De Ángel
Santidad De Las Circunstancias
Martes, 13 de marzo de 2001
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
La vida te lleva y tú la llevas; la vida te tiene y tú la tienes; la vida te contiene y sin embargo tú la tienes por dentro.
Hay, en efecto, vida dentro de ti, que te mueve y produce en cierto sentido todo lo que haces, pues sin vida no harías nada de cuanto haces. Mas no es ésa toda tu vida, porque también lo que te acontece y como te acontece es vida tuya, pues tú tampoco serías tú en circunstancias distintas de las que has vivido.
Estas reflexiones, que más parecen propias de la filosofía, son útiles cuando quieres ahondar en ese apelativo particular que suele darse al Espíritu Santo: "Dador de vida". Muy a menudo se entiende esta expresión sólo refiriéndola al aspecto "interior" de la vida, es decir a esa especie de fuerza, de vigor o impulso que te hace "sentirte" vivo. Y claro que así sucede, porque el Espíritu, mucho más y mucho mejor que cualquier género de creatura, puede, quiere y sabe darte la experiencia misma de la vida.
Mas el Espíritu Santo es también "vida" en ese segundo sentido de que hoy te hablo. Un imagen puede ayudar a tu comprensión. Cuando el bebé está en el vientre de la madre, ella lo alimenta a través del cordón umbilical, pero el niño no está sobre una cama o sobre una mesa: el cuerpo de la mamá lo envuelve. El bebé flota deliciosamente en el líquido amniótico que tiene la temperatura y composición química más apropiadas para servir de "ambiente" del niño. Ésta es la palabra nueva para ti: el Espíritu Santo te da vida no sólo como el cordón umbilical le da vida al bebé sino también como ese líquido bendito del vientre materno preserva, cuida, abraza y acaricia al bebé. El Espíritu no sólo te crea a ti como creatura nueva en Cristo, sino que crea para ti el ambiente que puede hacerte verdadero bien, para que crezcas y madures en Cristo.
Por lo demás, ya tú sabes que las obras del sutil Espíritu son conocibles a los humanos ante todo por la vida de Nuestro Señor Jesucristo. En nadie es tan densa la palabra "vida" como en Él, que por eso pudo decir: «Yo soy la Vida» (Jn,14,6). Cuando el Espíritu Santo desciende con poder como unción que conduce a Jesús hacia su misión única de Redentor de la Humanidad y el Universo, hay en Él una experiencia interior, personal e intransferible, que acontece como doble explosión de amor: la percepción más grande y perfecta que puedas pronunciar o imaginar de saberse y sentirse amado por el Padre, y el estallido de mil estrellas de luz que querían gritar dentro de Él todo su amor por el Padre. Nada se parece a eso. ¡Nada!
Y sin embargo, eso no es todo. Ésa es sólo la parte interior. Nos falta la parte exterior, la que hoy me interesa que medites un poco. Míralo de este modo: el Espíritu no sólo modeló el Corazón de Jesucristo, como altar de ofrenda a la voluntad salvífica del Padre en favor de todos vosotros, sino que también modeló las circunstancias que rodearon cada instante del ministerio de Nuestro Señor.
El Espíritu fue el Arquitecto que construyó los días de Cristo; fue la Secretaria que asignó las numerosas citas de la apretadísima agenda del Hijo de Dios; fue la mamá que envolvió en un perfume de gracia su labor. De esto te habla Lucas —siempre tan sensible al paso y la acción del Espíritu— cuando afirma que «de Él salía una fuerza...» (Lc 6,19). Esa "fuerza", esa serena y noble majestad que acompañaba a este hombre pobre hasta el extremo, esa solemnidad sin boato, esa dulzura sin trivialidad, ese orden sin aparato ni protocolo, esa seriedad sin encogimiento, esa mansedumbre sin debilidad, y esa fortaleza sin imposición, en fin, esa vida, esa maravillosa vida que se sentía y siente cerca de Jesús, es la presencia casi física —hablo para ti— del Espíritu Santo.
De aquí puedes aprender que tu vida no ha de consistir en fortalecerte para lo que venga, sino en saludar en lo que venga la bendición del que ya conoces. «Está en vosotros...», aseguraba Juan (1 Jn 4,4). Saluda en tus circunstancias a Aquel que te deja sentir amor. Para ti será el Reino de los Cielos.
Santidad De Las Circunstancias
Martes, 13 de marzo de 2001
En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
La vida te lleva y tú la llevas; la vida te tiene y tú la tienes; la vida te contiene y sin embargo tú la tienes por dentro.
Hay, en efecto, vida dentro de ti, que te mueve y produce en cierto sentido todo lo que haces, pues sin vida no harías nada de cuanto haces. Mas no es ésa toda tu vida, porque también lo que te acontece y como te acontece es vida tuya, pues tú tampoco serías tú en circunstancias distintas de las que has vivido.
Estas reflexiones, que más parecen propias de la filosofía, son útiles cuando quieres ahondar en ese apelativo particular que suele darse al Espíritu Santo: "Dador de vida". Muy a menudo se entiende esta expresión sólo refiriéndola al aspecto "interior" de la vida, es decir a esa especie de fuerza, de vigor o impulso que te hace "sentirte" vivo. Y claro que así sucede, porque el Espíritu, mucho más y mucho mejor que cualquier género de creatura, puede, quiere y sabe darte la experiencia misma de la vida.
Mas el Espíritu Santo es también "vida" en ese segundo sentido de que hoy te hablo. Un imagen puede ayudar a tu comprensión. Cuando el bebé está en el vientre de la madre, ella lo alimenta a través del cordón umbilical, pero el niño no está sobre una cama o sobre una mesa: el cuerpo de la mamá lo envuelve. El bebé flota deliciosamente en el líquido amniótico que tiene la temperatura y composición química más apropiadas para servir de "ambiente" del niño. Ésta es la palabra nueva para ti: el Espíritu Santo te da vida no sólo como el cordón umbilical le da vida al bebé sino también como ese líquido bendito del vientre materno preserva, cuida, abraza y acaricia al bebé. El Espíritu no sólo te crea a ti como creatura nueva en Cristo, sino que crea para ti el ambiente que puede hacerte verdadero bien, para que crezcas y madures en Cristo.
Por lo demás, ya tú sabes que las obras del sutil Espíritu son conocibles a los humanos ante todo por la vida de Nuestro Señor Jesucristo. En nadie es tan densa la palabra "vida" como en Él, que por eso pudo decir: «Yo soy la Vida» (Jn,14,6). Cuando el Espíritu Santo desciende con poder como unción que conduce a Jesús hacia su misión única de Redentor de la Humanidad y el Universo, hay en Él una experiencia interior, personal e intransferible, que acontece como doble explosión de amor: la percepción más grande y perfecta que puedas pronunciar o imaginar de saberse y sentirse amado por el Padre, y el estallido de mil estrellas de luz que querían gritar dentro de Él todo su amor por el Padre. Nada se parece a eso. ¡Nada!
Y sin embargo, eso no es todo. Ésa es sólo la parte interior. Nos falta la parte exterior, la que hoy me interesa que medites un poco. Míralo de este modo: el Espíritu no sólo modeló el Corazón de Jesucristo, como altar de ofrenda a la voluntad salvífica del Padre en favor de todos vosotros, sino que también modeló las circunstancias que rodearon cada instante del ministerio de Nuestro Señor.
El Espíritu fue el Arquitecto que construyó los días de Cristo; fue la Secretaria que asignó las numerosas citas de la apretadísima agenda del Hijo de Dios; fue la mamá que envolvió en un perfume de gracia su labor. De esto te habla Lucas —siempre tan sensible al paso y la acción del Espíritu— cuando afirma que «de Él salía una fuerza...» (Lc 6,19). Esa "fuerza", esa serena y noble majestad que acompañaba a este hombre pobre hasta el extremo, esa solemnidad sin boato, esa dulzura sin trivialidad, ese orden sin aparato ni protocolo, esa seriedad sin encogimiento, esa mansedumbre sin debilidad, y esa fortaleza sin imposición, en fin, esa vida, esa maravillosa vida que se sentía y siente cerca de Jesús, es la presencia casi física —hablo para ti— del Espíritu Santo.
De aquí puedes aprender que tu vida no ha de consistir en fortalecerte para lo que venga, sino en saludar en lo que venga la bendición del que ya conoces. «Está en vosotros...», aseguraba Juan (1 Jn 4,4). Saluda en tus circunstancias a Aquel que te deja sentir amor. Para ti será el Reino de los Cielos.