San Paciano de Barcelona. Sobre el nombre de Católico.

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10 Agosto 2003
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SOBRE EL NOMBRE DE CATÓLICO

Paciano, al hermano Semproniano, salud.

I. Si no es por una curiosidad carnal, sino más bien, como yo creo, por un provecho espiritual el que examines en mí, señor, la fe de la verdad católica; tendrías que haber sido tú el primero en indicarme cuál era o hasta qué punto era diversa tu fe (ya que, por lo que se ve, habiendo empezado a beber en el reguero, te habías alejado de la fuente y del origen de la Iglesia principal) y mostrarme cuál había sido la causa primaria de la separación de la unidad de nuestro cuerpo. Menester es poner al desnudo aquellos miembros por los que se pide la medicina. Cerrada ahora, por decirlo así, la expansión de tus cartas, no logro ver cuáles son los miembros que yo he de sanar; puesto que tantas son las herejías que del cristianismo han derivado, que el nombre de ellas solas ya forma una lista interminable. Pues, dejando de lado a los herejes de los judíos, Dositeo el samaritano, los saduceos y los fariseos, enumerar sólo a aquellos que surgieron en los tiempos de los apóstoles, sería algo muy largo: Simón Mago, Menandro y Nicolás y todavía aquellos otros que tiene escondidos la fama oscura. ¿Y qué diré de los que surgieron en tiempos más tardos: Ebión y Apeles y Marción y Valentín y Cerdón; y no mucho después que estos, los Catafrigios y los Novacianos, obviando a los enjambres de última hora?

II. ¿A quién he de comenzar a refutar con mis cartas? Si tanto quieres, ni los mismos nombres de todos cabrían en estas hojas; pero digamos que tú, condenando en redondo la penitencia, te clasificas y te adscribes bajo el número y la opinión de los Frigios. Ahora bien, estos mismos, clarísimo señor mío, profesan unos errores tan multiplicados y variados, que no es tan sólo uno de ellos lo que creen en vistas de la penitencia, sino que será necesario decapitar muchos más, como tantas otras cabezas de la hidra de Lerna. (...).

IV. Y mientras tanto, en lo que concierne a la carta que tengo ante los ojos, quiero en primer lugar rogarte que no pidas autoridad para el error, esto es, como dices, que hasta el momento por el orbe todo, no se ha encontrado a nadie que te venciera y pudiese convencerte de nada contrario a lo que tú crees. Como sea que siendo nosotros imperitos, el espíritu de Dios es peritísimo, y pese a ser nosotros infieles, "Él permanecerá fiel, que no puede negarse a sí mismo" (II Tim. 2, 13). Y además se ha de añadir el que a los Sacerdotes no les es cosa lícita la tozuda y porfidiosa discusión: "Si, a pesar de esto, dice el Apóstol, alguno gusta de disputar, nosotros no tenemos tal costumbre, ni tampoco las iglesias de Dios" (I Cor. 11, 16). "Después de una y otra amonestación", como tú mismo sabes, el porfidioso discutidor es dejado de lado (Tit. 3, 10). De no ser así, ¿quién será capaz de convencer al que no quiere dejarse convencer? Tuya es, hermano, la culpa, y no de ellos, si ninguno llega a persuadirte de lo que era mejor. Y hoy mismo, está a tu alcance el no tener en cuenta nuestros escritos, si más bien prefieres repugnarlos que aprobarlos. En este sentido, fueron muchos los que opusieron resistencia al Señor y a sus Apóstoles; y nunca la verdad podrá ser persuadida a nadie que en conciencia no asienta a ella.

V. Es por ello, señor, que nosotros, al escribir, no tenemos la confianza de poder convencer a nadie que repugne, sino con aquella fe que no niega el acceso al que de buena voluntad quiere. Y si tal disposición está en tu ánimo y en tu espíritu, ya no hay polémica posible sobre el nombre de Católico; dado que si es por Dios el que nuestro pueblo lo lleve, ya no hay que preguntarle nada, si la autoridad divina le precedió; y si fue el hombre quien lo usurpó, se ha de poner en claro cuándo fue esta usurpación. Entonces, si el nombre es bueno, no tiene ninguna odiosidad; si es malo, no hay razón para envidiarlo. Tengo entendido que los Novacianos se llaman así por un tal Novato o Novaciano; no obstante, yo en ellos no blasmo el nombre, sino la secta. No hubo nadie que a Montano o a los Frigios les echara en cara el nombre solo.

VI. Pero me dirás: En tiempos de los apóstoles, nadie se hacía llamar Católico. Bien, que así sea; pero concédeme al menos esto: ¿Cómo fue que tras los Apóstoles existieron herejías, y bajo nombres distintos pugnaban para desgarrar y partir la Paloma de Dios, la Reina? ¿Por ventura el pueblo apostólico no exigía su propio apellido, sello de la unidad del pueblo incorrupto, a fin de que el error de algunos no profanase la inmaculada virgen de Dios en sus miembros? ¿Es que no estaba bien que la cabeza principal fuera distinguida con su nombre propio? Si yo, pongamos por caso, hubiese entrado hoy en una ciudad populosa y hubiera descubierto que se llamaban cristianos los Marcionitas, los Apolinaristas, los Catafrigios, los Novacianos y todavía otros del mismo estilo, ¿con qué apellido conocería yo a la reunión de mi pueblo, si no se llamase Católico? Dime: ¿quién fue el que a los otros pueblos concedió tantos nombres? ¿Por qué cada ciudad, cada nación tiene su delimitación propia? Y aquel mismo que me interroga sobre el nombre de Católico, ¿ignorará las razones de mi nombre, si busca el origen de donde me vino? Ciertamente que no es hurtado a ningún hombre lo que, a pesar de los siglos, no se perdió. El nombre este de Católico no hace sonar el de Marción, ni el de Apeles, ni el de Montano ni admite autores suyos entre los herejes.

VII. Muchas son las cosas que nos enseñó el Santo Espíritu, Paráclito y Maestro, que Dios desde el cielo transmitió a los Apóstoles; muchas son aquellas cosas que la razón enseña, como dice San Pablo; y la honestidad y la naturaleza misma muchas cosas nos enseñaron. ¿Y qué? ¿Es poca la autoridad que nos procede de los varones apostólicos, es poca la que nos viene de los primeros sacerdotes, es poca la que se deriva del muy bienaventurado Cipriano, mártir y doctor? ¿Es que pretenderemos dar lecciones a un maestro? ¿Por ventura somos más sabios que él, y nos hincha el espíritu de la carne contra aquel que la noble sangre y la corona de la pasión ínclita demostraron que era testigo del Dios eterno? ¿Qué tantos obispos ancianos, qué tantos mártires y tantos confesores? Dime: si aquellos autores no están capacitados para usurpar este nombre, ¿lo estaríamos ya nosotros para negarlo? ¿Y serán más bien los Padres los que tendrán que seguir nuestra autoridad, y habrá de enmendarse la antigüedad de los Santos, y estos tiempos nuestros, podridos de vicios, extirparán la canicie de la veteranía apostólica? No te enojes demasiado, hermano mío: Cristiano es mi nombre y Católico mi apellido. Aquél expresa lo que digo ser; el otro me demuestra como soy. Éste me da por bueno; aquél me significa.

VIII. Al cabo hemos de dar razón del vocablo "Católico" y explicar en lengua romana una palabra griega. Católico quiere decir: "Dondequiera, uno"; o como los Doctores piensan "obediencia de todos" a los mandamientos de Dios, naturalmente. De donde dice el Apóstol: "Si sois obedientes en todo" (II Cor. 2, 9). Y en otra ocasión: "Pues como, por la desobediencia de uno, muchos fueron los pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos serán hechos justos" (Rom. 5, 19). Así pues, el que es católico es obediente a lo que es justo; y el que es obediente, ya es cristiano; y de este modo el católico ya es cristiano. Por lo cual, nuestro pueblo es distinguido del pueblo herético por el solo hecho de llamarse católico. Pero, que católico signifique "uno en todas partes", como sienten los Padres, David mismo nos lo ha dado a entender cuando dice: "Hijas de reyes vienen a tu encuentro, y a tu diestra está la reina con oro de Ofir" (Salm. 45, 10), es decir, una en todos. Y en el Cantar de los Cantares el Esposo habla así: "Pero es única mi paloma, mi inmaculada; es la única hija de su madre, la predilecta de quien la engendró" (Cant. 6, 8). Y de nuevo: "Detrás de ella, las vírgenes, sus compañeras, son introducidas a ti" (Salm. 45, 15). Y todavía esto otro: "Doncellas son sin número" (Cant. 6, 7). Por tanto, se manifiesta una en todos y una sobre todos, si vas a indagar la significación del nombre.

IX. En cuanto a la penitencia, haga Dios que a ningún fiel le sea necesaria. Nadie después del baño de la fuente sagrada caiga en el hoyo de la muerte; que los sacerdotes no se vean obligados a proporcionar tardos consuelos, tardas lecciones y que, mientras subvienen dulcemente los remedios de pecar, no abran el camino de pecar. Pero nosotros descubrimos esta indulgencia de nuestro Dios a los miserables, no a los predestinados, y no antes del pecado, sino después del pecado. Y anunciamos la medicina, no a aquellos que están buenos, sino a aquellos otros que enferman. Si nada pudieran contra los cristianos las malicias espirituales; si aquel fraude antiguo de la serpiente, que derrumbó al primer hombre, que en los que de él descendieron marcó tantos títulos de condenación; si de este mundo ya no formara parte; si aquí ya hubiésemos empezado a reinar; si ningún crimen llegó a nuestros ojos, ningún crimen a nuestras manos, ningún crimen a nuestras almas, rechazamos este don de Dios, rechazamos este auxilio; que no se escuche ningún gemido ni sollozo alguno de penitencia y que la justicia se niegue, altiva, a cualquier remedio.

X. Ahora bien, que si el Señor proveyó estas cosas en bien del hombre, obra suya; si Él mismo asignó con largueza premios a los que se mantuvieron firmes, y remedios a espuertas a los que cayeron; cesad de acusar la piedad divina y, so pretexto de rigor, de borrar tantos títulos de la clemencia celestial y con aspereza inexorable estorbar los bienes que Dios nos dispensa de buen grado. No es de lo nuestro que hacemos tales larguezas. "Convertíos a mí, dice el Señor, en ayuno, en llanto y en gemidos. Rasgad vuestros corazones, no vuestras vestiduras" (Joel 2, 12). Y otra vez: "Deje el impío sus caminos, y el malvado sus pensamientos, y vuélvase a Yavé, que tendrá de él misericordia" (Is. 55, 7). Y aún más: "Convertíos a Yavé, vuestro Dios, que es clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en benignidad, y se arrepiente en castigar" (Joel 2, 13). ¿Tiene la serpiente un veneno que tanto le dura, y Jesucristo no tendrá una medicina? En este mundo, el Diablo causa la muerte, ¿y Jesucristo en este mismo mundo no podrá socorrer? ¡Que nos sepa mal pecar, pero que no nos sepa mal hacer penitencia! ¡Que nos dé vergüenza ponernos en peligro, pero que no nos la dé recobrar la seguridad! ¿Quién quitará al náufrago la tabla, a fin de que no se escape? ¿Quién compadecerá a las llagas su curación? ¿No es David el que dice: "Todas las noches inundo mi lecho y con lágrimas riego mi estrado" (Salm. 6, 7)? Y además: "Te confesé mi pecado y no oculté mi iniquidad" (Salm. 32, 5). (...) ¿Tienen algún otro significado aquellas parábolas dominicales? ¿Qué es la dracma que encontró la mujer en casa y se dejó felicitar porque la había encontrado? ¿Qué es el pastor que devuelve al redil a la oveja extraviada? ¿Qué es el padre que, amoroso, sale al paso del hijo que vuelve, después de malversados todos sus bienes con locas hembras y fornicarios, y reta, mostrándole la razón, al hermano que concibió envidia? Y le dice: "Este tu hermano estaba muerto, y ha vuelto a la vida; se había perdido, y ha sido hallado" (Luc. 15, 32) ¿Qué da a entender aquel caminante malherido delante del cual pasaron de largo el sacerdote y el levita? ¿No fue, al cabo, curado? (Luc. 10, 30).

XI. Considera bien todo aquello que a las Iglesias dice el Espíritu Santo: acusa a los Efesios por la caridad abandonada, imputa el estupro a los de Tiatira, a los Sardos porque abandonaron el celo en obrar, reta a los de Pérgamo por la diversidad de las doctrinas, blasma el lujo de los de Laodicea y, no obstante, invita a todos a la penitencia satisfactoria. ¿Y qué, el Apóstol cuando dice a los Corintios: "Que al llegar de nuevo, sea de mi Dios humillado ante vosotros y tenga que llorar por muchos de los que antes pecaron y no hicieron penitencia de su impureza, de su fornicación y de su lascivia"? ¿Y qué cuando vuelve a decir a los Gálatas: "Hermanos, si alguno fuere hallado en falta, vosotros los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, cuidando de ti mismo, no seas también tentado" (Gal. 6, 1)? ¿Tal vez, en una gran casa, el padre de familia sólo guarda la platería y la vajilla de oro? ¿No se digna asimismo a custodiar los recipientes de barro y los de madera e incluso aquellos otros que se rompieron y fueron remendados? "Ahora me alegro, dice el Apóstol, no porque os entristecisteis, sino porque os entristecisteis para la penitencia" (II Cor. 7, 9). Y en otro lugar dice: "Pues la tristeza según Dios es causa de la penitencia saludable" (II Cor. 7, 10). Pero hay quien no pudo hacerla. Nadie no encarga el trabajo sin paga. "Porque el obrero es digno de su salario" (Luc. 10, 7). Jamás Dios conminaría al impenitente si no perdonaba al penitente. Sólo Dios puede esto, me dirás; verdad dices, y potestad suya es aquello que hace por mediación de los sacerdotes. ¿Qué es lo que dice a los Apóstoles: "Cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos" (Mat. 16, 19)? ¿Para qué diría eso si a los hombres no les estaba permitido atar y desatar? ¿Sólo a los Apóstoles les es lícito? Entonces, a ellos solos corresponde bautizar, a ellos solos dar el Espíritu Santo, a ellos solos perdonar el pecado de los gentiles, porque esta misión total a nadie sino a los Apóstoles fue encomendada.

XII. Pero si en otro lugar fueron depositadas la potestad de resolver los vínculos y la potestad del Sacramento, o todo ha manado hasta nosotros por disposición y poder de los apóstoles, o hasta nosotros no llegó aquello de los decretos apostólicos: "Yo, dice, como sabio arquitecto, puse los cimientos, otro edifica encima" (I Cor. 3, 10). Nosotros bastimos sobre los fundamentos que estableció la doctrina de los Apóstoles. Y para terminar, los Obispos se llaman también Apóstoles, tal y como del Epafrodita dice Pablo: "Nuestro hermano, cooperador y camarada mío, vuestro Apóstol y ministro en mis necesidades" (Filip. 2, 25).

XIII. Si, pues, la potestad del Bautismo y del Crisma, que son con mucho los dones más excelentes, descendió desde aquí arriba hasta los Obispos, también descendió el poder de atar y desatar. Y este poder, ya sea que por culpa de nuestros pecados lo ejerzamos temerariamente, Dios que a los Obispos otorgó el nombre de su Único, no se lo negó a ellos, santos como son y ocupando la cátedra de los Apóstoles.

(...)

XV. Todavía quiero que sepas, hermano, que este mismo perdón que a la penitencia se concede no a todos ni en todas partes es dado ni es concedido antes que la divina voluntad se demuestre o se aproxime una visita de Dios. Después de una ponderación y un examen bien maduro, después de proferir muchos gemidos y haber derramado muchas lágrimas, después de las plegarias de la Iglesia toda, jamás es negado el perdón a la verdadera penitencia, pero de tal manera que no se prejuzga la sentencia del Cristo que nos judicará. Si más elucidaciones quieres, escríbeme, hermano, y la instrucción será más copiosa.

San Paciano de Barcelona [siglo IV]. Epístolas.
 
Autor: Profesor José M. Abreu O Cumaná, Estado Sucre, Venezuela




Sobre el concepto de la apostolicidad de la Iglesia


Profesor José M. Abreu O

Cumaná, Estado Sucre, Venezuela



EN TORNO A LA "CATOLICIDAD" DE LA IGLESIA


La visión histórica que la ICR ha divulgado sobre sí misma es como sigue: Cuando Jesucristo le dijo a Pedro: "Sobre esta roca edificaré mi Iglesia", quiso decir lo siguiente: "Sobre ti edificaré la Iglesia Católica de Roma y tú serás la Cabeza de la Iglesia Católica de Roma". Cuando en el Pentecostés se produjo el nacimiento público de la Iglesia, ese mismo día nació la Iglesia Católica de Roma. Cuando Pablo estableció, organizó, formó y capacitó a las iglesias en casi todo el Imperio, entonces Pablo estableció, organizó, formó y capacitó a "La Iglesia Católica de Roma".

Cuando uno lee el NT lo que encuentra es algo mucho más complejo que esta visión simple y reduccionista de la historia de la Iglesia. Encuentra lo siguiente: Un conjunto de comunidades de creyentes, a las que el NT llama "iglesias" (asambleas) dispersas en todo el imperio, en medio de una gran diversidad de situaciones: hay iglesias en ciudades grandes y chicas, en casas y familias particulares, iglesias de sólo judíos, iglesias de sólo gentiles, iglesias mixtas. A todas estas comunidades diversas y dispersas Pablo las llamó "El Cuerpo de Cristo", al que llamó también "La Iglesia de Dios", o "La Iglesia de Cristo", o simplemente, "La Iglesia". Entonces lo que fundó Jesucristo y que nació en Pentecostés no fue "La Iglesia Católica de Roma", sino algo mucho más grande, que incluyó a la iglesia que estaba en Jerusalén, a la Iglesia que estaba en Antioquía, a la Iglesia que estaba en Éfeso, a la que estaba en Corintio, a la que estaba en Roma, a la que estaba en Berea, etc., etc.

En ninguna parte del NT encontramos que existiera el gobierno y autoridad de una iglesia local particular sobre las demás iglesias. Encontramos iglesias con mayor o menor importancia, digamos, estratégica (por ejemplo, la de Antioquía), porque para El Señor, y por consiguiente para todos los apóstoles, no había cristianos de primera ni cristianos de segunda, iglesias de primera o iglesias de segunda. Pero, dentro de la estrategia misionera para la expansión del evangelio es evidente que los grandes centros urbanos y poblados tienen mayor importancia que las pequeñas aldeas del imperio en donde se estableciera una comunidad de creyentes. El plan trazado por Lucas en el Libro de los Hechos muestra una visión global territorial muy propia de la realidad imperial en la que nace la Iglesia de Cristo: "Recibiréis poder y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra". Por eso Lucas hace que en Jerusalén estén presentes las 70 naciones que según se creía entonces formaban el mundo, siendo, según parece, España "lo último de la tierra" (¿no será esto lo que está en la mente de Pablo cuando anuncia a la iglesia que estaba en Roma su intención de pasar por allí rumbo a España?). Este esquema geográfico obedece al mandato de Jesús: "Id y predicad el Evangelio a toda criatura, y el que creyere y fuere bautizado ese será salvo" (NÓTESE EL ORDEN: CREER Y SER BAUTIZADO). Esta vocación universal de
la predicación del Evangelio es lo que le confiere a la Iglesia su "universalidad", es decir, en el sentido literal de la palabra, "su catolicidad". Es en este sentido que la palabra "católica" es empleada a partir del siglo II, tal como aparece en el llamado "Credo de los Apóstoles" , cuando dice: "Creo en la iglesia católica", lo que para algunos parece querer decir: "Creo en la Iglesia Católica de Roma". Los protestantes preferimos traducirla en el sentido original del contexto de todo el credo: "Creo en la Iglesia Universal" (esa que se extiende desde Jerusalén hasta "lo último de la tierra" que bien pudiera ser la Patagonia, la Cochinchina o Macuro, el pueblito donde Colón puso su pie por primera vez en el Continente americano). En resumen, el libro de Los Hechos nos muestra el siguiente cuadro:

(I). Una Iglesia en el contexto judío: la Iglesia de Jerusalén. Es,
digamos, la Iglesia "madre". Allí están los apóstoles, desde allí, por las persecuciones tempranas de Herodes, los creyentes se irán esparciendo por toda Judea y Samaria. Esta Iglesia de Jerusalén, por ser la sede apostólica, jugará un importantísimo y trascendental papel en la expansión del evangelio hacia el mundo gentil. Cuando se presenta, no el conflicto, porque no llegó hasta allí, sino más bien el dilema o la circunstancia desconocida entonces, de la incorporación de creyentes gentiles a la Iglesia (los hermanos de Jerusalén se asombran y dicen: "De modo que Dios ha derramado entre los gentiles lo mismo que entre nosotros") era absolutamente normal y previsible que la Iglesia de Jerusalén fuera la que tratara con el asunto. Por cierto, que fue Santiago, y no Pedro, quien llevó la dirección de una asamblea democrática de todos los creyentes de la Iglesia; Pedro más bien fue el interrogado, el que tuvo que dar explicaciones y no pocas; en ningún momento aparece como "Jefe Supremo". Ni siquiera Santiago se sintió "jefe", pues él dice: "NOS ha parecido a nosotros (toda la asamblea de la iglesia) y al Espíritu Santo....") Simplemente, la Iglesia todavía no se había convertido en la estructura ontocrática que es hoy. Era una comunidad perfectamente democrática, siendo el Espíritu Santo quien la gobernaba. Es evidente que esta comunidad tiene una organización que corresponde a la cultura judía. Desde el principio, las comunidades se irán organizando con el sistema de gobierno por ancianos o presbíteros. Los que presiden las comunidades son ancianos, en el sentido genético del término, y Pablo establece en sus cartas pastorales cuáles son los requisitos espirituales, emocionales, familiares (debían ser casados), doctrinales, sociales (buen testimonio), etc. En esta etapa, el obispado era más una función dentro de una comunidad específica o iglesia local ("epíscopo"=el que vigila , " el que echa el ojo sobre de" ; supervisor, y por consiguiente era un sinónimo de "pastor") que un puesto jerárquico de gobierno sobre una o más iglesias locales. En el NT es muy claro que los funcionarios en la iglesia son: primeramente, apóstoles, luego profetas, evangelistas, pastores y maestros (Efesios 4). El desarrollo del obispado jerárquico es muy posterior al siglo II, cuando ya la Iglesia se va asimilando a la estructura jurídica del imperio. Después de la caída de éste, la estructura eclesiástica se asimilará al orden jurídico imperial y terminará suplantándolo (un ejemplo es el título "Sumo Pontífice" , aplicado hoy al papa, y que correspondía a un cargo público en la administración romana equivalente al Ministro de Obras Públicas).

(II). La Iglesia de Antioquía de Siria: tal vez, la más importante, después de Jerusalén. Ella fue el centro misionero de Pablo y desde allí se extendió el evangelio al resto de Europa. La historia está muy bien documentada en Hechos. Esta es la Iglesia que tendría hoy todo el derecho de reclamar el primado sobre las iglesias gentiles, pues se entiende que Jerusalén se quedó anclada en su pasado judío. Es Antioquía, no Roma, el centro vital del cristianismo gentil. Solamente el cambio en las condiciones políticas del Imperio, después del siglo III-IV, llevó a la iglesia de Roma a desempeñar un papel mucho más preponderante; pero fue por razones políticas y no teológicas.

(III). Durante el ministerio misionero de Pablo se establecerán
numerosísimas iglesias a lo largo y ancho del Imperio. Una, entre muchas, es la de Roma. Para esta etapa, la Iglesia en Roma es apenas una pequeña comunidad de creyentes judeo-gentiles (ver la lista de Rom.16); de esta comunidad procede una pareja muy destacada: Priscila y Aquila, en este orden pues se nota que la mujer tenía condiciones de liderazgo. Muy probablemente, esta iglesia fue fundada por judíos que habían llegado procedentes de Palestina en la temprana persecución. Para el año 58, aprox., cuando Pablo les escribe preparando el terreno para su proyectado viaje misionero a España, no hay la más mínima traza de la presencia de Pedro en esta Iglesia. No existe ninguna evidencia documental del siglo I-II que demuestre que Pedro haya sido pastor (no se puede hablar de
"obispo" en esta etapa, a menos que entendamos que "obispado" corresponda a las funciones de supervisor del pastor; lo que hoy equivale al "pastorado "). Es posible que Pedro haya estado en Roma; esta es una opción probable pero no probada documentalmente. La única cita que permite inferir su presencia en Roma es I Pedro 5:13, en la que "Babilonia" parece indicar Roma, aunque pudiera también señalar el carácter de "destierro". En todo caso, la fecha de composición debe estar cerca del 64, antes de la persecución neroniana. Pedro no se presenta como "Obispo" de Roma, sino como "un anciano" (presbítero) que "ruega" o "exhorta" a otros ancianos que gobiernan las iglesias a las cuales les escribe: I Ped. 5.1. Para esta fecha, no se ha desarrollado un gobierno episcopal, sino de ancianos; es decir, una estructura de gobierno democrática.

Podemos aceptar, concedo, que Pedro sí estuvo en Roma un breve tiempo (poco después del 58 hasta el 64). Ya esta Iglesia tiene algunos años de existencia antes de su llegada, quiere decir que antes de Pedro debieron pastorear la iglesia otros "ancianos" o "presbíteros", que ejercieron el "episcopado", es decir, las funciones pastorales de vigilar el rebaño local. En ningún caso, Pedro sería "el primer obispo" de Roma; este título es simplemente un anacronismo; un echar hacia atrás una estructura jerárquica de gobierno existente en tiempos muy posteriores. Algo parecido al término "Papa" del cual no tienen conciencia los primeros siglos del cristianismo, pero que cuando surgió posterior al siglo III entonces se "echó para atrás" y se le aplicó a los pastores u obispos de la Iglesia en Roma, los cuales nunca se llamaron ni fueron llamados "papa". Es lo mismo con el "obispado". La organización episcopal de los siglos posteriores fue retro-proyectada hacia el siglo I, cuando el obispado era una función pastoral y no un gobierno jerárquico.

Aún aceptando que Pedro hubiera sido "obispo" (para la fecha, este término sólo puede equivaler a "pastor") de la iglesia en Roma, no existe la más mínima insinuación de que sus atributos como "apóstol" fuera un concepto transferible. Esta es la base de la doctrina de la "sucesión" apostólica. El NT da a entender que el apostolado tenía ciertos límites cronológicos; cuando se eligió al "sustituto" de Judas ( no al sucesor) se establece que tenía que haber estado desde el principio hasta la resurrección del Señor. Cuando Pablo defiende sus derechos de ser llamado "apóstol" reconoce que lo es en un sentido "abortivo", es decir, como fuera del tiempo, pero se defiende con su experiencia de haber visto al Señor Resucitado, y aún así le costó mucho ser aceptado como apóstol. Porque para las iglesias, el apostolado era un concepto cerrado, nunca abierto a nuevos "apóstoles".

En Efesios 4 Pablo pone la categoría de "apóstol" fuera de las otras: "Primeramente, apóstoles", y luego todos los demás: profetas, evangelistas y pastores. No existe en el NT la menor idea de que el "apostolado" pudiera pasar como herencia a otra persona. Así que, aunque se pudiera probar en forma definitiva que Pedro haya estado en Roma (algo que gustosamente acepto) y que haya sido pastor u obispo en ella, (algo que pudo ser posible pero nunca probado) todavía existe un salto teológico (la sucesión) que es imposible probar escrituralmente. Definitivamente, la Biblia no autoriza a pensar en la idea de que un apóstol pudiera transferir a otra persona, llámese obispo o pastor, o anciano, los privilegios y prerrogativas de su condición de apóstol. El apostolado murió con el último de los apóstoles. Así lo vemos con la muerte de Santiago, el apóstol, y "obispo" en Jerusalén; la Iglesia no se preocupó en buscar un sucesor, porque siguió siendo gobernada por un grupo de ancianos o presbíteros.

En el caso de que Pedro hubiera sido "jefe" de la Iglesia, lo habría sido de la de Roma y por un breve tiempo, pero nunca fue "JEFE" de las numerosas iglesias esparcidas por el Imperio, y su jefatura murió con él, como cuando Santiago murió en Jerusalén; con él murió su jefatura de la iglesia en Jerusalén. Es decir, Pedro nunca es llamado "Cabeza de La Iglesia"; este término se usa única y exclusivamente para Jesucristo. La Iglesia de Cristo nunca fue un monstruo de dos cabezas. Jesucristo le prometió a Pedro que sobre él edificaría "SU" Iglesia; es decir, Pedro es "base", "fundamento", nunca la "Piedra Angular". Esto lo declara el mismo Pedro en su Primera Carta. Nadie como él está autorizado para interpretar mejor las palabras que le dirigió el Señor. Pedro se concibe a sí mismo como "una piedra viva" del Edificio Espiritual que es la Iglesia, una piedra que está en el fundamento, debajo, nunca encima; pero esta misma condición se la otorga a todos los creyentes; todos somos piedras vivas de ese edificio cuya Roca Angular es y ha sido siempre Jesucristo. El apóstol Pablo, echando mano a esta misma figura, dice que la función de los apóstoles era poner, como peritos arquitectos, los fundamentos sobre los cuales cada uno de nosotros tiene que edificar. Estos fundamentos son los que él llama: "el fundamento de los apóstoles"; en plural, porque la Iglesia está fundada sobre el testimonio y trabajo de los apóstoles, y esto se encuentra en el NT. Las tradiciones posteriores, lo que en el correr de los siglos hemos venido construyendo, han de ser comparadas y contrastadas, examinadas y juzgadas, por ese fundamento apostólico. En esto consiste la "apostolicidad" de la Iglesia, no en comprobar que ha habido una ininterrumpida "sucesión" de "apóstoles" (supuestamente los obispos), sino en comprobar que a lo largo de los siglos hemos podido mantener nuestra fidelidad al mensaje establecido de una vez y para siempre por los Apóstoles. Quien no construya sobre este fundamento y no guarde su fidelidad a la enseñanza contenida en el N. T. , simplemente estará construyendo "paja, heno, madera y hojarasca", la cual será quemada a su debido tiempo. Para decirlo en palabras del Señor mismo, quien no guarde fidelidad a la enseñanza apostólica tal como está contenida en la Palabra de Dios, será igual a aquel que construyó sobre la arena a la orilla del río. La Iglesia, sea cual sea su denominación, que no esté construida sobre LA ROCA que es Cristo, está destinada al juicio de Dios, el cual siempre empieza por la casa de Dios, tal como lo vemos en el Apocalipsis.

Como Iglesia local, para Pablo era obvio que siendo la Iglesia de la capital del Imperio, Roma tendría una importancia estratégica fundamental, pues de ella saldrían convertidos prácticamente para todos los rincones del Imperio, como suele suceder hoy con las grandes metrópolis. En este sentido es que Pablo reconoce que la solidez de la fe de esta Iglesia era conocida en "todo el mundo" romano. Esa y no otra es la condición de prestigio que Pablo le reconoce a la iglesia en Roma, pero Pablo nunca pensó que esto significaba que la iglesia en Roma tuviera autoridad y poder sobre los asuntos de la vida de otras iglesias tan prestigiosas como ella: la de Corintio, la de Éfeso o las de Tesalónica.

De modo que el cuadro a finales del siglo I muestra la existencia de una multiplicidad de iglesias locales, de mayor o menor prestigio según la localización en el Imperio; la de Roma es una entre iguales. Todas estas comunidades gobernadas o más bien dirigidas por un cuerpo de ancianos o pastores, los cuales ejercían "un obispado" colectivo y democrático, formaban un solo cuerpo: la Iglesia de Cristo. La historia de cómo los ideólogos católicos han equiparado esta Iglesia de Cristo, cuerpo místico del Señor, con "la Iglesia de Roma" es una de los más impresionantes ejemplos de manipulación de la verdad histórica en función de la construcción de un poder religioso. Esta es la historia de la Iglesia Católica Romana (en el sentido jurídico específico) desde el siglo IV-V, pasando por los siglos de su formación decisiva en la Edad Media, especialmente siglos VIII al XV, hasta nuestros días.

El cisma de Oriente en el año 1000 es una prueba de que la iglesia que estaba en Roma no ejercía una autoridad de dominio sobre todas las iglesias. Este estallido no es otra cosa que la culminación de un largo proceso histórico. Simplemente, las iglesias de Oriente rechazan las pretensiones hegemónicas de Roma, reconocen su prestigio, pero rechazan su injerencia en el gobierno de las iglesias orientales, las cuales reclaman igualdad de autoridad.

En el caso de la Epístola de Clemente a los Corintios, su intervención se basó en un deseo de mediar, para solucionar un conflicto, de parte de una iglesia hermana de gran prestigio, por estar en la capital del imperio. Clemente no reclama en ningún momento ejercicio de autoridad, no apela al nombre de Pedro o a la autoridad recibida de Pedro. Sus apelaciones son totalmente ajenas al sentido de la autoridad o del poder religioso. No es una orden sino una exhortación pastoral para que resuelvan el problema surgido con los ancianos suspendidos de sus funciones. De modo que esta carta no puede ser usada como prueba de que en el siglo I la Iglesia en Roma era reconocida como "LA IGLESIA", con jurisdicción universal. La realidad eclesiástica que revela esta carta es bastante similar a la revelada en el NT: las iglesias locales conservan y son celosas defensoras de su autonomía de gobierno, aunque se aman y se respetan mutuamente, y como iglesias hermanas se interesan por los problemas mutuos. Reconocen el lugar de prestigio y jerarquía espirituales, pero no las jurisdiccionales. El gobierno interno de cada comunidad sigue siendo democrático.

Sí es cierto que lo que hoy consideramos como "Iglesia Católica de Roma", con sus énfasis particulares, sus devociones marianas, su estructura basada en el Derecho Romano (base del Derecho Canónico, que es lo verdaderamente distintivo de la I.C.R.) empezó con la "constantinización de la Iglesia". Uno habla de la "conversión" de Constantino, pero esto es un decir. En realidad fue el inicio de un largo proceso, que culminará con la Iglesia medieval, especialmente con el papado de Bonifacio VIII, verdadero creador de la doctrina de la doble naturaleza de la Iglesia (Las Dos llaves: Poder Político y Poder Espiritual). La legalización del cristianismo, bajo Constantino, y la oficialización como religión del Imperio, bajo Teodosio el Grande, son los inicios históricos de lo que es hoy la inmensa e impresionante maquinaria de la I.C.R. Lo que al principio se vio como un triunfo para la fe sobre el paganismo, se revelaría más tarde como un verdadero caballo de Troya dentro de la fe, pues el mundo pagano entró como río desbordado en el patio trasero de la casa, y el cristianismo se volvió mundano y corrompido, y este caballo sigue galopando hasta hoy en las entrañas del catolicismo. De hecho, la concepción de la Iglesia como una mezcla extraña de dos realidades, el Reino, por una parte, y el mundo, por la otra, resulta una auténtica negación de toda la teología del NT en la cual existe y existirá siempre una frontal guerra entre los poderes mundanos, a cuya cabeza está Satanás, y el Reino de Dios, a cuya Cabeza está Cristo. De hecho, la visión final del NT es la guerra definitiva entre estos dos poderes. Por eso, resulta realmente chocante que la Iglesia Católica pueda al mismo tiempo pretender ser IGLESIA (campo del Reino de Dios) y ESTADO (realidad política que no se somete al Reino de Dios). Reino y Mundo unidos en un solo cuerpo, me parece la más chocante aberración teológica. Cualquiera que conozca la teología del NT tiene que percatarse de la tremenda trampa tendida por el Diablo, el dios de este Mundo. Esto lo dice San Pablo, no yo. Por eso, sí creo que la Iglesia Católica Romana (no la Iglesia que estaba en Roma, de Pablo) viene a ser lo que es hoy cuando el Imperio empezó a desmoronarse, y la Iglesia empezó a soñar con sustituirlo. Casi lo logra con aquel famoso Sacro Imperio Romano. Me pregunto si la Iglesia Católica de hoy, con un papa que es más líder político que otra cosa, ha renunciado definitivamente a su largo y acariciado sueño de volver a constituir un Imperio, pero ahora bajo la soberanía espiritual y política de las Dos Llaves del Vaticano.
 
Por eso, resulta realmente chocante que la Iglesia Católica pueda al mismo tiempo pretender ser IGLESIA (campo del Reino de Dios) y ESTADO (realidad política que no se somete al Reino de Dios). Reino y Mundo unidos en un solo cuerpo, me parece la más chocante aberración teológica. Cualquiera que conozca la teología del NT tiene que percatarse de la tremenda trampa tendida por el Diablo, el dios de este Mundo. Esto lo dice San Pablo, no yo. Por eso, sí creo que la Iglesia Católica Romana (no la Iglesia que estaba en Roma, de Pablo) viene a ser lo que es hoy cuando el Imperio empezó a desmoronarse, y la Iglesia empezó a soñar con sustituirlo. Casi lo logra con aquel famoso Sacro Imperio Romano. Me pregunto si la Iglesia Católica de hoy, con un papa que es más líder político que otra cosa, ha renunciado definitivamente a su largo y acariciado sueño de volver a constituir un Imperio, pero ahora bajo la soberanía espiritual y política de las Dos Llaves del Vaticano.
 
Aportado por Maripaz;
Me pregunto si la Iglesia Católica de hoy, con un papa que es más líder político que otra cosa, ha renunciado definitivamente a su largo y acariciado sueño de volver a constituir un Imperio, pero ahora bajo la soberanía espiritual y política de las Dos Llaves del Vaticano.

Pues lo tienen crudo.
Si cuando la cultura de los pueblos de Europa, en tiempos de "Sacro Imperio" estaba bajo cero. ¿Crees que ahora les va a ser posible?
Todos los intentos que el Vaticano ha hecho le resultaron fallidos y lo contabilizaron con pérdidas.
El de Pio IX que mediante la Encíclica "Syllabus" condenó la democracia y defendió la Monarquias Absolutas recibió la respuesta de Garibaldi en Italia y contabilizó la pérdida de sus Estados en dicho país.
Cuando Mussolini asaltó el poder en Italia el Vaticabo hizo buenas migas con el fascismo (como no si era totalitario y absolutista) y consiguió el famoso Tratado de Letran. Un poquitín positivo para el Vaticano.
Cuando Hitler subió al poder en Alemania, el Vaticano le envió como Nuncio al Cardenal Pacelli, su mejor diplomático. Hicieron buenas migas e inclusó se dice (no se hasta que punto eso es cierto, pero...) que el Vaticano financió mediante créditos el resurgimiento industrial del III Reich. (Hitler le devolvió el favor declarando a Roma "Ciudad Abierta" cuando lo aliados llegaron a sus puertas. Siempre me he preguntado el porque. ¿Por que el que permitió que se arrasara su capital Berlin no permitió que lo fuese Roma) Que jugó la carta en favor del totalitarismo es evidente puesto que no hubo una sola condena ni contra el fascismo ni contra el nacismo. También jugó la carta en favor del naci-fascismo de Franco y junto a él instauró el Nacional Catolicismo en España, el primer paso para resucitar el Sacro Imperio (¿germano-hispano-italiano?) De nuevo el fracaso y las pérdidas se han contabilizado tanto en España como en Italia y Alemania con una pérdida absoluta de credibilidad. Los contínuos viajes del Papa por todas partes solo contabiliza en una especie de folklorico espectáculo. La gente le aclama y a la mañana siguiente le olvida.
Demasiados fracasos para que consiga lo que se propone.
El
Accipe quod tuum, alterique da suum.

NO LE VA A FUNCIONAR