Nota: Este texto esta tomado de el Instituto de Imagen+ Comunicación Protestante de España
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TRANSGREDE QUE ALGO QUEDA
César Vidal
No debería sucederme porque, a fín de cuentas, vivo de manejar las palabras e incluso de escribirlas. Aún así me pasa. No deja de causarme sorpresa la manera en que ciertos términos se despegan de su sentido original, adquieren un significado nuevo y presuntamente positivo y, al final, se convierten en una mentira nada inocente. Un ejemplo de lo que estoy señalando se encuentra en palabras como "transgresión" o "transgresor". Inicial y etimológicamente, su significado es claramente negativo ya que implica el quebrantamiento de la ley.
Transgresores son el ladrón, el violador o el asesino y, precisamente por ello, ser denominado de esa manera implicaba un nada dudoso insulto. De repente, sin embargo, la palabra "transgresor" recibió un contenido nuevo y positivo. Lo "trangresor" pasó a ser lo que chocaba con lo aceptado, con lo normal, con lo establecido y, precisamente por ello, se convirtió en magnífico. El cine de Almodovar era transgresor porque resulta estéticamente espeluznante y porque sus personajes son marginales profundamente desagradables. ¿Era trangresor? ¡Pues era bueno! El movimiento gay se convirtió en transgresor porque no sólo se enfrentaba con una visión milenaria de la sexualidad sino que además pretendía provocar cambios legales que socavaban directamente la posición de la familia. ¿Era transgresor? ¡Pues era bueno! Apoyar el aborto se convirtió en un valiente acto transgresor en la medida en que arrancaba del orden social la protección de la vida del no-nato y entregaba en exclusiva a la madre tal decisión permitiendo y legitimando que le privara de la existencia. ¿Era transgresor? ¡Pues era bueno!
Incluso en el mundo evangélico se entró en el terreno de la transgresión cuando, por ejemplo, se anunció a los cuatro vientos que era evangélica una secta que, entre otras cosas, afirma que el arcángel Miguel y Cristo son la misma persona y que existen alimentos que no son lícitos para los creyentes dentro del más puro estilo de las doctrinas demoníacas anunciadas en I Timoteo 4, 3. Puestos a transgredir, pocos dislates podían haber resultado más bochornosos en un medio que se sustenta sobre la base de la Biblia. Esta visión de la trangresión goza del aliciente - tan querido para tantos jóvenes y para tantos que pretender seguir siéndolo - de lo prohibido, lo rechazado, lo atrevido. Sin embargo, ese sectarismo propio de los supuestamente transgresores es lo que, al fín y a la postre, ha tergiversado totalmente el nuevo sentido de la palabra.
En realidad, ser transgresor hoy en día no sería propugnar la promiscuidad sexual sino abogar por la castidad. Ser transgresor hoy en día no sería apoyar el aborto libre y gratuito sino apoyar la defensa y la esperanza de vida de los aún no nacidos. Ser transgresor hoy en día sería reconocer la trascendencia de esta vida frente a los que consideran que lo transgresor es ser ateo o agnóstico. Ser transgresor hoy en día sería preguntarse lo que se puede dar a la sociedad en lugar de buscar lo que la sociedad puede darnos. Ser transgresor hoy en día sería denunciar la terrible y peligrosa impudicia que existe en permitir que determinados grupos se presenten como evangélicos cuando teológicamente son sectas. Ser transgresor hoy en día sería, a fín de cuentas, todo lo contrario de lo que, por regla general, se cree que significa ser transgresor y quizá quedaría resumido de una manera muy especial en el canto de Filipenses 2, 5 ss donde se nos dice que Jesús, pese a existir en forma de Dios, no se aferró a ella sino que se vacío y se convirtió en un siervo que, obediente, fue hasta la muerte de cruz. Transgresiones que sigan ese ejemplo son las que necesitamos en el día de hoy.
César Vidal Manzanares
es un conocido escritor, historiador y teólogo
© C. Vidal, I+CP, 2002, Madrid, España (www.ICP-e.org)
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TRANSGREDE QUE ALGO QUEDA
César Vidal
No debería sucederme porque, a fín de cuentas, vivo de manejar las palabras e incluso de escribirlas. Aún así me pasa. No deja de causarme sorpresa la manera en que ciertos términos se despegan de su sentido original, adquieren un significado nuevo y presuntamente positivo y, al final, se convierten en una mentira nada inocente. Un ejemplo de lo que estoy señalando se encuentra en palabras como "transgresión" o "transgresor". Inicial y etimológicamente, su significado es claramente negativo ya que implica el quebrantamiento de la ley.
Transgresores son el ladrón, el violador o el asesino y, precisamente por ello, ser denominado de esa manera implicaba un nada dudoso insulto. De repente, sin embargo, la palabra "transgresor" recibió un contenido nuevo y positivo. Lo "trangresor" pasó a ser lo que chocaba con lo aceptado, con lo normal, con lo establecido y, precisamente por ello, se convirtió en magnífico. El cine de Almodovar era transgresor porque resulta estéticamente espeluznante y porque sus personajes son marginales profundamente desagradables. ¿Era trangresor? ¡Pues era bueno! El movimiento gay se convirtió en transgresor porque no sólo se enfrentaba con una visión milenaria de la sexualidad sino que además pretendía provocar cambios legales que socavaban directamente la posición de la familia. ¿Era transgresor? ¡Pues era bueno! Apoyar el aborto se convirtió en un valiente acto transgresor en la medida en que arrancaba del orden social la protección de la vida del no-nato y entregaba en exclusiva a la madre tal decisión permitiendo y legitimando que le privara de la existencia. ¿Era transgresor? ¡Pues era bueno!
Incluso en el mundo evangélico se entró en el terreno de la transgresión cuando, por ejemplo, se anunció a los cuatro vientos que era evangélica una secta que, entre otras cosas, afirma que el arcángel Miguel y Cristo son la misma persona y que existen alimentos que no son lícitos para los creyentes dentro del más puro estilo de las doctrinas demoníacas anunciadas en I Timoteo 4, 3. Puestos a transgredir, pocos dislates podían haber resultado más bochornosos en un medio que se sustenta sobre la base de la Biblia. Esta visión de la trangresión goza del aliciente - tan querido para tantos jóvenes y para tantos que pretender seguir siéndolo - de lo prohibido, lo rechazado, lo atrevido. Sin embargo, ese sectarismo propio de los supuestamente transgresores es lo que, al fín y a la postre, ha tergiversado totalmente el nuevo sentido de la palabra.
En realidad, ser transgresor hoy en día no sería propugnar la promiscuidad sexual sino abogar por la castidad. Ser transgresor hoy en día no sería apoyar el aborto libre y gratuito sino apoyar la defensa y la esperanza de vida de los aún no nacidos. Ser transgresor hoy en día sería reconocer la trascendencia de esta vida frente a los que consideran que lo transgresor es ser ateo o agnóstico. Ser transgresor hoy en día sería preguntarse lo que se puede dar a la sociedad en lugar de buscar lo que la sociedad puede darnos. Ser transgresor hoy en día sería denunciar la terrible y peligrosa impudicia que existe en permitir que determinados grupos se presenten como evangélicos cuando teológicamente son sectas. Ser transgresor hoy en día sería, a fín de cuentas, todo lo contrario de lo que, por regla general, se cree que significa ser transgresor y quizá quedaría resumido de una manera muy especial en el canto de Filipenses 2, 5 ss donde se nos dice que Jesús, pese a existir en forma de Dios, no se aferró a ella sino que se vacío y se convirtió en un siervo que, obediente, fue hasta la muerte de cruz. Transgresiones que sigan ese ejemplo son las que necesitamos en el día de hoy.
César Vidal Manzanares
es un conocido escritor, historiador y teólogo
© C. Vidal, I+CP, 2002, Madrid, España (www.ICP-e.org)