TESTIMONIO DE UN EX SEMINARISTA

2 Junio 1999
19.987
13
64
UNA RELACIÓN VIVA Y PERSONAL
Testimonio de un exseminarista

Mi nombre es Manuel, tengo 25 años y vivo en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Les confieso que me sentí sorprendido, cuando recientemente llegó a mis manos un número de su revista. No sabía que existiera un ministerio de esa naturaleza, donde exsacerdotes católicos, convertidos a Cristo, se dedicaran a predicar el Evangelio del Reino y a desenmascarar los engaños doctrinales del catolicismo.
Les felicito por editar tan buenos artículos y los exhorto en el nombre del Señor a que continúen esta Obra de Dios. Realmente me identifico con ustedes; pues también yo pasé mis últimos días en la iglesia romana, como estudiante seminarista, en el seminario de San Carlos.
Estoy convencido que en la actualidad, Dios, está llamando con voz profética, tocando a las puertas de los corazones, no queriendo que nadie se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento.
No es una religión la que salva, el mundo está cansado de tantas. Estoy convencido que sólo una relación viva y personal con nuestro Señor Jesucristo, puede transformar el corazón del hombre e infundir aliento de vida en su alma. Como le dijo Jesús a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios" (Jn.3:3).
¡Qué grandes verdades son estas! Sencillas pero profundas, aparentemente simples, pero tan vitales para el ser humano. Sólo por medio de una obra soberana del Espíritu Santo pueden ser grabadas en nuestras vidas.
Recuerdo claramente cuando Dios empezó a tratar conmigo, yo estaba en 1º grado (tenía 16 años). En casa había una Biblia y un buen día comencé a leerla, precisamente por el Nuevo Testamento. Cuando leí aquellas historias sobre Jesús, me sentí cautivado y tuve la certeza que algo diferente había llegado a mi vida.
Déjeme aclarar que en aquella época yo no sabía nada de religión y menos de Cristo, pues mis padres no eran creyentes, y aunque mi abuela era católica practicante, yo no había puesto los pies nunca en una iglesia. Así fue como comenzó mi vida de católico, me bauticé, tomé la comunión, iba a misa regularmente y aunque yo quería acercarme a Dios y era sincero con mis creencias; todavía sentía un vacío en mi corazón y una sensación de lejanía con respecto a Dios. De esa manera transcurrieron cuatro años aproximadamente, para ese tiempo había empezado la carrera de medicina, y entre los estudios y la música rock asistía poco a misa. Hasta un día en que me invitaron a un retiro carismático, en la que era entonces mi parroquia, "la catedral". Era un grupo que venía por primera vez a la diócesis (pues el movimiento no existía en Santa Clara).
En aquel retiro se habló de la condición del hombre bajo el pecado, de la necesidad de salvación y de tener una relación personal con Jesucristo. Se dijo que había que dejar que Jesús entrara en el corazón para experimentar su presencia y de la vida nueva en Cristo. Repartieron una hoja de papel con una oración escrita para recitar a Jesús como Señor y Salvador. Yo leí aquella oración recitándola con todas mis fuerzas y de corazón. En ese momento sentí que algo se movió dentro de mí, como un gran peso era removido desde dentro y quitó para siempre y al mismo tiempo una libertad nueva recorría todo mi cuerpo. Tanto era el gozo que esa noche no pude dormir, pues cánticos de alabanza al Señor resonaban en mi interior y me mantenían despierto. Sin duda alguna aquel día Jesucristo me limpió con su sangre y me sacó de las tinieblas a su luz admirable. ¡A Él sea la gloria y la honra, Amén!
Desde aquel momento, comencé a orar como nunca antes, me "comía" la Biblia diariamente. Era como si hubiera quitado un libro y hubiera puesto otro diferente, pues me parecía algo vivo, sentía como Dios me hablaba a través de las Escrituras. Me involucré como servidor en el movimiento carismático, ya que yo quería hacer algo para Dios.
Y con el tiempo empecé a pensar en el Seminario, aunque yo no estaba de acuerdo con algunas prácticas como el culto a María, la madre de Jesús y a los santos, entre otros. No obstante en el verano del año 1996 fui admitido en el Seminario diocesano y en septiembre comencé 1º año de filosofía. Cuál no sería mi decepción, al estudiar las doctrinas católicas de manera sistemática y darme cuenta que no eran ni más ni menos que sólidas enseñanzas católicas aprobadas por el Papa, incluso en los documentos del concilio Vaticano II. Esto me hizo lanzarme a un estudio más profundo de las doctrinas, siempre a la luz de la Biblia, todo esto "sazonado" con oración. A veces me cogía la madrugada leyendo y tomando notas. Una por una, todas las bases fundamentales del catolicismo fueron derrumbándose bajo los golpes certeros de la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. Partiendo desde la doctrina de la transubstanciación, pasando por los dogmas de fe, el purgatorio y llegando al sacerdocio católico. En mi mente resonaban las palabras de Ap. 18:4: "Y oí una voz, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas".
Para septiembre de 1997, comenzando el nuevo curso había una fuerte batalla espiritual dentro de mí, pues sabiendo la verdad no me sentía con las fuerzas para romper por completo con aquella falsa religión. Mis proyectos futuros dentro del sacerdocio católico se habían hecho pedazos y me sentía vacilante. Pero como dijo el profeta Jeremías: "Oh Señor, fortaleza y fuerza mía, y refugio mío en el tiempo de la aflicción" (Jer. 16:19), así fue como en una noche, orando de madrugada, pidiéndole dirección al Señor. El Espíritu de Dios produjo en mi la convicción y la fuerza para salir. Recuerdo que cuando pedí una entrevista con el rector del Seminario, el padre René le dije: -Yo me voy no porque no quiera ser sacerdote, sino porque no quiero ser más católico.
Dios es bueno. Ha sido Su gracia y misericordia la que me ha sostenido hasta el día de hoy en sus caminos. En un mundo lleno de peligros, de maldad y de asechanzas diabólicas, Dios cuida de sus hijos; renovando las fuerzas de todo peregrino que marcha hacia la ciudad celestial.
Reconozco que hay muchas personas bien intencionadas dentro de la iglesia católica, pero todas las buenas intenciones del mundo no bastan para nacer de nuevo y convertirse en hijo de Dios. Hay que recibir el amor a la verdad para ser salvos (2 Tes. 2:10). Y la verdad de Dios es Jesucristo mismo y Su Palabra revelada en la Biblia. Cada persona es confrontada con esa verdad y sólo hay dos caminos, o la rechazas o la recibes, no hay más opciones. Como está escrito, "más si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema" (Gal. 1:8). Esta última palabra del versículo (anatema) es demasiado dura para andar jugando a la religión. Es algo de vida o muerte que decidirá tu destino eterno. Y que no es un hombre; sino el mismo Dios quien ha declarado, que toda persona que sea hallada bajo la bandera de un evangelio falso está bajo maldición. Pero gracias al Señor por sus palabras, vigentes aun hoy en día, "y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn. 8:32). Todo el que va a Jesús, Él no le echa fuera. Amén.

Manuel Díaz Sánchez


http://www.epos.nl/ecr/
 
:beso: :corazon: :beso: