades de la nación, que se hacen cómplices del dolor del pueblo con alianzas injustas, en vez de reforzar su poder con ayuda de sus aliados. Pero también ¡ay! de aquellos padres de familia que faltan a su deber, que son sordos y ciegos a las necesidades y a los defectos de los miembros de su familia, que le producen escándalo o dolor, que consienten en que se celebren nupcias indignas con tal de aliarse con familias ricas y poderosas sin reflexionar que el matrimonio es unión para elevar y consolar al hombre y a la mujer, además de la procreación, es un deber, un servicio, no es venta, ni dolor, ni humillación de uno o de otro de los cónyuges. Es amor y no odio.
Sea pues justo sin excesivas durezas y falsías o demasiadas condescendencias y debilidades. Si tuvieseis que escoger entre uno y otro exceso, escoger mas bien el segundo, porque al menos Dios os podrá decir: “Por qué fuiste tan buenos? Y no os condenará, porque el exceso de bondad castiga ya al hombre al hacer que los otros se le suban. La dureza por su parte estaría mal, porque es falta de amor hacia los seres mas cercanos a uno. La mujer también sea justa para con su esposo, sus hijos y sus empleados. Obedezca y respete, ayude y consuele a su esposo. Debe obedecer pero no degradarse. La mujer virtuosa en sus acciones, en sus palabras, en sus entregas puede llevar al marido a una elevación de sentimientos y así el esposo la llega a considerar como parte de si mismo; y es justo que así sea, porque la mujer “es huesos de sus huesos y carne de su carne” y nadie maltrata sus propios huesos o carne, antes bien los ama; por lo cual el esposo y la esposa, deben mirarse no en su desnudez sensual, sino que se amen en el espíritu.
La mujer sea paciente, maternal con el marido. Que lo considere como al primero de sus hijos, porque la mujer es siempre madre y el hombre tiene necesidad de una madre que sea paciente, prudente, cariñosa, comprensiva. Feliz la mujer que sabe ser compañera de su esposo y al mismo tiempo madre para sostenerlo e hija para dejarse guiar. Los dos sean laboriosos. El trabajo, al mismo tiempo que impide fantasear, ayuda más a la honestidad que a tener dinero. No se atormenten con celos tontos que no conducen a nada.
La mujer tiene todo en sus hijos; os digo hijos que os sujetéis a vuestros padres; que seáis respetuosos, obedientes, para que lo seáis con el Señor, vuestro Dios. Porque si no aprendéis a obedecer las ordenes sencillas de vuestros padres, a quienes veis, Cómo podréis obedecer los mandamientos de Dios, que os dicen en nombre suyo, pero al que no veis ni oís? Y si no creéis a quien os ama, a vuestros padres que no pueden ordenar sino cosas buenas, Cómo podréis creer que sean buenas las cosas que se os dice que Dios las ordenó? Dios ama. Es un Padre, ¿lo sabéis? Pero precisamente porque os ama y os quiera consigo, quiere que seáis buenos. Y la primera escuela donde aprendéis a serlo es la familia. En ella aprendéis a amar y a obedecer y allí empieza para vosotros el camino que lleva al cielo. Sed, pues, buenos, respetuosos, dóciles. Amad y honrad a vuestros padres, procurando no avergonzarlos con vuestras acciones no buenas. El orgullo no es cosa buena, pero hay un santo orgullo, el de poder decir: “Ningún dolor te cause papá, ningún dolor te causé mamá”. Este orgullo que os proporciona alegría mientras viven, es paz en la herida que recibís cuando mueren; entre tanto que las lágrimas que un hijo arranca a sus padres, parecen ser plomo fundido sobre el corazón del hijo, y no obstante cualquier esfuerzo para suavizar esa herida que duele, duele y duele siempre mas y sobre todo cuando la muerte de uno de los padres no da tiempo al hijo de reparar lo hecho…
Obrando así, la casa que bendiga yo, conservará mi bendición y Dios estará siempre en ella. De igual modo conservaran la bendición los instrumentos de trabajo y las posesiones, si con todas vuestras fuerzas trabajáis en los días que debéis hacerlo y en los días que no, os entregáis a honrar a Dios. No engañéis a nadie en la venta o en el peso, vuestro trabajo será descanso y no se convertirá en vosotros como rey que lo antepongáis a Dios. Porque si el trabajo os proporciona ganancias, Dios os da su cielo.
SI TUVIEREIS FE VENDRÉ Y OS SACARÉ DEL PELIGRO
<<El Hombre-Dios, vol 5 pág. 871-873. María Valtorta>>
(Escrito el 4 de marzo de 1944)
Explicación sobre cuando caminó sobre las aguas (Mt 14 22-23; Mc 6, 45-52; Jn 6 16-21)
Dice Jesús:
<<Muchas veces no espero ni siquiera a que me llamen cuando veo a mis hijos en peligro. Y muchas veces acudo aún a donde está el hijo ingrato. Vosotros dormís o sois presa de los cuidados de la vida, de las preocupaciones de ella. Yo vigilo y ruego por vosotros. Soy el Angel de todos los hombres. Estoy proyectado sobre vosotros y ninguna cosa me duele más que el que no pueda inte4rvenir, o porque me lo negáis prefiriendo obrar por vosotros mismos o lo que es peor, pidiendo ayuda a la maldad. Siento como sentiría un padre a quien su hijo le dijese: “No te amo. No te quiero. Sal de mi casa”. Así me quedo humillado, adolorido como no lo estuve con las heridas. Pero si no me decís: “vete” y estáis distraídos con la vida, entonces yo soy el eterno vigilante que está pronto a venir aún antes de que se me llame. Y si espero algunas veces a que me digáis una sola palabra, so lo hago es para sentir que se me llama. Que caricia, que dulzura sentir que se acuerdan de que soy el “Salvador”.
Ni les digo cual es la infinita alegría que penetra en Mi cuando alguien me ama, me llama aun sin esperar que llegue la hora de la necesidad. Me llama porque me ama más que otra cosa en el mundo y siente llenarse de alegría semejante a la mía, al decir “Jesús, Jesús”, como hacen los niños cuando gritan: “Mamá, Mamá” y les parece que hay miel en sus labios porque la sola palabra mamá trae consigo el sabor de besos maternos.
Los apóstoles remaban por ordenes mías, y les había dicho que me esperasen en Cafarnaum. Yo, después del milagro de los panes, me había separado de la gente, no por desdén ni por cansancio. Jamás sentí desdén por los hombres, ni aún cuando eran malos conmigo. Sólo cuando veía pisoteada la ley y profanada la casa de Dios, llegaba al enojo. Entonces no se trataba de Mi directamente, sino de los intereses del Padre. En la tierra era el primero de los siervos de Dios para servir al Padre de los cielos.
Jamás me cansaba de entregarme a las multitudes, aunque las veía tan obtusas, tardas, humanas que hacían caer las alas del entusiasmo aún al más valeroso. Y precisamente porque eran tan imperfectas, multiplicaba hasta el infinito mis lecciones, los trataba como estudiantes lentos y guiaba su espíritu como lo hace un maestro paciente que guía las manitas inexpertas de los alumnos para que tracen los primeros rasgos de letras para que se capaciten. Cuanto amor di a las multitudes, las tomaba de su lado humano para llevarlas al espiritual, hacia el cielo.
Me aislé para darle gracias al padre del milagro de los panes. Habían comido varios millares de gente. Y había recomendado que dijesen “gracias” al Señor. Pero el hombre una vez que alcanza la ayuda, no sabe decir “gracias”. Las daba yo por ellos y luego me había unido por el padre por el que sentía una nostalgia infinita de amor. Estaba sobre la tierra como un cuerpo sin vida, mi espíritu se había lanzado al encuentro de mi Padre que experimentaba inclinado sobre su Verbo y le decía: ¡Te amo, Padre Santo! Mi gozo consistía en decirle : “Te amo”, Decírselo como hombre, además de dios. Humillar ante El el sentimiento humano, así como le ofrecía mi palpitación de Dios. Me parecía que era yo el imán que atraía a sí todos los amores del hombre, del hombre capaz de amar un poco a Dios, de acumularlos y ofrecerlos dentro de mi corazón. Me parecía ser Yo solo el hombre, esto es, el linaje humano, que volvía como en los días de su inocencia, a conversar con Dios en el fresco del atardecer.
Pero aunque tal beatitud era completa porque era beatitud de caridad, no me abstraía a las necesidades de los hombres, comprendí el peligro en el que se encontraban mis hijos en el lago. Dejé el Amor por el amor. La caridad debe ser solícita.
Me tomaron por un fantasma. ¡Oh! Cuántas veces, pobres hijos, me tomáis por un fantasma por un objeto que infunde miedo. Si pensaseis siempre en Mi, al punto me reconocerías. Pero tenéis tantas telarañas sobre el corazón, y esto os depara mareos. Pero yo me hago conocer ¡Oh, si me supierais sentir!
¿Por qué se iba sumiendo Pedro después de que caminó por algunos metros? Porque su debilidad humana lo venció.
Pedro era muy humano. Hubiera sido Juan no hubiera sido soberbiamente osado, ni hubiera tan volublemente cambiado de idea. La pureza de prudencia y firmeza. Pedro era un hombre en toda la extensión de la palabra. Tenía el deseo de sobresalir, de mostrar que “nadie” como él amaba al Maestro, quería imponerse, y solo porque era uno de los míos se creía superior a las debilidades humanas. Por el contrario, pobre simón, en las pruebas mostraba todo lo contrario. Pero era necesario porque así él más tarde perpetuaría la misericordia del Maestro en la Iglesia naciente. Pedro no sólo se convierte en presa del miedo por temor de su vida que se halla en peligro, “no piensa sino en salvarse”. No reflexiona más ni me mira más.
También vosotros hacéis lo mismo. Cuanto mas eminente es el peligro, tanto más queréis valeros por vosotros mismos. Como si pudieseis hacer alguna cosa. Nunca como en las horas en que deberías esperar en Mi y llamarme os alejáis, me cerráis el corazón y hasta me maldecís.
Pedro no me maldice. Me olvida y debo llamar su espíritu a Mi, debo hacerle que levante los ojos a su Maestro y Salvador. Le perdono la duda porque lo amo, porque amo a este hombre impulsivo que cuando llega a ser confirmado en la gracia podrá obrar sin más turbaciones o cansancios, echando incansable hasta el martirio, hasta la muerte su mística red para llevar almas a su Maestro. Y cuando me invoca, no camino: vuelo en su socorro y lo tengo asido para conducirlo sano y salvo. Mi reproche fue suave porque comprendo todos los atenuantes de Pedro. Soy el mejor defensor y juez que exista y que haya existido. Soy el defensor de todos. Os comprendo ¡pobres hijitos mios! Y si os digo una palabra de reproche, mi sonrisa os la endulza. Os amo. Eso es todo. Quiero que tengáis fe. Si la tenéis vengo a vosotros y os saco así fuera del peligro. Purificad las aguas de vuestro espíritu. Cumplo con mi deber de Salvador eterno.