«»Yo deseaba perdonar a Israel,
pero sus maldades
fueron demasiado grandes.
¡Todos los que viven
en Samaria son mentirosos,
ladrones o bandidos
que se meten a las casas a robar,
o asaltan en las calles!
Su gente jamás parece reconocer
que yo los estoy observando.
Sus hechos malvados
los delatan por todos lados,
y ninguno de ellos se oculta de mi vista.
¡No se me escapa nada
de lo que hacen!
»El rey se alegra en la maldad de ellos;
a los príncipes le parece muy gracioso
todo el mal que hacen.
Todos ellos son infieles
y arden de pasión,
así como el horno
que el panadero deja encendido,
mientras espera que la masa se fermente.
En las fiestas que el rey celebra,
los príncipes le dan vino hasta emborracharlo;
y el rey se olvida
de su posición de honor
y se revuelca en el suelo
con los que se burlan de él.
Sus corazones, llenos de intrigas,
arden como un horno.
Su conspiración se va cocinando
lentamente durante la noche
y a la mañana la ponen por obra.
Todos son iguales
en su inclinación por el mal.
Sus reyes llegan y pasan, uno tras otro,
pero ninguno es capaz
de clamar a mí por ayuda.
»Mi pueblo se entremezcla con los paganos
y adopta sus costumbres malas,
¡y así llegan a ser tan inútiles
como una torta cocinada a medias!
[…]
»¡A mi pueblo le va a ir muy mal
por haberme abandonado!
¡Será destruido por haberse
puesto en mi contra!
Yo quería salvarlos,
pero ellos no hacen más que calumniarme.
»Se acuestan en sus camas
a gemir por su desgracia,
pero no oran a mí con sinceridad.
Cuando no tienen trigo ni vino,
se hacen heridas en el cuerpo
para solicitar ayuda a los ídolos,
y no dejan de ser rebeldes.
»Yo los ayudé y los fortalecí,
sin embargo ahora se vuelven contra mí.
Miran hacia todas partes menos hacia mí.
Son como un arco torcido
que nunca da en el blanco;
sus jefes morirán a golpe
de una espada filosa,
y todo Egipto se burlará de ellos.»
Oseas 7:1-8, 13-16 NBV