SEGUIMIENTO DE CRISTO
¡Señor! Nos dirigimos a Ti porque en tu nombre estamos reunidos. Tú das sentido al abrir nuestras bocas y alabar. Al menos eso decimos. Y lo sentimos. No hay ley, no hay norma, no hay ruego, no hay temor que nos exija o impida estar aquí. ¡Sólo Tú!
Tal vez nos sucede a menudo lo que a los orfebres del templo de Artemis en Efeso cuando supieron que Pablo iba a predicarles tu conversión y a aniquilarles su negocio bien montado: se reunieron, pero cada uno gritaba una cosa, porque la asamblea estaba hecha un lío y la mayoría ni sabía por qué se habían reunido (Hch 19, 32). Cada uno llevaba su talega y su comida.
En aquel mismo templo, y a los pies de barro de aquella diosa, un sabio depositó un libro, dice la leyenda, bellamente escrito, pero oscuro, ya que nadie lo podía entender.
Tú has llegado hasta nosotros en Palabra escrita. Hemos de confesarte que, por momentos, también nos parece que de forma oscura. Un libro sólo apto para iniciados.
¿Pensaste que te iban a encerrar en una mazmorra de papel?
¡Tú, que, como Palabra, no estás encadenada! Pero así fue. Han traducido tu Palabra a mil y pico lenguas. Sin embargo, Tú apenas has sido traducido. Somos muy malos traductores. Y al no poder cumplir tu Palabra, necesitamos añadirle las nuestras. Perdona nuestra incapacidad.
Eres un muerto que a todos preocupa. Por unos motivos o por otros. Pero a todos preocupas. Hemos profesionalizado tu nombre. Y parece que sólo nos inquietas en el silencio. Te hemos dicho sí, y casi siempre seguimos un no; otros te han dicho no, y casi siempre viven en el sí.
¿Qué tendrás, Jesús de Nazaret, que dos mil años de polvo y lastre siguen sin sellar de nuevo tu tumba? No hubo tiempo para que sobre ella crecieran hierbas. Entre muertos no habitas, ya que de entre ellos volviste a nacer. Eres un muerto que vive; y por eso haces vivir; por eso preocupas; por eso continuamos queriendo escuchar tu: ¡Sígueme!
Estamos muy atareados con nuestras cosas. Cada día trae su propio agobio. Estamos excesivamente distraídos: muchas veces con la distracción del pasado (seguro, quieto, pacífico, tibio); otras, con la distracción del futuro (inseguro, inquieto, audaz, débil); casi siempre con la distracción del olvido delpresente (de nuestro presente, de nuestra carne y sangre, de nuestra espera y lucha, de nuestro anhelo e ilusión, de nuestro cansancio y vuelta a e pezar). Son distracciones poderosas que nos impiden alcanzarte.
¿Te poseemos ya? Sí, pero de forma oscura. Necesitamos tu luz: una luz de fe para verlo todo con más claridad; una luz de esperanza, para ver todo con largo alcance; una luz de amor, para ver todo con más profundidad. Es lo único necesario para poder identificarte.
¿Quién pronuncia nuestro nombre y te reconce? Tú lo hiciste con María, la de Magdala. ¿Quién comparte nuestra inquietud y te descubre? Tú lo hiciste con los de Emaús. ¿Quién nos da una mano y nos señala el camino desde Galilea? Tú lo hiciste con los once.
Nos preguntamos quién eres Tú, que invitas seguirte. ¿Recuerdas? En cierta ocasión llamaste los que más cerca vivían de Ti, y les preguntaste: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Moisés, Elías, el Bautista, uno de los profetas...., te contestaron. Era el pensar de los hombres. Y la historia después de Ti, ha seguido este pensar. Unos se hicieron de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro, otros de Crispo. Es el pensar de los hombres. Otro decidieron por sí mismos y surgieron doctrinas, teorías o sistemas. Es el pensar de los hombres. Todo se ha cargado de leyes, juridicismos, clases y categorías. Es el pensar de los hombres.
Pero seguiste preguntando: Y vosotros; los llamados, los escogidos, los que vivís conmigo, los que me habéis encontrado, ¿quién me decís que soy Yo? «¡Tú eres el Hijo de nuestro Dios!» Aceptaste la respuesta. Era el pensar guiado por tu Espíritu. Muchos han seguido este pensar y han dado su vida; otros buscaron ser perfectos como tu Padre; otros se desprendieron de sí mismos para darse a todos; otros buscaron la unión entre todos. Es el pensar del Espíritu.
Aquellos andaban afanados con sus cosas: redes, cambios, planes, leyes, impuestos... Te oyeron e, ¡inmediatamente!, sus cosas fueron inútiles. Quedaron sustituidas por Ti. Aquella ceguera, o sordera, o cojera, o mudez, o muerte... Te oyeron e, ¡inmediatamente!, quedaron sustituidas por Ti.
Hoy nosotros queremos repetir casi sin saber por qué:
«¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierta de rocío,
pasas las noches de invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuanto amor llamar porfía.
Y, ¡cuántas, hermosura soberana,
"Mañana te abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana.»
(Lope de Vega)
¿Seguirte? Lo pensamos. Y queremos que nos anime a ello, no una promesa de cielo, ni menos un temor de infierno. Queremos que seas tan sólo Tú. Porque no eres ningún programa; eres una oferta. Y, ¡cuán desagradecidos somos! El programa lo hemos hecho nosotros. Y lo tenemos escrito también, como en tablas de piedra, porque somos duros de cerviz y tercos de corazón.
¿Sabes? Estamos dedicados por entero a anunciarte; a vivir en un mismo espíritu, fervor, asiduidad y perseverancia; a no estar bajo la ley, sino bajo la gracia; a vivir en Ti, que eres el mismo ayer, hoy y siempre.
Es tu Palabra y nuestra palabra.
Pero, ¡cuán difícil encontrar aquella Palabra definitiva que nos empuje a identificarte! Cuando aquellas mujeres fueron a tu tumba, Alguien les dijo: ¡No está aquíl... Cuantos hombres de buena voluntad vienen a nosotros, y también Alguien les dice: ¡No está aquí!
Por nuestro espíritu pasan muchas cosas. Infunde en nosotros aquello que tiene la fuerza de hacernos dignos: la Verdad. Es lo mismo que pasa por el espíritu de un niño. Hoy, nosotros, tan sabios y pedantes, hemos desmitificado la Verdad; pero no hemos conseguido desmitificar a un niño. Y ellos no molestan, porque la verdad sólo puede molestar quien ha puesto su esperanza en sí mismo.
¡Señor! Te llamamos así, aunque no hacemos que lo Tú mandas. Por momentos no logramos saber con certeza si Tú eres la verdad. Pero hoy te decimos: ¡Tu Palabra nos invita a seguirte!. Y si Tú no eres la Verdad, preferimos vivir en Ti, que en la verdad. Para ello suplicamos a tu Padre y nuestro Padre que mire nuestra debilidad; y que por tu pasión renazca de nuevo nuestra tibia esperanza. Amén.
Por León Deneb
¡Señor! Nos dirigimos a Ti porque en tu nombre estamos reunidos. Tú das sentido al abrir nuestras bocas y alabar. Al menos eso decimos. Y lo sentimos. No hay ley, no hay norma, no hay ruego, no hay temor que nos exija o impida estar aquí. ¡Sólo Tú!
Tal vez nos sucede a menudo lo que a los orfebres del templo de Artemis en Efeso cuando supieron que Pablo iba a predicarles tu conversión y a aniquilarles su negocio bien montado: se reunieron, pero cada uno gritaba una cosa, porque la asamblea estaba hecha un lío y la mayoría ni sabía por qué se habían reunido (Hch 19, 32). Cada uno llevaba su talega y su comida.
En aquel mismo templo, y a los pies de barro de aquella diosa, un sabio depositó un libro, dice la leyenda, bellamente escrito, pero oscuro, ya que nadie lo podía entender.
Tú has llegado hasta nosotros en Palabra escrita. Hemos de confesarte que, por momentos, también nos parece que de forma oscura. Un libro sólo apto para iniciados.
¿Pensaste que te iban a encerrar en una mazmorra de papel?
¡Tú, que, como Palabra, no estás encadenada! Pero así fue. Han traducido tu Palabra a mil y pico lenguas. Sin embargo, Tú apenas has sido traducido. Somos muy malos traductores. Y al no poder cumplir tu Palabra, necesitamos añadirle las nuestras. Perdona nuestra incapacidad.
Eres un muerto que a todos preocupa. Por unos motivos o por otros. Pero a todos preocupas. Hemos profesionalizado tu nombre. Y parece que sólo nos inquietas en el silencio. Te hemos dicho sí, y casi siempre seguimos un no; otros te han dicho no, y casi siempre viven en el sí.
¿Qué tendrás, Jesús de Nazaret, que dos mil años de polvo y lastre siguen sin sellar de nuevo tu tumba? No hubo tiempo para que sobre ella crecieran hierbas. Entre muertos no habitas, ya que de entre ellos volviste a nacer. Eres un muerto que vive; y por eso haces vivir; por eso preocupas; por eso continuamos queriendo escuchar tu: ¡Sígueme!
Estamos muy atareados con nuestras cosas. Cada día trae su propio agobio. Estamos excesivamente distraídos: muchas veces con la distracción del pasado (seguro, quieto, pacífico, tibio); otras, con la distracción del futuro (inseguro, inquieto, audaz, débil); casi siempre con la distracción del olvido delpresente (de nuestro presente, de nuestra carne y sangre, de nuestra espera y lucha, de nuestro anhelo e ilusión, de nuestro cansancio y vuelta a e pezar). Son distracciones poderosas que nos impiden alcanzarte.
¿Te poseemos ya? Sí, pero de forma oscura. Necesitamos tu luz: una luz de fe para verlo todo con más claridad; una luz de esperanza, para ver todo con largo alcance; una luz de amor, para ver todo con más profundidad. Es lo único necesario para poder identificarte.
¿Quién pronuncia nuestro nombre y te reconce? Tú lo hiciste con María, la de Magdala. ¿Quién comparte nuestra inquietud y te descubre? Tú lo hiciste con los de Emaús. ¿Quién nos da una mano y nos señala el camino desde Galilea? Tú lo hiciste con los once.
Nos preguntamos quién eres Tú, que invitas seguirte. ¿Recuerdas? En cierta ocasión llamaste los que más cerca vivían de Ti, y les preguntaste: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Moisés, Elías, el Bautista, uno de los profetas...., te contestaron. Era el pensar de los hombres. Y la historia después de Ti, ha seguido este pensar. Unos se hicieron de Pablo, otros de Apolo, otros de Pedro, otros de Crispo. Es el pensar de los hombres. Otro decidieron por sí mismos y surgieron doctrinas, teorías o sistemas. Es el pensar de los hombres. Todo se ha cargado de leyes, juridicismos, clases y categorías. Es el pensar de los hombres.
Pero seguiste preguntando: Y vosotros; los llamados, los escogidos, los que vivís conmigo, los que me habéis encontrado, ¿quién me decís que soy Yo? «¡Tú eres el Hijo de nuestro Dios!» Aceptaste la respuesta. Era el pensar guiado por tu Espíritu. Muchos han seguido este pensar y han dado su vida; otros buscaron ser perfectos como tu Padre; otros se desprendieron de sí mismos para darse a todos; otros buscaron la unión entre todos. Es el pensar del Espíritu.
Aquellos andaban afanados con sus cosas: redes, cambios, planes, leyes, impuestos... Te oyeron e, ¡inmediatamente!, sus cosas fueron inútiles. Quedaron sustituidas por Ti. Aquella ceguera, o sordera, o cojera, o mudez, o muerte... Te oyeron e, ¡inmediatamente!, quedaron sustituidas por Ti.
Hoy nosotros queremos repetir casi sin saber por qué:
«¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierta de rocío,
pasas las noches de invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana;
verás con cuanto amor llamar porfía.
Y, ¡cuántas, hermosura soberana,
"Mañana te abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana.»
(Lope de Vega)
¿Seguirte? Lo pensamos. Y queremos que nos anime a ello, no una promesa de cielo, ni menos un temor de infierno. Queremos que seas tan sólo Tú. Porque no eres ningún programa; eres una oferta. Y, ¡cuán desagradecidos somos! El programa lo hemos hecho nosotros. Y lo tenemos escrito también, como en tablas de piedra, porque somos duros de cerviz y tercos de corazón.
¿Sabes? Estamos dedicados por entero a anunciarte; a vivir en un mismo espíritu, fervor, asiduidad y perseverancia; a no estar bajo la ley, sino bajo la gracia; a vivir en Ti, que eres el mismo ayer, hoy y siempre.
Es tu Palabra y nuestra palabra.
Pero, ¡cuán difícil encontrar aquella Palabra definitiva que nos empuje a identificarte! Cuando aquellas mujeres fueron a tu tumba, Alguien les dijo: ¡No está aquíl... Cuantos hombres de buena voluntad vienen a nosotros, y también Alguien les dice: ¡No está aquí!
Por nuestro espíritu pasan muchas cosas. Infunde en nosotros aquello que tiene la fuerza de hacernos dignos: la Verdad. Es lo mismo que pasa por el espíritu de un niño. Hoy, nosotros, tan sabios y pedantes, hemos desmitificado la Verdad; pero no hemos conseguido desmitificar a un niño. Y ellos no molestan, porque la verdad sólo puede molestar quien ha puesto su esperanza en sí mismo.
¡Señor! Te llamamos así, aunque no hacemos que lo Tú mandas. Por momentos no logramos saber con certeza si Tú eres la verdad. Pero hoy te decimos: ¡Tu Palabra nos invita a seguirte!. Y si Tú no eres la Verdad, preferimos vivir en Ti, que en la verdad. Para ello suplicamos a tu Padre y nuestro Padre que mire nuestra debilidad; y que por tu pasión renazca de nuevo nuestra tibia esperanza. Amén.
Por León Deneb