TIEMPO DE PENITENCIA

14 Diciembre 2000
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Mt 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

"Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.
Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará".

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Al iniciar la Cuaresma la Iglesia nos presente en este evangelio las tres prácticas que están a la base de la vida y la espiritualidad cristiana:
El ayuno, la oración y la ayuda a los necesitados.

Estas, si verdaderamente queremos que nos sirvan para alcanzar o al menos para crecer en la santidad, deben de tener la característica de "hacerse en secreto". Es decir es algo entre Dios y yo.

El cristiano debe tener de manera ordinaria integradas estos ejercicios en su vida ordinaria. Sin embargo, la Cuaresma, como tiempo particular de gracia para profundizar en nuestra conversión, se nos propone como un espacio en nuestra vida para "reforzar" y consolidar nuestra espiritualidad.
Por ello si de ordinario oras 15 minutos, la Cuaresma será una oportunidad para aumentar tu oración a 25 o 30 Minutos; si de ordinario acostumbras ir a misa solo los domingos, la cuaresma pudiera ser una buena oportunidad para ir al menos una vez más en la semana; si yo acostumbro convivir con mi familia una vez a la semana, pues podría ser la oportunidad para hacerlo al menos una vez más.

En fin, utilicemos este tiempo especial de gracia, para llegar a la Pascua con cambios concreto en nuestra vida humana y espiritual que sean signo del poder del Resucitado en nosotros, motivo por el cual estaremos de fiesta.

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I. El ayuno era y es, una muestra de penitencia que Dios pide al hombre.
“En el Antiguo Testamento se descubre el sentido religioso de la penitencia, como un acto religioso, personal, que tiene como término de amor el abandono en Dios” (PABLO VI, Const. Paenitemini).

Acompañado de oración, sirve para manifestar la humildad delante de Dios (Levítico, 16, 29-31): el que ayuna se vuelve hacia el Señor en una actitud de dependencia y abandono totales.

En la Sagrada escritura vemos ayunar y realizar otras obras de penitencia antes de emprender un quehacer difícil (Jueces 20, 26; Ester 4, 16), para implorar el perdón de una culpa (1 Reyes 21, 27), obtener el cese de una calamidad (Judit 4, 9-13), conseguir la gracia necesaria en el cumplimiento de una misión (Hechos 13, 2).

La Iglesia en los primeros tiempos conservó las prácticas penitenciales, en el espíritu definido por Jesús, y siempre ha permanecido fiel a esta práctica penitencial, recomendando esta práctica piadosa, con el co
nsejo oportuno de la dirección espiritual.

II. Tenemos necesidad de la penitencia para nuestra vida de cristianos y para "reparar" (en Cristo) tantos pecados propios y ajenos.

Nuestro afán por identificarnos con Cristo nos llevará a aceptar su invitación a padecer con Él. La Cuaresma nos prepara a contemplar los acontecimientos de la Pasión y Muerte de Jesús.

Con esta devoción contemplaremos la Humanidad Santísima de Cristo, que se nos revela sufriendo como hombre en su carne sin perder su majestad de Dios, y lo acompañaremos por la Vía Dolorosa, condenado a muerte, cargando la Cruz en su afán redentor, por un camino que también nosotros debemos de seguir.

III. Además de las penitencias llamadas pasivas, que se presentan sin buscarlas, las que nos proponemos y buscamos se llaman activas.

Son especialmente importantes para el progreso interior y para lograr la pureza de corazón: mortificación de la imaginación, evitando el monólogo interior en el que se desborda la fantasía y procurando convertirlo en diálogo con Dios.

Mortificación de la memoria, evitando recuerdos inútiles, que nos hacen perder el tiempo y quizá nos podrían acarrear otras tentaciones más importantes.

Mortificación de la inteligencia, para tenerla puesta en aquello que es nuestro deber en ese momento (Ibídem), y rindiendo el juicio para vivir mejor la humildad y la caridad con los demás.

Decidámonos a acompañar al Señor de la mano de la Virgen.

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Tomado de:
www.encuentra.com